Sí, lo más odiado en el mundo de la nutrición. Dos palabras que han adquirido a fuerza de spot la categoría de icono, hasta el punto de que casi ya no significan nada, despojadas de cualquier verdadero sentido como si de una pátina perdida por el continuo manoseo se tratase, como todo aquello que toca la mercadotecnia. Pero sí que lo poseen, aun significan algo, algo no siempre tan malvado y dañino como nos pretenden hacer creer precisamente aquellos que las manosean, aquellos que casi las han convertido en significantes vaciados, aquellos que las sacaron del anonimato para expurgarlas de sentido por el abuso mediante el ingenioso método de hacérnoslas patentes, es decir, de dotarlas de sentido sacándolas del anonimato. ¿Y cómo las dotaron de sentido? Pues como tantas y tantas otras cosas, otros conceptos, otras ideas, oponiéndolas a aquellas que pretendían resaltar, aquellas que les resultaban beneficiosas, que les proporcionaban beneficio, en este caso una simple expresión de dos palabras: sin aditivos, todo el mundo necesita enemigos. Pero la relación entre esas dos palabras denostadas también es importante. Han llegado a formar un todo, una unidad de significado, tanto que cuesta imaginar la una sin la otra, como si añadir a los ¿alimentos? conservantes implicase también colorarlos, o viceversa. Esta unidad de sentido que se opone a su ausencia, a ese sin aditivos solitario que pretende ser simple, sencillo, natural (¿puede ser mejor la ausencia que la existencia de algo? Temo que esta pregunta no sea para este lugar), esconde en su existencia, la del slogan que han llegado a ser, tan costumbrista y anodina que ya ni reparamos en ella, un conflicto interno, porque no es lo mismo conservar que colorar. Somos nosotros los que hemos casado a la pareja y la mantenemos unida sin importarnos si realmente tiene sentido ese matrimonio, simplemente es cómodo, nos han acostumbrado, nos suena bien, siempre son mejores las transiciones que las rupturas, todo es mucho más suave si va con vaselina. Aunque siempre esté el cojonero que opina que quizá sea mejor plantearse las cosas. Y todo esto, sí, al hilo de Cataluña. Porque como escuché en una inesperada entrevista hace poco a Gabilondo, una de las poquitas personas que lleva desde el principio advirtiendo de lo que se gestaba en Cataluña frente a la ceguera obediente y general (quizá el mejor analista político de este país actualmente, y eso que no estoy de acuerdo con él en varias cosas, como debe ser), el problema, decía en esa entrevista, al final es la falta de proyecto. Proyecto de España, proyecto de país, proyecto de Europa, una especie de hastío, de hasta aquí hemos llegado que no sabe responder al siempre recurrido y ahora, ¿qué? Un agotamiento espiritual al que ya me he referido en varias ocasiones quizá tildándolo de falta de empuje de Occidente, de ausencia de visión, qué se yo, si bien en España, como somos different tenemos nuestras propias causas, añadimos nuestro poquito de flamenco y nuestro exceso de testosterona lenguaraz, y nos sale una transición, no, perdón, la Transición (qué cojonudos somos), que ya sé que no se debe criticar (delito de ofensa al sentimiento religioso, Dios me libre), y que fue la que podía ser, pero es que es ese el problema precisamente, y negarlo también. Y, siendo una enfermedad de todo Occidente, ¿escapa Cataluña? No lo creo. Pareciera que se enfrenta un proyecto “sin aditivos”, claro y natural, a dos ausencias de proyecto, una “conservadora” y una “colorante”. Veamos. El proyecto “sin aditivos” Lo que proponen los independentistas es sencillo: autodeterminación. La verdad es que dicho así, e interpretado como se ha interpretado (en un sentido espectacular, de espectáculo), tiene mucha fuerza. Los independentistas juegan en un teatrillo e interpretan su papel con la imprescindible colaboración del PP en su unidad, desde el presidente al último alcalde o concejal pueblerino y provinciano, que les dan toda contrarréplica que necesitan sabedores de que los medios proporcionarán los minutos de gloria que procedan. Futbol, toros y ¡yo soy español, español y mucho españoles! Olé (se me olvidaba). Su proyecto de independencia parece diáfano, comprensible visto lo visto, natural como solo lo prístino puede serlo, y viceversa, apela sin hacerlo a esa antigüedad de la Edad Dorada, la de prados y lagos de aguas cristalinas y fraternidad, casi al buen salvaje, pero mejor, porque de salvaje nada (olvidemos la antigüedad real de los conflictos entre vecinos, que eso, entre vecinos, no puede ser). Y es que la sola independencia solventará los problemas de Cataluña. Pues vale. También la sola elección de Rajoy iba a solventar los problemas de España, y aquí estamos. Pero el problema es que las hadas murieron cuando se recalificaron los prados, o se adaptaron al asfalto diez horas al día con dos para comer por menos de mil euros, que viene a ser lo mismo, y nos encontramos con una (mal llamada) izquierda que se dice independentista aunque apunta a esquizofrenia y que parece pensar que la emancipación traerá a Cataluña el paraíso socialdemócrata que no ha traído la crisis a toda Europa, y olvidemos las preferencias de los catalanes desde la Transición, que mira que se han empeñado en ser gobernados por señores muy honorables y muy de derechas. Como para no verlo. Y luego están los Señores, que como todos los señores añoran tiempos mejores, pero en esta ocasión de verdad, pues ya no pueden campar como quisieran y su señorío se desvanece como espejismo, así que se suben al carro (automotor, eso sí) que mejor los puede llevar lejos del castillo que se derrumba pretendiendo que el pueblo olvide pasados pecados si logran ponerse a la cabeza de lo que venga y así, marranos de alta cuna, lideran más líderes que nadie, sin mirar atrás, y lo que venga de allí, de atrás, pues es por lo de ahora, fíjate tú, si es que somos iguales, ¿es que no lo veis? Si siempre hemos sido de los vuestros, no hay 3 % que valga, ahora es hora de mirar al futuro, olvidad el reloj y contemplad el calendario. ¿Realmente no hay aditivos? No puedo evitar, escuchando al sr. Puigdemont, y antes a Mas, tener la sensación de que aun harían lo que fuera por regresar a su propio cuento, en el que ellos manejaban el castillo, suspiran por un statu quo como el de antes por lo bajini, quizá si llegase una oferta…, una buena oferta, quiero decir, pero claro, tendría que ser realmente buena, porque todo lo andado no se desanda en un día y hace falta ofrecer mucho para tapar más. Es un suspiro, no Mas. Es cierto que ellos tienen un discurso, y eso siempre es una ventaja, es cierto que además es un discurso bonito, y es verdad que tienen razón en sus argumentaciones parciales, como esa intervención de la autonomía por la puerta de atrás seguramente ilegal o al menos en fraude de ley (aquellos que tanto la declaman, perdón, reclaman), pero como en muchos otros productos de mercadotecnia esa etiqueta “sin aditivos” encierra su propia mentira. El proyecto “conservante” O debería decir el no proyecto “conservante”. Porque no lo hay. Nunca lo ha habido, pero nunca jamás. Olvidemos términos más elegantes tales como liberal, el término conservador es mucho más fiel y más real. Conservador, conservante, el que conserva, ¿el qué? Lo que sea, eso es lo de menos, lo importante es que todo siga como está. Esa ha sido y es la lucha capital de la derecha, mantener el statu quo, y únicamente una imposibilidad radical de hacerlo, la certeza de la muerte, la empuja a moverse —léase CiU, por si no quedaba claro—. Lógicamente, siempre ha habido conservadores más listos que otros, lo que tampoco es decir mucho, pues hasta que el cadáver no empieza a oler, y el cadáver son ellos, no se deciden a reaccionar, y aun entonces lo más probable es que recurran a algún tipo de violencia. Es la ideología del miedo. Así pues, el gobierno del PP carece de discurso, o frente al nuevo y rompedor “sin aditivos” sigue instalado en los conservantes de toda la (su) vida, lo que viene a ser lo mismo. Ha tenido años para elaborarse uno, pero no han podido, no pueden, no está en su naturaleza, es una incapacidad idiosincrásica, es de alguna manera lo que los define, es el efecto de la transición, que cada uno interpreta como quiere. No es su culpa, es que Dios los ha hecho así, tanto como ellos han hecho a Dios. Pero la realidad es tozuda y cuando hay que cambiar hay que cambiar, ellos no lo ven, no lo verán, siempre desconfiarán de lo que no conocen y se resistirán a cualquier cambio, como los niños pequeños chillarán, protestarán, golpearán imbuidos de la creencia de que están defendiendo algo que es sagrado solo porque es lo único que conocen, quién quiere Historia teniendo a Dios, para qué sirve la evolución si ya existe el creacionismo. Hasta que se acostumbren y entonces, sea lo que sea lo que haya sustituido a lo que había, se apoderarán de ello, dirán que ellos siempre estuvieron allí y lo defenderán con uñas y dientes frente a cualquier radical extremista sin principios que quiera cambiar su mundo. Es el ciclo de la historia, no hay más. Quién quiere circunvoluciones (cerebrales) teniendo testículos. El proyecto “colorante” Esto es más difícil, porque no tener un proyecto claro y pretender aparentar que sí supone muchas dificultades. Correr sin saber a dónde y sin que los demás lo noten no suele salir bien, para ese viaje, no hacían falta esas alforjas, que dirían los conservantes, pero por lo menos hay movimiento, que ya es, nunca mejor dicho, un paso adelante. Por lo menos no se niega la necesidad de adaptarse, de cambiar, de evolucionar aunque en esto, como en todo, hay grados. Durante años, conservantes y colorantes han caminado juntos, dándose la mano en duplo amigable, enfrentados en el acuerdo, una reñida viceversa con efectos prácticos inflamables que, al final, han acabado por estallar porque esto, amigos, no es un problema de Cataluña, es el problema de España. Los conservantes siguen conservando, que es lo que saben hacer, decíamos, mientras que los colorantes siguen colorando, pero hasta eso deben plantearse y ahí les sale a muchos una vena conservante que no sabían, no saben que poseen, como si sus fórmulas químicas se hubiesen intercambiado en el laboratorio después de tantos años de añadirlos juntos. Reconozcamos que también los conservantes tienen algo de colorantes, y viceversa, la unidad de sentido de la que antes hablábamos reaparece. Pero entonces surgen nuevos colorantes, lástima que aun sean insustanciales. Unos porque siguen siéndolo al estilo tradicional, pretendiendo teñir la realidad para que parezca otra cosa, pretendiendo que tienen un proyecto cuando no es así, cuando ni siquiera son capaces de ponerse de acuerdo entre ellos, ni siquiera de creérselo. Pero hay que aparentar, es lo que saben hacer, aun a riesgo de blanquear a la postre. Otros porque publicitan un proyecto, hasta se creen que tienen un proyecto, cuando lo único que tienen es un procedimiento, porque después de un referéndum pactado, ¿qué? Y no vale responder lo que la gente quiera, porque eso y nada es lo mismo, porque eso nos retrotrae al principio otra vez, a lo que la gente quiso, y si vamos a votar, incluso solo a opinar, hay que saber bien sobre qué. Hay que tener una idea clara de hacia dónde se quiere ir, y eso implica un constructo más o menos definido, es decir, cuyas partes, aun no hirientemente sólidas como era costumbre, estén más o menos relacionadas entre sí, no unas simples pinceladas a salto de mata que por muy coherentes que sean (si lo son) no aportan la seguridad que necesita quien se va a dejar guiar. Eso es lo que hay que aportar, y más importante, lo que hay que mostrar y demostrar, que las ideas, por muy buenas que sean, como las novelas en un cajón, no sirven de nada en una web olvidada. Lo que importa: 2-O En los mundos de Rajoy, el referéndum fracasa y el día 2 o el 3, el gobierno realiza una oferta de diálogo “seria” (por supuesto), y los catalanes asumen su error y aceptan unos millones aquí, alguna competencia allá, como siempre ha sido, y todos podemos respirar tranquilos, otra crisis superada por la retranca gallega, qué bueno soy y qué culito tengo. Pero Cataluña ya se ha perdido. Eso ya es inevitable. Y el bochorno español, los dibujos animados, las imágenes, las banderas despidiendo lamentablemente como si de la guerra se tratase o, más mejor, las cruzadas, ahora cubiertas en prime time por unos medios que son más coros absurdos que cualquier otra cosa, y Viva España. La pelea está en las imágenes, todos buscan la suya: policías represores y multitudes enfervorecidas frente a esa habitual que tanto gusta al poder, la mayoría silenciosa, la normalidad, y unos papeles arrastrados por las calles desiertas, que siempre dan ambiente, chúpate esa Puigdemont. Lo dicho, Cataluña está perdida y no lo quieren ver. Ninguno obtendrá lo que busca, aunque todos buscarán lo que obtengan y Cataluña, y España, seguirán perdidas. No, Europa está más perdida aun señores, en algún momento tendremos que empezar a inventar nosotros.
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Así, a gritos, empezamos el temita. Puesto que así se ha estado tratando desde el principio, sigamos en la misma línea, no vaya a ser que no nos entiendan si no gritamos, al fin y al cabo ¡ESTO ES ESPAÑA! Por cierto, que el comentario llega cargadito, recomiendo dosificarse y respirar hondo. Mariano y cierra España Pues sí, ya estamos donde advertimos que llegaríamos hace mucho tiempo, y aun así nada se ha hecho. Bueno, no, en realidad sí que se han hecho cosas, en realidad muchas: todas las necesarias para que nada alterase el rumbo marcado y pudiésemos llegar aquí tal y como estaba planeado así que, como de bien nacidos es ser agradecidos, reconozcamos el enorme mérito y trabajo del principal artífice de la situación actual: Mariano Rajoy Brey, —así, con nombre completo, porque así será como lo recuerden los libros de historia—, y es que ya desde su más tierna oposición comenzó su asedio a Cataluña. Con el fino instinto político que lo caracteriza atisbó que, ante la falta de una ETA como Dios manda (mira que rendirse a los rojos) y el acecho de la corrupción (recordemos que por aquel entonces la crisis económica era impredecible, al menos para los liberales) necesitaba un motivo para agrupar a las propias huestes en torno a su discutida persona, y lo normal de toda la vida de Dios ha sido buscarse un enemigo. Y aquí estamos, una guerra civil, una dictadura y una transición después, casi en el mismo punto, ¿tiene o no tiene mérito? Que sí, que nada de esto habría sido posible sin la inestimable colaboración de Mas y compañía, que se han ido arrinconando ellos solitos, pero ¿quién sino el PP inició la escalada y la ha ido aumentando siempre que ha podido? ¿Quién ha sido la pareja perfecta del baile independentista? A pesar de lo que el coro mediático nacionalistaespañol repita una y otra vez, y sin despreciar el papel de los independentistas catalanes (que por otro lado son independentistas, es decir, está en su naturaleza, no engañan a nadie), nadie como Rajoy ha traicionado todo aquello que él mismo propugna y que razonablemente se podía esperar de su cargo —no tanto de él—. Y a pesar de todo, le ha salido bien, ahí está, en la Moncloa, a pesar de la corrupción, de sus mentiras sobre la crisis, de la pobreza y la desigualdad, de sus mentiras y su incapacidad generales. Me rendiría ante su genio si no tuviese serias dudas sobre si tanto éxito es hijo de su acierto o primo, al menos, de la estupidez de los demás. Olvidemos el pasado La pregunta lógica ahora es qué va a suceder a continuación. Bien, vayamos por partes, pues para anticipar lo que pueda ocurrir antes hay que fijar las reglas del juego. Como ya indiqué en otros comentarios, la estrategia nacionalista española se basa en una interpretación positivamente jurídica (en un sentido muy positivista del derecho) ya criticada, mientras que la nacionalista catalana lo hace en una interpretación más amplia y cercana a la realidad[1] que sin embargo no está exenta de problemas. Así, el gobierno central ha reaccionado como se esperaba, tirando de Derecho y juridicidad, incluso alterado ad hoc, véase la reforma del constitucional que, sin embargo, parece que no se atreve a activar, al menos de momento, dada la barbaridad que supone y el riesgo de enfrentamiento en el TC que podría conllevar[2]. El salto hacia… Los independentistas actúan como era esperable: dando un salto en el vacío. Se argumenta que esto es ilegal y por tanto carente de validez, lo que por muy formalmente correcto que sea ignora una vez más que la validez última no la aporta la legalidad, sino la legitimidad, y que esta es, como no podía ser de otra manera, mucho más mutable que la misma legalidad que deviene de ella. Además, es habitual en los actos creadores de soberanía que en la historia han sido que se produzca un salto en el vacío (legal) en el que se pasa de una legitimidad a otra, una especie de paso del Rubicón soberano en el que se olvida deliberadamente lo anterior y la sociedad se entrega a un nuevo orden simplemente porque quiere hacerlo, porque es soberana para hacerlo. Agradezcamos que en este caso no haya mediado una guerra para lograrlo (insertar carita asustada). La transición es uno de los casos en que este salto no se produjo, pero claro, únicamente porque se hizo a través y respetando la legalidad franquista, con lo que de legitimación de la misma tiene (uno de los grandes problemas en la raíz de la situación actual del país), legalidad que a su vez sí nació del salto del que hablamos mediante una guerra de persecución y exterminio del rival político, ahí es nada. Por cierto, que la anterior legitimidad, la republicana, practicó el salto a través o desde el trampolín de unas elecciones, otra casualidad. ¿De qué depende entonces la legalidad final? Pues como tantas otras cosas en la vida, del éxito. Si el referéndum se celebrase y la secesión tuviese finalmente éxito, todo lo que estamos viviendo hoy sería el hecho constitutivo, nuclear, el nacimiento de la nueva república catalana, y se estudiaría como tal en los colegios, asumiendo desde entonces plena legitimidad por sí misma o, más bien, por su propio éxito. De alguna manera se justificaría a sí misma por su propia existencia y todo el ordenamiento jurídico, todo el cuerpo legal — constitución incluida— que deviniese de ella asumiría plena vigencia, tal y como ahora puedan tener las mismas leyes contra las que se rebela el proceso independentista —Constitución del 78 incluida—. Seguramente se generaría en cierto sector de la sociedad española (ya sabemos cuál), un sentimiento irredentista que con el paso del tiempo quedaría a la misma altura, según las circunstancias, que el asunto de Gibraltar o las colonias americanas o africanas. Se ha pretendido encontrar amparo en el Derecho Internacional, uno de cuyos más famosos pilares (y más manoseado) es el derecho a la autodeterminación de los pueblos. Analicemos esto un momento. Dejando a un lado el hecho de que el derecho de autodeterminación fue concebido para algo tan concreto como la descolonización, y con unas condiciones inaplicables al caso catalán por mucho que quieran algunos, el problema del Derecho Internacional es la ausencia de fuerza coactiva legítima que lo respalde, es decir, no existe un juez que pueda ordenar a una policía internacional que lo aplique, así pues —y conectando con lo que decíamos más arriba sobre el éxito— el Derecho Internacional, que se lo debe casi todo a los Estados medianos y pequeños que necesitan una defensa frente a las grandes potencias, depende aun del poder. Y en las circunstancias en que estamos el poder lo dan los apoyos: sería imprescindible que una Cataluña independiente obtuviese cuanto antes reconocimiento internacional de una parte significativa de Estados y, antes que nada, de la potencias internacionales, ninguna de las cuales lo va a otorgar; este, si llega, lo haría después de años y nunca antes de que la independencia estuviese consolidada; el trabajo del gobierno español en este sentido parece haber sido muy bueno y, además, no estamos hablando de un territorio estratégico que pueda tornarse en un aliado valioso de Estados Unidos, China, Rusia…, sino una molestia más en un concierto internacional y europeo ya bastante saturado y con problemas, la verdad, mucho más urgentes e importantes. Los independentistas parecen suponer que, una que vez triunfe el referéndum, lo demás vendrá por sí solo; esto podría parecer lógico, y es cierto que una Cataluña con una independencia consolidada tendría que ser recibida por la Unión Europea tarde o temprano, pero hasta que llegara ese momento pasarían años, y la herida causada a la UE por la independencia catalana no sería tan fácilmente olvidada en una Europa que se la está jugando cada día. Varoufakis y Grecia ya experimentaron lo que puede el orgullo frente a la razón en Europa, los principales enemigos de Cataluña en la unión no llegarían desde Madrid, sino desde Berlín y cualquier otra capital con problemas similares en sus países, en mi opinión los independentistas fían demasiado a una supuesta racionalidad norteuropea. Por otro lado, si el procedimiento independentista finalmente fracasase quedaría para los independentistas catalanes como un hito más que reivindicar en su imaginario colectivo, como otro de esos fracasos históricos que genera sentimiento de comunidad, que contribuye a aglutinar[3] a los fieles. Para el bando español, en cambio, quedaría como un triunfo, un ejemplo de superioridad y en cierta forma de su destino manifiesto, de su acierto, de su razón absoluta, de la solidez de su ley y de su legitimidad que permitiría ser magnánimo (paternalista) con el derrotado; magnanimidad que ni que decir tiene que no se vería igual de generosa desde el otro lado. Lo que ocurre es que una vez que se ha llegado a instaurar esta lógica, el diálogo es imposible, pues cada uno vive en un plano distinto de la realidad sin puntos en común, sin conexiones donde pueda encontrarse un lenguaje común. ¿Y de qué dependerá el éxito final? El éxito o el fracaso dependerán, al final, de una elección, la que haga íntima y personalmente cada uno de los ciudadanos de Cataluña. Claro está que no tiene la misma trascendencia la decisión de un político, o un mosso, u otro funcionario, que la de un ciudadano de a pie, y tampoco la misma capacidad para influir o mover a otras decisiones personales, pero todas son importantes. Mas y Puigdemont y, sobretodo, las asociaciones civiles independentistas, gracias también a la inestimable colaboración prestada desde el gobierno del PP, han logrado que a pesar de los últimos descensos que marcan las encuestas en pocos años se haya incrementado el número de independentistas notablemente, aunque sin llegar a la mayoría clara que precisaría el movimiento iniciado. No voy a repetir lo dicho ya en otros comentarios sobre el tema, prefiero incidir en el asunto crucial de la elección. Básicamente existen tres posibles elecciones: apoyo, rechazo o inactividad. Las dos primeras se subdividirían a su vez entre activo y pasivo. Pero no nos confundamos, la inactividad también es una acción elegida conscientemente con implicaciones particularmente curiosas, pues lo mismo puede servir para apoyar que para rechazar, según quién vaya ganando y sobre qué se sea inactivo. La situación actual podría parecer muy polarizada, pero en realidad no lo está tanto, al menos de cara a la acción. Si presumimos que tras la inactividad puede esconderse cierto grado de indiferencia, un cierto me da igual, las cosas pintan a priori mejor para los independentistas, pues tenemos un nutrido y sobretodo activo grupo proindependencia cuyas victorias están a la vista, un pequeñísimo grupo antiindependencia socialmente irrelevante y otra parte indiferente cuyo tamaño real es un misterio. Hablo por supuesto del nivel social, no político, pues la relación entre este esquema social, o cualquier otro, y su representación política no puede ser nunca perfecta: la gente al votar, incluso en estas situaciones, no suele hacerlo únicamente en base a un aspecto. Sin embargo, tal ventaja desaparece cuando se consideran los medios utilizados, puesto que la indiferencia es buena si los medios incluyen la violencia: es posible —aunque difícil— derrotar a una potencia exterior en tales circunstancias tal y como demuestra la historia siempre que se cuente, al menos, con la inactividad del resto de la población. Sin embargo, si se pretende una ruptura con base democrática, es decir, a través de un referéndum, y lo fías todo a la legitimidad, esta ha de ser construida, se necesita una mayoría. De lo contrario siempre se pondrá en duda, y la fortaleza (y debilidad) de la legitimidad radica, esencialmente, en que no pueda ser puesta en duda de forma razonable, en que no pueda ser desafiado el acuerdo en que se basa. Volvemos a consideraciones que ya hicimos sobre los diferentes posibles resultados del referéndum tanto en cuanto al recuento de votos como a la participación y a las preguntas tradicionales, irresolubles a priori y solo solventables mediante acuerdo de las partes para cada caso concreto, sobre cuántas personas deben participar y qué porcentaje de votos hay que obtener para que el resultado se considere válido, legítimo y representativo. El Estado parece haber entendido esto y su estrategia va dirigida a lograr que, si no se puede impedir el referéndum, al menos que no sea ni válido, ni representativo ni, por lo tanto, legítimo. Vamos, un fracaso. Los independentistas necesitan por su parte crear suficiente masa crítica independentista para contrarrestar las amenazas infernales de los unionistas, si lo logran conseguirán que el referéndum, aun no celebrándose o haciéndolo de manera defectuosa, sea una manifestación tal que se pueda llegar a plantear la independencia por aclamación popular en las calles. Este creo que es el plan B independentista, toda vez que es evidente que la votación no va a ser fácil, incluso imposible en algunas poblaciones. Esta es la debilidad del Estado, pues aunque se quiten las urnas, no se puede impedir una salida masiva a las calles. Pero ¿Pero y si resulta que después de todo la gente sí va a votar? Recordemos que múltiples encuestas parecen coincidir en que en lo único que coinciden los catalanes es en que quieren votar. Quizá el gobierno de Rajoy está calculando mal una vez más[4] en este asunto, quizá incluso los no independentistas salgan a votar. A votar «no», pero a votar al fin y al cabo. ¿Y si la participación fuese tan alta que ni el gobierno pudiera negarla o, más probablemente, la negase al principio pero tuviese que acabar por aceptarla? Eso ya daría legitimidad al referéndum, independientemente del resultado. Hagamos un cálculo maquiavélico: partiendo de un supuesto 80 % de catalanes que desean votar, supongamos que los que no van a ir a votar son, sobretodo, unionistas: un 20 % de noes desperdiciados. Imaginemos ahora que los independentistas son un 40 %: un 40 % de síes que contarían. Y supongamos también que el otro 40 % son partidarios de votar pero no de la independencia: un 40 % de noes que sí contarían. Con estos porcentajes tan ajustados, y teniendo en cuenta que con mayoría de síes a los independentistas les vale, es evidente que una mínima variación hace que cualquier cosa pueda ocurrir, con la salvedad de que si la balanza se inclina hacia el no, el éxito independentista será notable a pesar de todo, y si se inclina hacia el sí cualquier acción del estado español se considerará una agresión en toda regla y exacerbará el problema, incluso para una parte de los votantes del no, pudiendo llegar a trocar noes por síes. Este es el plan A independentista. La decisión Y llegamos al punto crucial que antes hemos mencionado: la decisión que cada cual adopte. ¿Saldré a la calle a votar, a manifestarme? ¿Me quedaré en casa a ver qué pasa? ¿Me opondré activamente? ¿Protestaré? Y, en el caso de tener responsabilidad (mossos, funcionarios), ¿qué haré? Unos intentan garantizar su inmunidad, otros amenazarlos. Al igual que para los políticos, para estos funcionarios el éxito de la independencia es su única salida si optan por ese camino, por ello no es razonable pensar que en el punto en el que estamos un político o un funcionario con responsabilidad que apuesta por la independencia vaya a echarse atrás por unas amenazas: ya han descontado el castigo y saben que la única manera de librarse es tener éxito, por lo que todas las amenazas no son para ellos sino un acicate, todo ello sin olvidar el efecto mesiánico en la psique de aquellos que de repente son jaleados como luchadores por la libertad del oprimido pueblo catalán. En el caso de los indecisos/inactivos las amenazas sí que pueden influir, pero ¿cuántos funcionarios hacen falta para abrir un colegio? Solo uno, y no era un chiste. Llegados a este punto la acción tiene más peso que la inacción y muchos de los inactivos correrán a subirse al carro de los vencedores en cuanto se atisbe su victoria, por eso es tan importante tomar la delantera. Y por otro lado tampoco se puede inhabilitar a todos los funcionarios, con esto también cuentan en Cataluña. ¿Dónde será entonces más importante la inacción? Cuando el Estado pretenda ejercer la compulsión, el castigo contra los que le desafíen y se encuentre presumiblemente con el rechazo mayoritario de la sociedad catalana que, como se atisba, aun en el caso de los no independentistas sí es favorable al ejercicio democrático del referéndum. Esto obligaría al Estado a ejercer la represión con sus propios medios en una medida inversamente proporcional a la pasividad de las instituciones y sociedad catalanas, acrecentando la sensación de ocupación y el discurso victimista del independentismo, con lo que de fracasar ahora se seguirían poniendo los sólidos cimientos para la próxima y quizá definitiva ocasión. Pero también será esencial la inactividad en el caso de que se pretenda la independencia por aclamación, porque seguidamente habrá de ejercerse de forma práctica y cuando el Estado, con todo su poder, lo impida, ¿qué hará la población? Hoy por hoy no parece muy probable una huelga general mayoritaria en Cataluña ni nada por el estilo, más allá de manifestaciones que, estas sí, pueden ser multitudinarias gracias a la asistencia de los independentistas que ya están movilizados y comprometidos con la causa; sin embargo, a la hora de la verdad, lo más probable es que la mayoría de la población siga yendo a trabajar y haga su vida normal en un reflejo de hartazgo sobre el asunto o simplemente de indiferencia hacia un problema que ha sido sublimado de forma un tanto artificial por políticos y medios de comunicación por intereses que nada tienen que ver con el fondo del asunto. Fracasando eso, fracasará el movimiento por simple agotamiento, se irá muriendo poco a poco. Pero claro, eso llevan esperando ya bastante tiempo en Madrid, sin mucho éxito por el momento. Cabe otra posibilidad un tanto inquietante: que las manifestaciones, huelgas… sean un éxito, es decir, mayoritarias, no tanto por convencimiento sino por presión social, por el qué dirán, por no significarse y que no le apunten a uno con el dedo. Esperemos que este fenómeno fascistoide, más probable siempre en comunidades pequeñas que en ciudades, no se produzca. Conclusión Lo único cierto de todo este proceso es que, de una manera u otra, otorga de manera radical a los ciudadanos la capacidad de decidir, así que al menos en este sentido los independentistas ya han ganado, veremos si logran la victoria final. Ahora es necesario que los ciudadanos ejerzan su opción personal, sea cual sea, con valentía y conciencia, algo a lo que no estamos nada acostumbrados. En mi opinión, lo importante no será tanto el referéndum, que se producirá de aquella manera, poco más o menos como el anterior, allí donde se pueda[5], sino lo que pase durante y después; al final lo que quedará de todo esto será un envenenamiento de la sociedad catalana y de la relación Cataluña-España. Gracias, Mariano. Personalmente, no creo que de esta Cataluña se independice, pero me asalta la desazonante sensación de que estamos perdiendo tiempo y energías por algo sin importancia, porque al final la votación se va a producir, sea porque finalmente se pacte un referéndum en condiciones o porque se acuerde una nueva constitución que voten los catalanes como ciudadanos españoles, de alguna manera la votación es ya insoslayable, una especie de peaje que hay que pagar antes de encontrar cualquier salida, y será entonces cuando veamos las consecuencias de todo este sinsentido y más de uno se eche las manos a la cabeza, entonces ni siquiera la derecha podrá negar que existe un problema que hay que abordar. [1] Entendiendo por tal la voluntad de los ciudadanos y no tanto la teoría o Teoría, que queda tan lejos de las lentejas de todos los días. [2] ¿Entonces para qué todo el numerito y el forzar la paz, la doctrina y el sentido común del Tribunal Constitucional? Pues para lo mismo que el resto de sus actuaciones, para dar el pie a la réplica catalana y poder continuar con la opereta, de lo contrario la obra habría acabado muy pronto. [3] Es curioso como en muchas ocasiones son los fracasos los que más unen. [4] Toda mi argumentación de que hemos llegado a esta situación con la inestimable colaboración del gobierno del PP se basa en la suposición, un tanto maliciosa, lo reconozco, de que sus actos han sido conscientes y voluntarios, pero es justo reconocer que también pueden basarse en un error de concepto, de cálculo (lo que por otro lado supone una ineptitud inexcusable), en basarse en la idea equivocada de que todo esto no eran sino bravatas para forzar una negociación ventajosa y de que se deshincharía por sí mismo frente a la firmeza (otros dirían inacción) del gobierno, una táctica a la que Rajoy parece abonado, lo que hace plausible esta interpretación. [5] Me pregunto si asistiremos al esperpento de ver a la Guardia Civil persiguiendo urnas por Cataluña, vilipendiada y acosada, con el consiguiente descrédito y ridículo del Estado, mientras otros juegan a esconderlas. |
...un escritor es «un chiflado que mira la realidad, y a veces la ve»...
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