Hace un tiempo leí un artículo en el que se decía que un estudio había determinado que lo leído en formato electrónico, ya fuese en un lector con tinta electrónica, un ordenador, ipad… no era retenido, comprendido ni asimilado de la misma forma que aquello que se leía en papel, sino en menor proporción. Yo siempre estudié sobre papel y durante la mayor parte de mi vida ha sido el único soporte de mis lecturas, así que después de apenas un par de meses utilizando un libro electrónico no me siento capacitado para emitir una opinión definitiva al respecto, más allá del hecho de que desde hace bastante tiempo sí he notado que tanto yo mismo como muchas otras personas cuando queremos “enterarnos” bien de algo, lo imprimimos. Esto es un indicio, que puede deberse simplemente a la costumbre de la mayoría de las personas que han aprendido a leer y se han manejado al igual que yo casi toda su vida con papel.
Sin embargo sí que puedo dejar constancia de mi experiencia en estos dos meses con mi flamante libro electrónico (gracias compañeros). En este tiempo mi dispositivo me ha proporcionado un acceso rápido y sencillo a varias obras clásicas que de otra manera me hubiese resultado mucho más engorroso y caro leer. El punto determinante aquí es la absoluta comodidad que proporciona el aparatejo en cuanto a peso, facilidad de transporte y obras disponibles con solo un toque dactilar, creo que esa comodidad es un elemento fundamental del lector electrónico no suficientemente considerado en una sociedad que valora esos elementos de rapidez y sencillez casi por encima de cualquier otra cosa. Pero el hecho fundamental que quería reflejar es la experiencia lectora y cómo se relaciona, en mi opinión, con el mundo actual. Esas obras clásicas que he mencionado han sido devoradas casi literalmente; su lectura en papel habría sido mucho más reposada, pero en la pantalla han volado frente a mis ojos, lo que refleja la esencia del dispositivo: es un hijo del siglo XXI y como tal atesora sus virtudes y sus defectos. Creo que el dispositivo electrónico favorece una lectura rápida, impaciente si se quiere, en este sentido puede ser cierto lo que enunciaba el estudio que he referido al principio, aunque por el momento yo no he notado menor retención de Hamlet que la que hubiese tenido (creo) de haberlo leído en papel (al menos hoy por hoy, ya veremos cuando intente acordarme pasados unos meses). Así, la tinta electrónica favorecería un tipo de literatura ávida y no excesivamente compleja del tipo de las obras de suspense o “de evasión”, como El emblema del traidor a la que ya me referí, que otra más profunda y reposada que quizá se haría más antipática en este formato por cuanto requiere más comprensión, lo que implica menos velocidad y, por lo tanto, aguantar la tentación de darle a la pantalla o al botón para pasar la página. Puede parecer una broma, pero el aspecto psicológico de interacción con el dispositivo que supone darle a un botón creo que es importante, hay cierto impulso a hacerlo por el simple hecho de hacerlo, de la misma forma que en ocasiones es irresistible empezar a tocar los botones o mandos de cualquier aparato electrónico, y en este sentido cuanto más complejo, o avanzado, o simplemente “electrónico”, mejor. ¿Es posible que esto esté relacionado también con la eclosión de la generación de escritores amazon cuyas obras, por lo que yo he podido ver, se inscribirían en esta clase “rápida” independientemente de su género concreto ya sea este aventuras, fantasía, amor…? Es más, ¿podría esto producir en el futuro una diferenciación entre dos tipos de literatura en función de su soporte que acabase produciendo incluso una especie de clasificación entre literatura de primera y de segunda? No sé si llegará a producirse una diferenciación tajante de ese tipo, pero sí que creo que en el futuro el libro en papel quedará como artículo de más o menos lujo y, por lo tanto, solo se editarán en este formato obras muy escogidas, estableciéndose una barrera entre las obras que solo quedaron como archivo electrónico y las que pasaron esa frontera y se ganaron la posteridad con una edición en papel, algo que no tiene por qué decidirse únicamente en función de su calidad (aquí el papel del editor de toda la vida, comprometido con la obra, volvería a cobrar protagonismo). En resumen, la velocidad, la inmediatez, la modernidad… son todos atributos indisociables de la época y las generaciones actuales y, por tanto, del libro electrónico. Me planteo si el olor del papel, su peso y volumen, el mayor movimiento y lentitud necesarios para pasar una página —con su característico y entrañable sonido— y el marcapáginas son elementos que quedan para aquello que requiere de una comprensión profunda, para aquellos que gustan del deleite y del ahora; no digo que esto no sea posible con dispositivos electrónicos, pero desde luego se hace más difícil por sus características intrínsecas y aun más, al menos por el momento, para los que hemos crecido humedeciéndonos el dedo. O quizá solo sea que aun no me he acostumbrado a una experiencia de lectura diferente, en ello estoy…
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EL EMBLEMA DEL TRAIDOR JUAN GÓMEZ JURADO Este es el primer libro que leo de este autor y he de comenzar advirtiendo de que no es esta la clase de literatura que suele llamarme la atención, pero tenía curiosidad por conocer este fenómeno de las redes sociales y por acercarme a eso que llaman thriller o, más en general, literatura de evasión. Debo decir que mis expectativas se han cumplido prácticamente al cien por cien. Como es habitual no voy a revelar nada de la trama —salvo lo imprescindible para mi propósito—, no me parece de buen gusto y menos aun en esta obra, así que tranquilos los que no la hayan leído aun. Lo principal a destacar es la sensación general que me ha producido la novela: la misma que tengo cuando veo algunas de esas películas, prácticamente todas americanas, que se encuentran dentro de esa misma categoría de thriller y que en esto que llamamos español resulta que se traduciría por suspense (qué bonita palabra), o suspenso (esta ya no me parece tan bonita) en América. La novela tiene por supuesto su historia de amor, un buen puñado de mentiras, algunas traiciones, su pizca de tragedia familiar y tragedias en general y, ante todo, mucha acción, todo ello cocinado en la Alemania nazi a fuego lento durante unos treinta o cuarenta años poco más o menos, ¡pero si incluso comienza con un flashback! Ninguno de estos elementos es determinante por sí solo, pero todos ellos juntos en la forma en que se ha construido la novela constituyen la base de lo que sería sin duda un buen guión para una película hollywodiense de esas que gustan, entretienen mucho y se olvidan a los veinte minutos, exactamente lo que creo que me sucederá a mí con la obra. Todo en ella es solvente, los personajes quedan bien definidos sin entrar en profundidades (yo he echado de menos algo más de esto, especialmente en el caso de Jürgen y su familia; tengo que criticar, eso sí, el personaje de la madre del protagonista, que queda como una mera comparsa y excesivamente simple a mi juicio) y sin detenerse en explicaciones o sentimientos excesivamente complejos; los escenarios por su parte se pintan con lo mínimo imprescindible aunque suficiente, siempre al servicio de la acción, y el ambiente general de la época y el país creo que queda razonablemente bien reflejado (a saber, yo no estuve allí) y sirve bien como fondo —pero solo eso— de la obra sin llegar a envolverla convenientemente. Es decir, en esta novela todo está pensado para que fluyan los hechos, la acción, para pasar de un acontecimiento a otro sin dejar casi respirar al lector y tenerlo pegado a sus páginas constantemente sin dejar que se distraiga con nada más, es por eso en mi opinión que en ocasiones las situaciones son un poco forzadas y la casualidad tiene demasiado protagonismo, pero como no es muy exagerado, como tampoco es nada desacostumbrado en la literatura y, especialmente, como la acción es constante no resulta particularmente molesto salvo que se le ocurra a alguien pararse a pensar en ello, cosa que tampoco sucederá si la novela cumple su objetivo y atrapa al lector o este no es demasiado crítico. Después de leer la obra creo que el apelativo de literatura de evasión le viene muy bien, contribuye a evadirse de la vida durante un tiempo, entretiene (he de confesar que a mí me atrapó, aunque no estoy seguro de que me hubiese pasado lo mismo de haberla leído en papel, más adelante publicaré otro comentario sobre esto) y entretiene sobradamente, pero no encuentro que aporte demasiado aun a pesar de haberlo podido hacer: sus comentarios sobre la vida en la Alemania de entreguerras no pasan de lo que cualquier lector mínimamente informado ya sabe y no llega a enseñar prácticamente nada sobre las colonias africanas de Alemania a principios del siglo XX, tampoco sobre los nazis ni la masonería y mucho menos sobre la condición humana ni desde luego invita a ningún tipo de reflexión; todo está tan enfocado a la acción que se pierden otros elementos que pudiesen haber dado mayor profundidad y peso a la obra, lo que resulta aun más decepcionante porque se aprecia que detrás hay un buen trabajo de documentación. Quizá estoy exagerando, pero mi impresión es que los personajes “flotan” de alguna manera sobre el mundo en que les ha tocado vivir sin involucrarse realmente en él ni al contrario, a no ser que sirva estrictamente al desarrollo de la acción como por ejemplo con ese colmado casi de asistencia social que nos enseña lo bueno que es el protagonista, como si todo lo que sucede a su alrededor fuese un decorado muy de fondo de sus problemas y aventuras personales que solo en algunos casos choca con su mundo (como en el episodio de Dachau, resuelto en mi opinión de forma un poco decepcionante). En general la obra cumple con sus objetivos, pero me deja cierta sensación de vacío, me entretuvo en el metro acortando mis viajes y ayudándome a matar el tiempo tal y como a priori promete, pero ese es quizá el problema, que después de leerla tengo la sensación de haber “matado” el tiempo, no de haberlo aprovechado, tengo la sensación de que esta obra no me deja casi nada para mi enriquecimiento personal, prácticamente ninguna huella, pero esto solo es un inconveniente si se busca algo más que esa evasión porque la obra cumple con sus objetivos comerciales y desde luego invitará a consumir más novelas de este autor a los amantes de esta literatura, yo mismo no tendré empacho en leer otra si alguna vez quiero evadirme de nuevo lo que, y quiero remarcarlo, no tiene nada de malo siempre que se haga con moderación y supone en ocasiones un gran placer. En resumen, como no deja huella, y a pesar de olvidarse en un rato, no es una obra para una relectura que permita apreciar matices (que no existen) pasados por alto la primera vez, pero eso sí: dura más y cuesta mucho menos que una entrada de cine. Últimamente tenía un poco abandonado el blog, disculpadme, pero es que hay problemas que parecen no acabar nunca. Sigo trabajando en El cuaderno y Los entierros, pero me he visto forzado a nuevos retrasos, entretanto os dejo más microrrelatos. En este caso corresponden a mi participación en la 4ª edición del Concurso de Relatos Cereza del Jerte cuyas normas esenciales eran ser mayor de 18 años y escribir un microrrelato no superior a 200 palabras cuyo tema fuesen las cualidades de la picota del Jerte. Reconozco que me molestan un poco este tipo de concursos por la acotación publicitaria que hacen, francamente siento que son concursos "proxenetas", pero también considero que son una forma de mantener cierta práctica y forzar los límites de la creatividad, de ejercitarse, y si en alguno de ellos deciden que soy el que mejor hace la pelota y cae algún regalito, lo aceptaré con vergüenza; así que como "sarna con gusto no pica", sigo presentándome de vez en cuando. En fin, os dejo en primer lugar el relato ganador y después los dos con los que yo me presenté. Cerezas imperiales (Fernando Escudero) El emperador Carlos había vuelto al mediodía de su habitual paseo de caza. Se sentó a comer con dificultad, pues la gota reumática que lo atacaba sin piedad desde los veintiocho años le tenía postrado y casi inválido. Su médico, don Francisco de Almazán le contempló preocupado. Estaban a principios de junio y hacía calor. Apenas probó la comida pero bebió mucha cerveza, y el galeno, sabio, hizo un gesto a su mujer, Ana Pérez, para que le llevara un cuenco fresco de cerezas del vecino Valle del Jerte. El Emperador cogió, dolorido, una picota y se la quedó mirando: su redondez le recordó el mundo, plano en la época de sus abuelos; su color rojo brillante, sus épocas de pasión con las mujeres; el sabor dulce pero con un toque ácido, lo comparó con la vida misma, a veces amable, a veces dura… “Coma, Majestad, es muy buena para la salud y combate la gota”, le dijo su médico. Y el Emperador le sonrió, mandó traer un cesto más grande y estuvo toda la tarde contemplando el monte mientras comía cerezas. Hacía mucho tiempo, tal vez desde los tiempos de Garcilaso, que no se le veía tan feliz… RAÍCES Muchos años después, de nuevo frente a los árboles cuajados, hube de recordar la vez en que siendo yo niño mi abuela me llevó a conocer su ladera, plagada de raíces y de copas y copos níveos en primavera que danzaban al viento, y descubrí por qué ella era como era y por qué las picotas compartidas de sus puñados siempre fueron las más dulces y redondas, aun en el exilio de la ciudad y los años. En las grietas de aquel valle reconocí las arrugas forjadas en sonreírme tantas veces tras la búsqueda del Jerte de su infancia en el mercado solo para mí, y tras saborear de nuevo el mismo jugo rojo directamente del árbol, estallando y escapando de entre mis labios, me di cuenta de que aquel mismo dulzor era el que corría por sus venas, y al contemplar la mancha en el suelo junto a mis zapatos de piel sintética tuve que descalzarme para sentir la tierra en mis plantas y reconocí al instante que allí estaban mis raíces. Fue entonces cuando decidí que no se vendería un puñado de tierra por más que me ofreciesen, aquellas raíces seguirían siempre en su lugar. HERMANAS Entonces no entendió la ofrenda, ni la visita —en que tenía que portarse tan bien— ni por qué al rodar por el suelo, bermellón y grana estallando en todas direcciones, se miraron con lágrimas en los ojos. Él comenzó a recogerlas inmediatamente ajeno al silencio oscuro, no se fuesen a ensuciar, y aprovechó para demostrar orgulloso sus recién adquiridos conocimientos de aritmética: «una, dos, cuatro…». La señora de blanco los sorprendió justo cuando todas estaban otra vez en el tupper, «ya nos la hemos cargado» pensó, pero ella los miró y se dejó sobornar solo con una mientras le guiñaba un ojo, «es que son del Jerte», y sus labios intentaban esbozar una sonrisa; ignora lo que hablaron sus miradas adultas, pero se vio empujado a acompañarla fuera de la habitación sabiendo que se quedaría sin probarlas, aunque aun volvió después para contemplar desde la puerta cómo su madre y su tía comían otra vez cerezas juntas en secreto y reían llorando mientras hablaban a media voz. Hoy apenas recuerda nada de aquello, pero sabe que todos los adultos fueron niños una vez, y que su tía se marchó feliz. Por cierto, me acabo de dar cuenta de que tratándose de microrrelatos, debería empezar a mejorar lo que viene siendo la parte del título, ¿no os parece? Que tengáis buena semana.
Los resultados de las elecciones europeas me han hecho añorar otros tiempos al ver todas esas imágenes de mi antigua facultad en televisión, y también recordar algunas de las enseñanzas que allí recibí. No puedo evitar sentirme orgulloso en cierta forma por la visibilidad indirecta que la facultad de CC. Políticas de la Universidad Complutense ha adquirido como cuna de Podemos, quizá esta sea la forma de que la tan denostada Ciencia Política adquiera en nuestro académicamente atrasado país el prestigio y lugar que le corresponde —y que tanta falta le hace— poniéndose por fin al mismo nivel en este sentido que el resto de países de nuestro entorno y más allá. Pero vamos a lo que íbamos, entre aquellos hierros naranjas tan horribles como inútiles oí por primera vez hablar de la psicología de las multitudes y, dentro de ella, de Gustave Le Bon y su concepto de «masa», con aquel perder la racionalidad el individuo inmerso en ella; después me hablaron de Gabriel Tarde y su concepto de «público», que introducía la distancia entre los componentes de la masa, aportando una cierta capacidad crítica y la imprescindible necesidad de los medios de comunicación para la estructuración y existencia propia de ese público —pero abriendo también la puerta a nuevas y más sutiles formas de manipulación, no hace falta mencionar lo dramático y a la vez rico que resultó el siglo XX en este sentido—. Sin embargo, cuando Tarde formuló sus principios aun faltaba por aparecer un invento crucial: la televisión que, junto con la radio un poco antes, lo cambiaría todo; en este sentido me gusta considerar como el siguiente paso al polémico Sartori y su Homo Videns, para mí una acertadísima obra sobre el poder de la televisión. Inciso: tomo a estos tres autores como ejemplo arbitrario de la caracterización y evolución que el tema ha tenido desde finales del s. XIX, sé que habrá muchos más autores, teorías y aspectos que podrían tenerse en cuenta, pero creo que estos tres son los más ilustrativos para lo que aquí quiero exponer.
La primera conclusión que podemos extraer es que en cuanto a la repercusión socio-política de la psicología de las multitudes y su primigenia formación es esencial el desarrollo de la tecnología, que propicia nuevas formas de comunicación, desde el simple agregado basado en la proximidad física entre los miembros de la masa hasta el desagregado de un público alejado hasta miles de kilómetros que no obstante forma una «unidad» gracias a los medios de comunicación (y que da lugar al también interesantísimo concepto de opinión pública) y la posibilidad de establecer comunicaciones interpersonales más o menos fluidas, ¿cómo puede por tanto extrañarnos que nuevas formas de comunicación produzcan nuevas formas de articulación de las masas y la acción política? La enorme importancia de esta evolución provocada por el desarrollo de la técnica la podemos ejemplicar en la propia evolución de los partidos a la que ha acompañado: desde los partidos de cuadros, pasando por los de masas a los atrapatodo (no quiero decir que esta sea la única razón de estos cambios en la tipología de los partidos políticos, pero sin el correspondiente avance técnico no habría sido posible). Y aquí llegamos al quid de la cuestión: el tan cacareado desarrollo de las nuevas tecnologías supone un cambio radical más profundo pero a la vez más previsible de lo que pueda parecer. La masa clásica, la masa de la turba, de la Revolución Francesa o las protestas democráticas del s. XIX tiene una característica fundamental: la acción, ya sea esta positiva o negativa y más o menos dirigida la masa siempre actúa, es su vocación inherente por la vía de su irracionalidad, de su excitación el hacer «algo». Este hacer se desdibuja con el público, la mera expresión opinión pública lo indica: el público opina, pero rara vez actúa —aunque esa opinión pueda mover a una acción de otros— y esto es tanto más cierto cuanto más se ha asentado ese fenómeno, en especial con el desarrollo de la televisión (y aquí aparece Sartori para modular las ideas de Tarde): todos hemos oído y leído mucho acerca de la pasividad de la sociedad moderna. Las nuevas formas de comunicación a través de internet aproximan de nuevo al público con la masa mediante dos mecanismos: en primer lugar, eliminan el intermediario del medio de comunicación, con todo su tamiz de intereses propios, en la traslación de la información puesto que la relación entre el emisor y el receptor es más directa y fluida y los intereses quedan reducidos a los de ambos que además suelen ser más próximos, también es más rápida y directa en el sentido de que en gran cantidad de ocasiones son los mismos testigos los que trasladan los hechos casi al tiempo en que los viven con toda la carga emocional de la inmediatez que ello supone, incluso con imágenes (aquí conviene recordar una vez más los comentarios de Sartori acerca de la fuerza de la imagen); todo esto es mucho más parecido al individuo del XIX que escuchaba dentro de un grupo una arenga o una narración de acontecimientos de viva voz de testigos que a aquel individuo que en su sillón lee un periódico, o escucha la radio o ve la televisión protegido física y sobre todo mentalmente por su entorno individual, su hogar y familia y sus propias preocupaciones. Por otro lado, estos medios contribuyen a reinstaurar la acción como elemento esencial del «ser» político puesto que hasta el más pasivo de los twiteros debe decidir si difunde el mensaje recibido o no entre sus conocidos (lo que supone una toma de posición y una decisión sobre el fondo del mensaje que en la inmensa mayoría de los casos no se da con los contenidos de los medios de comunicación de masas tradicionales), es decir, si le da su sello personal de garantía y verosimilitud, si lo avala, haciéndose partícipe aun inconscientemente de su difusión o no, del éxito del mensaje o no y de la modulación y carácter, sesgo o imagen que recibirá un acontecimiento u opinión por los comentarios que vierta sobre él, es decir, convirtiéndose en conformador activo con su acción individual y aparentemente inocua de la opinión pública. En este sentido, el despegue electoral de Podemos es reflejo de su inteligencia a la hora de leer este nuevo canal social y todo lo que ello conlleva. Hay que aclarar que el desarrollo del público no supuso la muerte de la masa, ambos conviven y los estrategas de Podemos han sabido leer y moverse perfectamente por todos estos ámbitos para afectar a todos los públicos y situarse en el centro de la discusión: apariciones televisivas, los famosos «círculos» y su sostenida actividad en redes sociales (esta forma de encarar su comunicación en esas redes es esencial). Lógicamente a alguien que twitea habitualmente, o comparte comentarios por facebook, o utiliza cualquier otra red social es más fácil moverle a la acción que al que se limita a tragar televisión, pero la capacidad de las nuevas tecnologías y los cambios sociales que producen para seguir cambiando la sociedad es espectacular y su retórica arrastra a todos en un efecto bola de nieve: la persona de cincuenta o sesenta años que jamás se ha acercado a un ordenador o a un teléfono inteligente también se ve inmersa en el nuevo espíritu social y nota que «algo» está cambiando, estará de acuerdo o no con las protestas que ve en la calle y con lo que sus hijos o nietos le cuentan, pero no puede ignorarlo. Añadamos a esto un escenario de crisis económica galopante, corrupción, crisis social… Hay otro factor a tener en cuenta en la irrupción de Podemos, aquellos que pensaron que era suficiente con proveer las necesidades materiales de la población como forma de «comprar» la paz social, aquellos que creyeron que lo habían conseguido, los que pensaron que la pasividad de las clases media y baja era un logro asentado que les permitía dirigir en paz la sociedad, se equivocaron, no supieron entender que el ser humano tiene la necesidad psicológica básica de «hacer» de actuar, de ser dueño de su vida y partícipe de su mundo, es cierto que durante muchos años esto no ha sido así, pero también es cierto que esa necesidad ha estado ahí generando tensiones psicológicas profundas debido a su insatisfacción (frustración juvenil, incremento de las enfermedades mentales, estallidos de violencia aparentemente injustificados, incremento del consumo de drogas, alcoholismo, alienación…) que han afectado principalmente a la juventud, esa juventud que ahora mismo se rebela. Un apunte más, estas nuevas formas seguirán desarrollándose le pese a quien le pese y contra los intentos de contención de las viejas formas y poderes, y suyo es el futuro aunque sea por una simple cuestión demográfica: todos aquellos socializados en las viejas formas de comunicación tenderán a desaparecer mortis causa irremediablemente, y los jóvenes (quien por su tendencia a la acción son más afectos a estas formas de comunicación) seguirán ocupando su lugar y socializándose con las nuevas tecnologías, creando y desarrollando nuevas formas de comunicación y acción política; el ejemplo lo tenemos en un famoso partido político: quienes se oponen a un ejercicio directo de elección masivo y libre —en la línea de Podemos— constituyen «la vieja guardia», su resistencia es únicamente temporal y desde luego fútil. Pero cuidado, esta nueva forma de comunicación política, o mejor dicho, de interacción política acaba de nacer, aun debe pelear por su sitio y su existencia no presupone nada sobre la del bipartidismo o los grandes partidos, estos aun pueden adaptarse. Apunte extra: ¿tendrá algo que ver la abdicación con un intento por adaptarse a los nuevos tiempos que parecen soplar con respecto a todo lo que acabamos de explicar? |
...un escritor es «un chiflado que mira la realidad, y a veces la ve»...
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