Han pasado ya varios días desde que publiqué el segundo comentario en este blog sobre la situación en Ucrania y creo que va siendo hora de que haga la valoración prometida del primero de ellos, puesto que la situación parece haberse estabilizado. ¿Empezamos por lo bueno o por lo malo? Primero las buenas noticias: acerté con la partición de Ucrania y con el barniz del referendo, aunque no fuese como yo había previsto —creo que no está mal teniendo en cuenta que mis únicas fuentes de información son los medios de comunicación— y sigo creyendo que el objetivo, o uno de los objetivos esenciales de Putin, era dar un toque de atención, afirmarse en Europa y trazar la línea que no está dispuesto a permitir que Occidente cruce. Putin quiere delimitar su «espacio vital» (por favor, no hagamos traducciones al alemán que aun no voy por ahí); con muchas de las antiguas repúblicas soviéticas de Asia central lo ha conseguido mediante acuerdos de diversa índole (¿habrían firmado esos acuerdos dichos países de haber estado más cerca de Europa y haber tenido otras posibilidades reales de asociación geopolítica?), pero creo que la sensación en Moscú es que con Occidente se ha visto obligado a hacerlo agresivamente ante su falta de respeto para con la madre Rusia, su historia y su poder; el enfoque por supuesto es subjetivo, pero dado que no podemos coger la verdad absoluta y objetiva de un árbol y comérnosla, lo que cuenta siempre es la percepción que tienen los actores.
Ahora las malas noticias: ni Ukorea, ni Corea, me equivoqué en el carácter de la situación y subestimé ciertos aspectos. Visto con un poco de distancia, quizá me dejé llevar por una excesiva similitud entre los casos coreano y ucraniano, me explico: pensé que Ucrania debería partirse para conformar un estado tapón sin percatarme de que quizá ya lo era, al menos desde la óptica de Moscú. Quizá por la vía de los hechos consumados y desde su impotencia en aquellos años los rusos habían aceptado el avance occidental hasta Polonia, incluso hasta las repúblicas bálticas, y según esta lógica (siempre dentro del ámbito del pensamiento geopolítico propio de la Guerra Fría) creerían haber llegado a un acuerdo tácito de influencias, según el cual Ucrania y Bielorrusia caían dentro de la esfera rusa convirtiéndose en sus estados tapón, mientras que Polonia, Rumanía y demás hacían lo propio para el lado occidental. Bien, en este contexto ¿cómo debió de sentarle a alguien como Putin el asunto de Kosovo? Como una ruptura del acuerdo, lo sabemos por la reacción rusa en su momento, pero quizá se infravaloró el malestar ruso en Occidente. Otra vez tengo que explicarme: en mi opinión tenemos aquí una discordancia de lenguajes y enfoques, Rusia y Putin utilizan los de la Guerra Fría (herederos de las viejas disputas decimonónicas con los británicos, «el Gran Juego»), mientras que Occidente usaba, hasta ahora al menos, los de Fukuyama (aludí a él en el primer comentario, ahora me explicaré mejor), es decir, que la Guerra Fría acabó y triunfó la democracia liberal, lo que viene a significar el capitalismo, y esa es la única lógica que importa; desde este punto de vista no hay áreas de influencia, sino áreas de negocio y expansión económica (un juego en el que Occidente es muy superior) y por tanto en Kosovo no había herencia que respetar y lo que sucedió allí no era en realidad tan importante (no voy a entrar en el tema de Kosovo, simplemente quiero hacer ver una posible interpretación de los resultados en cuanto a la impronta subjetiva). Pero las ofensas, o más bien el sentimiento de haber sido ofendido, importan. Llegados a este punto hay un aspecto central que quiero destacar: la enorme importancia de un liderazgo fuerte y resuelto, con una meta clara y capaz de proveerse de apoyos. Este es, sin duda, Putin. Mucho se ha comentado sobre la inferioridad económica, demográfica, militar (salvo en disuasión nuclear)… de Rusia, ¿cómo entonces es posible que haya puesto en este aprieto al aun poderoso Occidente? Pues aparte de lo ya explicado sobre la falta de realismo occidental y americano —paradójico para los que entiendan los conceptos de realismo e idealismo en las relaciones internacionales— de los últimos años (no quiero insistir en la nefasta impronta de Fukuyama, pero…) ha resultado capital el liderazgo de Putin que, tras verse sorprendido y superado inicialmente en Ucrania, ha hecho de la necesidad virtud para conseguir poner el mundo patas arriba. Los líderes surgen siempre cuando surge la crisis, los estudiosos de las teorías sobre el liderazgo tienen aquí otro gran ejemplo de cómo un gran líder puede tornar una supuesta inferioridad en una manifiesta superioridad a base de audacia. Bien, tomemos el indiscutible liderazgo audaz de Putin como una herramienta más que añadir a nuestro arsenal y continuemos. El problema de este tipo de liderazgo «de contracción rápida» es que agota su fuerza en sí mismo, es decir, a largo plazo Putin sabe que tiene las de perder: sigue estando en una terrible inferioridad demográfica, militar y sobretodo económica frente a sus rivales, su única ventaja es la desunión y/o descoordinación de las potencias occidentales, pero él solito está arreglándolo, eso es lo que se llama un efecto secundario no deseado (aunque perfectamente predecible). El caso es que es imposible sostener un enfrentamiento a largo plazo en esas condiciones, su única oportunidad era una actuación fulminante frente un riesgo desproporcionado (la guerra), y eso ha sido suficiente para sacar provecho por el momento en una política de hechos consumados, el problema es que ya se ha agotado la sorpresa. Rusia ha acumulado tropas en el este de Ucrania, pero no ha procedido allí como en Crimea, ¿no era su gran objetivo la defensa de los rusos sin importar las fronteras? Debe de haber rusos de primera y de segunda según donde caigan. El reloj corre en su contra, él lo sabe y de momento se ha ganado un bufido de la OTAN; si yo fuese él me asustaría, pero es que yo no viví la Guerra Fría en primera línea, a saber a lo que está acostumbrado este hombre. En cualquier caso, no creo que la opción militar, ni tan siquiera el enviar las tropas sin querer, como en Crimea, silbando hasta que digan «a, ¿pero esto es Ucrania?» sea ya factible: los americanos (y los polacos) están bastante mosqueados y es posible que reaccionasen con una audacia similar pero más apabullante, y sus soldados sí irían identificados y sabiendo a dónde. Más bien parece que lo que busca Rusia es presionar para obtener algún tipo de reconocimiento de Crimea, es decir, que le permitan legitimar su anexión (ahí sigue latente la opción de mi primer comentario de un referéndum, que esta vez sería con observadores internacionales para que EE.UU. y compañía puedan salvar la cara). En cualquier caso, aun cuando Occidente no reaccionase militarmente si los rusos invadiesen el resto de Ucrania, Putin sabe que nos les quedaría otro remedio que hacerlo económicamente de forma severa (además es posible que en ese caso perdiese o al menos se debilitase el apoyo público chino). Por lo tanto queda el juego económico, social, diplomático (imagen, publicidad) que es el que le gusta a Occidente: tenemos, o tienen, más billetes que balas. Por lo pronto ya cabalga hacia Kiev el FMI (la verdad es que no sé cuál de los cuatro jinetes es) y eso abre otra disyuntiva: todo esto empezó por que buena parte de la población ucraniana prefirió vincularse al oeste antes que al este, pobrecitos porque es posible que Ucrania no sea miembro de la OTAN, pero al igual que una hipoteca une hoy en día mucho más que un anillo, un préstamo del FMI vincula mucho más que un simple tratado antiguo: una vez que se firme el préstamo Ucrania será terreno vedado para Rusia, Occidente no va a dejar que se le escape tanto dinero y no lo digo solo por la devolución del préstamo, sino por los saldos de empresas ucranianas que, casualidades de la vida, siempre quedan disponibles para los grandes magnates cuando el FMI se ve obligado —no es porque a ellos les guste— a enderezar una economía. Y ahí está la segunda parte: el FMI llega blandiendo las tijeras (casi echo de menos las viejas y entrañables espadas) y eso puede tener efectos muy contraproducentes. La población ucraniana está mal, pero ¿qué pasará dentro de dos o tres años si se impone una absurda política de recortes como la que nosotros sufrimos y se enquista la crisis? ¿Qué ocurrirá cuando se empiece a señalar a Occidente como la causa y no la solución de la situación económica? ¿Seguirán pensando allí que Occidente mola tanto o empezarán a añorar a la vieja madre Rusia con la que al menos comparten identidad? La ayuda económica es desde luego la mejor arma de Occidente, pero si no se utiliza bien, puede volverse contra él y dar argumentos a un líder carismático y audaz que sepa aprovecharlo. Por cierto, ¿no era este un blog de literatura?
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Este es el primer comentario de una nueva categoría del blog: Bajas en combate. Pretendo en ella dejar constancia de aquellos relatos o experiencias cuyo resultado no sea exitoso -vamos, lo que viene siendo un fracaso de toda la vida- en la tarea de abrirse camino en este mundo tan peculiar. Empiezo con el I Concurso Internacional Torrelongares de microrrelatos. Los autores que se presentasen debían tener entre 18 y 35 años y los microrrelatos debían tener un máximo de 640 caracteres; la temática era libre, pero debía hacer acto de presencia algún elemento relacionado con el mundo del vino, ya fuera de forma explícita o alusiva. Os dejo el microrrelato ganador y el finalista y, a continuación, los dos con los que yo me presenté (Maridaje y Doncella): LA PRIMERA VEZ Raúl Oliván Cortés (ganador) Mientras contemplaba el reflejo deformado de su rostro en un cáliz plateado, al lado de su futura mujer, en medio de su propia boda, con las palabras del sacerdote resonando en los rincones de su conciencia, León hubo de recordar el día en que probó por primera vez el vino. Muchos años atrás, en aquella misma iglesia después de la misa vespertina, él y otro monaguillo cuyo nombre recordaba perfectamente, escondidos en el confesionario, rodeados de un silencio que olía a incienso y madera húmeda, pensándose el Zorro y el Coyote, jugaron a beberse una botella entera. Y se dieron su primer beso. MALAS NOTICIAS Germán Bartizzagui (finalista) Querido hermano. Filtración dormitorio. Solución: sustituir tejas. Papá declinó ayuda. Resbaló. Caída libre 3m. Traumatismos. Coma profundo. Internación impagable. Nadie vende automóvil, menos hipotecar. Desconexión inminente. Máximo 2 días. Suspende luna de miel. ¡Regresa! ¿Pagarías exequias? Preferimos cofre. Nosotros bien. Recuerda vino y alfajores. Cariños. JC. MARIDAJE No hay dos iguales. Primero el aspecto, excitante, con ese vaivén tan especial y esa forma de jugar con la luz. Después, agitar suavemente, muy suavemente, no hay que excederse. A continuación viene el aroma, intenso, con matices que lo dicen todo y, si lo anterior ha ido bien, por fin el gusto, el gusto, el gusto. Ah... Y ese placer indescriptible, tan intenso, íntimo y primitivo, esencial como la vida misma. A menudo el maridaje no funciona, o funciona solo por un tiempo, pero aun así sigo lanzándome al ritual con la misma avidez cada vez que se descorcha una nueva oportunidad, en busca del maridaje perfecto. DONCELLA Me miraba fijamente. «No es verdad», dije. «Así lo cuentan». «¿Doncellas?». «Para dar mejor sabor», respondió. «¿Tú te lo crees?». «Bueno, era la Edad Media. Es solo una historia». Caí en la cuenta de que no pestañeaba. «¿Quieres otra copa?», preguntó mientras más tinto inundaba el cristal transparente. No pude resistirme. «Creo que por fin lo has conseguido, es el mejor que he probado nunca, tiene... ». «¿Cuerpo?». «Sí», le dije sin aliento y con la boca llena de sabor al que una vez fuera mi mejor amigo; no había sido el mismo desde que me confesó que haría cualquier cosa para reflotar aquella bodega, pero su vino era... Además del ganador, el jurado seleccionó 40 microrrelatos para aparecer en las etiquetas de las botellas de vino de la bodega. Creo que tendré que dedicarme a pisar uva si quiero beber un vino que tenga algo de mí. Otra vez será (espero). Hace unos días publiqué un comentario sobre la situación en Ucrania, aun es pronto para hacer una valoración, puesto que dicho comentario estaba orientado a la resolución de este asunto, aunque prometo hacerla cuando corresponda. Hoy solo quería hacer una par de reflexiones al respecto.
La primera de esas reflexiones tiene que ver con el papel de China. Esta ha hecho lo que esperábamos: se ha abstenido en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Esto significa que ha decidido mantener la tónica habitual, un perfil bajo y la menor implicación posible, es decir, no dará por el momento el paso adelante que de una u otra forma creo que tendrá que dar en algún momento. Sin embargo resulta interesante la idea que he visto reflejada en varios análisis en prensa durante estos días referente a una especie de alianza entre Rusia y China. Creo que catalogar a estos dos países como aliados es un profundo error a pesar de las apariencias. Rusia y China son, como mínimo, rivales, rivales en la pugna por los recursos naturales de Asia central que China necesita cada vez más acuciantemente y que Rusia ansía controlar, por la hegemonía en Asia... Cuanto más crezcan ambos, más chocarán sus intereses y más posibilidades de conflicto entre ellos habrá, especialmente si Rusia mantiene su tradicional carácter hegemónico (algo a lo que por otra parte parece difícil que pueda renunciar dada su extensión, historia...). Sucede sin embargo que, por el momento, ambos tienen un rival mayor: Occidente (Estados Unidos) y de ahí su confluencia en determinados asuntos de política internacional, que podría aparentar una alianza que no es tal, sino una confluencia de intereses temporal. Lo más probable a largo plazo es que China y Rusia acaben chocando a cuenta de Asia central y/o sus alianzas con terceros (como India); también podrían desarrollarse a espaldas uno del otro, por decirlo de alguna manera, pero en un mundo cada vez más interconectado me parece extraño que los dos países más extensos de Asia puedan hacerlo (ello supondría además que Rusia renunciase a extender su influencia prácticamente en todo el extremo oriente y sudeste asiático, algo posible pero poco probable). Cómo lleguen a resolver esos conflictos —diplomáticamente o no y amistosamente o no— habrá que verlo en su momento. La segunda reflexión es un enfoque distinto sobre el asunto de Ucrania propiamente dicho. Este lío viene precedido por otro episodio del dilema típico ruso, a saber, si Rusia es o debe ser más europea o más asiática. En este caso la representación del dilema vino de la mano de las negociaciones entre Ucrania y la Unión Europea, con las maniobras de fondo de Moscú. Lo relevante del asunto es que a pesar de las fuertes presiones y maniobras poco limpias de Rusia para evitar el alejamiento de lo que no deja de ser el territorio en que se originó la propia Rusia (en torno a Kiev), y de la posición diletante de la Unión Europea (que bien por no ofender a Rusia, bien por su propia situación económica, o bien simplemente porque los procesos negociadores con ella son así, no mostró en realidad nunca mucho interés ni parece ser que ofreciera nada especialmente «jugoso» a Ucrania —al menos sus promesas estaban por debajo de las rusas—), Rusia perdió. Y no lo hizo en los despachos, sino en la calle, de la forma más dura y dolorosa, pues supone que el pueblo de Ucrania rechazaba a la madre Rusia. Por lo tanto, toda esta situación que ahora se ve como una gran victoria rusa (ayer se celebró el referéndum, por llamarlo de alguna manera, con el resultado previsto), nació en principio de una gran bofetada a la herencia eslava. Así pues el primero en verse superado por los acontecimientos no fue Occidente, sino Putin que, eso sí, reaccionó mucho más rápidamente tomando lo que era más importante para él, aquello a lo que no podía renunciar en ningún caso si Ucrania se orientaba hacia Occidente porque comprometía sus posibilidades geopolíticas futuras y parte de su capacidad militar: Crimea. En este sentido, la península podría considerarse un premio de consolación, aunque hay que admitir que tremendo y con un elevadísimo coste (no solo en imagen internacional, sino también económico aun cuando no haya finalmente sanciones). Pero alguien como Putin no podía hacer otra cosa, lleva años viendo como Occidente se acerca a ella sin ningún respeto (las repúblicas bálticas, el escudo antimisiles); tenía que trazar la línea y sabía que en Crimea tenía posibilidades de éxito debido a su composición étnica. Lo más interesante de este nuevo enfoque, sin embargo, para el futuro es que a la larga Rusia saldrá debilitada y perderá poco a poco y sin darse cuenta poder e influencia: sus propios aliados con población rusa ya deben empezar a mirar de reojo a su socio, y desde luego algo ocurre para que una tibia promesa europea seduzca más que toda la historia y todo lo ofrecido por Rusia (a pesar de que hay más factores en el asunto del Maidan). ¿Había advertido ya de que esto es un blog de literatura? Esta magnífica novela de Dulce Chacón, que ha llegado a mí por recomendación, trata las vicisitudes de una familia de terratenientes ricos y de su finca, «Los Negrales» —o de una finca y la familia que la posee, porque la presencia e importancia de la tierra a lo largo de la obra son esenciales—, pero lo hace desde el punto de vista de los sirvientes y su miseria rural y resignada, lo que sirve para mostrar con una naturalidad engañosa la brutalidad estrictamente jerarquizada que rige su mundo. El principal problema que le encuentro a la obra es quizá un cierto hastío ante las barbaridades de la Guerra Civil, similar al que puede sentirse frente al bombardeo de imágenes de guerras extranjeras en los telediarios, y que puede llegar a afectar a la novela aun siendo realmente un problema del lector, pero un problema que hay que tener en cuenta. La historia es ciertamente terrible, desgarradora y triste, pero, y lamento hacer este comentario, en ese sentido no es más que otra historia terrible, desgarradora y triste que se nos anuncia como tal ya desde el principio con el robo/compra de un niño (que resultará ser algo más que un simple capricho) y más aun en cuanto comienzan a asomar por allí nacionales, milicianos y demás. Aun no soy un ser totalmente insensible, así que las miserias de los personajes me han espeluznado, y tampoco se me escapa la crítica social y demás, ocurre simplemente que todo ello no es nuevo, por lo que no creo necesario extenderme sobre ello. Sin embargo la forma en que se narra la historia sí que me ha resultado más novedosa e interesante, demostrando que en la literatura importa casi más el cómo que el qué se dice. La historia se nos presenta de forma fragmentada en torno a sus dos narradores: el más original es uno de los personajes, ya anciano y secundario en el desarrollo de los acontecimientos, del que solo se conocen sus palabras en las conversaciones que mantiene con el comisario que investiga un asesinato en el que su nieto está implicado; el otro es omnisciente, más clásico, y da la réplica al anciano narrando los acontecimientos pasados —más o menos en el orden en el que el desconfiado anciano los menciona o se los quiere mencionar al comisario, que no es necesariamente lineal— que conducen a los acontecimientos presentes. Esta fragmentación de la historia es la que mantiene la tensión y el interés a lo largo de la novela, y es ese anciano y su sentido común, su desconfianza tradicional, su carácter tan logrado y su extraordinario pragmatismo rural lo que le da fuerza y realismo a toda la obra, dotándola además de ese aire de melancolía que tanto me gusta y que hace que permanezca su «sabor» una vez que finaliza, como si de un buen vino se tratase. También me parecen muy bien caracterizados el resto de personajes, en especial los señores, cuyas humanas motivaciones quedan humanamente claras, y que no son ni mucho menos libres de la terrible prisión de esa jerarquía social, aunque las servidumbres que a ellos les impone son de otra naturaleza. En resumen, los personajes y el estilo narrativo son la fuerza de esta novela bien construida que, sin tratar un tema nada novedoso, sobrecoge y da que pensar tanto más cuanto más se hace, permitiendo saborearla gracias a esa fragmentación que obliga a encajar las piezas uno mismo, y que por ello hace casi obligatorio implicarse en la desoladora trama. Lo he intentado, he intentado mantener determinadas consideraciones fuera de este blog, lo prometo, pero los que me conocéis bien sabéis que algunos temas son superiores a mí; por otro lado, esta página es para expresar(se), así que expresemos.
Una de las materias más interesantes que pude encontrar en la estéticamente horrible facultad de CC. Políticas en la que pasé un tiempo fue la geopolítica. Debo reconocer mi enorme escepticismo hacia esta disciplina —su carácter inductivo no casa nada bien con mi deductivismo continental europeo—, mi primera impresión fue que trataban de enseñarnos astrología (reconozco que hubo un tiempo, breve, en que también pensé así de la psicología); sin embargo, como diría cualquier anglosajón, qué más da la teoría si la práctica es buena. El caso es que, bien por la validez intrínseca de sus teorías o bien por la validez que le dan a sus teorías los que deciden esas cosas, la geografía política —y más concretamente la geopolítica, que es de lo que en realidad tratamos aquí— vuelve una y otra vez a mostrarse como una herramienta utilísima de análisis. Pero basta de rodeos y vamos a entrar en materia: con respecto a los sucesos de Ucrania se está escribiendo de todo desde los más diversos puntos de vista y haciendo referencia a cuestiones históricas, políticas y, por supuesto, económicas (el nuevo y esencial campo de batalla de la geopolítica). Una de las principales acusaciones que se hace contra Vladimir Putin es la de querer reconstruir el viejo imperio soviético, esto en mi opinión es esencialmente cierto, aunque no es el imperio soviético lo que creo que él quisiera reconstruir, sino el viejo imperio ruso (¿y qué mejor lugar para ello que donde británicos y franceses le arrebataron su honra y algo más en el siglo XIX?), quizá con las fronteras de la URSS y su descomunal influencia y poder. Todos sabemos que Putin procede del KGB, y como muchos de los provenientes de las élites de aquella época se ha adaptado (¿sorprendentemente?) bien al capitalismo en toda su extensión, sin embargo los orígenes pesan mucho (que se lo digan a los ucranianos, por ejemplo) y los conceptos que maneja Putin parecen seguir siendo los de la vieja geopolítica de la Guerra Fría. Nadie debe haberle dicho que la Historia finalizó junto con la URSS, justo lo contrario de lo que ha ocurrido en EE.UU., donde Fukuyama se lo contó a todo el mundo con enorme éxito, lo que explicaría que en ese país la geopolítica desde entonces se haya volcado hacia China, dando quizá por (demasiado) zanjado el problema europeo. Es lógico teniendo en cuenta los intereses económicos y estratégicos americanos y la tranquilidad que solo Dios sabe por qué debió de darles la Unión Europea en ese sentido, pero también es verdad que han tenido tiempo de sobra para despertar de ese sueño. Así las cosas, ¿quedará alguien en EE.UU. que recuerde las reglas de la vieja geopolítica europea? Puesto que la obsesión china parece reinar actualmente en tierras norteamericanas, habrá que recurrir a alguien que estuvo allí. Decía Zbigniew Brzezinski poco más o menos que Rusia necesita de Ucrania para ser un imperio (por cierto, si os interesan estos temas El gran tablero mundial: la supremacía estadounidense y sus imperativos geoestratégicos es un libro IMPRESCINDIBLE); cualquiera que mire un mapa sin necesidad de saber nada de geopolítica se da cuenta de que Rusia precisa de Ucrania si quiere expandirse hacia Europa y el Mediterráneo, por decirlo así, Ucrania está justo en el medio. Añadamos a esto las cuestiones históricas, étnicas y religiosas (a mi juicio las menos importantes) que como ya sabemos sirven para justificar cualquier cosa (y la contraria, ya de paso) y especialmente las cuestiones económicas en lo referente a los recursos naturales y el suministro de energía (vaya, ahora aparece Alemania) y entenderemos rápidamente la importancia de Ucrania. Bien, Ucrania es importante, qué novedad. Calma, lo bueno viene ahora. En estos días hemos visto cómo se fijaban las ¿posiciones? de las distintas partes que importan: Rusia y Occidente, de las que solo Rusia parece tener una. Estados Unidos ha sido sobrepasado por los acontecimientos y no sabe qué hacer, Europa (Alemania y Gran Bretaña principalmente) por su parte tiene miedo, otra novedad, y ha comenzado el diálogo de la diplomacia: — ¿Intervención militar? Bueno, tampoco hay que exagerar, que Ucrania no es territorio OTAN y son medio rusos —ha dicho Occidente. Justo como esperaba Putin. —Entonces sanciones económicas. —Cuidado, que en una economía globalizada las balas rebotan y a eso sabemos jugar todos, además, ¿vosotros no estabais en crisis? —ha respondido Rusia. Putin no es un oso ruso, sino un viejo zorro que no da puntada sin hilo, y el hilo empieza a verse: ya ha salido a colación el derecho de autodeterminación. Algunos han hablado de una anexión de Crimea a Rusia. ¡Qué pereza! Mejor déjalos ahí quietecitos que ya iremos nosotros mangoneándolos cuando queramos, pero no me metas en líos, imagino que respondió el zorro. La anexión de un país tan significativo, grande y quebrado como Ucrania (aun con todo su potencial) tiene muchos inconvenientes e incumple una de esas normas esenciales de la guerra fría que en EE.UU. parecen haber olvidado: no poner a tu rival en una situación tal que sea inasumible, es decir, permitirle salvar la cara de alguna manera. Putin no es tonto y a pesar de la debilidad que le supone a Obama no va a arriesgarse a obligarlo a sacar el carácter. Especialmente teniendo en cuenta que hay una solución para todo este lío que resulta cómoda para todas las potencias: la partición de Ucrania, aunque sea sin partición. Soy de la opinión de que lo que importa es el concepto en sí, y no el nombre que se le dé, por eso me es indiferente si la península de Crimea, y cualquier otra parte rusófona de Ucrania, sigue siendo parte teórica o legal de la República de Ucrania con una gran autonomía (prácticamente independiente de facto) o si se divide en dos estados, uno nacionalista ucraniano prooccidental y otro prorruso —lo que por otro lado quizá sea lo más correcto desde el punto de vista histórico—, en ambos casos con todo el boato y respaldo democrático de un referéndum auspiciado y ¿acordado? por Estados Unidos y Rusia (las formas son las formas). La cuestión es que Ucrania quede de alguna manera dividida y convertida en uno, o dos, estados tapón que separen a uno y otro bloque (Occidente y Rusia) a la manera en que las dos coreas cumplen esa función con Estados Unidos (y sus aliados) y China. Esta es una solución intermedia propia de la Guerra Fría que tiene la ventaja de fijar claramente las fronteras y los límites de la influencia de cada cual. Frenaría el avance europeo hacia Rusia, pero también los intentos rusos hacia Europa (aunque aun quedarían otros lugares de conflicto, una vez fijado un límite más o menos claro el resto sería más fácil). Creo que Putin ansía esa vieja seguridad, esa claridad que había en la segunda mitad del siglo veinte y que permitía, sobre todo, tener las manos libres en el propio territorio, y ese es el verdadero peligro del asunto. Sabremos que la solución está a punto cuando aparezca en escena la inmaculada estela azul de las Naciones Unidas con algo más que no sea el típico «sed buenos, no os peleéis», pongamos unos observadores para un referéndum o algo así. Existe por supuesto un actor que podría alterar todo esto (solicito un redoble de tambor mental): China. China no estuvo en aquellos tira y afloja europeos de primaveras y tanques, pero hoy en día es esencial. En los últimos tiempos ha pretendido ser un actor internacional más o menos modélico, ajustando su comportamiento al derecho internacional en los asuntos de otros y a una neutralidad más bien discreta, es decir ha mantenido un perfil más o menos bajo en los asuntos políticos, pero ha extendido su poder económico por el mundo, principalmente por los países emergentes, sin parar (podríamos comparar el poder «duro» del que hacen gala tradicionalmente los rusos con el «blando» que prefieren los chinos, pero creo que ya me estoy extendiendo demasiado). Todo el mundo está de acuerdo en que tarde o temprano China tendrá que asumir las responsabilidades que su talla le impone, por eso será especialmente interesante ver qué posición adopta con respecto al caso de Ucrania, si es que se decide a adoptar una. ¿Lo hará ahora? Quizá los que esperan ese paso desconocen algunas advertencias sobre el carácter chino que hacen determinados expertos y le atribuyen un gusto occidental por la preponderancia, o simplemente esperan que la responsabilidad y los intereses obliguen a los chinos a actuar por fin (¿sería esta una buena noticia para los americanos?). En cualquier caso, el asunto no es totalmente ajeno a los intereses chinos porque fijar claramente las áreas de influencia occidental y rusa en Europa (que es lo que realmente se discute en Crimea) dejaría a Rusia las manos libres para centrarse en sus batallas geopolíticas en el sur, donde una pequeña pléyade de repúblicas desagradecidas está estableciendo lazos con los chinos, intolerable. Así que, de rebote, el conflicto en Ucrania puede exacerbar los conflictos geopolíticos en Asia central, y volvemos a hablar de recursos económicos. Por ello China es tan determinante: a pesar de las realistas contraamenazas de Putin, sanciones económicas impuestas con contundencia serían desastrosas para Rusia, y el apoyo decidido de China a estas minimizaría el impacto de la «contraofensiva» rusa al respecto, propiciando una victoria occidental, aunque en alianza con los chinos (quién lo iba a decir). Claro que todo esto no son más que fabulaciones, al fin y al cabo, esto es un blog de literatura. |
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