Como lo prometido es deuda, aquí llega el primer post de esta nueva etapa, para la que tengo algunas, llamémoslas, intenciones. Entre otras, me gustaría ser algo más profesional y menos visceral, más reposado, más didáctico y por tanto más útil. Quizá menos ácido. Ya veremos. Pero vayamos al grano. De momento quiero inaugurar esta nueva etapa con un comentario sobre algo que lleva meses rondándome la cabeza, un tema que, aunque ahora se encuentra desplazado de la agenda pública, en breve será de nuevo el centro de las discusiones en este país. TCHAN, TCHAN, TCHAN, TATACHAN...: ¡FRANCO! Sí, ya lo sé. Otra vez. Al menos lo he introducido con una fanfarria (bueno, vosotros ya os la imagináis, que no voy a hacer yo todo el trabajo). Todo surgió al hilo de una entrevista que Jordi Évole le hizo a Carlos Herrera —los asiduos a Salvados la recordarán— a comienzos de este año. En ella, al hablar del tema de la exhumación del dictador, Herrera vino a decir algo así como que Franco no molestaba a nadie ahí donde está y que ya son ganas de atacar la convivencia con historias del pasado. La argumentación no es nueva y no sorprenderá a nadie mínimamente al tanto del asunto. Tampoco pretendo ser exhaustivo ni con las palabras del señor Herrera ni con los argumentos utilizados por él y otros como él, ya sean de derechas o de los que se dicen liberales o de izquierdas (que también los hay, y muy prominentes) que han expresado ideas similares. Tan solo pretendo centrar el tema, que va más allá del mero hecho de sacar a un señor de su tumba y entronca con el debate inconcluso de cómo afrontar nuestra historia reciente, y más concretamente —aunque no solo— el franquismo, incluyendo aquí la Guerra Civil de 1936. Pero tranquilos, no voy a martillearos la cabeza con la típica lección sobre la historia, la democracia y sus símbolos y valores; cualquiera que haya llegado hasta aquí y haya vivido en este país los últimos años (y, además, esté mínimamente interesado en el tema) conoce o puede conocer y entender fácilmente todos esos argumentos. No tiene sentido repetir lo ya sabido, entre otras cosas porque el no compartir estos argumentos no obedece a ignorancia, sino a voluntad, a una pasión sesgada y, a mi entender, mal enfocada, y eso es lo que me gustaría cambiar. Para ello, me dispongo a utilizar una técnica muy básica de las ciencias sociales a fin de ejemplificar las contradicciones y errores de aquellos, llamémoslos, negacionistas de la reparación1: el análisis comparado; pero no con una metodología académica tradicional, recopilando y contrastando elementos y aspectos equiparables y las correspondientes respuestas, posiciones y soluciones dadas: ni tengo tiempo ni tendría mucho sentido en este caso; al fin y al cabo, ¿de qué serviría algo así? No creo que pueda aportar más de lo que cada uno de vosotros lleve consigo, vuestras vivencias, vuestras opiniones, vuestras creencias. Lo que pretendo en realidad es poner una excusa, un ejemplo, y por ello lo que os pido es algo si cabe más desagradable que una simple argumentación: que hagáis vosotros el trabajo, que penséis en lo que os sugiero y llenéis vosotros el espacio en blanco de los ejemplos concretos. No os costará, seguro. Y quizá, solo quizá, la próxima vez que oigáis hablar de este tema vuestro enfoque cambie2 o, al menos, tenga en cuenta este punto de vista, solo eso ya sería mucho. Para ello contrastaré el franquismo con el otro episodio de nuestra historia reciente de violencia extrema organizada: el terrorismo de ETA. Esta comparación resultará particularmente útil, dado que los que mantienen esa posición negacionista a la que nos referimos con respecto al franquismo suelen sostener opiniones completamente opuestas respecto de las mismas cuestiones concretas según se refieran a ETA3 o al franquismo, lo que denota un claro sesgo ideológico que contradice las afirmaciones moralistas en las que suelen envolver sus admoniciones. Más allá de que sean los dos episodios, como ya hemos indicado, de violencia extrema organizada más recientes de nuestra historia, la comparación es también pertinente por el hecho de que ambos comparten otras características, tales —sin propósito de exhaustividad— como la ilegalidad, tanto el franquismo como el terrorismo etarra se instituyen contra la legalidad vigente4; la voluntad de subyugar la democracia, con diferente resultado en ambos casos; la sustentación ideológica de los crímenes, entendiendo el independentismo violento de ETA como una ideología en sí mismo y añadiendo, en el caso del terrorismo, otras cuestiones identitarias no menores; o el carácter eminentemente nacional de ambos, aun con las correspondientes conexiones y referentes internacionales (curiosamente, más desde aquí hacia fuera que al revés). El pie nos lo dará la reflexión acerca de las víctimas, que al fin y al cabo constituye el todo de ambas cuestiones, aquello en lo que su subsumen todos los demás aspectos y cuestiones de ambos problemas, lo único que a la postre importa. Básicamente existen dos posturas con respecto a este aspecto del problema: reconocimiento y reparación, u olvido y perdón (abnegado y por el bien del país, por supuesto). Plantear la cuestión en estos términos debería ser más que suficiente, no habría por qué decir nada más al respecto, pero aun así vamos a desarrollar un poco más el concepto. Memoria histórica Resulta evidente la cruzada que determinadas fuerzas políticas y medios de comunicación han emprendido contra la ley de memoria histórica, la única iniciativa puesta en marcha en España desde 1975 de manera general e institucionalizada para atender a las víctimas del franquismo. Acusan a esta norma de reabrir viejas heridas e incluso de crear una casta de interesados en vivir de subvenciones públicas. Dejando las cuestiones morales a un lado, y sin entrar a valorar la calidad de la ley, propongo confrontar esta postura con la que esas mismas personas mantienen con respecto a las víctimas del franquismo. ¿Cuántas iniciativas públicas y privadas se han llevado a cabo para tratar de reconocer, reparar y homenajear a las víctimas del franquismo? ¿Estaban estas personas presentes en ellas, las apoyaban o les parecía que podían reabrir las heridas del terrorismo? Estos que he dado en llamar negacionistas de la reparación (del franquismo), no suelen tener empacho en reconocer la ilegalidad del régimen franquista, al que abiertamente suelen tildar de dictadura frente a preguntas directas (aunque es cierto que les cuesta bastante hacerlo); por lo tanto, ¿por qué las víctimas del franquismo no merecen la misma reparación y homenaje que las del terrorismo? Al fin y al cabo, como hemos explicado más arriba, existen identidades sustanciales entre ambos fenómenos que los hacen muy próximos y, en realidad, no es otra cosa lo que se pide: sacar de las cunetas a los represaliados, reconocer a los asesinados por ETA. ¿Acaso no son todos represaliados? Y, en cualquier caso, ¿no merecen todos la misma justicia? A vueltas con el relato Lo que subyace a todo esto, de lo que se trata en el fondo, es de la verdad social, eso de lo que ya he hablado en otras ocasiones y que últimamente ha dado en llamarse “el relato”, aquello que se impone entre todos como narración principal, mayoritaria o mainstream, lo que contaremos a nuestros hijos cuando nos pregunten, el punto de vista en el que nos situaremos, en definitiva: el enfoque que sobre este asunto se imponga mayoritariamente en la sociedad, porque el enfoque, la perspectiva, determina la realidad que vemos, la que creemos —y por lo tanto la única que en la práctica existe—, la forma que tendremos de afrontar nuevos problemas similares en el futuro y las personas que somos y seremos, lo que no es menos importante. Al defender que es mejor dejar a Franco donde está porque sacarlo de ahí removería sentimientos superados, y que es mejor no cambiar los nombres de calles y plazas, las personas que así opinan mantienen la misma postura que aquellos que pretenden que los asesinatos de ETA fueron algo pasajero que es mejor olvidar por el bien de la convivencia en el País Vasco, que asesinos y víctimas son iguales, que hubo muertos en ambos bandos —sin que importen las razones o circunstancias de los crímenes— y que es mejor mirar hacia delante, etcétera (no es necesario hacer hincapié en quién mantiene estos argumentos en el caso vasco), negando a las víctimas del franquismo la justicia que sí reclaman para las de la banda terrorista. Todos estos argumentos intercambiables tienen una cosa en común, siempre están contra la libertad y la verdad, por mucho que aquellos que los enarbolan declamen lo contrario. Estamos cansados de oír aquello de que las sociedades que no conocen su pasado están condenadas a repetirlo, ¿qué futuro nos esperaría entonces si olvidáramos los crímenes de ETA? No es descabellado pensar que dentro de unos años unos cuantos chavales enardecidos pudieran declararse herederos de la banda terrorista y reiniciar los atentados de un grupo de luchadores por la libertad derrotados pero no vencidos a los que el Estado opresor y antidemocrático no les dejó otra salida. Imagino que nadie desea esto y para ello se trabaja, para que no se imponga esa visión en la sociedad, sino la de la inutilidad y la inhumanidad de los crímenes, la del respeto por los derechos humanos sin adjetivos ni condiciones de ningún tipo. Sin embargo, algunos creen que se debe aplicar esa política de olvido para con las víctimas de una guerra y un régimen muchísimo más sangrientos que los de ETA. Me pregunto qué ocurriría si Josu Ternera o Iñaki de Juana Chaos, por citar dos famosos terroristas que se me vienen ahora a la mente, tuviesen un mausoleo expresamente construido para ellos en el País Vasco cuando mueran. Supongo que esas personas en las que todos estamos pensando pondrían el grito en el cielo. Ya pasó... Hay quien dirá que la diferencia esencial entre un caso y otro es el tiempo transcurrido, que el franquismo es el pasado, mientras que el terrorismo está todavía muy reciente. Pero si ese es el problema, ¿la solución es esperar unos años? ¿Cuándo hayan pasado cuarenta años ETA quedará blanqueada? ¿Se reaccionará diciendo no me saque usted ese tema o ya están los pesados de la derecha con las batallitas del abuelo? ¿Alguien se imagina la reacción pública que habría en ese caso? ¿Entonces por qué se toleran y defienden las mismas posturas en el caso del franquismo? La pregunta surge en seguida: ¿cómo reaccionarían estas personas si fuesen sus familiares los enterrados en cunetas olvidadas? ¿Lo dejarían pasar si se tratase de sus abuelos, bisabuelos, tíos...? ¿Cómo pueden simplemente defender que lo dejen estar? Se afirma alegremente —Herrera lo hizo en la entrevista con Évole— que la izquierda pretende remover las heridas y no dejar que cicatricen y que es guerracivilista por hablar de este asunto. Es fácil sostener algo así cuando se han tenido cuarenta años para encargarse de los muertos de uno, y en este sentido no sirve que algunos de ellos digan que tienen un pariente represaliado o desaparecido, poniéndose a sí mismos como ejemplos-mártires: si ellos han decidido tomar ese camino, es su decisión personal, pero eso no les da derecho a imponer su visión de manera autoritaria al resto, ello no puede implicar humillar a los que no comparten su misma opinión y pretenden reparación; también entre las víctimas de ETA las hay dispuestas a perdonar, dispuestas a olvidar, y no dispuestas en absoluto a lo uno ni a lo otro, y también en este aspecto las simpatías cambian y se defiende ‘a los que no ceden, por mucho tiempo que pase’ frente a los que no desean recordar, pero ¿acaso unas son menos víctimas que otras? Tampoco sirve aquello del pacto de la transición, del acuerdo que permitió superar la dictadura y que España entrase en su etapa más gloriosa... La mitificación no es buena, y menos la que no permite avanzar. Todo ese discurso de mitificación de la transición se desacredita a sí mismo día a día. No quiero entrar otra vez en esto, ya he dedicado comentarios al respecto, pero sí es necesario incidir en que la falta de verdad solo trae más problemas, negarse a ver los errores de la transición es incluso más peligroso que hacer lo propio con sus aciertos. Si aquel pacto era tan magnífico, ¿por qué el problema de las víctimas del franquismo y la memoria histórica es tan recurrente? ¿Por qué surge una y otra vez? ¿Por qué divide tanto a la sociedad? No es bueno barrer la suciedad bajo la alfombra, al final siempre resurge, y lo hace más putrefacta. Las heridas hay que dejarlas al aire. El pacto de la transición, sencillamente, no sirve. Y no solo porque haya un grupo de extremos izquierdosos empeñados en envenenar la convivencia, sino porque hay una injusticia flagrante que clama a la moral más básica. Volviendo al tema No pretendo criticar ni presuponer nada con respecto al problema en Euskadi, únicamente lo uso como ejemplo para indicar que el problema de fondo es la falta de cultura democrática de la sociedad española. El Gran Wyoming lo explicó maravillosamente en una entrevista cuando dijo que España se había convertido en demócrata de la noche a la mañana. Se acostó franquista en 1975 y se levantó demócrata en 1978. O al menos esa es una de las ficciones sobre la que se asienta nuestra democracia. Alemania e Italia sufrieron la derrota del nazismo y el fascismo, y las correspondientes consecuencias. En España se sufrieron las consecuencias (aunque no todos por igual), ya fuera material o ideológicamente —en cualquier caso siempre subjetivamente—, pero no la derrota, y todos los que se acostaron franquistas en 1975 siguieron siéndolo en 1979 y destilando este veneno en sus hijos. Y hasta hoy. La Democracia, con mayúscula, solo se construye sobre un compromiso inequívoco y radical con sus valores, y no mediante un mero acuerdo transaccional y condicional, esa es la raíz del problema: en España todavía no ha llegado la democracia a muchas mentes. Y no se podrán cerrar las heridas hasta que no se asuman unos mínimos políticos (ya que no sociales o económicos), pues sin esa base común no es posible una verdadera Democracia y no se acabará nunca la dicotomía entre los que se cubren de pulseritas con banderas y los que reniegan de ellas, pues cada cual, en su ámbito, seguirá inculcando el temor hacia el otro y la desconfianza más absoluta en sus hijos y contribuyendo a la reproducción de discursos que excluyen a los otros y tienden a caricaturizarlo (“el facha” o “el rojo”), impidiendo que este país esté verdaderamente completo; por utilizar una imagen, que este país se encuentre mínimamente cómodo con su propia bandera, sin que esta deje de ser para buena parte de él el símbolo de la otra parte, de su ideología y de sus crímenes y la injusticia que de ellos permanece tantos años después. La vergüenza siempre permanecerá. Y esto no tiene nada que ver con que se sea de derechas o de izquierdas, algo que es totalmente respetable aunque no se comparta, pero solo si se mantiene el acuerdo mínimamente esencial sobre los principios democráticos que a día de hoy se manosean indecentemente por parte de los que solo admiten su verdad y tratan de reimponerla, por muy inconsistente y contradictoria —hasta hipócrita— que sea. Aun con todo, habrá quien mantenga que todo esto no tiene importancia, que han pasado muchos años, que España es un país desarrollado con una democracia asentada y que qué más dará... A todos ellos, les dejo un artículo: ¿Qué factores están detrás de la irrupción electoral de Vox? Sin entrar a valorar la metodología, el trabajo es como mínimo indiciario y preocupante, y se encuadra en otros similares a nivel europeo. En él tenéis todos los enlaces necesarios, incluido uno a los detalles metodológicos, aunque es muy técnico5. En cualquier caso, recomiendo encarecidamente a todos los que hayan llegado hasta aquí su lectura, de entre todas las explicaciones y estudios sobre el voto a VOX, este puede ser el más revelador y plantea una causalidad y un punto de vista en cuanto a las influencias cruzadas y la manera en que pueden reforzarse. El comentario anterior sobre la repetición del pasado, con el escenario del resurgir del terrorismo, podría trasladarse aquí, todo depende de lo que cada uno de nosotros esté dispuesto a apoyar, al fin y al cabo, cada uno de nosotros es la sociedad, no solo los demás. P.S.: Este comentario lleva algunos días en la nevera, y entretanto, resulta que el TS ha dictaminado paralizar la exhumación del dictador hasta la sentencia firme, con lo que el tema vuelve a estar de actualidad, contradiciendo la afirmación del principio, que a pesar de todo he decidido mantener.
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...un escritor es «un chiflado que mira la realidad, y a veces la ve»...
La velocidad de la luz Javier Cercas Categorías
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