Al turrón
Después de algunos retrasos, vamos a empezar ahora con la parte que personalmente me resulta más interesante y que en realidad motivó todo este lío: el tema del enfrentamiento China-EE.UU. por la hegemonía mundial y los cambios que la pandemia pueda traer en el gran tablero mundial. Ahora que lo veo escrito, me parece un objetivo enorme y demasiado pretencioso, pero como esto es solo una opinión más en internet, me atreveré. Recapitulemos Prácticamente desde el principio del asunto se ha venido discutiendo sobre el tema, primero por la afectación a China, pero casi inmediatamente después ya se empezó a hablar de cómo afectaría al equilibrio de poder mundial y se empezaron a publicar artículos hablando de la superación de EE.UU. como primera potencia mundial por China, para pasar al momento a advertir sobre lo precipitado de dar a EE.UU. por amortizado en el puesto. Hablo de la impresión general que me han ido produciendo los artículos que he ido leyendo, claro, no es ningún estudio bibliográfico. En una entrevista reciente que parece ya de hace casi un siglo, el jefe de internacional del Financial Times respondía a la pregunta sobre un cambio global de liderazgo indicando que lo que realmente cambió el mundo fueron las guerras mundiales, y que esta crisis tendrá la misma capacidad en función del número de muertos y del incremento de deuda que genere; algo que no por obvio resulta menos cierto. Añadamos otro ingrediente en la coctelera: como creo que ya he escrito alguna vez en el blog, tradicionalmente la entrada de una nueva potencia en el concierto internacional de las mismas se producía cuando la nueva potencia emergente derrotaba militarmente a una potencia en decadencia, afirmando así su status. No es que este sea el caso, pero viene bien indicarlo como ejemplo de cómo han cambiado las cosas. China ha ido colocándose entre las potencias sin haber derrotado directamente a ninguna, sino escalando económicamente. Su tamaño —tanto territorial como demográfico— y su capacidad nuclear la impulsaron entre las potencias en el s. XX, pero su capacidad de influencia y su poder no estaban a la altura del asiento que obtuvo entre los cinco permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, al menos en lo que se refiere al plano internacional. En cualquier caso, su ascenso al poder real es un ejemplo de que el camino chino no es el tradicional occidental, y es una lección muy importante que en occidente es necesario aprender cuanto antes, pues existe tendencia a pensar que el camino de los países occidentales, su historia y su ejemplo son los únicos válidos, y eso es tan falso como absurdo. Posiciones de salida: China Antes de hablar de a dónde nos puede llevar la pandemia mundial, hablemos del lugar del que partimos. En los últimos años, China se ha convertido en la segunda potencia económica del mundo, llegando a ser la primera en algunos aspectos (es el mayor exportador del mundo), lo que la hace colocarse en el centro de las redes comerciales mundiales. Este ascenso económico y la transformación que trae aparejada, se han producido manteniendo un perfil internacional relativamente bajo, al menos en lo que a su exposición mediática se refiere, pero con una gran actividad entre bambalinas. Justa antes de la epidemia, la One belt, one route Iniciative, la nueva Ruta de la Seda, era el gran proyecto chino y la mayor muestra de su voluntad de hacerse valer internacionalmente, no en vano, aunque formalmente económico, el proyecto posee la capacidad de reestructurar buena parte del comercio mundial y, con él, la geopolítica, convirtiendo a China, realmente, en la nación del centro. Más allá de sus acciones poco amistosas en el sureste asiático, de sus reclamaciones territoriales en la zona y del impulso a la inversión militar, la mera concepción de un plan tan enorme, junto a la evidencia de que China posee la voluntad y los recursos para llevarlo a cabo prueban hasta qué punto China es consciente de su poder actual y de cómo ejercerlo de la mejor manera posible para alcanzar sus objetivos a largo plazo. Los chinos tienen un plan, voluntad y recursos. Eso es lo que debería preocupar en occidente. Pero la Nueva Ruta de la Seda merecería un comentario aparte, baste por el momento indicar que China ha comenzado a ejecutar las obras necesarias, lo que ha movilizado una cantidad enorme de inversiones en multitud de países asiáticos y africanos, dicho de otro modo, China está invirtiendo mucho dinero en infraestructuras y concediendo préstamos a países que quizá no reciben la misma atención por parte de occidente. A pesar de que no es oro todo lo que reluce en la inversión china, las relaciones, vínculos y redes que estaría tejiendo el gigante asiático preocupan en Occidente, que no encuentra una manera efectiva de oponerse. China no podría haber llegado a ser el primer exportador mundial sin convertirse en la gran fábrica del mundo, como dolorosamente hemos comprobado en esta pandemia. Esto es a la vez una fortaleza y una debilidad. Ser la gran fábrica la convierte en imprescindible a día de hoy, pero todo lo que viene se va y, como ya comentamos anteriormente, eso le puede suceder a China al menos con algunos productos a raíz de la pandemia. Otra debilidad de esa posición es la habitual de todas las economías basadas en la exportación: son dependientes de la salud de sus compradores, necesitan mercados estables y capaces a los que vender sus productos, si estos enferman, los exportadores que les suministran van detrás, salvo que puedan diversificar sus mercados a tiempo. Pero si la enfermedad es global, no hay dónde diversificar. En 2018, EE.UU. ocupaba un lugar preminente en las exportaciones chinas (casi el 20 %), la crisis de este mercado es por tanto indeseable para China (de ahí los acuerdos comerciales con Trump en su guerra comercial) y la diversificación, esencial (lo que muestra la importancia de la Nueva Ruta de la Seda). Existe un último elemento económico a destacar. En los últimos años, China ha dejado de ser una mera factoría y está comenzando a innovar. Y lo hace a una velocidad inaudita. Esa es la clave para que se convierta en la primera potencia mundial y tanto los chinos como los americanos lo saben. Por eso están tan asustados en EE.UU. Esta es la razón que envuelve la disputa por el 5G, no es que la tecnología vaya a ser tan disruptiva, es que sería la primera vez que una infraestructura mundial de primer nivel tecnológico no sería americana (o al menos occidental). Si al final se impone el más adelantado sistema chino, todo el mundo se volvería hacia China para dotarse de ella, y se abriría una veda esencial, por no hablar de otra multitud de sistemas relacionados que las cuestiones de compatibilidad seguramente aconsejarían adquirir también a China. Para impedirlo, Trump quema cartuchos estúpidamente: la prohibición que dictó a Google sobre sus sistemas operativos con respecto a Hauwei solo ha servido para que esta empresa —y el resto del sector tecnológico chino— acelere los planes que seguramente ya tenían para dotarse de sus propios sistemas operativos, abriendo la puerta y adelantando la innovación china en software, software complejo y de base, algo en lo que EE.UU. es, por el momento, líder; es decir, Trump les mostró claramente a los chinos el camino a seguir y neutralizó él mismo un arma que podría haber necesitado más adelante en algún escenario más complejo e importante. En cuanto al sistema político, no hay mucho que decir: es de sobra conocido y, por lo que respecta a la pandemia, ya comentamos lo necesario al respecto. Posiciones de salida: Estados Unidos La gran potencia mundial. Superpotencia. Y, sin embargo, cuando contemplo a EE.UU. no puedo evitar acordarme del Imperio Romano y su decadencia. Lo curioso es que esta decadencia proviene del éxito, del éxito del sistema liberal, que ha permitido un desarrollo económico general que ahora amenaza la supremacía del principal defensor de ese sistema, que, para defenderse, comienza a renegar de él por la vía de los hechos (con el proteccionismo), pero sin salirse de su filosofía (recurriendo a la ley del más fuerte). Sin embargo, no podrá evitar la decadencia, especialmente con las medidas que está tomando Trump. Me explicaré. A Obama le faltaron agallas en determinadas circunstancias, especialmente Siria, pero en general leyó mejor la situación y, aunque las circunstancias no le permitieron ejecutar su giro hacia el Pacífico, su política de aceptación de la verdadera capacidad de EE.UU. actualmente y de creación de redes de apoyo internacionales para contener a China era más correcta y realista. En su lugar, Trump opta por el unilateralismo y el enfrentamiento, tratando de aprovechar la todavía supremacía americana en enfrentamientos uno a uno en los que sabe que vencerá, pero destruyendo el futuro de esa supremacía por la vía de aniquilar el prestigio y crear resentimiento. Trump concibe el futuro como en los años 50 o 60 del s. XX, con una América liderando un grupo de países sin discusión alguna, de ahí sus ataques a la U.E., que no desea que esté tan unida que pueda tener ideas propias y muchos menos llevarlas a cabo. Sin embargo, sus sanciones a Irán y Rusia, por ejemplo, producen que estos países busquen alternativas, y estas solo pueden llegar de China, así que Trump está facilitando a China su labor de recolectar aliados[1] y está empujando a muchos países, algunos clave, en brazos de los chinos, que no tienen escrúpulos en comprar sus materias primas y hacer tratos comerciales con ellos sin poner pegas por cuestiones de política internacional o derechos humanos, que consideran asuntos internos en los que no deben inmiscuirse (por el momento). Tradicionalmente, frente a cualquier poder surge un contrapoder, una némesis, algo inevitable si tenemos en cuenta que el poder, para ser tal, ha de ejercerse tarde o temprano, lo que inevitablemente crea damnificados. Con el poder de Occidente también ocurre, ahí tenemos el terrorismo yihadista, sin ir más lejos. Otra cosa es que los enemigos del poder sean lo suficientemente fuertes como para desafiarlo abiertamente; sin embargo, no cabe duda de que lo harán en cuanto tengan la oportunidad[2]. Creo que, desde hace tiempo, algunos poderes enfrentados a Occidente en general, y a EE.UU. en particular, han comenzado a aglutinarse en torno a determinados polos, paladines que con mayor o menor éxito han desafiado al poder establecido o que muestran la voluntad decidida de hacerlo: Rusia, Irán, China… La táctica de Trump de enfrentarse a todos a la vez y por separado encierra una debilidad intrínseca[3] que puede propiciar que estos poderes busquen compromisos que pueden ser más o menos puntuales, pero por algo se empieza. Hace ya tiempo escribí en el blog que China y Rusia, aunque rivalizasen a largo plazo, buscarían formas de colaboración a corto y medio frente al poder americano, al fin y al cabo, Rusia tiene las materias primas que China necesita y está en la ruta por la que hacer circular las mercancías chinas hacia Europa con seguridad, evitando zonas de Oriente Medio que podrían resultar inestables; además, seguro que los rusos prefieren comprar según qué productos electrónicos a los chinos antes que a los americanos. El elemento clave es que las políticas de Trump pueden acelerar esa colaboración haciendo, además, que esas mismas políticas tengan una eficacia limitada y contribuyendo a reforzar la posición de China como nodo del comercio mundial, al desplazar las relaciones comerciales preferentes de estos países cada vez más desde el oeste hacia el este. Así, estaríamos, ya desde antes de la pandemia, en una aceleración del proceso de repolarización mundial. Una nueva polarización que, a priori, parecería más multipolar, es decir, menos cohesionada internamente en cada uno de los polos, que albergarían diferentes poderes más fuertes, o con mayor voluntad, que durante la Guerra Fría, lo que abre un escenario internacional inédito y fluido, en el que no serían extraños los acuerdos puntuales entre poderes de polos distintos, convirtiendo la escena internacional en algo así como una multipolarización fluida. Sería algo parecido a la división en civilizaciones que teorizó Huntington en El choque de civilizaciones, mediatizada por la existencia de los estados-nación en cada una de ellas, con sus intereses propios no siempre totalmente coincidentes con los de su grupo civilizacional, y con una cierta tendencia a la colaboración entre civilizaciones frente a la hegemónica, que por ahora sería la occidental, con EE.UU. aún como indiscutible referente. Pandemia china Veamos ahora qué ha pasado a raíz de la pandemia tanto en EE.UU. como en China. En lo que al país asiático respecta, creo que se pueden distinguir tres fases. La primera sería la fase de ocultación o, al menos, de oscuridad, que abarcaría desde el primer caso hasta el momento en que China comienza a colaborar plenamente con la OMS y a ser más transparente. También sería la fase de culpabilidad, porque es en la que se localizan los peores errores chinos y su punto débil en lo que a este asunto respecta. La segunda fase sería la de conciencia, que implicaría el reconocimiento privado y público del problema y la adopción de las medidas tajantes que todos conocemos. La tercera, se correspondería con la de control de daños y, tal y como siempre se dice de la palabra crisis en chino, el intento por su parte de convertirla en oportunidad mediante el envío de ayuda material y humana, principalmente, y la propaganda acerca de su buena gestión y las lecciones aprendidas que el resto del mundo debería aplicar. Es importante puntualizar que las fases no son excluyentes ni sucesivas, lo mismo hasta ni son fases, sino enfoques. Es decir, suponemos que China está siendo ahora transparente, pero no está claro y hay sospechas al respecto, por lo que al menos en ciertos aspectos, aun podríamos continuar en la primera fase. Además, parece claro que los chinos han tomado plena conciencia del problema, pero no está claro hasta qué punto esa conciencia pública no forma parte de un control de daños de imagen internacional o incluso si la radicalidad de sus medidas no es también una manera de lavar su imagen y desviar el foco de atención de su nefasta gestión inicial que, indudablemente, ha puesto al resto del mundo en peligro. En cuanto a la tercera fase, no se puede estar seguro, como siempre, de qué parte de las acciones chinas corresponden a motivaciones humanitarias y qué parte a mero interés, tanto propagandístico como estratégico, si es que hay alguna diferencia entre ambos términos. Creo que las tres fases, o aspectos, o enfoques, resumen bastante bien todo lo bueno y lo malo de la posición china y, también, un aspecto fundamental de la visión occidental: la desconfianza hacia todo lo que provenga de China, un sesgo que, cuando hablamos de dicho país, no deberíamos olvidar, al menos si pretendemos ser justos. En cualquier caso, creo que China está jugando actualmente sus cartas bastante bien. Saben que necesitan de mercados para sus productos y de mejor imagen en Occidente, además, la gestión americana les está sirviendo en bandeja una victoria propagandística de primer orden. Una victoria que seguramente no será tan acusada en Occidente, primero por el sesgo que antes he expuesto, pero también porque la contraofensiva propagandística americana tendrá aquí más eco —en parte también por la mencionada desconfianza—; sin embargo, deberíamos aprender de una vez que Occidente no es el mundo y, de hecho, cada vez es menos importante en él. Volviendo al asunto de la desconfianza, es cuando menos irónico que los argumentos contra la ayuda china que he expuesto más arriba —independientemente de que sean más o menos ciertos—, provengan en muchas ocasiones de reconocidos adalides del neoliberalismo, al fin y al cabo, de ser ciertas las sospechas, los chinos no estarían sino llevando a la práctica el gran axioma del liberalismo: que de la libre persecución por cada cual de su propio interés, deviene el bien común. ¿Acaso Italia o España no se han beneficiado de la ayuda china? Por lo demás, las afirmaciones acerca del sorpasso de China a EE.UU., al menos económicamente hablando, o fueron precipitadas o los que las hicieron saben cosas… Principalmente porque de la pandemia, sin más, no creo que pueda producirse algo así. La pandemia no va a traer por sí misma un cambio en la estructura productiva de ambas economías, pero de hacerlo, los riesgos están en el lado chino que, como ya dijimos en los anteriores comentarios, puede sufrir la pérdida del control de ciertas cadenas de suministros que el resto de países consideren a partir de ahora estratégicos y quieran recuperar para sí, junto con la posible ola de proteccionismo, que no suele irle muy bien a las economías exportadoras. Además, no hay que olvidar que la crisis se extiende a través del mundo, y eso compromete la capacidad económica de los países consumidores de productos chinos, lo que casualmente tampoco le viene demasiado bien a los fabricantes de ese país. Por otro lado, la idea de la relocalización industrial ha de ser tratada con cuidado; como ya indiqué en su momento, podría valer para ciertos productos o aspectos concretos, pero no para el grueso de la producción que se realiza en China: ni México, ni Turquía ni Marruecos ni ningún otro país está en condiciones de asumir esa estructura productiva, y hay que recordar que una parte no despreciable de la ventaja china consiste, precisamente, en que todas esas industrias están produciendo allí, es decir, en las sinergias que se crean por la mera existencia del nodo productivo y comercial chino, lo que genera abaratamientos de costes y rapidez en la producción que van más allá de la mera mano de obra. El sorpasso sucederá con la explosión de la innovación china, que está en camino. Además, no hay que olvidar que el puesto de master del universo no depende solo de la economía —aunque esta proporcione las condiciones materiales para ello—, y no parece que la pandemia pueda alterar el actual statu quo militar a favor de China, por ejemplo. Además, la capacidad productiva americana, como la del resto de países, sigue intacta; no hay que olvidar que, a pesar de las metáforas tan espectaculares, no nos estamos enfrentando a una guerra. En realidad, los peligros para la posición americana directamente relacionados con la pandemia proceden, precisamente, de América. Pandemia americana ¿Y en qué consisten esos peligros? Pues los hay de dos clases. Estructurales y coyunturales. Los primeros se basan en la falta de mecanismos de los EE.UU. para afrontar crisis sociales. El liberalismo exacerbado ha creado un Estado sin mecanismos de protección para su población, la carencia de un sistema de seguridad social avanzado implica una exposición salvaje de su población a los vaivenes económicos sin red de seguridad alguna. El crecimiento exponencial del desempleo en el país es una muestra de ello, pero también el enorme problema de las deudas médicas. Ambos, pueden determinar la miseria de millones de personas, lo que, económicamente hablando, supone una contracción del mercado interior que parece terrible tanto en tamaño como en brusquedad; por no mencionar los enormes problemas sociales que pueden generarse y que también tienen su trascendencia económica. Todo esto supone que la intensidad de la crisis será probablemente mayor de lo que será en otros países con redes de seguridad social asentadas. Hasta tal punto que, tal y como dijimos al principio de esta serie de comentarios, la disminución de renta disponible puede suponer una contracción del consumo interno que implique la entrada en un círculo vicioso, extendiendo la crisis más allá de sus causas tanto en tiempo como en profundidad. No hace falta viajar hasta 1929 para ver ejemplos de esto, con retroceder solo ocho años es suficiente. Hay que tener en cuenta, no obstante, que, si un país posee capacidad para rebotar en uve, es EE.UU., tal y como ha demostrado a lo largo de su historia, pero aquí entran en juego los riesgos coyunturales. Estos riesgos coyunturales tienen nombres y apellidos, y podemos resumirlos en uno: Donald Trump. No es solo él, hay todo un movimiento social detrás, pero ha llegado a personificarlo de tal forma que nos sirve perfectamente como cabeza de turco. El problema con Trump es, por supuesto, la gestión que está haciendo de la pandemia. Y los motivos por los que lo hace: no olvidemos que estamos en año electoral en EE.UU., así que su gestión está encaminada a tratar de minimizar los daños para su reelección. No es que Trump sea tonto, ni mucho menos, se trata simplemente de que es muy consciente de que su reelección se basa en los datos económicos y de que en un país sin seguridad social, el confinamiento y el consiguiente cierre de la economía destruyen los indicadores económicos a una velocidad y con una profundidad terribles. De ahí su empeño en poner la economía por delante de todo, incluso de la salud —algo para lo que cuenta con el apoyo de muchos compatriotas socializados en la cultura neoliberal americana que ni siquiera contemplan otras posibilidades de organización social—, y por hacer que cale la idea de la culpabilidad china, puesto que siempre es más fácil si se puede señalar a algún otro culpable, más aún si es extranjero y las suspicacias ya vienen de lejos. En mis notas previas apunté que la responsabilidad de China (innegable tanto en el surgimiento de esta como de las anteriores epidemias que partieron de su territorio, así como en la gestión de esta pandemia) sería utilizada en la batalla de imagen que se desataría después de la pandemia contra el país asiático por Occidente, no pensé que Trump la capitalizaría de manera tan radical y directa, supuse que sería algo más sutil y más indirecto, lo que me parece un indicio sobre la desesperación del presidente americano. No es necesario mencionar los efectos que estas prisas pueden tener en la expansión de la enfermedad por el país y lo que esto podría acabar ocasionando no solo a nivel económico, sino a nivel de imagen si al final EE.UU. acabase convirtiéndose en el foco mundial de la epidemia y en una especie de «apestado» internacional frente al que la mayoría de países estableciesen restricciones de fronteras. Ese tipo de derivas sí afectarían a la primacía americana. En cualquier caso, parece evidente que China está jugando mejor sus cartas públicas en ese asunto. Como alguien comentó, en anteriores crisis de toda índole el mundo tendía a mirar hacia América. En esta ocasión se ha comprobado que eso es inútil, ocasionando una pérdida terrible de liderazgo de EE.UU. incluso entre sus aliados y por decisión propia: se ausenta de las reuniones de organizaciones internacionales, no presta ayuda a otros países, congela su contribución a la OMS en mitad de una pandemia, se dedica a atacar al resto, especialmente China… En ese mundo multipolar civilizacional que comentamos antes, el papel americano no será el de líder mundial exitoso, sino el de la potencia que decae, lo que debilita al bloque occidental e invita al desafío. Junto a esto, una UE que ha probado su incapacidad para asumir y compartir el liderazgo con EE.UU. tendrá que decidir al final frente a su propia incompetencia si permanece al lado de América o empieza a mirar hacia China, con todo lo que ello conlleva (imaginemos la OTAN). Este será probablemente otro foco de tensión interno en la UE que puede poner más presión para la ruptura definitiva de la Unión y/o su paso a ser una simple alianza comercial; la única alternativa sería una UE fuerte y cohesionada que asumiese el liderazgo mundial que le corresponde con voz propia, una fantasía a día de hoy. Volviendo al escenario americano, no se debe perder de vista la influencia de la pandemia en las próximas elecciones presidenciales. Podría parecer que, al mostrar la pandemia las vergüenzas del sistema sanitario y social americano, se incrementarían las posibilidades demócratas, pero el candidato más propúblico, Bernie Sanders, se ha retirado tras su desventaja en las primarias demócratas. Lo único que razonablemente se puede esperar ahora en este sentido es que Biden, el candidato del partido demócrata, vire un poco a la izquierda o adopte alguna de las propuestas de Sanders. Sin embargo, la campaña en EE.UU. se decidirá en torno al tema económico y, más específicamente, en torno al empleo, con el nacionalismo coadyuvando por el lado republicano, y las propuestas sociales por el demócrata —si bien, en este sentido, tengo serias dudas acerca de la seriedad, sinceridad y profundidad de las mismas—. Y al final, ¿qué? Y después de todo esto, de tanta turra, brasa, chapa, etcétera, ¿en qué quedará todo esto? Pues por lo pronto, la situación de los países menos desarrollados —que no hemos tratado hasta ahora, pobres los pobres— no va a mejorar, precisamente. La ayuda al desarrollo será la primera damnificada, como siempre que hay crisis. La lucha contra la COVID-19, o el miedo a la enfermedad, junto con los recortes en ayuda al desarrollo y en financiación de organizaciones internacionales como la OMS, UNICEF… y ONG implicarán la reducción o paralización de los programas contra el hambre, otras enfermedades endémicas y terribles en esos países y, en general, de desarrollo, dejando a estos países más vulnerables frente a todos estos problemas y más débiles frente a multinacionales agresivas y reforzadas por la concentración empresarial que presionarán para hacerse con sus recursos naturales a un menor coste económico, sin importar lo que ello pueda suponer en términos de supervivencia o condiciones de vida, más aun si la población de los países desarrollados, que podría presionar a sus gobiernos contra según qué prácticas, está pendiente de sus propios problemas. Además, esta debilidad les hará más difícil defenderse frente a las reclamaciones de su deuda que realizarán los agentes tenedores, ávidos de liquidez; esto a su vez podría suponer un empeoramiento de su situación a largo plazo por la vía de la intervención del FMI. Otra posible deriva en este sentido sería que dichos países buscasen ayuda económica fuera de Occidente, bien mediante programas de inversión, de comercio o de simple ayuda, y solo se me ocurre un lugar con capacidad suficiente y voluntad de extender su influencia de semejante manera. En otro orden de cosas, se producirán recortes en armamento y defensa, al menos en sistemas democráticos, con estabilidad social y mecanismos que permiten regular la sociedad sin recurrir a la represión y en las que está legitimado el debate social y las peticiones al poder político, que recibirá presiones sociales en este sentido. Con estas características, es evidente que me refiero principalmente a Europa. Excluyo obviamente a China, cuyo presupuesto en defensa seguirá creciendo —como mucho a una tasa algo menor durante uno o dos años— y a EE.UU., donde desde hace ya mucho tiempo se utiliza la inversión en defensa como palanca de la economía a través de la I+D y desde el Pentágono presionarán para mantener la ventaja con respecto China. Es necesario indicar que, contrariamente a lo que se pueda pensar desde una cierta perspectiva tipicamente europea, estos recortes en defensa no son necesariamente buenos para la economía, pues la I+D que se produce en defensa es un motor importante para la industria del país después; dependerá de cómo se estructuren. En lo esencial, la lucha se está dando ahora en eso que se llama la narrativa, y el ataque a China empieza a llegar no solo de EE.UU., sino también de Europa y, por supuesto, de otros países tradicionalmente más recelosos de China, como Australia. Esto era absolutamente previsible en cuanto empezase a amainar la cosa (era una de las notas que tomé para esto hace ya varios meses), lo interesante será ver cómo se va a desarrollar toda esta batalla y, en este sentido, creo que corremos el riesgo de dejarnos arrastrar una vez más por lo mediático y perder de vista lo importante. Las acusaciones y contraacusaciones saturarán los medios en los próximos meses, más aún cuando se inicie la investigación sobre la actuación de la OMS, cogida en medio del fuego cruzado como rehén, pero cometeríamos un enorme error si pensásemos que, por ganar dicha discusión, Occidente prevalecerá y China dejará de ser una amenaza para su liderazgo mundial. De hecho, cometeríamos un error si pensásemos que a China esta batalla le resulta esencial y que la dañamos en sus aspiraciones o planes por el hecho de ganarla. No es que no crea que les parezca importante, pero mucho menos que a Occidente, tan volcado con sus medios de masas. Vayamos por partes. En primer lugar, los medios de comunicación de masas occidentales tienen un eco muy limitado en China, donde el Estado controla los existentes, por lo que en el principal recurso de China, que es ella misma y sus miles de millones de habitantes, la versión que prevalecerá será la suya. No obstante, cuanto más se le ataque desde fuera, más se defenderá el Estado chino dentro, con sus medios oficiales, por lo que se podría generar el efecto contraproducente de una mayor desafección de la población china hacia Occidente y un mayor respaldo hacia su gobierno al sentirse injustamente atacados desde el extranjero; no hay que olvidar que ellos ayudaron el mundo cuando pudieron, enviaron médicos, compartieron conocimientos… En este sentido, aquellos que no participen en el ataque, como previsiblemente hará Rusia, por ejemplo, serán salvados de la quema por los medios oficiales chinos, contribuyendo todo esto a cimentar simpatías entre los Estados/civilizaciones a las que nos referimos anteriormente. Por otro lado, los chinos son principalmente pragmáticos, lo han demostrado constantemente. Podrán aguantar el chaparrón mediático sintiéndose fuertes en el interior, que es lo único a lo que se sienten (lo que por otro lado es bastante lógico) vinculados. Se defenderán, pero la arena pública no será su principal escenario de defensa: lo será nuevamente la economía. Retomemos algo de lo que dijimos en la parte económica: es posible que varios países intenten recuperar determinadas cadenas productivas de valor de China y diversificar sus cadenas de suministros, quizá con otros países no desarrollados diferentes a China. Eso es lo que podría hacer verdadero daño al gigante asiático, y ahí es donde van a dar la batalla. Sin embargo, quien crea que pelearán por mantener esas cadenas de producción, se equivocan. ¿Pelearán los chinos por mantener unas fábricas textiles que ya llevan algunos años saliendo de China? Solo si no les queda otro remedio. China ya está en otra fase: la de la innovación. Su siguiente paso es consolidarse como gigante de la I+D+i y peleará por mantener las cadenas de suministro y sistemas de producción que le influyan en ese objetivo, y hemos de recordar, como ya comentamos, que China es el primer productor mundial de tierras raras, por lo que tiene buena parte de los triunfos. Otra cuestión es la de asegurar los mercados para sus productos. Ahí sí que se verán interesantes movimientos, tanto a nivel político como económico. Probablemente se intensifique la oferta de productos tecnológicos chinos a precios más bajos que los occidentales, tal y como ya estamos acostumbrados con los móviles, y habrá que ver si los países occidentales reaccionan con proteccionismo frente a China, lo que de nuevo precipitaría al mundo hacia los bloques. En definitiva, si Occidente se da por satisfecho con lograr que se instalen en México, Turquía o en su propio territorio algunas fábricas de textil o similares, estaría cometiendo un error, al menos si lo que se pretende es restar poder e influencia a China. Tal y como ya parece que empieza a escucharse en los lugares en que se habla de estas cosas, las industrias de la automoción, farmacéutica y aeroespacial deberían ser las prioridades de Occidente —principalmente por tratarse de sectores que son estratégicos para Europa y en los que existen posibilidades de éxito en la pugna, además de poder servir de palanca para otros—, aunque habría que añadir lo referente a energías renovables[4]. Por último, hemos hablado antes de la reducción de la ayuda al desarrollo. Es hora de matizar esa afirmación. Es obvio que mientras los países peleen contra su deuda, la ayuda al desarrollo se verá afectada, pero habría que plantearse cuánto durará esto. En un mundo a uno o dos años vista, más o menos, el cortejo a los países en desarrollo será digno de los mejores documentales de pavos reales. Occidente necesitará aún más sus materias primas, y China sus mercados emergentes y sus ubicaciones estratégicas para asegurar su comercio, por no hablar de que cuánto más avance la polarización, mayores serán los intentos de cada bando por ampliar su banda. Surge de nuevo el proyecto de nueva ruta de la seda, con un pero en el futuro: si el comercio chino hacia Europa y EE.UU. decayese mucho, quizá ese plan dejase de ser interesante para China, y esa nueva ruta acabase muriendo en los que hasta ahora se consideran meros países de tránsito, cuyos mercados emergentes acabarían siendo los puntos de destino de la misma. Este es un escenario extremadamente incierto que implicaría un terremoto mundial a nivel comercial, industrial y económico de consecuencias impredecibles. Sea como fuere, tanto si se llega a ese escenario tan improbable como si no, el interés chino por los países emergentes será enorme, y tratará de mejorar su desarrollo a fin de convertirlos en aliados no solo políticos, sino principalmente económicos. En este sentido, como ya comentamos, China lleva ventaja gracias a sus grandes inversiones en muchos de ellos y su política de no entrar en cuestiones políticas internas que tanto incomodan a Occidente. Los chinos aparentarán poner el dinero sin condiciones, y eso es muy seductor. Occidente, por su parte, tendrá que jugar con su lustre y tratar de ser mucho menos paternalista con estos países, si es que puede. También tendrá que dejar a un lado su soberbia y entender que el camino hacia el desarrollo no tiene por qué pasar por asumir los postulados ideológicos occidentales ni mucho menos por seguir el camino histórico que supuestamente condujo a occidente a desarrollarse[5], aprendiendo a respetar a los demás. Pero, además, debería elaborar algún tipo de plan conjunto para no perderse en políticas individuales e individualistas que en muchas ocasiones entrarán en conflicto, al menos si el objetivo es la contención de China, porque, queridos amigos, ella nunca lo haría. Una de las ventajas chinas, de hecho, es la unidad de acción y de liderazgo, algo que en Occidente no siempre ocurre, y menos actualmente con el tipo naranja en la Casa Blanca. En resumen Creo que los movimientos fundamentales que vamos a ver a raíz de la epidemia desde ahora mismo son los expuestos hasta aquí. Sin embargo, hay algunas cosas que no debemos olvidar. En primer lugar, la Unión Europea. Cuál vaya a ser su evolución determinará la entidad y actuación de eso que he dado en llamar Occidente constantemente, asumiendo intencionada e implícitamente una cierta división en bloques. El análisis de la Unión Europea es bastante incierto y no es este el lugar de hacerlo, que bastante larga está quedando ya la cosa, pero baste resaltar su importancia y destacar que el brexit sigue pendiente, y es un asunto de importancia capital para la propia existencia de la UE debido a sus implicaciones, habrá que estar muy atento al desarrollo de las negociaciones que, yendo mal, van bien para la supervivencia e incluso refuerzo de la UE. En segundo lugar, conviene destacar, por si no se ha hecho ya bastante, o por si quedan dudas al respecto, que la posición de Occidente no es tan ventajosa como pudiese parecer a algunos, que sus triunfos no son tantos ni tan importantes, y por eso conviene afinar la astucia y ser más cuidadoso. Por último, que el ascenso de China es imparable (al menos en condiciones de paz y sin que surja algún nuevo cisne negro). Únicamente se puede aspirar de manera razonable a retrasarlo. Por ello, la primera opción que debería plantearse Occidente, y el resto del mundo, es si resulta rentable y, especialmente, justo o incluso necesario, mantener una política que sitúe a una parte del mundo frente a otra, en lugar de buscar formas de colaboración. Apéndice Uno de los mayores dilemas que se plantea con la situación actual estriba acerca de si se producirá un giro mundial hacia la izquierda, un cambio de paradigma general, desde las actuales tendencias neoliberales. En primer lugar, hay que indicar que dicho giro, de producirse, no significaría un cambio radical, sino una vuelta a algo más parecido a los modelos de los años 60 del s. XX, con una mayor conciencia de sociedad y mayor preocupación por el futuro y las consecuencias de nuestras decisiones, no tanto cortoplacismo, especialmente en lo que a beneficios empresariales se refiere. En segundo lugar, hay que tener en cuenta que los cambios históricos se nos presentan de forma engañosa. Habitualmente nos enseñan que tal o cual cambio se debió a tal o cual acontecimiento o crisis, pero lo cierto es que aquellos se producen durante periodos de tiempo más o menos largos y sin que los que los vivan sepan, evidentemente, hacia dónde van. Únicamente a posteriori los historiadores identifican las causas, pero repito, los cambios son progresivos y acumulativos, uno no se acuesta una noche en la Baja Edad Media y se despierta al día siguiente con la noticia de que ha empezado el Renacimiento. Así, mi opinión es que existen elementos que permiten albergar esperanzas en cuanto al cambio. Son elementos que ya estaban ahí, pero que esta pandemia ha reforzado, como el cambio climático o la degradación insostenible de los servicios públicos. No creo, sin embargo, que, en caso de que se produzca el cambio, este venga impulsado directamente por la pandemia, ni que se imponga de manera consciente salvo para algunas personas y colectivos más políticamente conscientes. Vendrá impulsado por la necesidad de afrontar los retos que la pandemia ha puesto aún más de relieve: la necesidad de combatir el cambio climático (ahora ya innegable y cuya relación con el tráfico, por ejemplo, el confinamiento ha expuesto de manera incontestable y casi radical) implica el pensar a largo plazo y valorar las inversiones, la necesidad de mantener sistemas de salud y de atención a nuestros mayores con la fortaleza suficiente, así como la necesidad de mantener sistemas de investigación fuertes que permitan responder ante nuevos desafíos, implica la necesidad de estados más fuertes, con más y mejores impuestos (más progresivos…), la evidencia de que hacer frente a las crisis con recortes es contraproducente implica también un reforzamiento de otros modelos impositivos más justos… Es decir, serán las necesidades, el puro pragmatismo, lo que implicará cambiar, casi sin darnos cuenta y sin que se reconozca abiertamente, los modelos de conducta que aplicábamos con el neoliberalismo, de lo contrario, un día Occidente se levantará y habrá perdido no solo el mundo, sino a sí mismo. Frente a esto, las resistencias habituales, profundamente ideológicas, aunque pretendan lo contrario. Veremos qué modelo se conforma durante el proceso de cambio que nos espera, sin embargo, tengo que hacer una última observación: el posible cambio de paradigma, sea como fuere que suceda, si es que llega, implica un cambio hacia posiciones más progresistas que son, inherentemente, más internacionalistas que otras conservadoras, por lo tanto habrá que ver cómo se conjuga esto con el posible incremento del nacionalismo y/o aislacionismo, que también puede actuar como freno u obstáculo al cambio de paradigma —recordemos los recientes ascensos de ultraderecha en todo el mundo—. Quizá, se me ocurre, podría salir la cosa por el lado de una profundización de la cooperación y unidad intrabloques mientas que se mantendría la rivalidad interbloques. Tampoco es que sea una perspectiva muy halagüeña, por mucho que pudiese traducirse en un Occidente, a la larga y a pesar de Trump, más social y unido. Al final, todo esto recuerda irremisiblemente al mundo de la Guerra Fría. En fin, no sé cómo acabará todo esto ni cómo será el mundo después, pero por lo que a mí respecta, al menos me he divertido escribiendo esto y me he sacado de dentro estos pensamientos. Incluso el mero hecho de ponerlo por escrito me ha permitido desarrollarlos y llegar a algunas conclusiones, así como valorar algunos aspectos, que en principio no me había planteado. No puedo pedir más. Buena suerte. [1] La palabra recolectar no es inocente, la política China se basa en la abundancia material, invierten, dan, y luego esperan que el aliado caiga por su propio peso. Tejen la red, de araña, si se me permite el símil, hasta que las relaciones vinculan a ambas partes de manera que desligarse es difícil para el aliado. Timeo danaos et dona ferentes. A pesar del tono usado, didáctico, esto no tiene que ser necesariamente negativo, tal y como se tiende a ver en occidente —lo que supone uno de sus grandes errores de calibración respecto a la política China—; aun desequilibrada, la relación puede ser simbiótica, no es, ni más ni menos, que lo que las naciones occidentales han intentado tradicionalmente y siguen intentando cuando hablan de la extensión de la democracia liberal. La única diferencia es que los chinos no incluyen en el paquete preceptos morales, dejando a cada cual su propia organización, lo que es una clara ventaja a la hora de lograr sus objetivos. El mayor peligro chino, y también su gran baza y su modelo, es su pragmatismo. [2] En La venganza de los Sith (sí, soy un friki, pero también extraigo conocimiento de cualquier parte) el maestro Windu propone informar al Senado Galáctico de la incapacidad de los jedi para mantener la paz, sin embargo, Yoda le hace ver que si hacen pública su debilidad, sus enemigos se multiplicarán. Siempre hay otros esperando la oportunidad para morder. [3] El mero hecho de tener que enfrentarse, de abrir frentes, indica que el poder blando, el respeto, la amenaza, ya no es suficiente por sí misma; y el hecho de hacerlo solo, implica que EE.UU. carece de aliados verdaderos y leales, lo que lo hace más débil. [4] Dejo un interesante artículo en el que se refleja buena parte de todo lo que he venido desgranando, lástima que no me haya dado tiempo a publicarlo todo antes de él: https://www.theguardian.com/world/2020/may/25/asian-century-marks-end-of-us-led-global-system-warns-eu-chief [5] Tratar este asunto requeriría otro comentario, así que por el momento me quedaré aquí; quizá me anime a redactarlo algún día.
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El futuro de verdad
Abordaremos hoy un aspecto fundamental de la crisis actual, tanto en su génesis como en sus repercusiones: el cambio climático. Es una parte que pensaba dejar para el final, pero a la vista de las últimas informaciones de estos días, he decidido aprovechar la ocasión. Paradójicamente, a pesar de su importancia, puede que sea la parte más corta; eso se debe a que resulta tan evidente que la controversia al respecto me parece ridícula, cuando no mal intencionada. Génesis Empecemos por el principio que, aunque aburrida, siempre es una manera muy organizadita de empezar. En los últimos 20 años hemos visto como al menos dos coronavirus han saltado desde los animales a los humanos causando epidemias y un poco de susto, además habría que añadir aquello de la gripe aviar, que rebrotó en Hong Kong con fuerza inusitada en 1997, causando también su poquito de alarma. Por no hablar del penúltimo brote de ébola. Es cierto que el actual mundo interconectado y superpoblado favorece la transmisión rápida de este tipo de enfermedades, pero, aun con eso, parece lógico preguntarse si hay alguna razón para tantas explosiones continuadas en los últimos años. No seré el único que ha leído comentarios de científicos y ambientalistas achacando estos brotes o rebrotes virulentos a la enorme y cada vez mayor presión del ser humano sobre el medio ambiente, la reducción de la biodiversidad y la invasión de los entornos naturales, liberando y facilitando la transmisión de los reservorios de virus de los animales hacia el ser humano. Poniéndoselo en bandeja, vamos. Ahí queda todo dicho, no creo que haya mucho más que añadir. Nudo Pero la influencia de la acción humana sobre el medio ambiente no acaba con la creación de nuestra propia amenaza, qué va. También nos encargamos de que sea lo peor posible para nosotros mismos. Podría pensarse que si algo bueno para el medio ambiente tendrá esta pandemia, será que ya no habrá ningún alcalde ni presidenta que se atreva a discutir la necesidad y efectividad de los recortes al tráfico, ni a sostener que la contaminación en Madrid no mata, pero eso sería obviar las carencias de algunos y la profundidad de la estupidez patria. En Alemania se amplían carriles bici y se refuerza el transporte público para lograr una movilidad que respete las recomendaciones sanitarias —que, es cierto, es prácticamente imposible mantener en el transporte público en lo que a distancia se refiere—, en España ya se anuncia la apuesta por el coche privado. Es ahora cuando se descubre que los aplausos también suenan a sarcasmo. Y apocalipsis ¿A pesar de todo, supondrá esta crisis una apuesta decidida para salvar el medio ambiente? Como con las demás facetas de esta, yo diría que no, sino más bien al contrario, al menos en el corto plazo. Los beneficios obtenidos para el medio ambiente, sobre todo en lo que se refiere a la reducción de la contaminación, no han sido deliberados, sino un efecto secundario de medidas con otros fines, sin embargo, en lo que respecta a la voluntad directa del ser humano, la cosa está peor: se ha incrementado la deforestación amazónica aprovechando la epidemia, por ejemplo. Por otro lado, el temor a la crisis en un sistema económico que se basa en la cantidad de producción no augura nada bueno: ahora que estamos en la absurda carrera por el desconfinamiento (a ver quién puede ponerse la más grande y ridícula medalla al respecto) y que de repente ya no hay enfermedad ni muertos, sino solo beneficios imposibles y crisis pecuniarias, el retorno a la actividad económica apunta a un aumento desaforado y alocado tanto de la producción como del consumo en cuanto sea posible con la excusa de salvar la economía. Como hemos dicho antes, las posibilidades de contagio provocarán también, en algunos países, el incremento del tráfico, y no solo en las ciudades: las mercancías volverán a sobrevolar y navegar alrededor del mundo en una carrera por vender y hacer dinero en las mayores cantidades posibles y en el menor tiempo posible. Por lo tanto, a corto plazo y medio plazo, el medio ambiente lo va a pasar mal. Pero como en el resto de los aspectos que trae aparejados esta crisis, una vez pasada la euforia inicial, y vueltas las aguas a su cauce razonablemente, volverán a escucharse las voces de aquellos con sentido, aquellos que sí son capaces de aprender. No creo que de esta situación vaya a venir un cambio radical, pero sí una mayor concienciación y mayores oportunidades a medio y largo plazo. El movimiento ecologista ganará fuerza, como ya hemos dicho no se le ocurrirá a nadie decir las sandeces que hemos tenido que aguantar con respecto a la contaminación (espero); los negacionistas, cuya nueva apariencia ya antes de la pandemia era la de los relativistas (aquellos que públicamente no niegan el cambio climático pero lo relativizan y lloran por la economía, buscando en la práctica que no se tomen medidas claras y decididas a favor del medio ambiente), sufrirán un golpe en sus posiciones, el poder que dio golpe tenga dependerá de cada uno de nosotros, pero no hay que olvidar la fortaleza de los intereses establecidos contrarios a cualquier cambio, una fuerza que solo se doblegará —y a partir de cierto punto lo hará espectacularmente, cayendo como un castillo de naipes, como en todo cambio de hegemonía— cuando crezca la fuerza de los intereses no solo estrictamente ambientalistas, también económicos (y aquí está la clave), favorables al cambio de paradigma. ¿Y entonces por qué has titulado esta parte apocalipsis? Porque es lo que nos espera si no actuamos pronto, porque ese corto plazo puede ser demasiado largo y estamos en una carrera contrarreloj, porque las consecuencias del cambio climático ya se sienten en todo el mundo y más de lo que habitualmente se piensa: en el incremento desmesurado de la población urbana de países en desarrollo que sufren estrés en sus recursos hídricos, lo que provoca inestabilidad, desempleo y es un catalizador de crisis como la guerra en Siria o la primavera árabe; en las crisis de abastecimiento de agua en Ciudad del Cabo, en las tensiones que ya afronta nuestra industria turística y que irán a más en verano por las posibles restricciones en el suministro… Vale, puede que apocalipsis sea un poco exagerado, pero permítaseme la licencia poética. La lucha por salvar el medio ambiente es la única que realmente importa, o debería, para la humanidad; es la única causa con trascendencia y poder transformador a largo plazo, pero además de una necesidad acuciante es inevitable, por lo que cuanto antes empecemos a pelear esta guerra con decisión, mejor para nosotros, incluso comparativamente hablando. Al final, volvemos al terreno de la responsabilidad personal. De res publica
Vayamos ahora a otro tipo de cuestiones, empezando por la afectación que esta crisis puede tener en el Estado como forma de organización. En épocas de crisis es habitual que la gente busque aquello que le hace sentir más segura, así, un retorno a los viejos estados-nación es casi obligado. Pero cuidado, porque esto depende de la concepción nacional previa. Por ejemplo, en España esta situación puede llevar a un reforzamiento de las posiciones independentistas en Cataluña: la argumentación de que el Estado español ha fallado y que de haber sido independientes todo se habría hecho mejor es fácil y, como cualquier contrafactual, irrebatible (lo que no implica ni mucho menos que sea cierto); de hecho, los enfrentamientos que protagoniza Torra con el gobierno bien podrían ir en la dirección de preparar y abonar dicha argumentación[1]. Por otro lado, si la conciencia nacional es relativamente débil o está vinculada a concepciones específicas o ideologías determinadas, puede conducir a un debilitamiento del poder estatal, sería el caso de lo que sucede en España, donde buena parte del sector conservador posee, no un sentido patrimonial del Estado y la nación, como habitualmente se dice —lo que implicaría que consideran que el Estado y la nación son suyos—, sino un sentido personal de los mismos, esto es, que ellos SON la nación y el Estado, es decir, que ellos SON España. Así, todo lo demás, aquello que discrepe, no serían España ni españoles, al menos no verdaderos españoles, por eso todo lo que sea un gobierno no conservador les resulta en realidad ilegítimo y, por lo tanto, resulta lícito atacarlo de cualquier manera (bulos, medias verdades…) y socavar su poder y autoridad —lo que no tiene nada que ver con la pandemia—, puesto que dicha actitud obedece a un fin superior: recuperar España para los verdaderos españoles (lógicamente ellos definen quiénes son esos verdaderos españoles[2]). Este debilitamiento del poder y legitimidad del Estado dificulta a su vez la respuesta a cualquier crisis, o cuestión concreta, no tiene por qué tratarse de una crisis, lo que a su vez ejemplifica la incapacidad e indignidad de los ocupantes del poder y contribuye a reforzar la posición de los atacantes. Esto es aplicable a cualquier país con fracturas internas semejantes a las españolas, ya sean de corte nacionalista, religioso…, lo importante es que dividan a la sociedad en grupos bien diferenciados y relativamente homogéneos. Estoy pensando, por ejemplo, en el Reino Unido, con el brexit y los problemas con Escocia. Pero también encontramos indicios de esta actitud, por ejemplo, en EE.UU., con las acusaciones de falta de patriotismo de Donald Trump a todos aquellos que se niegan a seguir su estrategia de culpabilizar a China por el brote. En cualquier caso, tal y como se puede leer en multitud de comentarios, el viraje hacia el estado-nación es perfectamente lógico no solo por cuestiones psicológicas o emocionales de apego e identificación, sino porque sigue siendo la entidad que conserva la potestad, el poder, para tomar las decisiones necesarias, tales como decretar el confinamiento o movilizar los recursos sanitarios, militares… que se precisen para garantizar la seguridad. Incluso desde el punto de vista económico, el concurso del Estado es esencial pues, aunque se reciban ayudas externas, deben ser canalizadas a través de la estructura burocrática y administrativa de los Estados. Por lo tanto, en general, es de esperar que esta situación traiga un reforzamiento del estado-nación clásico, de su papel y de su concepción. De hecho, como también se ha señalado en los diversos medios, incluso en Europa —la región más integrada del mundo— la primera respuesta a la pandemia fue estatal, con cierres de fronteras unilaterales incluidos, quedando la UE francamente sobrepasada, por no decir en ridículo. El término clave es, por supuesto, la seguridad. Es lo que hace que nos volvamos hacia nuestros respectivos Estados, pues son los garantes últimos de la misma; al fin y al cabo, la policía y el ejército dependen de ellos, y ya sabemos que cuando la seguridad se ve amenazada, los humanos retrocedemos en la evolución, el neocórtex se desactiva y estamos dispuestos a aceptar algunas cosas que de otra forma no aceptaríamos y a buscar liderazgos fuertes que aporten esa sensación de seguridad que las crisis destruyen y que es, por definición, imposible en circunstancias así. Es una respuesta evolutiva lógica: no puede haber libertad sin vida. Democracia o autoritarismo Algunos han disertado sobre la aparente mejor capacidad para dar respuesta a este tipo de crisis de los países no democráticos, en línea con la idea general sobre la lentitud e incluso ineficacia de los procesos de toma de decisiones democráticos, obligados a consultas y respeto a los Derechos Humanos antes de tomar unas decisiones que en casos de emergencia deben ser tan inmediatas como contundentes, y a la dificultad legal para aplicar los recortes necesarios de los derechos y libertades en según qué situaciones. Dicha opinión deviene de la actuación de China. Otros han opuesto las decisiones de los países democráticos, que han sido capaces de tomar decisiones similares a las chinas que han resultado tanto o más eficaces que las del gigante asiático sin tensionar su sistema jurídico-político, especialmente Corea del Sur. Me gustaría divagar un momento sobre esto. Por un lado, como se ha demostrado incluso en el caso de España, no es cierto que los países democráticos no puedan tomar según qué decisiones: los mecanismos jurídicos están habilitados en sus arquitecturas jurídico-constitucionales. Podría achacarse cierta lentitud general de las democracias en la gestión ordinaria, al menos teóricamente, pero en la práctica, comparativamente hablando, y si tenemos en cuenta también la eficacia de las decisiones, no creo que exista ninguna ventaja innata a favor de los regímenes no democráticos —cuidado, tampoco al contrario, aunque esto requeriría un desarrollo cuyo momento y lugar no es este—. Por lo que a situaciones de crisis respecta, la capacidad de las democracias ha quedado, en mi opinión, demostrada. No obstante, hay algo en lo que las sociedades democráticas deben permanecer muy vigilantes: el respeto a los derechos individuales, no vaya a ser que se escapen y recorten innecesariamente solo porque eso hace las cosas más fáciles o incluso por motivos más oscuros. En este sentido, las recientes declaraciones del Jefe del Estado Mayor de la Guardia Civil son, al menos, preocupantes. Es cierto que se puede tratar de un lapsus, pero traen una música que, intencionadamente o no, empieza a hacerse familiar, y que resulta muy peligrosa. Otra cosa es el entorno sociopolítico en el que las decisiones más duras y restrictivas son tomadas en las democracias y su capacidad para lograr su efectivo cumplimiento; ese entorno sí es importantísimo y puede determinar la eficacia definitiva de las medidas, sin embargo, no creo que esté directamente relacionado con la forma de gobierno de la sociedad. Me explicaré. Todos nos hemos quedado asombrados por la aparente disciplina con la que los chinos han seguido y aceptado el confinamiento[3]; y es cierto que esto es mucho más fácil si detrás existe un estado totalitario sin garantías de los derechos individuales, qué duda cabe. Sin embargo, la misma disciplina, al menos, la hemos visto en Corea del Sur. La clave es el entorno del que hablaba. Utilizo la palabra entorno en un intento de que el concepto al que aludo resulte lo más amplio y genérico posible, lo veremos mejor a través del ejemplo de estos dos países asiáticos: se ha comentado acertadamente que el bagaje cultural confucionista de la población sínica, que profundiza en la fidelidad, la lealtad, el orden y la jerarquía tanto a nivel social como familiar, conforma sociedades que acatan mejor las directrices del poder establecido. Si añadimos a esto el factor miedo por la amenaza a la seguridad personal de la que hablábamos antes, se dan las condiciones para un cumplimiento ejemplar del confinamiento y la aceptación de medidas que puedan recortar la libertad individual más allá de lo habitual o permitido en ambos países. Así, a los gobiernos chino y coreano les resulta relativamente fácil adoptar medidas tan duras, pues pueden estar relativamente seguros de contar con la obediencia e incluso aquiescencia de sus poblaciones, algo que resulta especialmente importante en el caso de países democráticos como Corea del Sur. Viajemos ahora a Europa. En comparación con el caso coreano, nos encontramos en primer lugar con una cierta reticencia, traducida en tardanza, a la hora de tomar las decisiones más duras. Eliminemos algunas variables específicas, como la divergente experiencia coreana y europea con los anteriores coronavirus (que apenas afectaron fuera de Asia) y cierta soberbia occidental. Quedan ahora mejor expuestas las reticencias para tomar estas medidas relacionadas con el miedo a la desaprobación pública. Lo veremos nuevamente mejor a través de un ejemplo: dejando a un lado las variables que acabo de indicar, ¿qué gobierno habría decretado por ejemplo en España el confinamiento o el cierre de fronteras mientras sociedad y medios nos ocupábamos en ofendernos por la clausura del Mobile World Congress en Barcelona? Recordemos que a la par se celebraba en Holanda (creo) un congreso similar —que tampoco se anuló—, y que por aquel entonces el coronavirus no era más que una gripe. Incluso algunos de los que después criticaron al gobierno por no haber decretado el confinamiento antes, lo culparon entonces por la clausura del Mobile. Es decir, el miedo a reacciones de la opinión pública contrarias sí es un factor que juega en contra de las democracias a la hora de tomar según qué decisiones, especialmente en aquellos países en los que, culturalmente hablando, determinados valores comunitarios[4], tanto social como individualmente, son relativamente débiles. Estos países suelen ser aquellos que muestran las sociedades más fracturadas, tales, precisamente, como España o Italia en la actualidad, aquellos de los que hablábamos al principio. Afinemos un poco más el concepto. En lugar de entorno, usaremos otro: legitimidad, concretamente legitimidad de la autoridad. El confucionismo contribuye a legitimar la autoridad, el liberalismo, con su individualismo, la socava. Las democracias son el mejor mecanismo que ha encontrado el ser humano para lograr el necesario punto intermedio entre el mantenimiento de las sociedades humanas como proyectos comunes, con lo que eso implica de cesión de libertad, con el respeto a la esencia del ser individual y a sus derechos y libertades innatas; pero existen mecanismos disruptores. Uno puede ser un excesivo amor por el Estado o un líder concreto, otro puede ser el neoliberalismo. Ambos, cada uno, en sentido opuesto, son negativos. Para el caso que nos ocupa, un excesivo individualismo puede llevar a una oposición innata a las medidas del gobierno, lo vemos por ejemplo en ciertos sectores norteamericanos, para los que el gobierno es siempre y per se sospechoso e incluso enemigo; pero también en sociedades como la española este sentimiento existe, mezclado con componentes patrios como la supuestamente elogiable picaresca: cualquiera que haya ido a hacer la compra estos días, por ejemplo, ha podido comprobar la muy personal manera de algunos de respetar las medidas de seguridad, y no es raro que haya sido testigo de algún enfrentamiento o discusión al respecto; por otro lado, las noticias sobre sanciones, etcétera, son habituales y llamativas tanto aquí como en Italia. En la práctica, paradójicamente esto nace del fracaso de la construcción del Estado liberal en el s.XIX, y no tanto de la concepción individualista del liberalismo (exacerbada por el neoliberalismo), que precisamente por ese fracaso previo encontró un sustrato ideal, unas condiciones magníficas para injertarse en el individualismo ya existente. Es decir, el fracaso a la hora de construir el estado-nación (tanto en la creación de la conciencia nacional a través de los dos clásicos mecanismos fundamentales, escuela y servicio militar[5], como en la prestación de servicios efectivos que lo justifiquen frente a la población) produce falta de confianza en el mismo, y necesidad de valerse uno mismo de manera más radical. En La confianza, Fukuyama exponía que ese fracaso era el germen de la mafia en Italia, que sustituyó al Estado en la prestación de los servicios básicos de los que debería haberse encargado, como el apoyo a ciertos colectivos, el mantenimiento de un cierto orden social y económico (con un cierto sistema de justicia) o, incluso, algunas obras públicas, articulando la sociedad; de ahí su tremendo arraigo y poder en algunas zonas. La cuestión es que, cuando falla la legitimidad, es imposible construir la lealtad. Mientras, otros países de Europa han optado por las mismas medidas o similares, pero el clima social, por llamarlo de alguna manera, es distinto. Hay que reconocer, es cierto, que la afectación por la pandemia no ha sido tan acusada, no ha explotado de la misma manera que en España e Italia, pero la «forma social» de la manera de afrontar la respuesta a la pandemia es diferente. No pretendo decir que en otros países no haya quien se salte el confinamiento o que no existan críticas, ni mucho menos, pero sí que la forma de aceptar la responsabilidad personal al respecto es diferente según la herencia cultural. Dicho de otra manera, a nosotros en general nos cuesta aceptar este tipo de normas más que a otros con una herencia cultural de tipo protestante, en la que el concepto de ética personal está mucho más implantado, siendo la responsabilidad individual, lógicamente, el centro de dicho concepto. Todo ello deviene de las implicaciones de la doctrina de la predestinación, lo que en su momento se tradujo en cambios sociales y éticos, pues era menester mostrar que se estaba predestinado a la salvación mediante el éxito económico y la obtención de una posición social, lo que implicaba a su vez una ética personal que era prácticamente pública, que se ejercía hacia fuera, sin nada que esconder, y que se aplicaba con rigor, pues lo que estaba en juego era nada menos que la vida eterna, y el primero que debía ser convencido, para la propia tranquilidad, era uno mismo. Volviendo al tema de la toma de decisiones, existe otro elemento que interfiere en las mismas y que se produce de igual manera en sociedades democráticas y no democráticas: el miedo a las represalias en caso de transmitir malas noticias a los superiores. Esto, que ha sido tan criticado en China, también sucede en España, y está relacionado con la existencia de jerarquías autoritarias con procedimientos de selección no relacionados con el mérito y las capacidades propias, sino con sistemas clientelares, lo que a su vez produce que las organizaciones en que esto se da registren en sus niveles de mando un relativamente bajo nivel de compromiso con los objetivos que teóricamente tienen asignados o, al menos, su supeditación a otros intereses mucho más personales, o de grupo, pero privativos en cualquier caso. Es un problema realmente grave, pues cortocircuita la transmisión de información, impidiendo la toma de decisiones a tiempo o, al menos, la toma de decisiones correcta y completamente informadas. Nuevamente estamos ante una cuestión de ética personal y responsabilidad individual, lo que nos vuelve a colocar en el marco social y cultural y evoca inevitablemente las tesis expuestas por Daron Acemoglu y James A. Robinson en su obra Por qué fracasan los países. En esta crisis concreta que vivimos, todo este asunto de la responsabilidad personal y la ética es especialmente importante, dado que al final esta pandemia es un asunto de responsabilidad personal: lo único que puede evitar el contagio es el compromiso profundo e individual para con las medidas de higiene y distanciamiento social, y la medida de la ética personal la da el hecho de seguirlas independientemente de lo que hagan los que nos rodean, únicamente porque se posee la convicción íntima de que es lo que se debe hacer, dicho de una forma más filosófica, seguir las recomendaciones es practicar el bien. Volviendo al tema Una vez asentado que no es cuestión de democracia frente a autoritarismo y que la clave está en la confianza en el gobierno y el Estado —algo básico en el oriente confucionista y muy laminado en el occidente neoliberal individualista y asaltado por populismos de derechas—, lo que genera legitimidad y, con ella lealtad, y que deviene de una ética íntima profundamente asentada, retornemos a la repercusión que esta crisis tendrá sobre las formas políticas. El fortalecimiento del estado-nación del que hablábamos al principio podría coadyuvar, junto con el posible proteccionismo económico que ya comentamos, a un repliegue de los estados sobre sí mismos, a una desconfianza internacional y a un debilitamiento de la cooperación transnacional, pero ya veremos eso más adelante. En esta parte estamos hablando sobre el Estado, y se me ocurren dos principales consecuencias. Por un lado, la repercusión en cuanto a las tensiones centrífugas en los países que las sufren, como España; por otro, la repercusión en cuanto a autoritarismo se refiere. En cuanto a los países que sufren con mayor fuerza las tensiones centrífugas (y las centrípetas que suelen acompañarlas como reacción), como ya indicamos al principio lo más probable es que esta crisis cause un reforzamiento de las concepciones independentistas, con el consiguiente incremento de la tensión interna. Para aquellos que ya están convencidos, salvo que el gobierno estatal haya realizado una gestión tan magnífica que sea imposible la más mínima crítica, achacar la culpa de lo ocurrido al gobierno, o simplemente suponer que de haber sido independientes todo habría salido mejor, es un recurso muy fácil. Entrarán aquí en juego los sesgos, como el de confirmación. La situación también es un vector de propagación del independentismo, tanto más eficaz cuanto más haya sufrido la sociedad que, inmersa en el dolor, siempre estará dispuesta a buscar culpables sin atender a demasiados argumentos. El impacto verdadero de la pandemia en esta cuestión dependerá por supuesto del número de convencidos, cuantos más independentistas se refuercen, más impacto tendrán las nuevas movilizaciones que, plausiblemente, seguirán a la pandemia[6], y más masa crítica propagará sus ideas, incrementando la posibilidad de lograr nuevos adeptos a la causa. La respuesta de los Estados ha de ser manejada con cuidado, el recurso a la represión y a un mayor autoritarismo puede ser una tentación; cuanto más débil y/o menos democrático sea el Estado, mayor tendencia a ello. En lo que se refiere al autoritarismo, hay que tener en cuenta que una pandemia de estas características es potencialmente desestabilizadora. ¿Qué ocurrirá en los países menos desarrollados con regímenes poco transparentes y formas de gobierno poco asentadas? La posibilidad de protestas (al menos cuando se contenga la pandemia) y el descontento generalizado que pueden provocar la caída de gobiernos de maneras poco amables es evidente: golpes, alzamientos… La tentación de esos Estados de ejercer la fuerza para mantener el control antes, durante y después de que la pandemia llegue a su territorio será demasiado grande. Otra variante de lo anterior es la de determinados Estados cuyos dirigentes aprovechen el miedo generado por la pandemia para acumular más poder. Es lo que estamos viendo en Europa en el caso de Hungría y Polonia, países que ya vienen laminando los elementos democráticos y que aprovechan el plus de miedo de la enfermedad. En resumen Todo lo anterior se condensaría en un diagnóstico relativamente sencillo: la pandemia va a someter a un gran estrés a los Estados según sus fracturas internas previas, pero la necesidad de combatir un peligro común y el miedo generado por la enfermedad que conducen a un debilitamiento de la consideración debida a los derechos individuales, así como la necesidad de un liderazgo claro y fuerte, pueden conducir a que se opte por modelos de autoridad reforzada para afrontar esas tensiones y ese estrés del principio. Esto puede ser un error estratégico de primer orden. En primer lugar, porque, como demuestra la historia reciente, las situaciones de crisis son impredecibles y el enfrentamiento como táctica puede acabar siendo contraproducente. En segundo lugar, porque esa desconexión del neocórtex, esa necesidad de un liderazgo fuerte e incuestionado será temporal, y después habrá que hacer frente a las consecuencias y responder por lo que se hizo —o lo que no—. En cualquier caso, no creo que esta pandemia logre cambios de régimen generalizados por sí misma. Los países con regímenes autoritarios que poseen un mayor control de la sociedad y que tienen a su disposición un poder estatal bien asentado, podrán controlar sin demasiados problemas las posibles derivas, un ejemplo sería Irán, uno de los países más afectados por la pandemia al inicio y que padecía las sanciones económicas, por lo que se podría haber pensado en una caída del régimen, pero ahí sigue, y ya está reabriendo. Sin embargo otros países, por ejemplo en África, donde el control estatal sobre el territorio y la población es más laxo, son terreno abonado para las revueltas a poco que la pandemia tenga cierto impacto: cualquier facción puede aprovechar o directamente instrumentalizar el descontento para alzarse. Otro caso digno de atención será América Latina, compuesto por democracias frágiles, Estados débiles y sociedades polarizadas que arrastran multitud de problemas previos y en las que la respuesta a la pandemia está siendo dispar y poco efectiva, lastrada por la debilidad estatal tanto en lo que a su poder se refiere como en lo que atañe a los servicios públicos. En estos países, en los que se está viendo un contraataque fortísimo de la derecha en los últimos años, quedarán al descubierto las debilidades de los sistemas públicos en comparación con los gestionados, o al menos el intento de ello, por los gobiernos del anterior periodo político. Esto seguramente incremente el enfrentamiento político izquierda-derecha tan clásico y tan exacerbado últimamente en este continente y, teniendo en cuenta la historia que han producido allí este tipo de enfrentamientos, las perspectivas pueden no ser demasiado buenas. Otro aspecto esencial, relacionado con lo anterior y que de alguna manera hemos esbozado al hablar sobre el surgimiento de la mafia en Italia, es el de los países débiles pero sin facciones opositoras que aspiren al poder político de manera directa. En ellos, determinadas organizaciones pueden sustituir las funciones estatales en el sostenimiento de la sociedad, lo que generaría legitimidad y lealtad hacia ellas. El problema surge cuando nos cuestionamos los intereses de esas organizaciones. Esto, al parecer, ya está sucediendo en regiones de Italia con la mafia, de Oriente Medio con Hezbolá o los Hermanos Musulmanes, o en América Latina con cárteles de narcotráfico y otras organizaciones criminales. El reforzamiento que obtendrán, con el consiguiente debilitamiento de los correspondientes Estados, lo padeceremos en los próximos años, ya sea frente a atentados islamistas o con incremento de la criminalidad organizada. Por lo que a España se refiere, junto a las tensiones nacionalistas y a la deriva de la UE, aspectos que ya hemos tratado, las principales consecuencias están relacionadas con los polvorines africanos (sahel y áfrica subsahariana) y latinoamericano, por lo que atañe a la inmigración, la seguridad (actuación, repercusión e incluso llegada de nueva criminalidad organizada así como islamismo radical) y las repercusiones económicas debido a los intereses de las empresas españolas en estos países; como se ve, las mismas materias de siempre, pero sacudidas por la pandemia, lo que las hace más impredecibles y peligrosas, pues España es, por su situación geográfica y su historia, centro no solo de paso, sino de asentamiento de organizaciones criminales ya sean yihadistas o de crimen organizado que en poco tiempo podrían proyectar aquí su nuevo poder. [1] Esta parte está escrita hace casi dos semanas, lo aclaro porque las recientes declaraciones de la portavoz del Govern encajan a la perfección, y como a todos, en ocasiones a mí también me gusta tener razón. [2] Quienes pensaran que el problema nacionalista se limitaba en España al eje centro-periferia, se equivocaban, la fractura económica se une a un evidente sesgo nacionalista debido a nuestra historia reciente. [3] Digo aparente porque la transparencia informativa del país no es precisamente la mejor, menos ahora después de la expulsión de corresponsales americanos. [4] Para que no haya confusiones: cuando hablo de esos valores comunitarios, me refiero principalmente a la aceptación del sacrificio propio por el bien común, social, en el bien entendido de que dicho bien es, a la vez, un bien propio, si bien puede que de una manera genérica o indirecta. [5] En España en el s.XIX la escuela se dejó en manos de la iglesia, que no crea conciencia nacional, pero sí religiosa, siendo ya demasiado tarde cuando se iniciaron los intentos de crear un sistema nacional de educación púbica. Por otro lado, el servicio militar no era igual e igualable para toda la sociedad, sino que las capas más adineradas podían evitarlo pagando, lo que lo convirtió en algo propio de los pobres, que eran los que sangraban y morían por el país. [6] Atención, no olvidemos que vivimos en el s.XXI, las movilizaciones sociales no tienen por qué asumir necesariamente la forma de manifestaciones en las calles, las redes sociales pueden también ser escenario de ellas, especialmente en situaciones como la actual en que la proximidad física es difícil o imposible (hay que tener esto en cuenta también a la hora de considerar reacciones sociales en países que podrían reprimir manifestaciones). Antes de continuar, debo proceder a una actualización o, más bien, enmienda a lo anteriormente expuesto. Y es un caso que me resulta doloroso porque se trata de algo que suelo tener presente pero de lo que, a la hora de redactar la parte económica del comentario, me olvidé, creo que en un acto de sesgo o ejemplo de la influencia que puede llegar a tener el pensamiento único mediático neoliberal asentado por desgracia en nuestra sociedad. Afortunadamente, el programa de Évole me volvió a poner en mi lugar, lamento no recordar el nombre del economista al que entrevistó y en cuyos comentarios baso esta enmienda.
Hablé anteriormente de la deuda y de su inevitabilidad, hasta ahí nada que objetarme, pero no profundicé lo suficiente en el mecanismo, hablé de los intereses de la deuda, pero no fui más allá. Eso es lo que pretendo subsanar. La cuestión en sí es como se hace llegar la liquidez, el dinero obtenido por el Estado a través de la deuda pública, la deuda de todos, a las empresas —una de las patas esenciales para sostener la economía y el sistema productivo nacional de manera que la salida de la crisis sea lo más rápida y enérgica posible—. El mecanismo elegido es el sistema bancario, es decir, que se convierte una deuda de todos, de manera gratuita, en una deuda privada. ¿Por qué? Se trata de inyectar dinero a las empresas para que aguanten, ¿por qué se hace a través de los bancos? Primero porque si no, no se ganaría tantísimo dinero como se puede ganar (por parte de los bancos, claro, que poseen un inigualable acceso al poder político), lo que obviamente sería un desperdicio (para ellos, ya expusimos que la masa de deuda generada será una rémora para la sociedad y la economía); y segundo, porque años de lavado de cerebro neoliberal han configurado las mentes, de manera que solo se recurre a lo ya conocido, es decir, la subcontratación del servicio[1]. Que lo haga el BCE tiene cierta lógica: el BCE es lo que es y no puede hacer otra cosa —ni le van a dejar—, pero recordemos que este mecanismo ya se intentó en la pasada crisis, en la que los bancos iban a trasladar el dinero a la economía real, y se lo quedaron para reforzar sus castigados balances, un gran negocio. El problema está en no buscar otros mecanismos. Por un lado, el dinero lo podría prestar directamente el Estado, aunque eso requeriría una infraestructura de la que actualmente no dispone, y Dios nos libre de crear algo parecido a una banca pública o de reforzar hasta tal punto el ICO[2], ni siquiera en una emergencia, no vaya a engordar el Estado, que es algo casi tan malo como ser comunista, con lo delgadito que nos estaba quedando. Por otro lado, se podría hacer como en Alemania, Reino Unido o incluso EE.UU. (la patria neoliberal) y canalizar ese dinero a través de… nacionalizaciones (y aquí es cuando suenan los truenos, brillan los rayos cegadores, el suelo tiembla y aparece Satanás en toda su cabritud). O, dicho de otra forma, el Estado podría entrar en el capital de las empresas que lo necesitasen, apoyándolas, sosteniéndolas y quedándose hasta recuperar la inversión con los beneficios en los casos en que fuese posible, y asumiendo las pérdidas en los que no. Esto también comprometería los beneficios futuros de las empresas, igual que haría la deuda, pero con dos diferencias: sería más barato, al eliminar el beneficio de los intermediarios bancarios (lo que reduciría algo la deuda necesaria a emitir), y eliminaría el riesgo del vencimiento temporal de los pagos sujetos a calendario, y el posible concurso de acreedores: no es lo mismo tener un acreedor interesado en cobrar que un socio interesado en salir adelante. No obstante, la sola mención de la palabra nacionalización ya provoca las más serias advertencias sobre que nos vayamos a convertir en comunistas, que como todo el mundo sabe es lo peor que le puede ocurrir a uno. Afortunadamente, los próceres más ilustres e inteligentes ya nos advierten contra ello, encargándose una vez más en nuestra historia de que España sea la reserva espiritual de Europa y no siga los peligrosos y pecaminosos caminos del resto de Europa, a ver si ahora nos vamos a volver pragmáticos. ¡Que inventen ellos! Y amén. Después alguien preguntará por qué España, a pesar de crecer, carece de colchón para afrontar crisis, y nuestra respuesta será el orgullo patrio herido, que es la respuesta de los que no tienen respuesta o, más aún, de los que no quieren buscarla, no vaya a ser que haya que mirarse en un espejo y lo que se vea… Dejando a un lado la ironía, es evidente que el mecanismo de avales puede liberar mucho más dinero que la intervención directa, y que la estructura económica del país hace prácticamente imposible que el Estado pueda entrar en todas y cada una de las PYMES que lo necesitarían, pero ambos mecanismos se podrían combinar y si el Estado eligiese de manera inteligente en qué empresas entrar, en base a su importancia estratégica como sostenedoras de determinadas cadenas productivas, por ejemplo, quizá no serían necesarios tantos avales y, a medio y largo plazo, la posición del Estado y la economía serían más sólidas por la garantía que otorga tener al Estado como accionista por un lado y por el retorno en forma de beneficios que recibiría el Estado, por otro. La confianza y la estabilidad que ella genera no son capitales nada despreciables en economía. Por no hablar del hecho de evitar que determinadas empresas más o menos estratégicas puedan caer en manos extranjeras que se aprovechen de su debilidad financiera. Una última puntualización. Cometí otro error en el anterior comentario acerca de la Renta Mínima Vital: mis consideraciones están hechas en referencia al concepto de Renta Básica Universal, es necesario tener en cuenta a la hora de leerlo que mis comparaciones y el marco teórico del comentario están referidas a dicho concepto, que no es exactamente el que pretende implantar el gobierno, aunque posee elementos comunes con aquel y podría ser un primer paso. [1] En otros comentarios anteriores ya alerté del gran problema que supone el recurso constante a una serie de medidas y procederes estándar simplemente por costumbre, lo que limita enormemente las posibilidades. Pero peor es lo que ocurre cuando sistemáticamente se ataca a aquellos que proponen algo novedoso. [2] https://elpais.com/economia/2020-04-07/competencia-investiga-a-los-bancos-por-colocar-productos-propios-a-los-que-piden-creditos-con-avales.html Otras consideraciones
Continuo hoy con otras consideraciones dentro de la parte económica. Primero, p’adentro Empiezo con un apunte interno. Es evidente que cualesquiera que fuesen los cuadros macroeconómicos que manejase el gobierno, ya no sirven para nada. Su plan de incrementar impuestos a las grandes empresas para financiar gasto público debe ser revisado, aunque quizá solo de momento: habrá que vigilar los beneficios de esas empresas, incluso por sectores, para comprobar cuándo puede volverse, en función de la recuperación, a esa senda. En este sentido, el gran pacto nacional propuesto por Sánchez sería una gran noticia, pero debería empezar a llenarse de contenido —que es lo importante— cuanto antes, pues es urgente la aprobación de nuevos presupuestos, que ya deberían recoger los acuerdos a que se llegue en dicho pacto, dentro de un nuevo marco macroeconómico plurianual, para evitar perder un año en lo que debería ser el desarrollo de un nuevo modelo de país. Sin embargo, nos encontramos con que la extrema derecha y la derecha extrema se oponen si quiera a participar. ¿Por qué? Junto a la estrategia de crispación y enfrentamiento que adoptan desde hace años, y a la competición entre PP y VOX por ver quién es más macho (con esperpento sobre el número de diputados que enviar al Congreso incluido), la principal razón es que esta crisis está poniendo al descubierto el desastre de las políticas de recortes y privatizaciones en todas las administraciones públicas. Los principales acuerdos que lógicamente cabría esperar de ese gran pacto nacional serán los relativos a mayor inversión y refuerzo del sector público; siendo dichas opciones políticas los principales adalides (aunque en los últimos años no las únicas) de estas políticas, asumir algo así sería como enmendarse a sí mismos, por lo que lo más probable, viendo los antecedentes recientes de su comportamiento, es que seguirán defendiendo su propuesta contra viento, marea y realidad. Sánchez lo sabe, y por eso insiste tanto. Es una estrategia ganadora para él en cualquier caso, puesto que si aceptan entrar en la negociación, tendrán que asumir esa enmienda —aunque también tendrán la posibilidad de rebajarla aliándose con otros sectores conservadores, incluso dentro del PSOE—; y si finalmente no aceptan participar, serán acusados de deslealtad, como mínimo. Veremos en qué queda. ¿Renta mínima vital? En este contexto, aparece la propuesta de la renta mínima vital, cuya aplicación en este momento resulta controvertida. Más allá de las incertidumbres que la medida produce por sí misma, su aplicación en la actual coyuntura enfrenta a los principales actores políticos a algunas contradicciones. Por un lado, no hay que olvidar que se trata de una medida del programa con el que las formaciones que integran el gobierno se presentaron a las elecciones y del subsiguiente acuerdo de gobierno, por lo tanto, como afirma el PP, es una medida de partido —o de parte[1]—, lo que implica que existe un compromiso del gobierno para llevarla a cabo que debería cumplir; por otro lado, y dado el calado que una medida así tendría, así como la intención declarada del gobierno de que sea una medida permanente, lo lógico y más recomendable sería acordarla dentro de esos nuevos Pactos de la Moncloa, o como quiera que se llamen, constituyendo su aprobación fuera de ellos una cierta deslealtad del gobierno para con los otros partidos y actores implicados y una rebaja del calado y trascendencia que el propio gobierno afirma querer dar a los mismos. Al mismo tiempo, resulta evidente que la situación económica actual ha dejado a muchas familias en una situación de necesidad y vulnerabilidad extremas, por lo que urgen medidas que palíen dicha situación y reduzcan tanto como sea posible su sufrimiento, y que al mismo tiempo permitan sostener un cierto nivel de consumo y, con ello, a la economía. Por otro lado, la extrema complejidad de dicha medida aconseja un diseño bien calculado y meditado, lo que inevitablemente requiere de tiempo. Aprovechar la ocasión para implantar la renta mínima vital —teniendo claro que es algo que en cualquier caso se iba a llevar a cabo— es el tipo de actuación que cabría esperar de un gobierno solvente y con visión de futuro, pues evitaría aplicar ahora medidas que después deberían ser modificadas o derogadas en una sucesión normativa que solo generaría confusión, desperdicio de recursos administrativos y falta de seguridad jurídica (y por ello un flanco desprotegido para los ataques políticos al gobierno); sin embargo, y sin menospreciar el trabajo que seguro ya hay realizado al respecto de la misma, lo sería aún más si se postergase su diseño e implantación hasta la discusión de esos acuerdos nacionales, aún a riesgo de que el necesario acuerdo y concurso de otras fuerzas políticas y actores sociales resultase en una rebaja de la medida —algo indeseable por otro lado, pues su éxito a largo plazo depende en buena medida de que su extensión y profundidad, en base a los modelos teóricos que la propugnan, sean lo mayores posibles—; esto es así porque una renta mínima vital a nivel nacional constituye un hecho revolucionario y sin precedentes a nivel mundial, lo que implica la necesidad de que exista un cierto acuerdo nacional al respecto que la blinde a largo plazo. Por supuesto, vista la oposición frontal de casi todos los sectores conservadores a dicha medida[2], su inclusión como materia de discusión dentro de los pactos supondría un escollo prácticamente insalvable y pondría en peligro los pactos mismos, mientras que su adopción por fuera, dada como ya se ha dicho la trascendencia tanto histórica como presupuestaria y por supuesto económica y social, los condicionaría inevitablemente. Queda ahora clara la contradicción a la que se enfrenta el gobierno: tiene razón el PP en sus críticas acerca de la forma de adopción de la medida, pero también el gobierno acerca de su necesidad, encontrándose a su vez atrapado entre la posibilidad de diseñar una renta mínima vital efectiva y que pueda recibir tal nombre de acuerdo con los estudios y propuestas que la postulan, pero que carezca de un consenso fuerte de cara al futuro; o aprobar una renta mínima descafeinada pero consensuada (por la fuerza de la situación actual, claro) con los partidos y sectores conservadores. Todo ello sin perder de vista la emergencia vital de muchos hogares en este mismo momento, algo en lo que también tiene razón el vicepresidente segundo. La opción del gobierno, vista la disyuntiva, pasa inevitablemente por diseñar y, llegado el momento, implantar la medida aun sin acuerdo y, entretanto, tratar de negociarla dentro de los pactos que anuncia, llegando a modificarla según los mismos si ya estuviese en vigor en el momento de que se alcanzasen esos pactos, de manera que pudiese surtir efectos positivos en la población que influyesen en la posición negociadora de los partidos y actores sociales. Dicho de otra forma, que el apoyo popular a la medida fuese tan amplio, una vez que se comience a disfrutar, que ningún partido se atreva a plantear abiertamente, no ya su abolición, sino siquiera una rebaja sustancial de su contenido o alcance, limitándose la negociación a meros retoques; es decir, el gobierno, si desea realmente implantar una medida que bien podría ser su legado, debería optar por la vía de los hechos consumados. Para ello sería recomendable que, una vez que se instaure la medida, sea lo más perfecta posible en su diseño, de manera que se eviten en la medida de lo posible posteriores rectificaciones y fallos que darían munición, corta pero suficiente mediáticamente hablando, para atacar la medida y ridiculizar al gobierno. Todo ello aconseja un poco de sosiego en este momento. Sin embargo, lo anterior no implica que no se pueda instaurar una renta mínima vital puente, incluso sería positivo como programa piloto de cara a afinar la medida final, siempre y cuando resulte meridianamente claro para la población que no se trata de la renta mínima vital definitiva, sino una medida temporal, de crisis. Aquí las palabras juegan un papel esencial, y quizá, aunque se diseñe esencialmente como tal, sería mejor no denominarla renta mínima vital, ni siquiera con el añadido de «puente»: nuevamente la discusión, que tanto conoce Iglesias, sobre los significados y los significantes. Por lo tanto, el gobierno tiene que elegir entre recibir acusaciones de improvisación y falta de proyecto y asumir ese desperdicio de recursos administrativos y una cierta inseguridad jurídica si decide atender ahora a los que lo necesitan con una medida extraordinaria (llámese renta mínima vital puente o como se quiera), continuando paralelamente con un diseño e implantación de la renta mínima vital sosegados; o recibir las quejas de los que lo están pasando peor económicamente en estas circunstancias y la responsabilidad y acusaciones desde todos los sectores —también de los que se oponen a la medida— de abandonarlos si decide no asumir el desgaste que supondría el anterior supuesto y esperar a tener la renta mínima vital completamente perfilada antes de ayudar a los más necesitados. Esto es lo que supone gobernar. Por mi parte, creo que moralmente no hay duda sobre que opción asumir, especialmente teniendo en cuenta que la renta mínima vital es una propuesta tan compleja e innovadora que realizar ajustes en la misma según la experiencia que se vaya teniendo va a ser prácticamente inevitable. Oro negro Cambiando de asunto, mención especial en todo este lío en el que estamos merece la caída del precio del petróleo. Ya estamos todos más que familiarizados con la importancia de este dato y sus implicaciones, pero en la guerra que se viene librando entre los países productores, esta situación puede tener consecuencias inauditas. Hablaremos más de este asunto en la parte de las repercusiones internacionales, baste apuntar por el momento, para tenerlo en cuenta también más adelante, la situación económica de Rusia, Venezuela, los países del Golfo Pérsico y Texas, ese estado americano tan económicamente dependiente del petróleo cuya industria del fracking ha conseguido mantener a EE.UU. como el primer productor mundial, pero con un nivel de rentabilidad que, aunque no bien definido, es en general muy superior a los precios actuales, lo que puede llevar a la ruina a muchas «pequeñas»[3] explotaciones que seguramente acabarán en manos de las grandes compañías petrolíferas, y cuya crisis económica podría ser una rémora importante para la economía americana. Tan importante y peligrosa es la situación, que recientemente los productores han llegado a un acuerdo para restringir la producción con la esperanza de que el precio suba, ¿es el fin de las divergencias entre los países productores? No lo creo, pero es un acuerdo de emergencia dada la situación. ¿Globalización? Todo lo anterior, y lo que me dejo en el tintero, obliga a replantearse la globalización tal y como la hemos conocido hasta ahora. Trump ya puso en cuestión, aunque de manera a su vez cuestionable, las deslocalizaciones industriales; ahora los países europeos comprobamos dolorosamente en una situación de crisis que carecemos de la capacidad de producir elementos esenciales (los ahora famosos EPI, respiradores...). Por fuerza, habrá que replantearse la desindustrialización, especialmente en sectores que pueden resultar estratégicos[4], y podríamos encontrarnos en una carrera entre países para producir según qué productos dentro de sus fronteras, concediendo ventajas fiscales[5], por ejemplo, para lograr la implantación de esas empresas y que sean rentables en condiciones normales, logrando así retenerlas. Es evidente por tanto que el concepto de globalización, tal y como lo hemos conocido hasta ahora, va a sufrir; el riesgo aquí es caer en un simple todos contra todos, un nuevo proteccionismo que tensione aún más la economía y el comercio internacionales, incluso aunque trajese el beneficio del control de la circulación de capitales. En este sentido, la UE ofrece una oportunidad de coordinación inmejorable para abordar este reto, siempre que se logre actuar con lealtad y unidad, pero para ello previamente habría que lograr una profundización del esquema europeo, una mayor y verdadera integración, que debe venir de la mano de una mayor democratización; algo comentaremos sobre esto y sus dificultades en otra sección. Una importante repercusión de esta posible reorganización de la producción y la logística mundiales la van a sentir las economías basadas en la exportación, principalmente en oriente, que podrían pasar apuros económicos si occidente decide hacer retornar la producción de algunos bienes en cantidades más o menos significativas y reindustrializarse. Cabe la posibilidad de que ese movimiento pueda ir más allá de una cierta reestructuración estratégica para algunos bienes y convertirse en un nuevo paradigma —¿a qué político no le gustaría presumir, a lo Trump, de haber traído las industrias y el empleo de vuelta? ¿Se imaginan todas las fábricas de Zara en España? Pero ¿es eso asumible con los costes de producción españoles? ¿Admitirían otros países esas prendas si se les deja sin una parte de su ciclo productivo? ¿He oído la palabra aranceles?—, lo que podría hacer bastante daño a la economía de esos países. Cabe la tentación de pensar que incluso en occidente podría notarse, por ejemplo Alemania podría ser víctima de ello si los distintos países de la UE adoptasen ese paradigma (estoy pensando principalmente en los países del sur) y se volcasen en producir de manera masiva los bienes que ahora se compran a Alemania. Sin embargo, algo así resulta fantasioso por la propia falta de capacidad de estos países (si fuese tan sencillo, ya habría empresas que lo hiciesen en un entorno de libre competencia) y requeriría de un nivel de injerencia estatal en el mercado y de unas políticas de apoyo (regulatorias y económicas, como subvenciones) enormes por parte de los estados prohibidas por las normas del mercado común: una vez más es la UE la que actuaría de paraguas para evitar las peores consecuencias, pero a medio plazo es una opción que los países del norte no deberían obviar, especialmente a la hora de fijar sus posiciones en cuanto a las medidas de respuesta a la crisis actual, que tanto tensionan la unidad europea, y con tanto ultranacionalista suelto. No hay que olvidar que el mundo de la fantasía, en ocasiones, da sorpresas, y si no que se lo digan a los brexiters. Ahí queda. Pero las implicaciones de esta reestructuración podrían ir más allá. La legitimidad del gobierno chino se basa principalmente en su capacidad para lograr incrementar las condiciones de vida de su desmesurada población. ¿Podrá seguir haciéndolo al ritmo necesario si esta reordenación se produce? Lógicamente todo dependerá del grado en que se produzca y de las medidas que se adopten. China ya lleva un tiempo anticipándose y tratando de profundizar su mercado interior para desligarse de la mera producción exportadora en masa, la cuestión está en si llegarán a tiempo y si lo conseguido hasta ahora en ese sentido será suficiente. Y China es solo un ejemplo, pues lo mismo se puede aplicar a cualquier estado en vías de desarrollo de los que buscan desarrollarse con el mismo modelo de exportación, ya sea oriental o no: España nunca debe perder de vista lo que sucede en el Magreb en general y en Marruecos en particular. Las repercusiones podrían ser espeluznantes. Sin embargo, y una vez considerada y expuesta la posibilidad, creo que es necesario indicar que es improbable, al menos bajo las condiciones de producción actuales. Por un lado, en los bienes más intensivos en mano de obra y menos intensivos en tecnología, como el textil (salvo lo verdaderamente estratégico, como las mascarillas), es muy difícil que los países occidentales puedan asumir los niveles de producción de los países en desarrollo si no se modifican antes sus patrones de consumo actuales, que incluyen un consumo —y por lo tanto una demanda— excesivo con (o debido a) bajos precios, ni los costes laborales. Los otros bienes, los que emplean más tecnología, serían los que los países, estratégicamente, podrían querer recuperar o conseguir —son justo los bienes en los que China es ahora fuerte (procesadores, placas solares…)—, pero esto precisaría de un suministro estable de las materias primas necesarias (por ejemplo, de las famosas tierras raras), de las que China y otros países no occidentales son los principales productores mundiales[6]. No parece probable que los chinos vayan a volver tan fácilmente a un modelo de economía colonial en el que ellos exportan las materias primas y compran los productos manufacturados. Además, hay que tener en cuenta que, aunque se ha reducido mucho en los últimos años (hasta el punto de expulsar la gran producción textil), la diferencia de los costes laborales todavía beneficia a China frente a occidente, lo que se une a la ventaja económica y logística que implica no tener que importar la materia prima. Al hilo de todo esto, se comprenden los intentos y las enormes repercusiones que tendría (y no solo desde el punto de vista económico, sino también ecológico), el descubrimiento de nuevos materiales que pudiesen sustituir a esas tierras raras en la fabricación de componentes electrónicos que los países desarrollados pudiesen obtener por sí mismos. Reflexión final Para acabar, una reflexión final. Venimos hablando en este apartado económico de la posición de los más ricos, de los más pobres, de la iniquidad de los primeros... Pero no debemos olvidar, porque esto acabará algún día, que nosotros también somos ricos para alguien, y no solo foráneo. ¿Cómo nos sentimos con los comentarios de los holandeses? ¿Suponemos que hay racismo en sus palabras? ¿Xenofobia? ¿Queremos construir nuestro futuro y nuestro Ser con paja o con vigas? [1] Lo que realmente intenta el PP con esta queja es desacreditarla como una medida «partidista», con la connotación, instaurada por ellos mismos, negativa que tendría esa palabra, algo sobre lo que ya hemos hablado en alguna ocasión y que denota desprecio por la política y la democracia (nótese que las medidas partidistas son siempre las de los otros, no las propias, y esto vale para todos los partidos, que parecen haberse plegado a dicha absurda concepción negativa). [2] Algunos, como el exministro De Guindos, nada menos, han abogado públicamente por ella, aun cuando es altamente improbable que lo que el sr. De Guindos estuviese a favor de apoyar se parezca a lo que puedan proponer desde UP. [3] Pequeñas en comparación con los grandes campos, aunque las inversiones necesarias para este negocio no sean pequeñas en términos absolutos [4] ¿Qué sectores pueden resultar estratégicos? Cuidado con la pregunta, porque si se considera desde un punto de vista muy abierto, prácticamente cualquier sector puede ser estratégico, ya sea por que los bienes produzca sean muy básicos, por la tecnología que emplea, por su peso en la economía… Este tipo de interpretación, que los más nacionalistas seguro que harán, lleva inevitablemente hacia el proteccionismo más exacerbado. [5] Esto, a su vez, podría llevar hacia una nueva ronda de competición fiscal entre los estados, algo verdaderamente desastroso. [6] El reciente enfrentamiento entre EE.UU. y China con respecto al 5G y Huawei evidencian este extremo. Vamos a empezar ya con la parte que me resulta más interesante. Podría pensarse que está dedicada a la política exterior, pero seguir pensando así en el s. XXI es absurdo, y esta pandemia lo demuestra: no podemos abstraernos de lo que sucede allende nuestras fronteras, nos es tan propio como lo de dentro, así que hay que tenerlo muy presente. Iré dividiendo esta parte en diferentes secciones por motivos de claridad expositiva, no porque sean compartimentos estancos pues todo, todo, se relaciona, influye y refuerza: es necesario siempre observar el conjunto, pero para ello hay que tener claros sus diversos aspectos. Pero antes, y como ya advertí, una pequeña actualización, o inciso quizá, un artículo interesante a mi juicio sobre la explosión del virus en España que pone de manifiesto lo que por otro lado resulta evidente: estamos pagando las consecuencias de años de recortes y privatización en sanidad y ciencia, así como en servicios sociales (la terrible situación de las residencias de ancianos está directamente relacionada con esto, no hemos de olvidar que antes de la pandemia eran habituales las noticias de residencias que mantenían en condiciones terribles a los ancianos, y nadie parecía escandalizarse por semejante goteo) y esta pandemia está mostrándonoslo. Todo lo contrario que Alemania o Corea del Sur, con importantes recursos científicos y, al menos en el caso de Alemania, sanitarios. Sin medios contra el coronavirus: cómo España intentó huir a ciegas del "tsunami" Economía Empezaremos ahora con la parte económica del asunto, ya que tanto inquieta y es la base sobre la que se conformará buena parte de lo que venga después. Poco hay que comentar sobre el parón económico. Ya todo el mundo habrá oído hablar de uves, ues y eles. No es eso en lo que quiero fijarme ahora, la producción se recuperará de una u otra forma, la intensidad del rebote (que sea digno de tal nombre o solo una recuperación más o menos lenta) vendrá determinada por la relación entre el recorte de la renta de buena parte de la población y el consumo del resto, todo ello teniendo en cuenta la forma, modo y plazos en que se vayan levantando las restricciones, que pueden seguir manteniendo limitaciones al consumo. Aquellos que no se lo puedan permitir, lógicamente no van a consumir; en aquellas personas que sí se lo puedan permitir, podría verse una tendencia al consumismo impulsada con un triple componente: por un lado, adquisiciones de productos o servicios necesarios que no se han podido comprar durante el aislamiento, tales como ropa o peluquería (que ya va haciendo falta, la verdad) y, por otro lado, adquisiciones de bienes o servicios como válvula de escape y autocompensación psicológica por la situación vivida (el componente lúdico del consumo de toda la vida). En este sentido, es probable que se produzcan incrementos de precios importantes en algunos de esos bienes y servicios cuya actividad ha estado detenida y que se encuentren de repente con una gran demanda y sin capacidad de satisfacerla completamente en poco tiempo, tanto por el incremento de la demanda en sí misma como por la reducción de la oferta debido a la merma de la capacidad productiva. Esto, no obstante, dependerá de que aquellos que puedan consumir realicen un consumo suficiente como para compensar el que dejen de hacer aquellos más perjudicados económicamente. Además, no hay que despreciar el factor miedo, cuya influencia puede ser especialmente importante para la economía en un país como España, cuya capacidad económica depende en buena medida de actividades de tipo lúdico como el turismo, restauración... ¿En qué medida nos atreveremos a volver a abarrotar bares y restaurantes? ¿Nos volveremos a sentir cómodos en cines y teatros? ¿Volverán los guiris a quemar sus cueros bajo nuestro sol? Estoy pensando a corto plazo: verano, y en el seguro supuesto de falta de vacuna, es decir, suponiendo una posible vuelta a la propagación del virus en otoño. En cualquier caso, y en función de cómo avance la situación, tampoco hay que despreciar el tercer componente: la preparación. Lo esperable para este verano serían incrementos de consumo y precios en aquellos productos que puedan, de alguna manera, prepararnos mejor para un nuevo confinamiento, por ejemplo lo relacionado con la conexión digital, tanto conexiones a internet más potentes como plataformas de entretenimiento tipo Netflix (en estos casos en concreto, más que incremento de precios, creo que vendrán ofertas con las que las compañías pretenderán acaparar mercado), más y mejores ordenadores y tabletas, o también electrodomésticos como neveras, arcones... Lógicamente, allí donde haya incrementos de consumo surgirán yacimientos de empleo, si bien temporales, que quizá ayuden a paliar un poco la situación, por el momento. Hay quien vaticina un rebote rápido en 2021, es posible por el puro ansia que nos invadirá a todos, pero hay que tener en cuenta las rémoras que arrastraremos, particularmente en el sur de Europa: principalmente desempleo (ergo caída del consumo e incremento del gasto público por prestaciones), deuda pública (reducción de la «renta disponible» del Estado, déficit) y deuda privada (menos oportunidades de inversión y financiación, debilidad de las empresas). Más adelante hablaremos de ello. Nuevas oportunidades Por otro lado, y relacionado con lo anterior, hay elementos que se van a activar o reforzar mucho en España y alrededores con esto del confinamiento. Evidentemente, el comercio electrónico crecerá después, dado que muchas de las reticencias de la gente se han visto vencidas por la simple necesidad y muchos comercios que no lo imaginaban, también se han tenido que lanzar a esta opción. No será inmediato, pues lo primero será volver a salir, pero cuando nos relajemos tras el confinamiento, las estructuras y la experiencia —así como la demanda— estarán ahí. ¿Supondrá esto el declive de los centros comerciales en España como está ocurriendo en el resto de Occidente? Sería pronto para aventurarlo, pero no descarto que sea, al menos, el comienzo de ese declive. También habrá que prestar atención, por supuesto, al desarrollo del teletrabajo, por las mismas razones. Y, aunque no viene al caso, será interesante ver cómo cambian nuestras normas sociales en cuanto a saludos, toses y estornudos... ¿Y la gente? ¿Es que nadie piensa en la gente? Lo más terrible sin duda, desde el aspecto económico, es la enorme crisis que se nos viene encima. Desvanecidas ya las esperanzas de un reboto rápido y vigoroso a finales de 2020 (el FMI ya ha anunciado que no prevé una recuperación «parcial» hasta 2021), el desempleo que se está generando viene a mostrar una vez más las carencias de nuestro sistema económico y que la supuesta recuperación no fue en realidad tal, pues carecía de toda fortaleza, sino un salir de la crisis por el camino de la profundización de los peores vicios del neoliberalismo, con una precariedad en la calidad del empleo que jamás podrá sustentar a una economía fuerte, consolidada y avanzada. Las cifras de desempleo son espeluznantes —y eso sin contar los ERTE y los parados que acabarán saliendo de ellos—, y muestran la terrible temporalidad y la solución habitual del empresariado español para afrontar crisis o simples imprevistos —y cómo la temporalidad se funda precisamente en esa opción, un círculo que a la economía española le urge romper desde hace tiempo—. Mientras no se ataje esta situación y haya un verdadero cambio de mentalidad hacia un modelo más social y más fundado en el largo plazo y orientado hacia la solidez, y no tanto hacia el beneficio a corto plazo, España no desarrollará todo su potencial y seguirá siendo terriblemente vulnerable económicamente. Mientras los empresarios españoles en particular, y la sociedad en general, no aprendan a distinguir entre inversión (I+D, capital humano...) y simple gasto, no avanzaremos nada. Entretanto, todos aquellos que rondan el límite de la pobreza, o aquellos que sin rondarlo formalmente carecen de capacidad de ahorro, seguirán expuestos a la penuria ante el más mínimo vaivén de la economía, no digamos ya ante una crisis tan terrible como esta. El quid de la cuestión Lo anterior podría no tener demasiada importancia[1] si la recuperación fuese vigorosa y sostenida, sin embargo se están alineando todos los astros para que no sea así, y aquí llegamos a lo más preocupante: el mecanismo general de ayuda que se está poniendo en marcha —con la mejor de las intenciones, debo aclarar—, la deuda. Vayamos un momento a eso llamado economía real. Resulta que, para aguantar el chaparrón, la única opción que la mayoría de las empresas (y autónomos, incluso personas físicas tales como inquilinos) tendrán, será endeudarse. Con las facilidades, avales… que se quiera, pero se endeudarán. Es decir, que cuando esto acabe, tendremos multitud de empresas (especialmente PYMES) que siendo solventes han tenido que asumir por fuerza un pasivo, una deuda caída del cielo no debida a factores económicos o de gestión, que tendrán que devolver. Toda deuda tiene un interés. Y aun suponiendo que los préstamos fuesen sin interés, esas empresas seguirán teniendo comprometidos una parte de sus ingresos futuros por el principal, lo que les restará viabilidad y oportunidades de inversión; repito, aun cuando los préstamos se den en las más ventajosas de las ventajosas condiciones, incluso sin interés y con cómodos plazos, la deuda existirá. Esto supone, por un lado, que hay quien va a ganar mucho dinero con todo esto, o al menos así lo espera y, por otro, que se incrementan los riesgos de concentración empresarial, oligopolios y monopolios, pues solo los grandes sobrevivirán con suficiente holgura, y tendrán a tiro a unos competidores debilitados. El resultado será un incremento del famoso 1 % (de hecho, las compras en bolsa por parte de determinados inversores, al menos en España, parecen haber aumentado exponencialmente en los días de mayores caídas; y no creo que en el resto del mundo haya sido distinto). Como consecuencia habrá mayor desigualdad y empobrecimiento, lo que supone un peligro para la democracia y el bienestar de cualquier sociedad y es, a medio y largo plazo, enormemente ineficiente y, por tanto, económicamente negativo —por mucho que algunos no lo quieran ver— además de potencialmente desestabilizador desde el punto de vista social (traer a colación a Piketty llegados a este punto no resulta original, pero hay cosas más importantes que la originalidad). Lo peor de todo, es que no parecen existir alternativas a esto. En un sistema capitalista, ¿cómo generar los recursos, la liquidez, necesarios para afrontar los pagos y seguir vivo? Podría pensarse en préstamos a fondo perdido, ayudas, subvenciones..., es decir, recursos que no deban ser devueltos, pero aun así quien los facilite, deberá obtenerlos de algún lado. Lógicamente, todos estamos pensando en el Estado (ese ser malvado que solo quiere destruir la economía y limitar la maravillosa libre competencia), del que algunos solo se acuerdan según les conviene egoístamente, pero resulta que a unos estados ya debilitados —recordemos en especial la brecha que tiene España con respecto a la media de la UE en cuanto financiación, de alrededor de 10 puntos, si no recuerdo mal[2]— se les pide un esfuerzo ímprobo justo en el momento en que esta crisis, tal y como sucedió en la pasada, recorta salvajemente sus ingresos. Y ahora viene lo mejor: se dice, se comenta, que algunos no han aprendido de la crisis de 2008, que solo en el sur lo hemos hecho y que solo nosotros entendemos lo importante que es una respuesta europea, común, solidaria, que no castigue a los más desfavorecidos y que no repita los errores de entonces. Eso se dice. Se alude así veladamente a lo que está sucediendo con la posición de los países del norte, entre los que destaca, una vez más, Holanda. Pues bien, nada más lejos de la realidad, lo cierto es que ellos también han aprendido o, más bien, ya vienen aprendidos desde antes de 2008 y somos nosotros los que no hemos aprendido nada, no hemos aprendido a interpretarlos, a leerlos, seguimos sin querer aceptar de qué va esto. Una pista: parece que Mario Dragui ya ha dicho recientemente en el FT — nada menos— que la deuda pública va a aumentar mucho, y que eso hará necesario plantearse seriamente las quitas. Ahora resultará más comprensible. Eso es precisamente lo que pretenden evitar los países del norte; por ello insisten en ser comedidos con las medidas económicas, por eso insisten en que sean condicionadas a reformas (el sinónimo neoliberal de los recortes) y por eso rechazan tan tajantemente los eurobonos, se les dé el nombre que se les dé: su intención es asegurarse de que podrán cobrar, de que no tendrán problemas después. Quieren asegurar sus ganancias, no les importa todo el dinero que ya ganaron y ganarán con la deuda del sur y a costa del sur, dicho de otra forma, quieren asegurarse de seguir estando en lo alto de la cadena trófica de la deuda/economía. Esto es comprensible, como ya dije en otras ocasiones, les podría explotar la bomba interna si los ahorradores norteños (nada que ver con los Stark) empiezan a ver que sus fondos (que invirtieron en deuda) tienen quitas o recortes o simplemente caen. Y no importa si ellos se benefician a su vez de los mercados del sur para vender sus productos, si las rebajas fiscales holandesas a grandes empresas son parasitarias y atentan contra la sacrosanta libre competencia que (los otros) tienen que respetar, o si sus superávits exportadores son debidos a los déficits de otras economías. Nada de eso importa. No a ellos al menos. Solo les importa su gente y sus elecciones. ¿Mezquindad? Yendo yo caliente… Ahora se podrá hablar de solidaridad, que está bien, incluso de racismo, de lo que algo hay, me temo, y del desprecio de los ricos hacia los pobres como condición humana potenciada por el neoliberalismo protestante y calvinista[3], pero todo eso no servirá de nada. Es la misma trampa en la que cayó Grecia. Llegados a este punto, alguien hablará del reciente acuerdo de ayuda. Pero veamos, dicho acuerdo, que ha costado una barbaridad, supone únicamente una ayuda para este momento, no para lo que vendrá después, que es el nudo gordiano del asunto. La principal partida (240.000 millones de euros) procede del MEDE, en este extracto queda perfectamente clara la clave (los subrayados son míos): «Finalmente los Veintisiete están de acuerdo en que las exigencias no pueden ser las mismas que las impuestas en los rescates financieros de la anterior crisis, con programas de austeridad, reformas estructurales o privatizaciones y apuestan por que, a corto plazo, las condiciones se centren en asegurar que los fondos se usan solo para la respuesta al coronavirus y a largo plazo en que los países tengan que cumplir las normas fiscales de la UE para asegurar que sus finanzas vuelven a ser sostenibles»[4]. Por eso España e Italia han dicho que no lo van a tocar, pero todo dependerá de la necesidad, en cualquier caso, los hombres de negro planean. En cuanto al resto (SURE y BEI), generarán deuda, europea en el caso del SURE y probablemente nacional en el caso del BEI[5], pero lo más importante es la indefinición de los acuerdos, que supondrá batallas posteriores. ¿Y qué se podría hacer? Despertar a la realidad. Entender que la Unión Europea no es, por desgracia, una casa común con intereses comunes, que está lejos de ser lo que debía ser porque algunos han secuestrado esa posibilidad, y actuar en consecuencia. La UE está en peligro de muerte, cierto, urge una alianza entre los países del sur que haga frente a los hanseáticos allí donde puedan obtener beneficios de la UE, hacen falta campañas que lleven el sufrimiento del sur a los ciudadanos del norte para que sus políticos vean peligrar sus elecciones, hace falta construir la idea de Europa, y si Europa no quiere hacerlo, tendrán que hacerlo los países del sur, tomando incluso, si es necesario, sus propias medidas coordinadas. En otras palabras, hay que jugar un poco sucio, señoras y señores, tanto al menos como están jugando con nosotros. Y todo ello con una sonrisa. No se piense, a pesar de la expresión de jugar sucio y del tono, que hablo por y con vehemencia, en absoluto, simplemente he creído que era la mejor manera de exponerlo para transmitir la idea; en la historia de las Relaciones Internacionales, los estados siempre han utilizado medios más o menos amigables para conseguir sus propósitos. Ante la situación actual, se requieren medidas enérgicas y soterradas, pues a España no le queda otra opción, como a Italia. Claro que esto tiene riesgos y es difícil, pero como digo ya es hora de despertar, no hay más opciones, habrá que tirar de ingenio y habilidad. Dicho de otra manera: para salvar el Idealismo, habrá que aplicar un poco de Realpolitik adaptada al s. XXI: la esperanza está en las opiniones públicas, y ahí hay que dirigirse, hay que lograr que conozcan y compartan nuestro sufrimiento, la prensa y las redes sociales son claves para ello. Por otro lado, a las elites de esos países, y no solo políticas, hay que hacerles entender de una vez por todas que en un mundo globalizado, y dentro de la UE, la depresión económica del sur también les perjudica económicamente a ellos, aunque esa es una lucha más ardua. No obstante, parece que ya empiezan a llegar músicas distintas del norte, la magnitud de la crisis y su extensión solo tiene un camino, podría parecer que únicamente es cuestión de tiempo, pero no debemos subestimar la ética protestante del norte en la opinión pública de esos países; solo esperemos que la incapacidad de algunos para ver la realidad no retrase el transitar de ese camino hasta que sea demasiado tarde. Tampoco quiero que se piense que soy un sureño desagradecido, es innegable que España y el resto de los países del sur también se han beneficiado de la UE, especialmente de sus fondos (Cohesión, Estructurales...), pero si hacemos un balance desapasionado, los países ricos han obtenido más de lo que han dado (siempre suele ser así, aunque a los ricos no les guste verlo, quizá porque no les gusta reconocer todos los amplios beneficios, no solo económicos, o porque algunos de estos últimos son difícilmente cuantificables, monetariamente hablando), aunque la cuestión verdaderamente importante, el problema, no es el balance, sino el riesgo de perderlo todo por no querer avanzar. Ya deberíamos saber que no vivimos en la Edad Media, en el mundo actual, quedarse parado es retroceder, hoy en día ser conservador es abogar por la muerte. Por otro lado, hay que reconocer que sus argumentos tienen cierta parte de razón, incluso las acusaciones holandesas: si España ha estado creciendo estos últimos años ¿por qué no cuenta con un colchón fiscal suficiente, por qué no ha mejorado más su déficit, al menos? Son preguntas razonables, y la sociedad española haría bien en preguntarse dónde ha ido a parar toda esa riqueza generada, pero hay que tener en cuenta dos elementos importantes. En primer lugar, la situación desastrosa de la que partíamos y, en segundo lugar, y especialmente, que las políticas que han regido tanto durante como después de la crisis son las mismas que llevaron a ella y que bendijeron desde el norte, unas políticas que han fomentado la precariedad, que contribuyeron a hundir la economía y la sociedad con sus recortes y que después han impedido un resurgir real, más allá de la consabida privatización de los beneficios, beneficios obtenidos a costa del sufrimiento de millones de personas mediante la no menos consabida socialización de las pérdidas. Como último apunte de esta parte, diría que una forma de acabar con la deuda, tradicional además, es la inflación, pero eso requeriría tasas de inflación muy altas, que son negativas por otra serie de consecuencias e improbables mientras perdure el rígido y cegato mandato del BCE alrededor del 2 %; aunque no es descabellado especular sobre un próximo relajamiento de ese mandato en sus formas de aplicación y quizá en el mismo límite (¿un 3 % quizá? ¿Al menos en según qué situaciones?). Ya veremos, podría ser una ayuda adicional cuando llegue el momento, pero por ahora esto mismo impide darle a la máquina de hacer dinero, que sería la única forma de financiar a los estados sin endeudarse (asumiendo la inflación, claro). ¿Cambios en la UE? El otro gran motivo para oponerse a todas estas medidas por parte del norte es, por supuesto, el valor que tienen en sí mismas, y es que el camino hacia ellas es inexorable por mucho que los halcones traten de torpedearlo —de hecho, las posibilidades de éxito del norte pasan por proporcionar un mal final a la UE, bien porque consigan retrasarlas hasta que sea tarde cuando lleguen, o porque logren evitarlas, lo que acabaría por romper la UE—. En cualquier caso, desde su punto de vista el valor simbólico de estas medidas es innegable, el miedo a que una vez abierto el grifo no se pueda cerrar debe de resultarles muy real, especialmente por la evidente posibilidad de su éxito, lo que les dejaría sin fuerza para oponerse a su continuidad y ampliación, y que podría resultar en intentos más o menos velados de torpedear su desarrollo e interferir en su funcionamiento a fin de hacerlas fracasar, algo a lo que habría que estar muy atento en su caso. Las críticas feroces, en cualquier caso, están aseguradas, y no me refiero solo las provenientes de ámbitos políticos, sino también, y muy especialmente, a las que provengan desde el sector financiero y empresarial; al fin y al cabo, ya se han suspendido las normas de estabilidad. ¿Cuáles serán sus efectos a largo plazo? ¿Se podrán volver a instaurar después? ¿En qué grado? Es en este contexto también en el que nació la proposición holandesa de un «regalo»[6] a Italia y España: cualquier cosa antes que permitir que se abra la veda. Y es que a medida que queda más patente lo «repugnante» de sus posiciones, estos países deben buscar la forma de mantenerlas con el maquillaje suficiente, el famoso cambiar algo para que nada cambie en realidad. Es en este sentido en el que habría que entender también el reciente acuerdo: dar un poco, pero seguir sin conceder lo esencial (eurobonos). En cualquier caso, una vez más se hace evidente que la UE tiene que replantearse ese egoísmo nacionalista (no muy diferente del que se ve en España, algo propio de la naturaleza humana, lo que no es una excusa) que ataca directamente los fundamentos de la UE y a la UE misma de una manera radical, poniéndola gravemente en peligro: la UE —como cualquier creación humana— existirá mientras sea útil, y ciertos comportamientos hacen que la percepción de utilidad disminuya radicalmente. Sr. Marshall En este sentido, la idea lanzada por Pedro Sánchez de un plan Marshall para la UE no puede ser más acertada, es lo que necesita Europa desde hace tiempo para sacarla de su marasmo y lograr liberar toda su potencialidad; sin embargo, existe un peligro importante que ya conocemos en España, además, de primera mano: también el famoso plan E de Zapatero era una buena idea, pero se ejecutó mal, centrado solo en rescatar a un sector a cualquier precio y sin visión de futuro. La presión por la urgencia no debe hacer olvidar los retos a largo plazo que afrontamos; de llevarse a cabo, es imperativo que ese plan Marshall se unifique con el proyecto de new green deal que también pululaba entre las propuestas, a priori irrealizables, que quizá ahora tengan más posibilidades. No se debe simplemente invertir para relanzar el PIB, sino valorar ese PIB, pues no todas las actividades y sectores son igualmente importantes a futuro ni tienen el mismo potencial. Habría que valorar muy bien las inversiones en infraestructuras para asegurarse de que sean necesarias y constituyan realmente una inversión y no se conviertan en un gasto a largo plazo, para que permitan un desarrollo posterior, debe haber un plan previo. Se debería aprovechar para avanzar radicalmente en la descarbonización de la economía, i+D y digitalización... En resumen, todos los sectores que aportan futuro, pero no únicamente sectores económicos, este impulso económico, de producirse, debería aprovecharse para instalar las tecnologías, mecanismos y reformas que nos permitan avanzar en otros aspectos tan importantes al menos como esos, como por ejemplo la conciliación y la atención a los dependientes, aspectos que no suelen considerarse desde el punto industrial pero que son esenciales para la productividad, es decir, para la solidez y el futuro del sistema económico y eso llamado bienestar y desarrollo humano (qué cosas más raras escribo, ¿verdad?). Todo ello unificado a nivel europeo (soy un soñador, qué le voy a hacer). Me extiendo tanto en este punto porque cuando llegue el momento, si llega, vamos a tener en España gritando a sectores importantes desde el punto de vista económico, qué duda cabe, como el turismo y la construcción, pero desviar recursos simplemente a apuntalarlos resultaría a la larga perjudicial para la economía. Es fundamental aprovechar las oportunidades que las crisis abren, y cambiar el modelo productivo español es una necesidad imperiosa: urge reducir el peso económico de los sectores con menor valor añadido, esta puede ser una oportunidad de oro para ello. No digo que no haya que apoyar a esos sectores, son necesarios para sostener el empleo y la economía a corto y medio plazo, y tienen un papel a largo plazo en la diversificación y en la creación de beneficios, así como en absorber una parte de mano de obra no cualificada que siempre quedará (especialmente la hostelería); pero no deben ser la prioridad, al menos no en tanto no asuman los principios generales: por ejemplo se puede avanzar mucho en edificación sostenible a través de I+D. Lo mismo ocurre con la automoción: ayudas sí, pero única y exclusivamente para modelos cero emisiones, ya sean eléctricos 100 % o de hidrógeno. Ese debe de ser el objetivo y el principio que inspire esas políticas y solo así todos nos beneficiaríamos verdaderamente, incluso a nivel europeo. Lamentablemente, en Europa no parecen muy dispuestos. Pero ¿y si...? Planteemos un supuesto. ¿Qué ocurriría si la crisis estalla de repente en el norte de Europa con una virulencia semejante a la del sur? Si estos países, considerados en su totalidad, es decir, sector público y privado, se ven obligados a usar su superávit para estimular su propia economía, ¿de dónde saldrá el dinero para el sur? ¿Y de dónde saldrán los beneficios del norte? Es improbable que la enorme y tremendamente infrautilizada capacidad de financiación e inversión de Alemania llegue a agotarse hasta el punto de situarla con deudas públicas y privadas semejantes a las españolas o francesas (no hablo si quiera de las italianas), pero no está mal, al menos, mencionarlo, imaginarlo y suponer qué ocurriría entonces en Europa, especialmente porque ese plan Marshall debe de financiarse, y ahora mismo el principal pozo de recursos para ello es el superávit del norte, especialmente alemán. Si esta vía se cierra, habría que buscar otras fuentes, lo que obliga a mirar a China, con las implicaciones geopolíticas que ello tendría. [1] Al menos desde el punto de vista macroeconómico, la verdadera importancia de estas cuestiones, la humana, es mucho más difícil de evaluar, por no decir imposible, ¿tiene importancia una familia desahuciada si solo es una? No para la economía, pero desde el punto de vista de la existencia de esa familia, de su vida, lo es todo. No lo olvidemos cuando hablamos de estas cuestiones, aunque haya que generalizar y extrapolar. [2] Cuando aparece la palabra Estado, se suele olvidar con demasiada rapidez que este incluye a todas las estructuras de la arquitectura constitucional de un país, como muestra, una vez más, la Comunidad de Madrid, con los impuestos más bajos, en especial para los más ricos, pero que pide donaciones a todo el mundo para sufragar la crisis. [3] Una vez más me veo en la obligación de traer a colación la ética protestante, señor Weber. [4] https://www.newtral.es/medidas-eurogrupo-crisis-coronavirus/20200409/ [5]« The pan-European guarantee fund would serve as a protective shield for European firms facing liquidity shortages. It could be set up with contributions provided by the Member States and be open to participation by other EU institutions». https://www.eib.org/en/press/all/2020-094-eib-group-moves-to-scale-up-economic-response-to-covid-19-crisis.htm [6] Mejor no comentar lo profundamente humillante de esa proposición, la caridad del rico hacia el pobre, que encierra la voluntad y el deseo de seguir estando por encima, de que el pobre jamás pueda valerse por sus propios medios, al menos en igualdad de condiciones con los ricos. ¿Ya ha pasado casi un año? El tiempo vuela cuando no eres consciente de él. Me pregunto si sigue habiendo alguien ahí, quizá sea mejor que no, así esto quedaría solo entre el silencio y yo. Pero, en fin, tratemos de aprovechar el confinamiento para algo más que para estar confinados y asomémonos al mundo. Con todo esto he recuperado algo de tiempo para poner por escrito el resultado de mi manía de reflexionar —o más exactamente de fabular--, en este caso, por supuesto, sobre cómo quedará el mundo después de que la madre de todos los cisnes negros —de momento--, a cuyos hijos nos estamos acostumbrando en los últimos años (lo cual es una paradoja en sí misma), pliegue por fin sus alas. Comencé tomando unas notas sueltas aquí y allá, y ya van para 3 páginas, así que creo que ha llegado el momento de poner en orden todo ello. Me apresuro además a publicar, porque cuanto más escribo, más crece lo que escribo sin que se vislumbre un fin determinado, se me ocurren más y más ideas, más líneas se extienden y más posibilidades se abren, y todo ello en una situación que cambia casi cada día (así que no descarto actualizaciones o enmiendas después), en un estado de cosas, no lo olvidemos, que ha alcanzado ya las proporciones de una guerra, incluso en aquello que le resulta más propio y doloroso: el parte diario de bajas. Como hay tanto que especular y no quiero aburrir demasiado ni condensar en exceso, iré publicando en entregas, a ver qué tal sale. Por cierto, aunque no tiene nada que ver, aviso de que voy a publicar en la parte correspondiente un enlace a unos podcasts sobre el conflicto de Oriente Próximo verdaderamente interesantes; son en inglés, pero merecen la pena. Ajuste de cuentas Comenzaré esta serie del coronavirus incumpliendo lo que acabo de decir. A ver si ahora va a resultar que soy el único español que es fiel a su palabra. Esto no es una mera frase retórica, es una introducción cierta, porque es verdad en sí misma y porque a la vez me permite enlazar con lo que voy a decir. Es cierta porque voy a hablar de la situación actual en España, o más correctamente del panorama político, y enlaza porque el hecho principal a exponer es la actitud de algunos. Como la última vez que pasé por aquí me propuse ser menos vehemente y más profesional, y como no quiero perder el tiempo redactando lo que otros ya han redactado, mucho mejor además, ahí os dejo un ejemplo: Ya no me callo más Los dos siguientes enlaces son meramente informativos, el segundo está realizado desde el prisma de España, pero ambos son ilustrativos y complementarios sobre cómo ha evolucionado la pandemia; creo que conviene tenerlo en cuenta antes de empezar a opinar sobre el tema. Evolución en la wikipedia Qué medidas se tomaron y cuándo No tengo mucho más que añadir, tan solo pedir al común de los mortales —si es que lo hay-- que lea esto, que realice un acto de reflexión verdadero y sincero y recuerde qué decía y opinaba él mismo (y ella, por supuesto) cuando, por ejemplo, se suspendió el Mobile en Barcelona. Vaya por delante que yo era de los que pensaba que, si bien había que estar atentos, no era para tanto; al fin y al cabo, esto era como una gripe común, según nos decían. Debo decir también, que ya a finales de enero o principios de febrero, no recuerdo exactamente, supe de primera mano que los proveedores de mascarillas habían avisado de que no podrían servir hasta, al menos, junio a cierto hospital de la Comunidad de Madrid, y que sus responsables llevaban ya varias semanas buscando desesperadamente mascarillas. Poco después también supe del lamentable mercado negro que se estaba generando en torno, al menos, a este producto. Que cada cual saque sus propias conclusiones. Según he leído por ahí que dijo Antonio Machado: «en España lo mejor es el pueblo... En los trances duros, los señoritos invocan la patria y la venden; el pueblo no la nombra siquiera, pero la compra con su sangre y la salva. En España, no hay modo de ser persona bien nacida sin amar al pueblo. La demofilia es entre nosotros un deber elementalísimo de gratitud». Es necesario decir que tampoco conviene que caer en una lealtad ciega. En democracia, y en la vida, se puede y se debe discrepar si es menester, pero las motivaciones y las formas son fundamentales, y más en situaciones como esta. El intercambio de ideas es beneficioso, el ataque cínico y destructivo solo es… cínico y destructivo. Desear que España se hunda para luego poder levantarla es tan miserable que no merece más palabras. La estrategia de la crispación, la del cabreo constante, la de la gota malaya para sembrar no la idea, sino el sentimiento negativo, cabreante y cabreador es conocida y está documentada: cabrear a toda la sociedad y tratar de erigirse en salvador del desastre o, al menos, desmovilizar a los adversarios. Cabría recordar que las competencias sanitarias están transferidas a las CC.AA., así que habrá que pensar quién ha estado haciendo qué durante los últimos años —y no solo en la sanidad: la dejadez, privatización y falta de inversión en el cuidado de nuestros ancianos no le ha ido a la zaga a la sanitaria--. Pero no ahora: tenemos lo que tenemos, y con eso hay que apañarse, no queda otra. Si, como dijo hace poco Gabilondo, se obtuviese y asentase por fin el convencimiento de que recortar en sanidad pública e I+D es suicida para una sociedad, que es necesario tener un Estado fuerte, ya me daría por satisfecho. Todo lo anterior no significa, por supuesto, negar los errores del gobierno, que los ha habido y los habrá, pero cuando se ven también de forma casi idéntica en nuestro entorno, quizá debería pensarse que aquello que hace que nos parezcamos es también lo que engendra esos errores. Quizá la soberbia occidental —junto con, o precisamente por, habernos librado del SARS y de la gripe aviar--, quizá el cortoplacismo y el individualismo neoliberal de nuestras sociedades, tengan más que ver con esos errores que la incompetencia personal. Vengo defendiendo desde hace mucho la necesidad de un cambio radical de paradigma en nuestras sociedades, y creo que esta crisis ejemplifica dicha necesidad. Dicho lo cual, solo me queda alertar una vez más sobre el miedo. Más aun en esta ocasión porque es completamente justificado, y por ello es más necesario mantener una cierta calma. Es probable que el miedo se instale en la sociedad, no solo española, cuando esto pase, en especial mirando al próximo otoño; el verano será esencial en cuanto a las medidas que se tomen para prepararse si no llega la ansiada vacuna, también lo serán las lecciones aprendidas. Esperemos que la palabra clave sea entonces aprendizaje y no demagogia; la verdad, viendo algunas actitudes no tengo muchas esperanzas de que esto sea así. Con esto doy por finalizada la parte menos interesante de lo que quería decir, la que menos me motiva y que he estado a punto de no redactar. Me parece tan obvio que resulta insultante tener que hacerlo, y hace que me avergüence un poco de la sociedad que comparto. Como lo prometido es deuda, aquí llega el primer post de esta nueva etapa, para la que tengo algunas, llamémoslas, intenciones. Entre otras, me gustaría ser algo más profesional y menos visceral, más reposado, más didáctico y por tanto más útil. Quizá menos ácido. Ya veremos. Pero vayamos al grano. De momento quiero inaugurar esta nueva etapa con un comentario sobre algo que lleva meses rondándome la cabeza, un tema que, aunque ahora se encuentra desplazado de la agenda pública, en breve será de nuevo el centro de las discusiones en este país. TCHAN, TCHAN, TCHAN, TATACHAN...: ¡FRANCO! Sí, ya lo sé. Otra vez. Al menos lo he introducido con una fanfarria (bueno, vosotros ya os la imagináis, que no voy a hacer yo todo el trabajo). Todo surgió al hilo de una entrevista que Jordi Évole le hizo a Carlos Herrera —los asiduos a Salvados la recordarán— a comienzos de este año. En ella, al hablar del tema de la exhumación del dictador, Herrera vino a decir algo así como que Franco no molestaba a nadie ahí donde está y que ya son ganas de atacar la convivencia con historias del pasado. La argumentación no es nueva y no sorprenderá a nadie mínimamente al tanto del asunto. Tampoco pretendo ser exhaustivo ni con las palabras del señor Herrera ni con los argumentos utilizados por él y otros como él, ya sean de derechas o de los que se dicen liberales o de izquierdas (que también los hay, y muy prominentes) que han expresado ideas similares. Tan solo pretendo centrar el tema, que va más allá del mero hecho de sacar a un señor de su tumba y entronca con el debate inconcluso de cómo afrontar nuestra historia reciente, y más concretamente —aunque no solo— el franquismo, incluyendo aquí la Guerra Civil de 1936. Pero tranquilos, no voy a martillearos la cabeza con la típica lección sobre la historia, la democracia y sus símbolos y valores; cualquiera que haya llegado hasta aquí y haya vivido en este país los últimos años (y, además, esté mínimamente interesado en el tema) conoce o puede conocer y entender fácilmente todos esos argumentos. No tiene sentido repetir lo ya sabido, entre otras cosas porque el no compartir estos argumentos no obedece a ignorancia, sino a voluntad, a una pasión sesgada y, a mi entender, mal enfocada, y eso es lo que me gustaría cambiar. Para ello, me dispongo a utilizar una técnica muy básica de las ciencias sociales a fin de ejemplificar las contradicciones y errores de aquellos, llamémoslos, negacionistas de la reparación1: el análisis comparado; pero no con una metodología académica tradicional, recopilando y contrastando elementos y aspectos equiparables y las correspondientes respuestas, posiciones y soluciones dadas: ni tengo tiempo ni tendría mucho sentido en este caso; al fin y al cabo, ¿de qué serviría algo así? No creo que pueda aportar más de lo que cada uno de vosotros lleve consigo, vuestras vivencias, vuestras opiniones, vuestras creencias. Lo que pretendo en realidad es poner una excusa, un ejemplo, y por ello lo que os pido es algo si cabe más desagradable que una simple argumentación: que hagáis vosotros el trabajo, que penséis en lo que os sugiero y llenéis vosotros el espacio en blanco de los ejemplos concretos. No os costará, seguro. Y quizá, solo quizá, la próxima vez que oigáis hablar de este tema vuestro enfoque cambie2 o, al menos, tenga en cuenta este punto de vista, solo eso ya sería mucho. Para ello contrastaré el franquismo con el otro episodio de nuestra historia reciente de violencia extrema organizada: el terrorismo de ETA. Esta comparación resultará particularmente útil, dado que los que mantienen esa posición negacionista a la que nos referimos con respecto al franquismo suelen sostener opiniones completamente opuestas respecto de las mismas cuestiones concretas según se refieran a ETA3 o al franquismo, lo que denota un claro sesgo ideológico que contradice las afirmaciones moralistas en las que suelen envolver sus admoniciones. Más allá de que sean los dos episodios, como ya hemos indicado, de violencia extrema organizada más recientes de nuestra historia, la comparación es también pertinente por el hecho de que ambos comparten otras características, tales —sin propósito de exhaustividad— como la ilegalidad, tanto el franquismo como el terrorismo etarra se instituyen contra la legalidad vigente4; la voluntad de subyugar la democracia, con diferente resultado en ambos casos; la sustentación ideológica de los crímenes, entendiendo el independentismo violento de ETA como una ideología en sí mismo y añadiendo, en el caso del terrorismo, otras cuestiones identitarias no menores; o el carácter eminentemente nacional de ambos, aun con las correspondientes conexiones y referentes internacionales (curiosamente, más desde aquí hacia fuera que al revés). El pie nos lo dará la reflexión acerca de las víctimas, que al fin y al cabo constituye el todo de ambas cuestiones, aquello en lo que su subsumen todos los demás aspectos y cuestiones de ambos problemas, lo único que a la postre importa. Básicamente existen dos posturas con respecto a este aspecto del problema: reconocimiento y reparación, u olvido y perdón (abnegado y por el bien del país, por supuesto). Plantear la cuestión en estos términos debería ser más que suficiente, no habría por qué decir nada más al respecto, pero aun así vamos a desarrollar un poco más el concepto. Memoria histórica Resulta evidente la cruzada que determinadas fuerzas políticas y medios de comunicación han emprendido contra la ley de memoria histórica, la única iniciativa puesta en marcha en España desde 1975 de manera general e institucionalizada para atender a las víctimas del franquismo. Acusan a esta norma de reabrir viejas heridas e incluso de crear una casta de interesados en vivir de subvenciones públicas. Dejando las cuestiones morales a un lado, y sin entrar a valorar la calidad de la ley, propongo confrontar esta postura con la que esas mismas personas mantienen con respecto a las víctimas del franquismo. ¿Cuántas iniciativas públicas y privadas se han llevado a cabo para tratar de reconocer, reparar y homenajear a las víctimas del franquismo? ¿Estaban estas personas presentes en ellas, las apoyaban o les parecía que podían reabrir las heridas del terrorismo? Estos que he dado en llamar negacionistas de la reparación (del franquismo), no suelen tener empacho en reconocer la ilegalidad del régimen franquista, al que abiertamente suelen tildar de dictadura frente a preguntas directas (aunque es cierto que les cuesta bastante hacerlo); por lo tanto, ¿por qué las víctimas del franquismo no merecen la misma reparación y homenaje que las del terrorismo? Al fin y al cabo, como hemos explicado más arriba, existen identidades sustanciales entre ambos fenómenos que los hacen muy próximos y, en realidad, no es otra cosa lo que se pide: sacar de las cunetas a los represaliados, reconocer a los asesinados por ETA. ¿Acaso no son todos represaliados? Y, en cualquier caso, ¿no merecen todos la misma justicia? A vueltas con el relato Lo que subyace a todo esto, de lo que se trata en el fondo, es de la verdad social, eso de lo que ya he hablado en otras ocasiones y que últimamente ha dado en llamarse “el relato”, aquello que se impone entre todos como narración principal, mayoritaria o mainstream, lo que contaremos a nuestros hijos cuando nos pregunten, el punto de vista en el que nos situaremos, en definitiva: el enfoque que sobre este asunto se imponga mayoritariamente en la sociedad, porque el enfoque, la perspectiva, determina la realidad que vemos, la que creemos —y por lo tanto la única que en la práctica existe—, la forma que tendremos de afrontar nuevos problemas similares en el futuro y las personas que somos y seremos, lo que no es menos importante. Al defender que es mejor dejar a Franco donde está porque sacarlo de ahí removería sentimientos superados, y que es mejor no cambiar los nombres de calles y plazas, las personas que así opinan mantienen la misma postura que aquellos que pretenden que los asesinatos de ETA fueron algo pasajero que es mejor olvidar por el bien de la convivencia en el País Vasco, que asesinos y víctimas son iguales, que hubo muertos en ambos bandos —sin que importen las razones o circunstancias de los crímenes— y que es mejor mirar hacia delante, etcétera (no es necesario hacer hincapié en quién mantiene estos argumentos en el caso vasco), negando a las víctimas del franquismo la justicia que sí reclaman para las de la banda terrorista. Todos estos argumentos intercambiables tienen una cosa en común, siempre están contra la libertad y la verdad, por mucho que aquellos que los enarbolan declamen lo contrario. Estamos cansados de oír aquello de que las sociedades que no conocen su pasado están condenadas a repetirlo, ¿qué futuro nos esperaría entonces si olvidáramos los crímenes de ETA? No es descabellado pensar que dentro de unos años unos cuantos chavales enardecidos pudieran declararse herederos de la banda terrorista y reiniciar los atentados de un grupo de luchadores por la libertad derrotados pero no vencidos a los que el Estado opresor y antidemocrático no les dejó otra salida. Imagino que nadie desea esto y para ello se trabaja, para que no se imponga esa visión en la sociedad, sino la de la inutilidad y la inhumanidad de los crímenes, la del respeto por los derechos humanos sin adjetivos ni condiciones de ningún tipo. Sin embargo, algunos creen que se debe aplicar esa política de olvido para con las víctimas de una guerra y un régimen muchísimo más sangrientos que los de ETA. Me pregunto qué ocurriría si Josu Ternera o Iñaki de Juana Chaos, por citar dos famosos terroristas que se me vienen ahora a la mente, tuviesen un mausoleo expresamente construido para ellos en el País Vasco cuando mueran. Supongo que esas personas en las que todos estamos pensando pondrían el grito en el cielo. Ya pasó... Hay quien dirá que la diferencia esencial entre un caso y otro es el tiempo transcurrido, que el franquismo es el pasado, mientras que el terrorismo está todavía muy reciente. Pero si ese es el problema, ¿la solución es esperar unos años? ¿Cuándo hayan pasado cuarenta años ETA quedará blanqueada? ¿Se reaccionará diciendo no me saque usted ese tema o ya están los pesados de la derecha con las batallitas del abuelo? ¿Alguien se imagina la reacción pública que habría en ese caso? ¿Entonces por qué se toleran y defienden las mismas posturas en el caso del franquismo? La pregunta surge en seguida: ¿cómo reaccionarían estas personas si fuesen sus familiares los enterrados en cunetas olvidadas? ¿Lo dejarían pasar si se tratase de sus abuelos, bisabuelos, tíos...? ¿Cómo pueden simplemente defender que lo dejen estar? Se afirma alegremente —Herrera lo hizo en la entrevista con Évole— que la izquierda pretende remover las heridas y no dejar que cicatricen y que es guerracivilista por hablar de este asunto. Es fácil sostener algo así cuando se han tenido cuarenta años para encargarse de los muertos de uno, y en este sentido no sirve que algunos de ellos digan que tienen un pariente represaliado o desaparecido, poniéndose a sí mismos como ejemplos-mártires: si ellos han decidido tomar ese camino, es su decisión personal, pero eso no les da derecho a imponer su visión de manera autoritaria al resto, ello no puede implicar humillar a los que no comparten su misma opinión y pretenden reparación; también entre las víctimas de ETA las hay dispuestas a perdonar, dispuestas a olvidar, y no dispuestas en absoluto a lo uno ni a lo otro, y también en este aspecto las simpatías cambian y se defiende ‘a los que no ceden, por mucho tiempo que pase’ frente a los que no desean recordar, pero ¿acaso unas son menos víctimas que otras? Tampoco sirve aquello del pacto de la transición, del acuerdo que permitió superar la dictadura y que España entrase en su etapa más gloriosa... La mitificación no es buena, y menos la que no permite avanzar. Todo ese discurso de mitificación de la transición se desacredita a sí mismo día a día. No quiero entrar otra vez en esto, ya he dedicado comentarios al respecto, pero sí es necesario incidir en que la falta de verdad solo trae más problemas, negarse a ver los errores de la transición es incluso más peligroso que hacer lo propio con sus aciertos. Si aquel pacto era tan magnífico, ¿por qué el problema de las víctimas del franquismo y la memoria histórica es tan recurrente? ¿Por qué surge una y otra vez? ¿Por qué divide tanto a la sociedad? No es bueno barrer la suciedad bajo la alfombra, al final siempre resurge, y lo hace más putrefacta. Las heridas hay que dejarlas al aire. El pacto de la transición, sencillamente, no sirve. Y no solo porque haya un grupo de extremos izquierdosos empeñados en envenenar la convivencia, sino porque hay una injusticia flagrante que clama a la moral más básica. Volviendo al tema No pretendo criticar ni presuponer nada con respecto al problema en Euskadi, únicamente lo uso como ejemplo para indicar que el problema de fondo es la falta de cultura democrática de la sociedad española. El Gran Wyoming lo explicó maravillosamente en una entrevista cuando dijo que España se había convertido en demócrata de la noche a la mañana. Se acostó franquista en 1975 y se levantó demócrata en 1978. O al menos esa es una de las ficciones sobre la que se asienta nuestra democracia. Alemania e Italia sufrieron la derrota del nazismo y el fascismo, y las correspondientes consecuencias. En España se sufrieron las consecuencias (aunque no todos por igual), ya fuera material o ideológicamente —en cualquier caso siempre subjetivamente—, pero no la derrota, y todos los que se acostaron franquistas en 1975 siguieron siéndolo en 1979 y destilando este veneno en sus hijos. Y hasta hoy. La Democracia, con mayúscula, solo se construye sobre un compromiso inequívoco y radical con sus valores, y no mediante un mero acuerdo transaccional y condicional, esa es la raíz del problema: en España todavía no ha llegado la democracia a muchas mentes. Y no se podrán cerrar las heridas hasta que no se asuman unos mínimos políticos (ya que no sociales o económicos), pues sin esa base común no es posible una verdadera Democracia y no se acabará nunca la dicotomía entre los que se cubren de pulseritas con banderas y los que reniegan de ellas, pues cada cual, en su ámbito, seguirá inculcando el temor hacia el otro y la desconfianza más absoluta en sus hijos y contribuyendo a la reproducción de discursos que excluyen a los otros y tienden a caricaturizarlo (“el facha” o “el rojo”), impidiendo que este país esté verdaderamente completo; por utilizar una imagen, que este país se encuentre mínimamente cómodo con su propia bandera, sin que esta deje de ser para buena parte de él el símbolo de la otra parte, de su ideología y de sus crímenes y la injusticia que de ellos permanece tantos años después. La vergüenza siempre permanecerá. Y esto no tiene nada que ver con que se sea de derechas o de izquierdas, algo que es totalmente respetable aunque no se comparta, pero solo si se mantiene el acuerdo mínimamente esencial sobre los principios democráticos que a día de hoy se manosean indecentemente por parte de los que solo admiten su verdad y tratan de reimponerla, por muy inconsistente y contradictoria —hasta hipócrita— que sea. Aun con todo, habrá quien mantenga que todo esto no tiene importancia, que han pasado muchos años, que España es un país desarrollado con una democracia asentada y que qué más dará... A todos ellos, les dejo un artículo: ¿Qué factores están detrás de la irrupción electoral de Vox? Sin entrar a valorar la metodología, el trabajo es como mínimo indiciario y preocupante, y se encuadra en otros similares a nivel europeo. En él tenéis todos los enlaces necesarios, incluido uno a los detalles metodológicos, aunque es muy técnico5. En cualquier caso, recomiendo encarecidamente a todos los que hayan llegado hasta aquí su lectura, de entre todas las explicaciones y estudios sobre el voto a VOX, este puede ser el más revelador y plantea una causalidad y un punto de vista en cuanto a las influencias cruzadas y la manera en que pueden reforzarse. El comentario anterior sobre la repetición del pasado, con el escenario del resurgir del terrorismo, podría trasladarse aquí, todo depende de lo que cada uno de nosotros esté dispuesto a apoyar, al fin y al cabo, cada uno de nosotros es la sociedad, no solo los demás. P.S.: Este comentario lleva algunos días en la nevera, y entretanto, resulta que el TS ha dictaminado paralizar la exhumación del dictador hasta la sentencia firme, con lo que el tema vuelve a estar de actualidad, contradiciendo la afirmación del principio, que a pesar de todo he decidido mantener. Tiempo ha de mi última entrada en este blog. Demasiado. Pensé que me había dado tiempo a escribir un último comentario de despedida, una disculpa, si quiera una explicación sucinta, pero ahora, más de año y medio después, vuelvo a entrar y me encuentro con que no, con que mi último comentario fue la carta abierta a Rajoy después del referéndum en Cataluña. Ha pasado tanto tiempo...
En fin, debo disculparme por haberme marchado así, a la francesa, de verdad que creí que me había despedido, que había explicado que me veía obligado por obligaciones varias y muy obligatorias y que seguramente no podría escribir en mucho tiempo. De verdad que lo creí. Perdónenme, se lo ruego. La verdad es que esperaba encontrarme un desierto y descubro que en todo este tiempo ha seguido habiendo visitas. Sorprendente. Podría pensarse que tengo un reducido grupo de seguidores —fans, diría yo, por decir algo— que han seguido entrando ansiosa y puntualmente en busca de algo que, a falta de otra cosa, han de ser las palabras que dejo escritas; ya lo dice mi madre: hay gente para todo. Pero como lo que sí que encuentro vació es el buzón, como nadie deja comentarios ni mensajes, he de concluir que las visitas son realmente equivocaciones de rumbo de navegantes aburridos, quizá con demasiado tiempo libre; en fin, bienvenidos sean de todos modos. Sea como fuere, debo anunciar que afortunadamente sigo atendiendo a las obligaciones y, desgraciadamente, tendré que volver a ellas en breve; pero entretanto, y mientras goce del actual periodo de marasmo limitado, tengo intención de retomar estas pequeñas cartas de desahogo. Seguiré gritando en arial para que, aunque sea en silencio, no se pueda decir que no lo dije y, sobre todo, para sacarlo de dentro, que molesta. Al fin y al cabo, esto ha sido y es un desahogo. Excmo. Sr. D. Mariano Rajoy Brey
Palacio de la Moncloa En algún lugar cerca de Ganímedes (calculo) Estimado Mariano: En primer lugar, perdón por llamarte Mariano, incluso por tutearte, pero te veo tanto en televisión con esa cercanía tuya que ya eres como de la familia; tan campechano como eres, estoy seguro de que no te molestará que me tome estas libertades. Lo siguiente, tal y como debe ser, es presentarme, a fin de cuentas tú no me conoces y ambos somos hombres de bien, tranquilo, será rápido. Soy uno de esos que no existe, un sueño, un rumor apenas, seguro que a ti ni te llega; no, no te preocupes, no escribo desde el más allá, es simplemente que soy de esos que lleva mucho tiempo advirtiendo de lo que se avecinaba en Cataluña, escribo un blog, ya ves, que seguro que no has leído y digo que no existo porque cuando todo esto acabe tú y los tuyos pretenderéis que yo no existo, ni yo ni nadie como yo, asumiréis con toda naturalidad que lo ocurrido no pudo preverse, que nadie lo vio venir ni avisó y que por tanto vosotros no tenéis culpa alguna. Lo sabemos, es vuestra estrategia de siempre, otro gran enano político de tu partido ya lo intentó con unas armas de destrucción masiva, seguro que te acuerdas de él, otros lo intentaron con la crisis. Son cosas que pasan, estamos acostumbrados, aunque para serte sincero siempre escuece. Ahora que ya nos conocemos, quiero decirte que tienes todo mi apoyo y que sé que lo que sucedió ayer en Cataluña no fue culpa tuya, nunca lo es, ¿cómo va a serlo si tú no haces nada? Y no es que no hubiese quien avisaba de ello (ahora no me refiero a mí, ya sé que tu no lees mi blog, pero había gente muy famosa que lo hacía), es que a ti esas cosas no te llegan, normal, estás demasiado ocupado salvando España como ocuparte de ella, además, la culpa es de la escasa talla de los análisis políticos del Marca. Aun así no puedo dejar de fijarme en el irrefutable hecho de que todo esto está sucediendo contigo en la Moncloa. Ya, ya sé que la culpa al final será de otros, ya os las ingeniareis para dejárnoslo claro, que para ello podéis repetirlo en casi todos los canales, pero aun así… El caso es que me equivoqué, debo reconocerlo. En mi último comentario en ese blog que no lees predije que ni los independentistas ni los unionistas tendrían la imagen que querían para el 1-O, me equivoqué, y la culpa es mía y solo mía por creer en un último atisbo de inteligencia, algo que frenase en último momento tu cólera, porque al final los independentistas sí lograron todo lo que se proponían, una vez más se lo pusiste en bandeja; aun trato de entender a qué venía el esperpento de 10.000 policías alojados en el barco de Piolín (como lo conocemos aquí) si luego no iban a servir para nada, supuse que te darías cuenta de que con 10.000 no tenías ni para empezar frente a todo el territorio catalán y que si resultaban efectivos tendría que ser a lo bestia, tan a lo bestia que no te quedaría otra opción que retirarte (aun te supongo demócrata). Pero no lo uno ni lo otro. Tú mismo te dejaste colocar en una posición en la que siempre ibas a perder porque, siento ser yo quien te dé la noticia, SÍ hubo referéndum. Lo sé, lo sé, es muy fuerte, como dirías tú, tómate tu tiempo. ¿Ya? Pues sigamos, que el esperpento no acabó con los dibujos animados, porque encima hemos tenido que ver a una vicepresidenta salir a decir con esa gravedad impostada y bajando la mirada (la única muestra de sinceridad) que no había habido referéndum. Se ve, Mariano, que tampoco te llegan las imágenes que sí lo hacen al resto del mundo (mira a ver si es la antena). Se la veía tan sola, tan vulnerable ahí, mintiendo a todos los españoles… La verdad es que el atril le quedaba muy, muy grande. Pero lo peor es que la cosa no acabó ahí, sino que luego saliste tú, con todo tu aplomo, a decir lo mismo, vamos, a hacer el ridículo más absoluto, como si temieses que nadie creyese a tu vicepresidenta y tuvieses que salir tú a confirmarlo que sí, que sí, o sea, que no, que no hubo referéndum, ¿de qué imágenes habláis? Y luego ya, todos los demás, que hasta en las tertulias, como no, se repite el coro de loros. Pero claro, lo peor no es que tú o tu gobierno hagáis el ridículo, sino que lo ha hecho todo el país, nos habéis dejado a la altura de… no sé, una república bananera. Hablemos de Venezuela, ¿o es que ahora no interesa? ¡Ah, claro! Que eso no es lo que toca, entonces tocará lo que vosotros queráis, como de costumbre. Me pregunto cómo se sentirán todos esos líderes europeos a los que has estado mintiendo todo este tiempo, tan ufano y acostumbrado como estás, diciéndoles que esto era un calentón tonto, y hoy se levantan con la policía española, llevada específicamente a Cataluña para que aporrease vecinos (que hasta en Antena 3 lo dicen, ni siquiera ellos pueden ocultarlo) o colegios. Imagino que se sienten engañados como mínimo, tú, el alumno aventajado, el niño bueno del puro, habrase visto, si es que ya no te puedes fiar ni de los conservadores. Porque claro, son imágenes muy fuertes, imágenes que inmediatamente hacen pensar, ya sé que no te gusta, pero es así, en ese franquismo nunca muerto. Y sí, ya sé que también hubo policías heridos, y atacados, pero es que los números no se pueden comparar, por mucho que os empeñéis, y es que la policía no está para eso, no debería estarlo, cualquier agresión de la policía es siempre más grave y debe estar muy muy bien justificada. ¿Lo estaba en este caso? ¡Ah, sí! La ley. Todavía os escondéis detrás de papeles, pareces Ned Stark antes de ser decapitado, deberías haber hecho caso a Pablo y haber visto Juego de Tronos, quizá algún día la regalen con el Marca. Plantéate solo una cosa, ¿no crees que hay algo que no va bien cuando la policía tiene que cargar contra los vecinos? O cuando es acosada por los vecinos. Esa palabra, vecinos, que ya digo que ni siquiera en Antena 3 pueden silenciar, debería hacerte reflexionar, y no lo digo por lo de que son los vecinos los que quieren que sea el alcalde… o como sea, tú ya me entiendes, es simplemente que cuando a la policía se la pone en la tesitura de ejercer violencia contra vecinos, no criminales, ni manifestantes siquiera, es que el que los ha puesto ahí se ha equivocado. Y mucho. Total, para nada. Sí, ya sé que pensabas que con incautar unos cuantos miles de carteles o de papeletas, ya estaba el asunto finiquitado, que creías que los independentistas eran tan tontos como para no tener planes de contingencia ni ases bajo la manga, ay Mariano, cree el ladrón que todos son de su condición. Si hubieses leído mis comentarios te habrías dado cuenta de que, aun cuando hubieses tenido razón y fuesen tan pasivos y descuidados como tú, tus medidas no hubiesen servido de nada, porque ellos ya tienen su plan trazado y su decisión tomada y, al menos, no les habrías regalado la propaganda, quizá incluso habrías empezado a hacer política, dicen que más vale tarde que nunca, aunque en este caso tengo mis dudas. Pero claro, a ti todo esto no te llega, tanto es así que sigues defendiendo y ordenando a tus huestes televisivas que defiendan que ayer no pasó nada, y a la realidad que la zurzan. Supongo que alguien te dijo de pequeño que el mundo es como nosotros nos lo hacemos, pero todo tiene un límite Mariano, que ya no eres un niño. Pero no seamos injustos, que tú no eres el único. Hoy he escuchado decir a un reputado miembro de la carrera judicial, que no es de los tuyos, para que veas, que la independencia unilateral es un camino sin salida, básicamente porque es ilegal. En fin, a veces me siento como si gritara en el desierto, te lo juro por Snoopy. No os dais cuenta de que eso da igual. Mañana ya está convocada la huelga general de la que también he hablado en mis comentarios, y ahí se verá. Lo de ayer era solo un paso necesario, pero no la prueba de fuego, porque mañana TODA la población de Cataluña tendrá que decidir, y tú les has empujado hacia el independentismo. ¿Te imaginas que se paralizase Cataluña? Ya sé que vosotros lo negaríais, como ahora, pero siento decirte que al final la realidad acaba siempre imponiéndose, y permíteme que te dé un consejo: no confíes en lo que digan todos esos medios que te siguen. Ya sé que nunca te ha importado lo más mínimo lo que ocurra en Cataluña, que tu única intención es desviar la atención para que no sepamos cómo arden las pruebas de la Gürtel y cosas similares, para manteneros en el poder (por el bien de España, por supuesto), pero aun así debo decírtelo: lo que publiquen en La Razón, el ABC, El Mundo o El País, lo que digan en Antena 3 o TVE no va a servir más que para enardecer el problema porque en Cataluña no van a hacer ni caso, tienen sus propios medios de comunicación y algo más importante, ventanas y la propia calle; y fuera de Cataluña solo va a servir para que más enajenados salgan con banderas a pasear su patrioterismo de futbol y toros, no el verdadero patriotismo de servicios públicos y ayuda a los que más lo necesitan, el del Estado de Bienestar que vosotros destruís, ese que sí que construye país. Y esas banderas sí que las verán en Cataluña a través del tamiz de sus medios, que son como los tuyos pero al revés, es decir, lo verán como otra agresión más. Lo dicho, no confíes en los medios. Por cierto, que también he oído a alguien de los tuyos empezar a hablar de una cierta reforma de la constitución, ten cuidado porque cuando eso empieza a admitirse entre los tuyos, o a pedirse, o te están preparando el terreno o te van a dar la patada, además, si sugieren un cambio, es que hay que tirarla entera, tú verás. Y que sepas que podrán declarar la independencia. Y los tribunales publicarán preciosas sentencias, y autos, y condenas, y quién sabe qué más que no servirán para nada, porque después habrá que llevarlas a la práctica. ¿Vas a mantener a tus 10.000 hijos de San Luis (o de la Macarena, que es como más español y acorde con el esperpento) en los barcos de los dibujos para siempre? ¿Vas a desplegar al ejército? En este último caso te recomiendo que subcontrates, tú que eres de subcontratar tanto, al chino, que son muchos y te van a hacer falta. Ya, les cortas la pasta, ¿pero y si empiezan a recaudarla por su cuenta? Las cárceles se te van a llenar, y tendrás que sacarlos de Cataluña porque ya no cabrán; no todos los ayuntamientos jugarán a la independencia, pero quién puede enfrentarse a los vecinos eternamente, además, ¿no te han demostrado ya la fuerza de las organizaciones civiles independentistas? ¿Qué crees que les constaría crear instituciones paralelas? No sé tú, pero a mí me parece bastante ridícula la imagen de un alcalde sin nadie sobre quien mandar. Y a todo esto, tarde o temprano alguien en Europa te pondrá una mano sobre el hombro, amigable, y te dirá que pares, que ya está bien, ellos también tienen opiniones públicas y, además, les hacen más caso que tú, ¿te darás cuenta entonces? Sí, ya lo sé, estoy pintando un futuro muy negro, un futuro en el que todos los catalanes son independentistas, pero es que no hacen falta todos, solo la mayoría, y tú estás haciendo que eso sea posible. Además, ya he dicho que esto sería solo si triunfase la huelga general. O quizá no. No te preocupes, yo no seré como otros y te pediré la dimisión, ya he dicho que cuentas con todo mi apoyo, además, ¿para qué? ¿Acaso te la has planteado alguna vez? Tampoco pediré elecciones, para qué si en este país están empeñados en que seas tú, a pesar de todo (y es tanto…) el que nos ¿dirija? En fin, Mariano, ya me despido. Únicamente quería mostrarte ese futuro que nadie más te muestra, quizá te llegue, quizá no, el correo hasta la luna no es muy fiable, imagino que hasta tu planeta será todavía peor, supongo que será por los recortes. Disculpa si en algunos momentos te he parecido poco claro, puede que hasta brusco, normalmente intento ser más claro, madurar un poco más lo que escribo, pero hoy te mando la presente como terapia, y eso siempre es convulso. Tuyo afectísimo, uno más de los que no existirán cuando todo esto haya pasado. P.S.: siento destruir tu última esperanza, pero no, esta carta no te llega desde la rebelde Cataluña, se ha escrito y enviado desde Madrid. Sí, lo más odiado en el mundo de la nutrición. Dos palabras que han adquirido a fuerza de spot la categoría de icono, hasta el punto de que casi ya no significan nada, despojadas de cualquier verdadero sentido como si de una pátina perdida por el continuo manoseo se tratase, como todo aquello que toca la mercadotecnia. Pero sí que lo poseen, aun significan algo, algo no siempre tan malvado y dañino como nos pretenden hacer creer precisamente aquellos que las manosean, aquellos que casi las han convertido en significantes vaciados, aquellos que las sacaron del anonimato para expurgarlas de sentido por el abuso mediante el ingenioso método de hacérnoslas patentes, es decir, de dotarlas de sentido sacándolas del anonimato. ¿Y cómo las dotaron de sentido? Pues como tantas y tantas otras cosas, otros conceptos, otras ideas, oponiéndolas a aquellas que pretendían resaltar, aquellas que les resultaban beneficiosas, que les proporcionaban beneficio, en este caso una simple expresión de dos palabras: sin aditivos, todo el mundo necesita enemigos. Pero la relación entre esas dos palabras denostadas también es importante. Han llegado a formar un todo, una unidad de significado, tanto que cuesta imaginar la una sin la otra, como si añadir a los ¿alimentos? conservantes implicase también colorarlos, o viceversa. Esta unidad de sentido que se opone a su ausencia, a ese sin aditivos solitario que pretende ser simple, sencillo, natural (¿puede ser mejor la ausencia que la existencia de algo? Temo que esta pregunta no sea para este lugar), esconde en su existencia, la del slogan que han llegado a ser, tan costumbrista y anodina que ya ni reparamos en ella, un conflicto interno, porque no es lo mismo conservar que colorar. Somos nosotros los que hemos casado a la pareja y la mantenemos unida sin importarnos si realmente tiene sentido ese matrimonio, simplemente es cómodo, nos han acostumbrado, nos suena bien, siempre son mejores las transiciones que las rupturas, todo es mucho más suave si va con vaselina. Aunque siempre esté el cojonero que opina que quizá sea mejor plantearse las cosas. Y todo esto, sí, al hilo de Cataluña. Porque como escuché en una inesperada entrevista hace poco a Gabilondo, una de las poquitas personas que lleva desde el principio advirtiendo de lo que se gestaba en Cataluña frente a la ceguera obediente y general (quizá el mejor analista político de este país actualmente, y eso que no estoy de acuerdo con él en varias cosas, como debe ser), el problema, decía en esa entrevista, al final es la falta de proyecto. Proyecto de España, proyecto de país, proyecto de Europa, una especie de hastío, de hasta aquí hemos llegado que no sabe responder al siempre recurrido y ahora, ¿qué? Un agotamiento espiritual al que ya me he referido en varias ocasiones quizá tildándolo de falta de empuje de Occidente, de ausencia de visión, qué se yo, si bien en España, como somos different tenemos nuestras propias causas, añadimos nuestro poquito de flamenco y nuestro exceso de testosterona lenguaraz, y nos sale una transición, no, perdón, la Transición (qué cojonudos somos), que ya sé que no se debe criticar (delito de ofensa al sentimiento religioso, Dios me libre), y que fue la que podía ser, pero es que es ese el problema precisamente, y negarlo también. Y, siendo una enfermedad de todo Occidente, ¿escapa Cataluña? No lo creo. Pareciera que se enfrenta un proyecto “sin aditivos”, claro y natural, a dos ausencias de proyecto, una “conservadora” y una “colorante”. Veamos. El proyecto “sin aditivos” Lo que proponen los independentistas es sencillo: autodeterminación. La verdad es que dicho así, e interpretado como se ha interpretado (en un sentido espectacular, de espectáculo), tiene mucha fuerza. Los independentistas juegan en un teatrillo e interpretan su papel con la imprescindible colaboración del PP en su unidad, desde el presidente al último alcalde o concejal pueblerino y provinciano, que les dan toda contrarréplica que necesitan sabedores de que los medios proporcionarán los minutos de gloria que procedan. Futbol, toros y ¡yo soy español, español y mucho españoles! Olé (se me olvidaba). Su proyecto de independencia parece diáfano, comprensible visto lo visto, natural como solo lo prístino puede serlo, y viceversa, apela sin hacerlo a esa antigüedad de la Edad Dorada, la de prados y lagos de aguas cristalinas y fraternidad, casi al buen salvaje, pero mejor, porque de salvaje nada (olvidemos la antigüedad real de los conflictos entre vecinos, que eso, entre vecinos, no puede ser). Y es que la sola independencia solventará los problemas de Cataluña. Pues vale. También la sola elección de Rajoy iba a solventar los problemas de España, y aquí estamos. Pero el problema es que las hadas murieron cuando se recalificaron los prados, o se adaptaron al asfalto diez horas al día con dos para comer por menos de mil euros, que viene a ser lo mismo, y nos encontramos con una (mal llamada) izquierda que se dice independentista aunque apunta a esquizofrenia y que parece pensar que la emancipación traerá a Cataluña el paraíso socialdemócrata que no ha traído la crisis a toda Europa, y olvidemos las preferencias de los catalanes desde la Transición, que mira que se han empeñado en ser gobernados por señores muy honorables y muy de derechas. Como para no verlo. Y luego están los Señores, que como todos los señores añoran tiempos mejores, pero en esta ocasión de verdad, pues ya no pueden campar como quisieran y su señorío se desvanece como espejismo, así que se suben al carro (automotor, eso sí) que mejor los puede llevar lejos del castillo que se derrumba pretendiendo que el pueblo olvide pasados pecados si logran ponerse a la cabeza de lo que venga y así, marranos de alta cuna, lideran más líderes que nadie, sin mirar atrás, y lo que venga de allí, de atrás, pues es por lo de ahora, fíjate tú, si es que somos iguales, ¿es que no lo veis? Si siempre hemos sido de los vuestros, no hay 3 % que valga, ahora es hora de mirar al futuro, olvidad el reloj y contemplad el calendario. ¿Realmente no hay aditivos? No puedo evitar, escuchando al sr. Puigdemont, y antes a Mas, tener la sensación de que aun harían lo que fuera por regresar a su propio cuento, en el que ellos manejaban el castillo, suspiran por un statu quo como el de antes por lo bajini, quizá si llegase una oferta…, una buena oferta, quiero decir, pero claro, tendría que ser realmente buena, porque todo lo andado no se desanda en un día y hace falta ofrecer mucho para tapar más. Es un suspiro, no Mas. Es cierto que ellos tienen un discurso, y eso siempre es una ventaja, es cierto que además es un discurso bonito, y es verdad que tienen razón en sus argumentaciones parciales, como esa intervención de la autonomía por la puerta de atrás seguramente ilegal o al menos en fraude de ley (aquellos que tanto la declaman, perdón, reclaman), pero como en muchos otros productos de mercadotecnia esa etiqueta “sin aditivos” encierra su propia mentira. El proyecto “conservante” O debería decir el no proyecto “conservante”. Porque no lo hay. Nunca lo ha habido, pero nunca jamás. Olvidemos términos más elegantes tales como liberal, el término conservador es mucho más fiel y más real. Conservador, conservante, el que conserva, ¿el qué? Lo que sea, eso es lo de menos, lo importante es que todo siga como está. Esa ha sido y es la lucha capital de la derecha, mantener el statu quo, y únicamente una imposibilidad radical de hacerlo, la certeza de la muerte, la empuja a moverse —léase CiU, por si no quedaba claro—. Lógicamente, siempre ha habido conservadores más listos que otros, lo que tampoco es decir mucho, pues hasta que el cadáver no empieza a oler, y el cadáver son ellos, no se deciden a reaccionar, y aun entonces lo más probable es que recurran a algún tipo de violencia. Es la ideología del miedo. Así pues, el gobierno del PP carece de discurso, o frente al nuevo y rompedor “sin aditivos” sigue instalado en los conservantes de toda la (su) vida, lo que viene a ser lo mismo. Ha tenido años para elaborarse uno, pero no han podido, no pueden, no está en su naturaleza, es una incapacidad idiosincrásica, es de alguna manera lo que los define, es el efecto de la transición, que cada uno interpreta como quiere. No es su culpa, es que Dios los ha hecho así, tanto como ellos han hecho a Dios. Pero la realidad es tozuda y cuando hay que cambiar hay que cambiar, ellos no lo ven, no lo verán, siempre desconfiarán de lo que no conocen y se resistirán a cualquier cambio, como los niños pequeños chillarán, protestarán, golpearán imbuidos de la creencia de que están defendiendo algo que es sagrado solo porque es lo único que conocen, quién quiere Historia teniendo a Dios, para qué sirve la evolución si ya existe el creacionismo. Hasta que se acostumbren y entonces, sea lo que sea lo que haya sustituido a lo que había, se apoderarán de ello, dirán que ellos siempre estuvieron allí y lo defenderán con uñas y dientes frente a cualquier radical extremista sin principios que quiera cambiar su mundo. Es el ciclo de la historia, no hay más. Quién quiere circunvoluciones (cerebrales) teniendo testículos. El proyecto “colorante” Esto es más difícil, porque no tener un proyecto claro y pretender aparentar que sí supone muchas dificultades. Correr sin saber a dónde y sin que los demás lo noten no suele salir bien, para ese viaje, no hacían falta esas alforjas, que dirían los conservantes, pero por lo menos hay movimiento, que ya es, nunca mejor dicho, un paso adelante. Por lo menos no se niega la necesidad de adaptarse, de cambiar, de evolucionar aunque en esto, como en todo, hay grados. Durante años, conservantes y colorantes han caminado juntos, dándose la mano en duplo amigable, enfrentados en el acuerdo, una reñida viceversa con efectos prácticos inflamables que, al final, han acabado por estallar porque esto, amigos, no es un problema de Cataluña, es el problema de España. Los conservantes siguen conservando, que es lo que saben hacer, decíamos, mientras que los colorantes siguen colorando, pero hasta eso deben plantearse y ahí les sale a muchos una vena conservante que no sabían, no saben que poseen, como si sus fórmulas químicas se hubiesen intercambiado en el laboratorio después de tantos años de añadirlos juntos. Reconozcamos que también los conservantes tienen algo de colorantes, y viceversa, la unidad de sentido de la que antes hablábamos reaparece. Pero entonces surgen nuevos colorantes, lástima que aun sean insustanciales. Unos porque siguen siéndolo al estilo tradicional, pretendiendo teñir la realidad para que parezca otra cosa, pretendiendo que tienen un proyecto cuando no es así, cuando ni siquiera son capaces de ponerse de acuerdo entre ellos, ni siquiera de creérselo. Pero hay que aparentar, es lo que saben hacer, aun a riesgo de blanquear a la postre. Otros porque publicitan un proyecto, hasta se creen que tienen un proyecto, cuando lo único que tienen es un procedimiento, porque después de un referéndum pactado, ¿qué? Y no vale responder lo que la gente quiera, porque eso y nada es lo mismo, porque eso nos retrotrae al principio otra vez, a lo que la gente quiso, y si vamos a votar, incluso solo a opinar, hay que saber bien sobre qué. Hay que tener una idea clara de hacia dónde se quiere ir, y eso implica un constructo más o menos definido, es decir, cuyas partes, aun no hirientemente sólidas como era costumbre, estén más o menos relacionadas entre sí, no unas simples pinceladas a salto de mata que por muy coherentes que sean (si lo son) no aportan la seguridad que necesita quien se va a dejar guiar. Eso es lo que hay que aportar, y más importante, lo que hay que mostrar y demostrar, que las ideas, por muy buenas que sean, como las novelas en un cajón, no sirven de nada en una web olvidada. Lo que importa: 2-O En los mundos de Rajoy, el referéndum fracasa y el día 2 o el 3, el gobierno realiza una oferta de diálogo “seria” (por supuesto), y los catalanes asumen su error y aceptan unos millones aquí, alguna competencia allá, como siempre ha sido, y todos podemos respirar tranquilos, otra crisis superada por la retranca gallega, qué bueno soy y qué culito tengo. Pero Cataluña ya se ha perdido. Eso ya es inevitable. Y el bochorno español, los dibujos animados, las imágenes, las banderas despidiendo lamentablemente como si de la guerra se tratase o, más mejor, las cruzadas, ahora cubiertas en prime time por unos medios que son más coros absurdos que cualquier otra cosa, y Viva España. La pelea está en las imágenes, todos buscan la suya: policías represores y multitudes enfervorecidas frente a esa habitual que tanto gusta al poder, la mayoría silenciosa, la normalidad, y unos papeles arrastrados por las calles desiertas, que siempre dan ambiente, chúpate esa Puigdemont. Lo dicho, Cataluña está perdida y no lo quieren ver. Ninguno obtendrá lo que busca, aunque todos buscarán lo que obtengan y Cataluña, y España, seguirán perdidas. No, Europa está más perdida aun señores, en algún momento tendremos que empezar a inventar nosotros. Así, a gritos, empezamos el temita. Puesto que así se ha estado tratando desde el principio, sigamos en la misma línea, no vaya a ser que no nos entiendan si no gritamos, al fin y al cabo ¡ESTO ES ESPAÑA! Por cierto, que el comentario llega cargadito, recomiendo dosificarse y respirar hondo. Mariano y cierra España Pues sí, ya estamos donde advertimos que llegaríamos hace mucho tiempo, y aun así nada se ha hecho. Bueno, no, en realidad sí que se han hecho cosas, en realidad muchas: todas las necesarias para que nada alterase el rumbo marcado y pudiésemos llegar aquí tal y como estaba planeado así que, como de bien nacidos es ser agradecidos, reconozcamos el enorme mérito y trabajo del principal artífice de la situación actual: Mariano Rajoy Brey, —así, con nombre completo, porque así será como lo recuerden los libros de historia—, y es que ya desde su más tierna oposición comenzó su asedio a Cataluña. Con el fino instinto político que lo caracteriza atisbó que, ante la falta de una ETA como Dios manda (mira que rendirse a los rojos) y el acecho de la corrupción (recordemos que por aquel entonces la crisis económica era impredecible, al menos para los liberales) necesitaba un motivo para agrupar a las propias huestes en torno a su discutida persona, y lo normal de toda la vida de Dios ha sido buscarse un enemigo. Y aquí estamos, una guerra civil, una dictadura y una transición después, casi en el mismo punto, ¿tiene o no tiene mérito? Que sí, que nada de esto habría sido posible sin la inestimable colaboración de Mas y compañía, que se han ido arrinconando ellos solitos, pero ¿quién sino el PP inició la escalada y la ha ido aumentando siempre que ha podido? ¿Quién ha sido la pareja perfecta del baile independentista? A pesar de lo que el coro mediático nacionalistaespañol repita una y otra vez, y sin despreciar el papel de los independentistas catalanes (que por otro lado son independentistas, es decir, está en su naturaleza, no engañan a nadie), nadie como Rajoy ha traicionado todo aquello que él mismo propugna y que razonablemente se podía esperar de su cargo —no tanto de él—. Y a pesar de todo, le ha salido bien, ahí está, en la Moncloa, a pesar de la corrupción, de sus mentiras sobre la crisis, de la pobreza y la desigualdad, de sus mentiras y su incapacidad generales. Me rendiría ante su genio si no tuviese serias dudas sobre si tanto éxito es hijo de su acierto o primo, al menos, de la estupidez de los demás. Olvidemos el pasado La pregunta lógica ahora es qué va a suceder a continuación. Bien, vayamos por partes, pues para anticipar lo que pueda ocurrir antes hay que fijar las reglas del juego. Como ya indiqué en otros comentarios, la estrategia nacionalista española se basa en una interpretación positivamente jurídica (en un sentido muy positivista del derecho) ya criticada, mientras que la nacionalista catalana lo hace en una interpretación más amplia y cercana a la realidad[1] que sin embargo no está exenta de problemas. Así, el gobierno central ha reaccionado como se esperaba, tirando de Derecho y juridicidad, incluso alterado ad hoc, véase la reforma del constitucional que, sin embargo, parece que no se atreve a activar, al menos de momento, dada la barbaridad que supone y el riesgo de enfrentamiento en el TC que podría conllevar[2]. El salto hacia… Los independentistas actúan como era esperable: dando un salto en el vacío. Se argumenta que esto es ilegal y por tanto carente de validez, lo que por muy formalmente correcto que sea ignora una vez más que la validez última no la aporta la legalidad, sino la legitimidad, y que esta es, como no podía ser de otra manera, mucho más mutable que la misma legalidad que deviene de ella. Además, es habitual en los actos creadores de soberanía que en la historia han sido que se produzca un salto en el vacío (legal) en el que se pasa de una legitimidad a otra, una especie de paso del Rubicón soberano en el que se olvida deliberadamente lo anterior y la sociedad se entrega a un nuevo orden simplemente porque quiere hacerlo, porque es soberana para hacerlo. Agradezcamos que en este caso no haya mediado una guerra para lograrlo (insertar carita asustada). La transición es uno de los casos en que este salto no se produjo, pero claro, únicamente porque se hizo a través y respetando la legalidad franquista, con lo que de legitimación de la misma tiene (uno de los grandes problemas en la raíz de la situación actual del país), legalidad que a su vez sí nació del salto del que hablamos mediante una guerra de persecución y exterminio del rival político, ahí es nada. Por cierto, que la anterior legitimidad, la republicana, practicó el salto a través o desde el trampolín de unas elecciones, otra casualidad. ¿De qué depende entonces la legalidad final? Pues como tantas otras cosas en la vida, del éxito. Si el referéndum se celebrase y la secesión tuviese finalmente éxito, todo lo que estamos viviendo hoy sería el hecho constitutivo, nuclear, el nacimiento de la nueva república catalana, y se estudiaría como tal en los colegios, asumiendo desde entonces plena legitimidad por sí misma o, más bien, por su propio éxito. De alguna manera se justificaría a sí misma por su propia existencia y todo el ordenamiento jurídico, todo el cuerpo legal — constitución incluida— que deviniese de ella asumiría plena vigencia, tal y como ahora puedan tener las mismas leyes contra las que se rebela el proceso independentista —Constitución del 78 incluida—. Seguramente se generaría en cierto sector de la sociedad española (ya sabemos cuál), un sentimiento irredentista que con el paso del tiempo quedaría a la misma altura, según las circunstancias, que el asunto de Gibraltar o las colonias americanas o africanas. Se ha pretendido encontrar amparo en el Derecho Internacional, uno de cuyos más famosos pilares (y más manoseado) es el derecho a la autodeterminación de los pueblos. Analicemos esto un momento. Dejando a un lado el hecho de que el derecho de autodeterminación fue concebido para algo tan concreto como la descolonización, y con unas condiciones inaplicables al caso catalán por mucho que quieran algunos, el problema del Derecho Internacional es la ausencia de fuerza coactiva legítima que lo respalde, es decir, no existe un juez que pueda ordenar a una policía internacional que lo aplique, así pues —y conectando con lo que decíamos más arriba sobre el éxito— el Derecho Internacional, que se lo debe casi todo a los Estados medianos y pequeños que necesitan una defensa frente a las grandes potencias, depende aun del poder. Y en las circunstancias en que estamos el poder lo dan los apoyos: sería imprescindible que una Cataluña independiente obtuviese cuanto antes reconocimiento internacional de una parte significativa de Estados y, antes que nada, de la potencias internacionales, ninguna de las cuales lo va a otorgar; este, si llega, lo haría después de años y nunca antes de que la independencia estuviese consolidada; el trabajo del gobierno español en este sentido parece haber sido muy bueno y, además, no estamos hablando de un territorio estratégico que pueda tornarse en un aliado valioso de Estados Unidos, China, Rusia…, sino una molestia más en un concierto internacional y europeo ya bastante saturado y con problemas, la verdad, mucho más urgentes e importantes. Los independentistas parecen suponer que, una que vez triunfe el referéndum, lo demás vendrá por sí solo; esto podría parecer lógico, y es cierto que una Cataluña con una independencia consolidada tendría que ser recibida por la Unión Europea tarde o temprano, pero hasta que llegara ese momento pasarían años, y la herida causada a la UE por la independencia catalana no sería tan fácilmente olvidada en una Europa que se la está jugando cada día. Varoufakis y Grecia ya experimentaron lo que puede el orgullo frente a la razón en Europa, los principales enemigos de Cataluña en la unión no llegarían desde Madrid, sino desde Berlín y cualquier otra capital con problemas similares en sus países, en mi opinión los independentistas fían demasiado a una supuesta racionalidad norteuropea. Por otro lado, si el procedimiento independentista finalmente fracasase quedaría para los independentistas catalanes como un hito más que reivindicar en su imaginario colectivo, como otro de esos fracasos históricos que genera sentimiento de comunidad, que contribuye a aglutinar[3] a los fieles. Para el bando español, en cambio, quedaría como un triunfo, un ejemplo de superioridad y en cierta forma de su destino manifiesto, de su acierto, de su razón absoluta, de la solidez de su ley y de su legitimidad que permitiría ser magnánimo (paternalista) con el derrotado; magnanimidad que ni que decir tiene que no se vería igual de generosa desde el otro lado. Lo que ocurre es que una vez que se ha llegado a instaurar esta lógica, el diálogo es imposible, pues cada uno vive en un plano distinto de la realidad sin puntos en común, sin conexiones donde pueda encontrarse un lenguaje común. ¿Y de qué dependerá el éxito final? El éxito o el fracaso dependerán, al final, de una elección, la que haga íntima y personalmente cada uno de los ciudadanos de Cataluña. Claro está que no tiene la misma trascendencia la decisión de un político, o un mosso, u otro funcionario, que la de un ciudadano de a pie, y tampoco la misma capacidad para influir o mover a otras decisiones personales, pero todas son importantes. Mas y Puigdemont y, sobretodo, las asociaciones civiles independentistas, gracias también a la inestimable colaboración prestada desde el gobierno del PP, han logrado que a pesar de los últimos descensos que marcan las encuestas en pocos años se haya incrementado el número de independentistas notablemente, aunque sin llegar a la mayoría clara que precisaría el movimiento iniciado. No voy a repetir lo dicho ya en otros comentarios sobre el tema, prefiero incidir en el asunto crucial de la elección. Básicamente existen tres posibles elecciones: apoyo, rechazo o inactividad. Las dos primeras se subdividirían a su vez entre activo y pasivo. Pero no nos confundamos, la inactividad también es una acción elegida conscientemente con implicaciones particularmente curiosas, pues lo mismo puede servir para apoyar que para rechazar, según quién vaya ganando y sobre qué se sea inactivo. La situación actual podría parecer muy polarizada, pero en realidad no lo está tanto, al menos de cara a la acción. Si presumimos que tras la inactividad puede esconderse cierto grado de indiferencia, un cierto me da igual, las cosas pintan a priori mejor para los independentistas, pues tenemos un nutrido y sobretodo activo grupo proindependencia cuyas victorias están a la vista, un pequeñísimo grupo antiindependencia socialmente irrelevante y otra parte indiferente cuyo tamaño real es un misterio. Hablo por supuesto del nivel social, no político, pues la relación entre este esquema social, o cualquier otro, y su representación política no puede ser nunca perfecta: la gente al votar, incluso en estas situaciones, no suele hacerlo únicamente en base a un aspecto. Sin embargo, tal ventaja desaparece cuando se consideran los medios utilizados, puesto que la indiferencia es buena si los medios incluyen la violencia: es posible —aunque difícil— derrotar a una potencia exterior en tales circunstancias tal y como demuestra la historia siempre que se cuente, al menos, con la inactividad del resto de la población. Sin embargo, si se pretende una ruptura con base democrática, es decir, a través de un referéndum, y lo fías todo a la legitimidad, esta ha de ser construida, se necesita una mayoría. De lo contrario siempre se pondrá en duda, y la fortaleza (y debilidad) de la legitimidad radica, esencialmente, en que no pueda ser puesta en duda de forma razonable, en que no pueda ser desafiado el acuerdo en que se basa. Volvemos a consideraciones que ya hicimos sobre los diferentes posibles resultados del referéndum tanto en cuanto al recuento de votos como a la participación y a las preguntas tradicionales, irresolubles a priori y solo solventables mediante acuerdo de las partes para cada caso concreto, sobre cuántas personas deben participar y qué porcentaje de votos hay que obtener para que el resultado se considere válido, legítimo y representativo. El Estado parece haber entendido esto y su estrategia va dirigida a lograr que, si no se puede impedir el referéndum, al menos que no sea ni válido, ni representativo ni, por lo tanto, legítimo. Vamos, un fracaso. Los independentistas necesitan por su parte crear suficiente masa crítica independentista para contrarrestar las amenazas infernales de los unionistas, si lo logran conseguirán que el referéndum, aun no celebrándose o haciéndolo de manera defectuosa, sea una manifestación tal que se pueda llegar a plantear la independencia por aclamación popular en las calles. Este creo que es el plan B independentista, toda vez que es evidente que la votación no va a ser fácil, incluso imposible en algunas poblaciones. Esta es la debilidad del Estado, pues aunque se quiten las urnas, no se puede impedir una salida masiva a las calles. Pero ¿Pero y si resulta que después de todo la gente sí va a votar? Recordemos que múltiples encuestas parecen coincidir en que en lo único que coinciden los catalanes es en que quieren votar. Quizá el gobierno de Rajoy está calculando mal una vez más[4] en este asunto, quizá incluso los no independentistas salgan a votar. A votar «no», pero a votar al fin y al cabo. ¿Y si la participación fuese tan alta que ni el gobierno pudiera negarla o, más probablemente, la negase al principio pero tuviese que acabar por aceptarla? Eso ya daría legitimidad al referéndum, independientemente del resultado. Hagamos un cálculo maquiavélico: partiendo de un supuesto 80 % de catalanes que desean votar, supongamos que los que no van a ir a votar son, sobretodo, unionistas: un 20 % de noes desperdiciados. Imaginemos ahora que los independentistas son un 40 %: un 40 % de síes que contarían. Y supongamos también que el otro 40 % son partidarios de votar pero no de la independencia: un 40 % de noes que sí contarían. Con estos porcentajes tan ajustados, y teniendo en cuenta que con mayoría de síes a los independentistas les vale, es evidente que una mínima variación hace que cualquier cosa pueda ocurrir, con la salvedad de que si la balanza se inclina hacia el no, el éxito independentista será notable a pesar de todo, y si se inclina hacia el sí cualquier acción del estado español se considerará una agresión en toda regla y exacerbará el problema, incluso para una parte de los votantes del no, pudiendo llegar a trocar noes por síes. Este es el plan A independentista. La decisión Y llegamos al punto crucial que antes hemos mencionado: la decisión que cada cual adopte. ¿Saldré a la calle a votar, a manifestarme? ¿Me quedaré en casa a ver qué pasa? ¿Me opondré activamente? ¿Protestaré? Y, en el caso de tener responsabilidad (mossos, funcionarios), ¿qué haré? Unos intentan garantizar su inmunidad, otros amenazarlos. Al igual que para los políticos, para estos funcionarios el éxito de la independencia es su única salida si optan por ese camino, por ello no es razonable pensar que en el punto en el que estamos un político o un funcionario con responsabilidad que apuesta por la independencia vaya a echarse atrás por unas amenazas: ya han descontado el castigo y saben que la única manera de librarse es tener éxito, por lo que todas las amenazas no son para ellos sino un acicate, todo ello sin olvidar el efecto mesiánico en la psique de aquellos que de repente son jaleados como luchadores por la libertad del oprimido pueblo catalán. En el caso de los indecisos/inactivos las amenazas sí que pueden influir, pero ¿cuántos funcionarios hacen falta para abrir un colegio? Solo uno, y no era un chiste. Llegados a este punto la acción tiene más peso que la inacción y muchos de los inactivos correrán a subirse al carro de los vencedores en cuanto se atisbe su victoria, por eso es tan importante tomar la delantera. Y por otro lado tampoco se puede inhabilitar a todos los funcionarios, con esto también cuentan en Cataluña. ¿Dónde será entonces más importante la inacción? Cuando el Estado pretenda ejercer la compulsión, el castigo contra los que le desafíen y se encuentre presumiblemente con el rechazo mayoritario de la sociedad catalana que, como se atisba, aun en el caso de los no independentistas sí es favorable al ejercicio democrático del referéndum. Esto obligaría al Estado a ejercer la represión con sus propios medios en una medida inversamente proporcional a la pasividad de las instituciones y sociedad catalanas, acrecentando la sensación de ocupación y el discurso victimista del independentismo, con lo que de fracasar ahora se seguirían poniendo los sólidos cimientos para la próxima y quizá definitiva ocasión. Pero también será esencial la inactividad en el caso de que se pretenda la independencia por aclamación, porque seguidamente habrá de ejercerse de forma práctica y cuando el Estado, con todo su poder, lo impida, ¿qué hará la población? Hoy por hoy no parece muy probable una huelga general mayoritaria en Cataluña ni nada por el estilo, más allá de manifestaciones que, estas sí, pueden ser multitudinarias gracias a la asistencia de los independentistas que ya están movilizados y comprometidos con la causa; sin embargo, a la hora de la verdad, lo más probable es que la mayoría de la población siga yendo a trabajar y haga su vida normal en un reflejo de hartazgo sobre el asunto o simplemente de indiferencia hacia un problema que ha sido sublimado de forma un tanto artificial por políticos y medios de comunicación por intereses que nada tienen que ver con el fondo del asunto. Fracasando eso, fracasará el movimiento por simple agotamiento, se irá muriendo poco a poco. Pero claro, eso llevan esperando ya bastante tiempo en Madrid, sin mucho éxito por el momento. Cabe otra posibilidad un tanto inquietante: que las manifestaciones, huelgas… sean un éxito, es decir, mayoritarias, no tanto por convencimiento sino por presión social, por el qué dirán, por no significarse y que no le apunten a uno con el dedo. Esperemos que este fenómeno fascistoide, más probable siempre en comunidades pequeñas que en ciudades, no se produzca. Conclusión Lo único cierto de todo este proceso es que, de una manera u otra, otorga de manera radical a los ciudadanos la capacidad de decidir, así que al menos en este sentido los independentistas ya han ganado, veremos si logran la victoria final. Ahora es necesario que los ciudadanos ejerzan su opción personal, sea cual sea, con valentía y conciencia, algo a lo que no estamos nada acostumbrados. En mi opinión, lo importante no será tanto el referéndum, que se producirá de aquella manera, poco más o menos como el anterior, allí donde se pueda[5], sino lo que pase durante y después; al final lo que quedará de todo esto será un envenenamiento de la sociedad catalana y de la relación Cataluña-España. Gracias, Mariano. Personalmente, no creo que de esta Cataluña se independice, pero me asalta la desazonante sensación de que estamos perdiendo tiempo y energías por algo sin importancia, porque al final la votación se va a producir, sea porque finalmente se pacte un referéndum en condiciones o porque se acuerde una nueva constitución que voten los catalanes como ciudadanos españoles, de alguna manera la votación es ya insoslayable, una especie de peaje que hay que pagar antes de encontrar cualquier salida, y será entonces cuando veamos las consecuencias de todo este sinsentido y más de uno se eche las manos a la cabeza, entonces ni siquiera la derecha podrá negar que existe un problema que hay que abordar. [1] Entendiendo por tal la voluntad de los ciudadanos y no tanto la teoría o Teoría, que queda tan lejos de las lentejas de todos los días. [2] ¿Entonces para qué todo el numerito y el forzar la paz, la doctrina y el sentido común del Tribunal Constitucional? Pues para lo mismo que el resto de sus actuaciones, para dar el pie a la réplica catalana y poder continuar con la opereta, de lo contrario la obra habría acabado muy pronto. [3] Es curioso como en muchas ocasiones son los fracasos los que más unen. [4] Toda mi argumentación de que hemos llegado a esta situación con la inestimable colaboración del gobierno del PP se basa en la suposición, un tanto maliciosa, lo reconozco, de que sus actos han sido conscientes y voluntarios, pero es justo reconocer que también pueden basarse en un error de concepto, de cálculo (lo que por otro lado supone una ineptitud inexcusable), en basarse en la idea equivocada de que todo esto no eran sino bravatas para forzar una negociación ventajosa y de que se deshincharía por sí mismo frente a la firmeza (otros dirían inacción) del gobierno, una táctica a la que Rajoy parece abonado, lo que hace plausible esta interpretación. [5] Me pregunto si asistiremos al esperpento de ver a la Guardia Civil persiguiendo urnas por Cataluña, vilipendiada y acosada, con el consiguiente descrédito y ridículo del Estado, mientras otros juegan a esconderlas. El siguiente comentario estaba preparado desde la semana pasada, me he planteado si publicarlo tal y como estaba o modificarlo a raíz de los atentados de Barcelona y Cambrils, incluso si publicar otra cosa; no obstante creo que, más allá del recuerdo y el cariño debidos a las víctimas, hay que continuar con la vida, que eso es lo mejor que podemos hacer, por ello lo publico con unas simples correcciones que en todo caso iba a hacer y que no desvían para nada el foco del tema.
Aquí va. Hace tiempo que prometí una serie de comentarios más alejados de la actualidad, más teóricos si se quiere, alguno incluso se acordará de ello, y para cumplir con la palabra dada empiezo con este, espero que mueva a la reflexión. Tradicionalmente se ha considerado al liberalismo como una ideología que situaba al ser humano, a la persona, en el centro de su construcción, así, su defecto principal sería subestimar al mercado y las fuerzas que encierra, que pueden acabar arrastrando a ese ser humano individual y aislado cuyos derechos, “inventados” por ese mismo liberalismo, son en la práctica barridos sin piedad por el mercado que esta misma ideología crea. Por el contrario, el socialismo situaría en su centro esas mismas fuerzas que el liberalismo ignora, especialmente el mercado, su defecto: subestimar la capacidad e importancia del ser humano, de la persona, caracterizándola como una especia de brizna de hierba movida, si no al albur del viento, sí de fuerzas inconmensurables tales como la Historia y la Economía. Sin embargo, frente a una pantalla y los acontecimientos que transmite me pregunto, ¿no habrá ignorado el liberalismo tanto o más que el socialismo al ser humano? Porque, al fin y al cabo, la supremacía actual del mercado en todas las facetas de la vida, ¿no supone la destrucción de lo más esencial, básico y profundo de la persona? ¿No se destruye a la persona ignorando su propia naturaleza? Es decir, se construye un medio ambiente en el que —teóricamente— el individuo es completamente libre para seguir sus impulsos, sean estos cuales sean, y se ignora el hecho cierto de que uno de esos impulsos va a llevar a unos cuantos más fuertes a aprovecharse de los más débiles[1]. Resulta de lo más curioso teniendo en cuenta que uno de los principales teóricos del liberalismo clásico, Hobbes, pretendía aquello de los lobos y los hombres y ha trascendido desde entonces, como parte integrante de la ideología liberal, que el ser humano es intrínsecamente malvado. Bien, si en un entorno de absoluta libertad, con los menores frenos y cortapisas posibles, ponemos a seres con tendencia natural al mal, ¿qué ocurrirá? Puesto que la respuesta es obvia y nada gratificante, el liberalismo realiza una especie de pirueta psicológica y mágicamente teoriza —en su vertiente económica al menos— que si todas las personas tienen plena libertad para perseguir sus intereses individuales, el resultado será el bien común. Ya lo sé, se entiende que en un entorno en el que se respeten unos ciertos mínimos, como el derecho a la vida, la propiedad… Pero, ¿de verdad creen que eso es suficiente? ¿Nadie ha estudiado historia?[2] Lo cierto es que mantener semejante creencia y semejante contradicción teórica solo es posible si está mediatizada por la fe, que todo lo puede. Sin la intervención divina, sin la religión, es imposible mantener una lógica que se contradice a sí misma. Y sí, amigos, el liberalismo, al menos económico, desde su mismo nacimiento es un cuerpo teórico de consagración religiosa, si no, ¿qué creíais que era la mano invisible? ¿A qué tanto laissez faire? Esto, que en el s. XVII era algo evidente para todo el mundo, y no malo, sino al contrario, hoy se esconde y hasta se niega, cosas de la mercadotecnia[3]. De vuelta Pero retornemos al presente. Se ha hablado mucho de la agresión a la psique humana que supone la excesiva mercantilización de la sociedad y la vida actuales, de la agresión constante que supone la individualización extrema del mundo actual contra la naturaleza social y/o política (en los sentidos platónico y aristotélico) del ser humano. Yo también en este blog, hace tiempo, lo esbocé como una de las causas de la proliferación de terroristas en países árabes y occidentales, especialmente entre esas clases medias y altas en las que parece más difícil de comprender puesto que lo tienen aparentemente todo, excepto lo importante, que se sienten desplazados, desclasados, alienados, y buscan un sentimiento de pertenencia, de inclusión, una forma de escalar en la pirámide de Maslow más allá de la simple autocomplacencia por un coche mejor; algo que en cierta forma es una rebelión contra ese liberalismo tan bueno proporcionando (a algunos) la conquista de los niveles inferiores de la pirámide, la satisfacción de las necesidades materiales, pero que a la vez impide seguir escalándola y llegar a la satisfacción de las necesidades inmateriales, espirituales y personales[4]. Sin embargo, como todo en relación con los seres humanos, tiene dos caras, pues el mismo fenómeno también podría estar, y de hecho así lo creo, tras las asociaciones ecologistas, ONG, movimientos de apoyo a y demás que surgen abundantemente en nuestras sociedades. También, por supuesto, en el éxito de las redes sociales, pues a través de internet las generaciones más jóvenes, menos adocenadas y con menos rémoras encuentran el contacto directo que la sociedad mercantilista de sus mayores, en la que todo tiene y ha de tener un valor comercial, les niega. En el mundo digital no son meros espectadores target, es decir, potenciales compradores, no mero público[5], sino actores, y no actores unívocos y algo descerebrados, no mera masa[6], sino actores multivectoriales, es decir, interesados en varios temas y capaces de actuar/opinar/influir (aunque solo sea con un me gusta o compartiendo) en relación con varios de ellos. Son organismo vivo interactivo y multirelacionado, no pasivo y por tanto dependiente, dicho de otra forma, dan y reciben, interactúan, y en la interacción humana está la clave. Habrá quien diga que para eso ha estado siempre la relación personal, pero es que estamos en la era digital, guste o no es el signo de nuestro tiempo, de la modernidad, y aquello que sirve hoy para distinguir unas generaciones de otras. De lo que trata todo esto, amigos, es de que los instintos y necesidades del ser humano de las cavernas, del mamífero que somos, están, han estado y estarán ahí, debajo de nuestra piel, esperando. Se los puede reprimir durante un tiempo y apenas tendremos que enfrentarnos a unas cuantas enfermedades mentales que también reprimiremos con fármacos, encierros o cirugía, pero tarde o temprano surgirán, y solo siendo conscientes de quiénes y qué somos podremos canalizarlas hacia aquello que queramos ser, que consideremos mejor y más provechoso desde un punto de vista moral. De lo contrario surgen los Trump, los supremacistas blancos, fascistas, nazis y terroristas, pues la moral y la intelectualidad no pueden nada frente a la necesidad primaria de una caricia, una simple y vulgar caricia, de un abrazo físico, moral u on-line, pero abrazo al fin y al cabo, reconocimiento de nuestro ser, nuestra existencia y nuestro valor intrínseco, es decir, frente a la necesidad del contacto humano, esa única defensa que tenemos en nuestra individual soledad frente a la inmensidad del mundo. Es algo grabado en lo más profundo de nuestro ser, en ese cerebro reptiliano que muchos tratan de excitar para movernos a seguir sus cavernarios postulados, y por eso mismo siempre habrá gente dispuesta a olvidar todo lo que la inteligencia dice que es bueno y lo que la moral más básica dice que es noble, todo por una simple caricia. Esprit de corps ¿Y cómo se consigue esto? De la misma forma en que se consigue que un grupo de muchachos absolutamente normales se convierta en una perfecta máquina de matar sanguinaria cuyos integrantes están dispuestos a dar la vida en cuanto se lo ordenen (y ahora no me refiero a un grupo terrorista): con algo llamado esprit de corps. Algo tan antiguo como el más antiguo grupo humano. Y la forma más básica de construir este sentimiento de identidad comunitaria es enfrentándolo a otros, encontrando un enemigo, alguien a quien culpar (de qué culparle es lo de menos), pero es imprescindible que haya alguien que sea diferente, extraño a nosotros para, en base a esa extrañeza, poder excitar y dar rienda suelta a nuestro instinto reptiliano de tribu que nos impele a protegernos de lo desconocido y distinto, aun cuando no lo fuera un momento antes. Nosotros y ellos. Nosotros frente a ellos. Ellos contra nosotros. Debemos defendernos. ¿No lo sabías? Pues sí, ya lo sabes. Y ahora llega la clave: ¿de qué lado estás tú? Cuidado con lo que respondes. No hay escapatoria. [¿Quién ha avivado las llamas del fascismo? Al hilo de este artículo de Owen Jones, perfecto ejemplo de lo indicado, propongo un ejercicio: sustituir las referencias a medios anglosajones por medios y políticos españoles[7]] Y sí, hay resistencias, resistencias psicológicas, un superyó que reprime esas tendencias que se saben inmorales, así que surgen las justificaciones, todos las conocemos: ellos empezaron (siempre es el otro el que empieza la pelea, o la supuesta pelea, el que agrede) o, más probablemente, iban a empezar, ya lo hicieron una vez (el número de palitos en los siglos es indiferente), al fin y al cabo no son como nosotros (la característica diferenciadora no está necesariamente relacionada con tonalidades cromáticas, puede ser lingüística, por supuesto religiosa, ideológica o basada en una supuesta historia común)… Y surgen también las equidistancias, el más peligroso juego actual, en el que uno se atrinchera en una supuesta virtud: la aséptica imparcialidad, que no es sino una supina estupidez: si alguien es malo, el otro ha de serlo también, y en este sentido se busca cualquier detalle; de esta manera los hay que justifican a Franco y su dictadura, por ejemplo[8]. Y no es que no haya que ser neutral, pero hay que tener cuidado. El respeto a las opiniones de los demás es un valor esencial, no una mera práctica, pero desde luego no es absoluto. ¿Podemos respetar la opinión de un supremacista blanco? No digo que tengamos que partirle nada, aunque en ocasiones nos asalten las ganas, pero tampoco podemos conformarnos con un simple esa es tu opinión, pues es por ahí por donde comienzan a perderse las sociedades. Un ejemplo paradigmático es el del creacionismo. En Estados Unidos, los creacionistas se han aprovechado del respeto debido a las opiniones de los demás para colar su discurso, pretendiendo que era tan válido como la evolución; así, enfrentaban a un dilema moral a quienes les contradecían: ser fieles a la verdad científica o preservar su ética y la paz social. Uno a cero para la ética, o seguramente para la paz, al menos momentánea. Pero, a largo plazo, ¿puede haber ética sin verdad? Nuevamente nos encontramos con el efecto —quizá devenido de la lógica mercantilista— de valorarlo todo únicamente a corto plazo. Mi abuela decía por la compasión entra la peste, nunca me pareció un pensamiento muy loable, la verdad, pero expresa perfectamente la idea de que debemos tener mucho cuidado cuando nos enfrentamos a dilemas morales, pues podemos estar dejando pasar una pandemia quizá por ahorrarnos un constipado; personalmente, siempre he preferido este: más vale una colorado que ciento morado, aunque sin duda es más difícil de seguir, pero claro, ya sabemos que el lado oscuro es más fácil, más rápido, más seductor... P.S.: ahora sí, por los atentados, os dejo un articulito-resumen, como siempre para llamar a la reflexión: Ingenuos y “buenistas” [1] No estoy teorizando acerca de la maldad natural del hombre, no soy Hobbes ni comparto sus opiniones, pero eso tampoco significa que suponga que el ser humano es bueno per se, hasta donde yo sé el hombre es, todavía, un mamífero. [2] ¿Y literatura? ¿Poderoso caballero es don Dinero? ¿No? [3] También lo sé, mezclo impunemente conceptos de liberalismo económico y político y paso de uno a otro sin miramientos, pero ¿qué es el uno sino el sostén del otro? [4] De ahí que defienda, una y otra vez, que el tiempo del liberalismo pasó, que su reedición radical, el neoliberalismo, es nefasta para el ser humano y que, agradeciendo los servicios prestados, es hora de una vez de avanzar y buscar pastos más verdes, de lo contrario la civilización occidental camina inexorablemente hacia su destrucción; aunque quizá sea así como suceda, quizá sea así como ha de suceder. [5] En el sentido de Gustave Le Bon. [6] En el sentido de Gabriel Tarde. [7] Solución: no necesitamos buscar por el mundo, el abc de la sinrazón, lo tenemos muy cerca de casa, lamentablemente cada vez más en nuestro país, disfrazado de libertad incluso digital y en tantos otros lugares que se me acaban las referencias. [8] Seguro que más de uno estaba esperando que a continuación escribiese algo así como “o a la dictadura castrista” o similar, pero ¿no sería eso caer en el mismo juego de equidistancia que estoy denunciando? Como el nivel de infantilismo actual es enorme lo aclararé aunque no debería hacer falta: no ser equidistante con cuestiones que no lo permiten no significa ignorar la verdad, como los crímenes cometidos en el bando republicano, o la propia dictadura cubana (aun con todas las mentiras que de ella nos cuentan), significa valorarlos correctamente, denunciarlos, sí, pero no asumir que justifican barbaridades superiores, de la misma forma que nadie con moral e inteligencia supone que la muerte de un judío o su secuestro justifica la de 100 palestinos. A veces leo cosas, y en ocasiones hasta las recuerdo, más o menos; una de la que siempre me acuerdo es un experimentobarraestudio de no recuerdo quiéncómonicuándo en el que tuvieron la mala baba de poner a unos tiernos infantes, creo que de no más de cinco años, en la típica sala de laboratorio blanca y espejada junto con un apetitoso dulce. A solas con él, les prohibían comérselo, diciéndoles que si cuando volviese la cuidadora, pasados sus eternos veinte o treinta minutos (o puede que más, ya he dicho que no recuerdo quiéncómonicuándo, y eso incluye los detalles), el dulce continuaba intacto, les daría dos. Y luego se quejan por que a los monos les pintan los morros[1]. ¿Por dónde iba? Ah, sí. Que les darían dos. Pues no era por torturar a los chavales, o sí y luego se inventaron todo lo demás para justificarlo, vaya usted a saber, que esta gente de bata blanca va por ahí como si fuera tu coleguita y luego[2]… Pero en fin, que la cosa era, lógicamente, comprobar si los chavales se comían el dulce o no. Tiempo después, vamos, lo que viene siendo unos años, visitaron a los chavales, y descubrieron que aquellos que no se comieron el dulce tenían mejores puestos de trabajo, salarios, nivel de estudios y, en general, mayor nivel de vida que los que habían sucumbido a la tentación. La conclusión: nada nuevo bajo el sol, la vieja dicotomía entre hedonistas y epicureístas, vamos, que los que son capaces de dominar sus impulsos y controlarse, de trazar un plan y seguirlo renunciando a las recompensas instantáneas y fáciles sacrificándose por un premio/futuro mejor, tienen más posibilidades de lograr más y mejor éxito y, sobretodo, de que este sea más duradero y estable al estar bien fundamentado. Aunque los otros pueden experimentar una felicidad más profunda, si bien muchísimo más pasajera… Lo dicho, filosofía clásica de laboratorio. Ya voy, ya voy ¿Que a qué viene esta chapa? ¿Además de para culturizaros un poco? Pues queridos desagradecidos míos, para ejemplificar, y unir en un solo hilo argumental, buena parte de las polémicas que estamos viviendo este verano nuestro de 2017, de las que vivimos antes y de las que viviremos en lo sucesivo. Y es que, por desgracia, estamos gobernados por los que se comieron el dulce, y cuando digo gobernados sabéis que no me refiero únicamente a los que nos gobiernan, sino a los que nos mandan. Ejemplo práctico: la nueva demostración de la ubérrima inteligencia de nuestro ínclito presidente atacando a los turismófobos. Y punto en boca. Se acabó la discusión. Problema zanjado. Y es que eso del laissez faire tiene sus ventajas, quieras que no, es lo que tiene ser neoliberal. Pero para no repetir lo que ya han dicho otros, os dejo un articulito al respecto bastante bien enfocado, en mi opinión: Turismofobia, la falacia que convierte al vecino en antisistema. El desarrollo de este caso es paradigmático: nicho económico que se explota sin mesura, hasta que explota. Lo importante son los beneficios, los beneficios del ahora, quiero decir, y como buenos neoliberales, somos perfectamente conscientes de que no van a ser eternos, así que hay que exprimir el asunto lo más posible y rápido, después ya veremos. Reconozcámoslo, es el modelo económico en el que vivimos. Con un gobierno cuya política económica consiste únicamente en desregular hasta volver al mismo Estado Natural contra el que se alzó el liberalismo (una de las más importantes contradicciones de esta ideología) y bajar impuestos (otra forma de desregular), no caben muchas más opciones y, desde luego, tampoco soluciones a cualquier problema. Reconozcamos esta curiosa contradicción, si se piensa bien en sus postulados ideológicos, en cierta forma son gobiernos que abdican de gobernar, al fin y al cabo su única tarea es darnos libertad, después organizaos vosotros, que parecéis niños. Es cierto que alguien podría protestar que ya estábamos organizados, precisamente con gobiernos que deberían solucionar los problemas, incluso a priori, regulando las relaciones sociales y económicas para evitar estallidos, pero entonces lo que iba a estallar es la cabeza de algunos neoliberales muy neoliberales y mucho neoliberales[3]. Otro ejemplo: los tipejos esos del Prat, ¡catalanes tenían que ser! Que no, que son la quintacolumnaespañolista infiltrada para hacer descarrilar la lucha del pueblo catalán. Bueno, hagamos una cosa, digamos que son ETA y punto pelota (pero no pelota vasca). ¿Pero ETA no eran los del confeti y las pintadas en la Barceloneta? De verdad, me estáis haciendo un lío, ETA es todo lo que a mí se me ponga en los cojon… La verdad es que con estos no vale eso de que son unos privilegiados, como con los estibadores, con 900 o 1000 euros y doblando turnos… Pero bueno, da igual, al fin y al cabo están amargando las vacaciones (ese derecho) a miles o incluso cientos de honrados trabajadores que jamás osarían defender sus sueldos, sus condiciones de trabajo ni sus puestos, al menos molestando a nadie, ¡es que hay otras formas, coño ya! Por lo tanto culpemos a las víctimas, no a los responsables, no vaya a ser que tengamos que asumir nuestro tanto de culpa en que esos responsables lo sean; a lo hecho, pecho, así que, que esto lo solucione la Guardia Civil cuanto antes, que hay que mantener el orden, por Dios, ¿o es que no vamos a poder utilizar la Guardia Civil para acabar con una huelga? A ver si también nos van a quitar esa tradición tan nuestra. Vamos, ni que estuviésemos en un país de esos tercermundistas en los que el Gobierno media, no se posiciona siempre contra los más débiles y soluciona problemas en vez de crearlos, ¿cómo se llaman, bananeros? Ah, no, democracias. Qué asco me dan[4]. Y no es porque no lo hayamos visto ya, que es la historia de siempre, ¿o es que nadie se acuerda del tema ese de la limpieza de la capital? Exactamente el mismo caso: fomento irresponsable de la economía low cost, que lógicamente se hace a high costa de los trabajadores —y ya de paso, hunde el sistema económico en general—, porque de tocar los beneficios empresariales ni hablamos, ¿eh? Al fin y al cabo los pobres empresarios, los paupérrimos inversores, son los que crean empleo y los que están sacando, que digo están, ¡los que han sacado!, a este país de la crisis, y nada, ni las gracias oye, nada más que huelgas, si es que te dan ganas de recoger tus cuatro bártulos y largarte a alguna isla del Caribe, de esas donde a uno le aprecian de verdad y no le dejan pagar impuestos ni aunque quiera, si no fuera por lo que patrióticos que son… (risas enlatadas). El problema de todo esto, mis queridos lectores, es que cuando nos visiten los científicos dentro de unos años, no sé, cuando la situación geopolítica de los países de nuestro entorno se tranquilice y se lancen a reconquistar a unos turistas ahítos ya de paellas fluorescentes, o cuando suba de nuevo el precio del petróleo o, más probable aun, cuando seamos de los pocos que sigan consumiendo petróleo mientras los demás se mueven con energías limpias muchísimo más baratas, o puede que cuando se acaben las políticas de apoyo del BCE, o cuando ocurra alguna de las mil cosas impredecibles que pueden ocurrir en el futuro, cuando en fin, dentro de unos años veamos asomar otra vez esas batas blancas y nos pregunten qué tal nos sentó aquel dulce de cuando éramos niños, ¿qué les vamos a responder? ¡Ah, no! Que nos lo han estado preguntando durante los últimos años y ya les hemos respondido, aunque seguramente no habrán entendido nada, es muy difícil hacerlo cuando te hablan con la boca llena. [1] Me disculpo inmediatamente por mi inadecuado comentario, realizado sin ánimo de humillar ni menospreciar a las víctimas de maltrato animal y/o experimentación con animales ni a sus familiares o amigos, así como a cualquiera que pueda haber sentido herida su sensibilidad animalística y/o humana por él, y declaro desde aquí mi más sincero compromiso para con la lucha contra el maltrato animal y cualquier otra forma de maltrato, ya sea contra las personas o las cosas, materiales o inmateriales, corpóreas o no (tanto las cosas como las personas), de este y cualesquiera otros mundos paralelos o paranormales, que de todo hay; pero vamos, ¡un orangután con los morros untados de pintalabios rosa! ¿Nada? ¿Ni una sonrisa? De verdad, es que hay gente que nace muerta. [2] Me disculpo inmediatamente por mi inadecuado comentario, y vaya por delante mi más profundo respeto y sincera admiración hacia los profesionales de la medicina en cualquiera de sus variantes y hacia cualquier otro que con motivo de su profesión, o por cualquier otro, vista de forma habitual bata blanca o de cualquier otro color, incluidos batines y demás variantes. (Hay que joderse, qué tiempos estos). [3] ¿Que abuso de la palabra neoliberal? No se me enfaden los puristas, ya sé que a Rajoy y compañía no se le encaja exactamente en el neoliberalismo, que sus raíces ideológicas tienen más matices, pero permítanme generalizar, que estamos en agosto, al fin y al cabo los empresarios y asesores que les susurran sí que lo son, como el sistema para el que gobiernan. [4] AENA es una empresa con capital mayoritario del Estado a través de Enaire, que depende del Ministerio de Fomento, sí de ese señor tan repeinado, que sale por la tele insultand… digo conminando a los trabajadores a dejarse pis… digo a ser razonables, por lo tanto es responsabilidad del Gobierno, simple y llanamente, que la empresa dote de los recursos necesarios la actividad para hacerla digna y tener a la gente que controla lo que sube a los aviones en que van a viajar todos esos pasajeros enfurecidos contentos y bien pagados, por aquello de la seguridad, digo, por si a alguien se le ha olvidado de qué estamos hablando, no vaya a ser que por soborno o cansancio se nos cuele lo que no debe, y luego, ¡hala! todos a levantar las manos y a piar. Pero claro, eso enfurruñaría a esos inversores privados que compraron su participación en AENA a precio de saldo y que honradamente esperan que su inversión les proporcione retornes de dos o hasta tres dígitos, ¿cuánto supondría eso en sus beneficios? Pfff, por lo menos un cerocomaalgo, a ellos, que son tan de comerlotodo, no puede ser, pobrecitos, ¿es que nadie piensa en los inversores? Que están en edad de crecer. Entre calores y sudores, no siempre de la mano, y a la espera de lo que traiga este agosto nuestro de cada año, os dejo un enlace a una columna que desde hace tiempo quería compartir con vosotros por lo interesante que me parece, creo que encaja bastante bien con el espíritu que me gustaría para este blog, además, como es mensual y encima no es mía, me facilita mucho aquello de la actualización de contenidos. Espero que el autor no se me enfade por compartirla sin permiso.
Un saludo y espero que se os haga lo más llevadero posible el estío a aquellos que os quedáis trabajando, a los demás os deseo de todo corazón que un mar ray"/¨^#~€#*?"%rta. Perlas informativas del mes de julio 2017 |
...un escritor es «un chiflado que mira la realidad, y a veces la ve»...
La velocidad de la luz Javier Cercas Categorías
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