Llevo varios días preparando un comentario sobre todo este lío del nacionalismo catalán, la consulta y la Democracia, pero no termino de encontrarle el punto justo, incluso me he atrevido a proponer mi solución ideal y pretendo aventurarme con una suposición sobre qué ocurrirá realmente, pero no terminan de convencerme mis propias palabras, temo excederme o quedarme corto, que las situaciones que planteo sean improbables o puede que directamente increíbles, que mis argumentos no estén bien fundados o que no sepa explicar por qué sé lo que sé o, mejor aun, lo que intuyo, y entre todo este jaleo me he dado cuenta de que no se trata sino de otra historia más, de que las inquietudes, las inseguridades y en suma los problemas para hallar el relato correcto, con la dosis justa de cada uno de sus ingredientes que lo hagan a la vez creíble y osado, no se diferencian mucho de los que padezco a la hora de elaborar cualquier otro relato (de supuesta ficción), y he empezado a preguntarme hasta qué punto no es la historia, no son nuestras vidas, sino los relatos de otros, quizá de un vietnamita que se fija en una fotografía extranjera en el papel con el que envuelve un pescado, o de un vallisoletano que algún día mirará un holograma de historia de principios del siglo XXI, o por qué no de un escocés, tal y como ahora son sus vidas y sus decisiones un relato para nosotros; y es posible que todo sea una broma cósmica, aunque seguramente es que no tenemos otra forma de pintarnos el mundo y tratar de comprenderlo que narrárnoslo a nosotros mismos o a otros. Sí, ya sé, no es nada nuevo, no soy ni mucho menos el primero que dice algo así, pero eso solo refuerza la idea; en cualquier caso, si tenemos que narrarlo, también tenemos que recibir esas narraciones, tan importante es dar como recibir, y pobres aquellos que no reciben porque tampoco podrán dar, o viceversa. Supongo que es por esto por lo que estudié en realidad, para contar historias, supongo que es por esto por lo que escribo y supongo que es por esto por lo que aprecio sobretodo las historias que transmiten algo, que ayudan a reflexionar, a conocernos, que nos dejan un poso y de las que, quizá por eso, es también tan difícil desprenderse. Últimamente he vuelto a sentir esa sensación agridulce de quedar ligado a una historia, de recibir el tesoro infinito de una pequeñísima luz con la que alumbrar un poco el mundo y de tener que encargarme de ella yo solo, custodiarla, alimentarla en lo posible o al menos no olvidarla al tener que pasar la última página, me ha ocurrido tras leer la magnífica Atlas de geografía humana y pasar a El emigrante para continuar con Memorias de una vaca sin quitarme aun el sabor de esas cuatro mujeres y sus lecciones. Sí, también lo sé, esas tres historias no se parecen en nada (o quizá sí, ¿no todo trata acaso de lo mismo?), pero eso es lo que tiene ser un lector sin rumbo, simplemente curioso o, más bien, ansioso, ansioso por entender aunque no esté completamente seguro de qué o incluso no quiera creer lo que quizá ya he entendido; quizá por no saber a dónde voy, voy a más lugares aun sin moverme, y quizá por eso se me hace tan difícil desprenderme de una historia cuando me ha iluminado un poco, aunque sea muy poco, y descubro que quizá esos de alrededor tan semejantes en apariencia son realmente semejantes, y que uno no está solo a pesar de que nos empeñemos en estarlo desde que hace ya tanto alguien dijera ¡cuidado! para no decir miedo y todos siguiéramos desde entonces narrando la misma historia, y que los caminos extraños y tortuosos que traza mi espíritu son en realidad los que traza el tuyo, y que todos nos hacemos las mismas preguntas, preguntas que no pueden ser respondidas, que solo pueden ser aliviadas con una mano, una caricia, un gesto o hasta un beso si tenemos suerte y cuya importancia radica no en sí mismos y ni siquiera en cómo se proporcionen, sino en dónde nacen y a dónde permitimos que lleguen. Sin embargo en otras ocasiones todo es completamente distinto, y se descubren otros mundos, otras realidades y sentimientos inimaginados, incluso inexplicables y posiblemente no compartidos o hasta rechazados, y aunque en esos momentos aprendemos más, y nos divertimos más, y se nos pinta un mundo tan apasionante como nuevo, nace en lo más hondo la semilla que habrá de germinar de nuevas preguntas. Y la duda eterna. Y no paramos de preguntar, y de tratar de responder, no paramos de narrar y de ser narrados, no paramos nunca de buscar. Yo, al menos, no paro de hacerlo, pero eso sí, sin rumbo alguno, porque alguien me contó una vez una historia ridícula: que en realidad no importa qué se busca, sino la búsqueda en sí, y aun estoy tratando de atreverme a entender esa historia.
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PASTORAL AMERICANA Acabo de terminar de leer Pastoral americana, de Phililp Roth, y no puedo resistirme a escribir un comentario, el problema es que no sé por dónde empezar. ¿Cómo condensar en un escueto post toda la profundidad de esta obra? Creo que algo así requeriría un trabajo casi tan largo como la propia novela, así que me centraré en las impresiones que me ha producido el libro, que no es precisamente nuevo pero que tenía pendiente tras La mancha humana que tanto me gustó (sí, qué pasa, yo leo las trilogías como quiero). En primer lugar debo decir como aviso a navegantes que es una obra larga (algo más de 500 páginas en papel que resultan desconcertantes en libro electrónico por aquello de no tener la referencia acostumbrada del volumen del papel) que puede llegar a parecer más larga a los que estén acostumbrados a novelas de acción trepidante, y no por que no tenga acción (deporte, atentados, cuernos…) sino por que todo sucede en segundo plano, siendo la narración principal —la del protagonista— tan pausada, calmada y correcta como él mismo, al menos durante la mayor parte de la historia y hasta el momento en que se confirman las sospechas y descubrimos que las apariencias efectivamente engañan. En este sentido el principal aspecto a destacar, algo que me parece un logro extraordinario —aunque quizá meramente subjetivo— es la capacidad de la obra de hacer sentir al lector exactamente como requiere la historia, es decir, propiciar la compresión de la obra no tanto por su literatura como por la experiencia de su lectura; yo he llegado a comprender casi mejor el mundo que plasma Roth por esa cierta impaciencia, exasperación y hasta aburrimiento en algunos momentos que el sueco Levov me producía que por lo que acontece en la obra; es duro, pero merece la pena porque tengo la impresión de haber alcanzado así, por las vías intelectual y sentimental, una comprensión más profunda del choque de generaciones que plasma la obra. Es un logro para mí mayúsculo y que precisa de un equilibrio muy afinado al alcance solo de unos pocos, no es la “simple” identificación con los personajes, es algo más, es la adquisición de un estado anímico, es la experimentación sentimental de la historia con lo bueno y lo malo, no es solo comprender a los personajes, sino sentirse como ellos incluso antes de haberlos comprendido o, más exactamente, sentirse como ese narrador inicialmente equivocado que va descubriendo la verdad de una historia que creía anodina a medida que va desapareciendo inadvertidamente de la propia narración a favor del protagonista Levov y la historia. Por lo demás, la obra transmite un universo complejo y enorme al abordar el choque de generaciones o el cambio completo y radical que se produjo en los años 60 en Estados Unidos, cuando creció la generación post Segunda Guerra Mundial y propició un cambio social radical y rebelde contra las inercias que provenían del siglo XIX. Pero ¿solo en Estados Unidos? No deja de ser el cambio lógico, que en cierta forma también vivimos actualmente, que se produce cuando llega a su plenitud una generación que da por sentadas cosas que las anteriores tuvieron que pelear y se atreve a ir más allá, esto puede ser bueno o malo, pero desde luego es a la vez inevitable y esencial para el progreso. La novela también presenta otro tema fundamental: el conformismo, o no, la capacidad para coger las riendas de la propia vida o amoldarse a ella y a las expectativas de otros (principalmente nuestros potencialmente corrosivos seres queridos, pero también la sociedad en general), a las costumbres, a la propia indecisión o cobardía habitualmente disfrazadas de excusas cómodas y principalmente a esa devastadora arma de doble filo que llamamos moral. Estos temas y más son tratados en la obra con una profundidad psicológica en absoluto carente de ironía que me ha resultado magistral y en la que se van desvelando poco a poco los factores que componen la personalidad del sueco hasta que llegamos a conocerlo y después a entenderlo, una vez que Roth se adentra en su psique y nos muestra el agobiante mundo de apariencias en que desarrolla su existencia por fidelidad a unos valores y una moral que no dejan de ser heterónomos y que le hacen ser sin embargo infiel a sí mismo, al menos en determinados momentos esenciales de su vida; unas apariencias a las que solo escapan unos pocos personajes denostados por los demás (tal y como sucede ahora y creo que ha sucedido siempre), lo que me recuerda otro tema presente: la individualidad, la verdadera individualidad, en ocasiones necesariamente radical y siempre valiente. Una cuestión verdaderamente apasionante y a la vez terrible: hasta qué punto aquello en lo que creemos de verdad, todos aquellos principios esenciales según los cuales nos guiamos han sido simplemente aceptados (¿cuántos creyentes hay que lo son simplemente porque no se han planteado otra cosa, porque han tenido miedo de hacerlo sinceramente, porque si no “en qué vas a creer”?) o verdaderamente considerados y asumidos como propios de forma libre tras una verdadera y honesta reflexión. Como ya os habréis dado cuenta, esta es una obra compleja que requiere de trabajo por parte del lector para apreciar todos sus matices, creo que es una obra esencial para quien quiera aprender algo del género humano, pero más esencial que su lectura es su comprensión: sin la segunda la primera no sirve de nada. Otra cosa son las lecciones que cada uno pueda extraer (aquí he expuesto las mías) y mucho más aplicar a su propia vida si no quiere acabar desencantado, por ser suave, al descubrir demasiado tarde que su vida es una farsa, como el sueco Levov o, peor aun, teniendo que pasar un calvario y haciendo daño a otros para encontrar su propia paz, como su hija Feliz. Por cierto, Felices vacaciones a todos. EL EMBLEMA DEL TRAIDOR JUAN GÓMEZ JURADO Este es el primer libro que leo de este autor y he de comenzar advirtiendo de que no es esta la clase de literatura que suele llamarme la atención, pero tenía curiosidad por conocer este fenómeno de las redes sociales y por acercarme a eso que llaman thriller o, más en general, literatura de evasión. Debo decir que mis expectativas se han cumplido prácticamente al cien por cien. Como es habitual no voy a revelar nada de la trama —salvo lo imprescindible para mi propósito—, no me parece de buen gusto y menos aun en esta obra, así que tranquilos los que no la hayan leído aun. Lo principal a destacar es la sensación general que me ha producido la novela: la misma que tengo cuando veo algunas de esas películas, prácticamente todas americanas, que se encuentran dentro de esa misma categoría de thriller y que en esto que llamamos español resulta que se traduciría por suspense (qué bonita palabra), o suspenso (esta ya no me parece tan bonita) en América. La novela tiene por supuesto su historia de amor, un buen puñado de mentiras, algunas traiciones, su pizca de tragedia familiar y tragedias en general y, ante todo, mucha acción, todo ello cocinado en la Alemania nazi a fuego lento durante unos treinta o cuarenta años poco más o menos, ¡pero si incluso comienza con un flashback! Ninguno de estos elementos es determinante por sí solo, pero todos ellos juntos en la forma en que se ha construido la novela constituyen la base de lo que sería sin duda un buen guión para una película hollywodiense de esas que gustan, entretienen mucho y se olvidan a los veinte minutos, exactamente lo que creo que me sucederá a mí con la obra. Todo en ella es solvente, los personajes quedan bien definidos sin entrar en profundidades (yo he echado de menos algo más de esto, especialmente en el caso de Jürgen y su familia; tengo que criticar, eso sí, el personaje de la madre del protagonista, que queda como una mera comparsa y excesivamente simple a mi juicio) y sin detenerse en explicaciones o sentimientos excesivamente complejos; los escenarios por su parte se pintan con lo mínimo imprescindible aunque suficiente, siempre al servicio de la acción, y el ambiente general de la época y el país creo que queda razonablemente bien reflejado (a saber, yo no estuve allí) y sirve bien como fondo —pero solo eso— de la obra sin llegar a envolverla convenientemente. Es decir, en esta novela todo está pensado para que fluyan los hechos, la acción, para pasar de un acontecimiento a otro sin dejar casi respirar al lector y tenerlo pegado a sus páginas constantemente sin dejar que se distraiga con nada más, es por eso en mi opinión que en ocasiones las situaciones son un poco forzadas y la casualidad tiene demasiado protagonismo, pero como no es muy exagerado, como tampoco es nada desacostumbrado en la literatura y, especialmente, como la acción es constante no resulta particularmente molesto salvo que se le ocurra a alguien pararse a pensar en ello, cosa que tampoco sucederá si la novela cumple su objetivo y atrapa al lector o este no es demasiado crítico. Después de leer la obra creo que el apelativo de literatura de evasión le viene muy bien, contribuye a evadirse de la vida durante un tiempo, entretiene (he de confesar que a mí me atrapó, aunque no estoy seguro de que me hubiese pasado lo mismo de haberla leído en papel, más adelante publicaré otro comentario sobre esto) y entretiene sobradamente, pero no encuentro que aporte demasiado aun a pesar de haberlo podido hacer: sus comentarios sobre la vida en la Alemania de entreguerras no pasan de lo que cualquier lector mínimamente informado ya sabe y no llega a enseñar prácticamente nada sobre las colonias africanas de Alemania a principios del siglo XX, tampoco sobre los nazis ni la masonería y mucho menos sobre la condición humana ni desde luego invita a ningún tipo de reflexión; todo está tan enfocado a la acción que se pierden otros elementos que pudiesen haber dado mayor profundidad y peso a la obra, lo que resulta aun más decepcionante porque se aprecia que detrás hay un buen trabajo de documentación. Quizá estoy exagerando, pero mi impresión es que los personajes “flotan” de alguna manera sobre el mundo en que les ha tocado vivir sin involucrarse realmente en él ni al contrario, a no ser que sirva estrictamente al desarrollo de la acción como por ejemplo con ese colmado casi de asistencia social que nos enseña lo bueno que es el protagonista, como si todo lo que sucede a su alrededor fuese un decorado muy de fondo de sus problemas y aventuras personales que solo en algunos casos choca con su mundo (como en el episodio de Dachau, resuelto en mi opinión de forma un poco decepcionante). En general la obra cumple con sus objetivos, pero me deja cierta sensación de vacío, me entretuvo en el metro acortando mis viajes y ayudándome a matar el tiempo tal y como a priori promete, pero ese es quizá el problema, que después de leerla tengo la sensación de haber “matado” el tiempo, no de haberlo aprovechado, tengo la sensación de que esta obra no me deja casi nada para mi enriquecimiento personal, prácticamente ninguna huella, pero esto solo es un inconveniente si se busca algo más que esa evasión porque la obra cumple con sus objetivos comerciales y desde luego invitará a consumir más novelas de este autor a los amantes de esta literatura, yo mismo no tendré empacho en leer otra si alguna vez quiero evadirme de nuevo lo que, y quiero remarcarlo, no tiene nada de malo siempre que se haga con moderación y supone en ocasiones un gran placer. En resumen, como no deja huella, y a pesar de olvidarse en un rato, no es una obra para una relectura que permita apreciar matices (que no existen) pasados por alto la primera vez, pero eso sí: dura más y cuesta mucho menos que una entrada de cine. Sí, ya sé. Ya sé que es un crimen que hasta ahora no hubiese leído Los viajes de Gulliver, pero quien esté libre de pecado… que al menos tenga mala puntería. Bueno, el caso es que lo he hecho, pero tranquilos que no voy a aburriros con las típicas loas que todo el mundo hace sobre los clásicos —al fin y al cabo yo sí que lo he leído—, tan solo dos apuntes en los que resumo mi experiencia con esta obra.
En primer lugar tengo que destacar que su estilo esencialmente descriptivo (no olvidemos que está escrito como si de un libro de viajes se tratara), junto con su estilo a secas, pueden hacerse un poco pesados y lentos hoy en día, sin embargo eso solo significa que no nos hemos amoldado a la sutil ironía que destila el libro (lo que es una pena porque no entenderemos nada), y es que toda obra exige un cierto esfuerzo de adaptación por nuestra parte para “entenderla” y poder valorarla correctamente —algo totalmente independiente de que después nos guste o no— que unas veces nos resultará más sencillo que otras. En este caso la suplantación de la literatura de viajes y la flemática narración casan estupendamente con el verdadero espíritu de la obra, aunque es cierto que en la veloz y carente de formulismos era digital la flema inglesa del XVIII puede resultar lenta y aburrida; repito, esto solo significa que no hemos hecho el esfuerzo necesario para bajar nuestras pulsaciones y ponernos al nivel reposado de la obra, si hacemos esta labor imprescindible descubriremos al momento que aquello que en un principio se nos antojaba reprochable resulta más brillante incluso desde nuestra óptica actual. En segundo y último lugar (¡oh sorpresa!) Gulliver visita más países que el de los enanos y los gigantes (“culo de mal asiento”, que diría quien yo me sé) y nos descubre a través del tiempo y la historia una realidad descorazonadora: 300 años y diferentes regímenes políticos y revoluciones después casi no hemos avanzado nada, o al menos los tipos y quejas son tan perfectamente válidos hoy como en 1726. A partir de aquí cada cual puede reflexionar como quiera sobre el ser o estar de los seres (sin prejuzgar) humanos, pero en cualquier caso, y aunque solo sea por esta incitación, la obra desde luego merece la pena. Esta magnífica novela de Dulce Chacón, que ha llegado a mí por recomendación, trata las vicisitudes de una familia de terratenientes ricos y de su finca, «Los Negrales» —o de una finca y la familia que la posee, porque la presencia e importancia de la tierra a lo largo de la obra son esenciales—, pero lo hace desde el punto de vista de los sirvientes y su miseria rural y resignada, lo que sirve para mostrar con una naturalidad engañosa la brutalidad estrictamente jerarquizada que rige su mundo. El principal problema que le encuentro a la obra es quizá un cierto hastío ante las barbaridades de la Guerra Civil, similar al que puede sentirse frente al bombardeo de imágenes de guerras extranjeras en los telediarios, y que puede llegar a afectar a la novela aun siendo realmente un problema del lector, pero un problema que hay que tener en cuenta. La historia es ciertamente terrible, desgarradora y triste, pero, y lamento hacer este comentario, en ese sentido no es más que otra historia terrible, desgarradora y triste que se nos anuncia como tal ya desde el principio con el robo/compra de un niño (que resultará ser algo más que un simple capricho) y más aun en cuanto comienzan a asomar por allí nacionales, milicianos y demás. Aun no soy un ser totalmente insensible, así que las miserias de los personajes me han espeluznado, y tampoco se me escapa la crítica social y demás, ocurre simplemente que todo ello no es nuevo, por lo que no creo necesario extenderme sobre ello. Sin embargo la forma en que se narra la historia sí que me ha resultado más novedosa e interesante, demostrando que en la literatura importa casi más el cómo que el qué se dice. La historia se nos presenta de forma fragmentada en torno a sus dos narradores: el más original es uno de los personajes, ya anciano y secundario en el desarrollo de los acontecimientos, del que solo se conocen sus palabras en las conversaciones que mantiene con el comisario que investiga un asesinato en el que su nieto está implicado; el otro es omnisciente, más clásico, y da la réplica al anciano narrando los acontecimientos pasados —más o menos en el orden en el que el desconfiado anciano los menciona o se los quiere mencionar al comisario, que no es necesariamente lineal— que conducen a los acontecimientos presentes. Esta fragmentación de la historia es la que mantiene la tensión y el interés a lo largo de la novela, y es ese anciano y su sentido común, su desconfianza tradicional, su carácter tan logrado y su extraordinario pragmatismo rural lo que le da fuerza y realismo a toda la obra, dotándola además de ese aire de melancolía que tanto me gusta y que hace que permanezca su «sabor» una vez que finaliza, como si de un buen vino se tratase. También me parecen muy bien caracterizados el resto de personajes, en especial los señores, cuyas humanas motivaciones quedan humanamente claras, y que no son ni mucho menos libres de la terrible prisión de esa jerarquía social, aunque las servidumbres que a ellos les impone son de otra naturaleza. En resumen, los personajes y el estilo narrativo son la fuerza de esta novela bien construida que, sin tratar un tema nada novedoso, sobrecoge y da que pensar tanto más cuanto más se hace, permitiendo saborearla gracias a esa fragmentación que obliga a encajar las piezas uno mismo, y que por ello hace casi obligatorio implicarse en la desoladora trama. EL ABUELO QUE SALTÓ POR LA VENTANA Y SE LARGÓ Uno de los elementos con los que quería llenar este blog son los comentarios de los libros que vaya leyendo, al menos con los de aquellos que me muevan a ello. Creo que ejercitar el análisis y el espíritu crítico siempre es un buen ejercicio —que además puede resultar de provecho en esta afición en la que principio—, por otro lado me servirá como recordatorio de lo que una vez me parecieron esas historias, un recordatorio que quizá pueda utilizar para discrepar conmigo mismo en un futuro (no sé si plantearse eso resulta muy cuerdo) y con todos los que queráis; si os sirven también a vosotros me sentiría complacido, aunque he de advertir que este no será un sitio más de reseña de novedades, sino de lo que caiga en mis manos en cada momento: siempre he sido un lector sin rumbo y no tengo planificado cambiar. En cualquier caso es solo mi opinión, tan válida y tan criticable como cualquier otra, y prometo ejercerla con sinceridad y buena educación; por supuesto, me encantaría conocer otras. Para empezar con la historia que nos propone Jonas Jonasson, me permito la libertad de copiar el resumen del libro que se encuentra en la página de La Casa del Libro: “El abuelo que saltó por la ventana y se largó representa uno de los éxitos literarios más insólitos que se recuerdan en Suecia. La novela, la primera de un autor desconocido y una rara avis dentro de la nueva hornada de narrativa nórdica, se convirtió en un fenómeno de ventas gracias a las recomendaciones de los lectores. Desde entonces, se han vendido más de un millón de ejemplares, fue Libro del Año y Premio de los Libreros en Suecia en 2010. Momentos antes de que empiece la pomposa celebración de su centésimo cumpleaños, Allan Karlsson decide que nada de eso va con él. Vestido con su mejor traje y unas pantuflas, se encarama a una ventana y se fuga de la residencia de ancianos en la que vive, dejando plantados al alcalde y a la prensa local. Sin saber adónde ir, se encamina a la estación de autobuses. Allí, mientras espera la llegada del primer autobús, un joven le pide que vigile su maleta, con la mala fortuna de que el autobús llega antes de que el joven regrese y Allan se sube sin pensarlo dos veces, con la maleta ajena a rastras. Aún no sabe que el joven es un criminal sin escrúpulos y que la misteriosa maleta contiene cincuenta millones de coronas. Pero Allan Karlsson no es un abuelo centenario cualquiera y en poco tiempo, tras una alocada aventura, pone todo el país patas arriba. Jonasson urde una historia extremadamente audaz y compleja, capaz de sorprender constantemente al lector, pero el verdadero regalo es su personaje protagonista, Allan Karlsson, un hombre de un maravilloso sentido común, con todo un siglo a sus espaldas, que no teme a la muerte, ¡ni al crimen! Un anciano centenario que no está dispuesto a renunciar al placer de estar vivo”. He de reconocer que mi primer contacto con esta novela no fue bueno, aunque por motivos bastante personales. Nada más comenzar a leerla descubrí en ella una serie de recursos (repeticiones, reiteraciones de lo evidente...) que yo había intentado en El ángel herido para reforzar el aspecto cómico, paradójicamente no me gustaron desde fuera. Es cierto que en las revisiones hechas a mi novela yo ya había suavizado mucho esos elementos para no cansar al lector, por lo que quizá me había distanciado de ellos; aun así me resultó muy extraño encontrarme de repente esta forma de escribir, casi como verme en un espejo, y más extraña me resultó mi reacción. A pesar de que sigo pensando que estas técnicas tienen gran potencial cómico, ahora opino que quizá no sea el lenguaje escrito el mejor lugar para sacarles todo su potencial; sea como fuere agradecí que disminuyera su cantidad a medida que discurre la novela. En cualquier caso, la obra posee un estilo especial y diferente, esto puede resultar un obstáculo a la hora de comenzar la lectura, aunque pasadas las primera páginas, bien por acostumbrarse a él o bien por que se suaviza, este efecto desaparece, lo que permite apreciar y disfrutar su ironía; o bien puede convertirse en un punto a su favor, depende del punto de vista. La historia está construida intercalando las aventuras presentes del protagonista, Allan Karlsson, con las aventuras vividas durante su vida, en la que va pasando de hito en hito del siglo XX, resultando que en cada uno de ellos acaba siendo un elemento esencial, cuando no el protagonista (la Guerra Civil española, la invención de la bomba atómica, la caída del comunismo...), y esta es una de las claves de la obra: hay que leerla como una novela puramente cómica, de lo contrario —y aun así en ocasiones— esa ubicuidad puede llegar a restarle fuerza a la historia —en lugar de lo contrario— por puro agotamiento y por repetitiva. También, si la leemos como una obra exclusivamente cómica, podemos disculpar la escasa profundidad de los personajes, aunque sin exagerar: el que una novela sea humorística no significa que no haya que construir a los personajes, sino quizá al contrario (recordad la genial Wilt). En este punto discrepo con las afirmaciones sobre el carácter del personaje protagonista, es cierto que en ocasiones su simplicidad (o simpleza) puede resultar incluso envidiable —quién pudiera hacer gala de vez en cuando de esa indiferencia hacia los problemas—, pero en mi opinión no resulta creíble ni atractiva. Con un padre que abandona a su familia, una madre tan particular, tan prontamente emancipado y la «supresión» a que es sometido, creo que otra actitud vital hubiera resultado más plausible, aunque la que adopta no es imposible. Por otro lado, me parece una opción fácil por parte del autor pero mucho menos eficaz que si las aventuras hubiesen alcanzado al protagonista a su pesar y no con su aquiescencia o simple indiferencia, volar su casa dos veces es el único acto de rebeldía que acomete en toda su vida (no os dejéis engañar por la frase, es muchísimo menos transgresor de lo que parece, pues lo hace por accidente). Un último apunte crítico sobre el protagonista que lo aleja más de lo plausible: resulta que después de vagar toda su vida por el mundo y no haber sentido la más mínima inclinación sexual descubre, teniendo más de cien años, que la mencionada «supresión» no era totalmente efectiva y puede mantener relaciones; este último detalle que huele a moralina es en mi opinión un exceso de «buenismo» incoherente e innecesario que en lugar de permitir un buen sabor de boca final de El viejo..., lo elimina al llevarse el regusto de la ironía y la mala leche. Mención aparte merecen los «gangsters» que no pasan de evangelistas bienintencionados comparados con los criminales de la novela negra sueca actual y que, huelga decirlo, no convencen. En resumen la novela resulta suficientemente entretenida si eres capaz de adaptarte a su estilo, lo que es verdad que tampoco precisa de excesivo esfuerzo, y no exigirle demasiado, aunque en mi opinión se hace un poco larga. Creo que Jonas Jonasson desaprovecha una muy buena idea inicial y una gran oportunidad para ser más canalla —aunque esto no es tan fácil como pueda parecer (y lo sé por experiencia)—, especialmente teniendo en cuenta que el autor no tenía por qué ser especialmente creíble, puesto que toda la obra es una sucesión de disparates, lo que por otra parte no tiene nada de malo. No obstante la obra contiene abundantes destellos de ironía (unos más acertados que otros) que aprecio mucho, pero que pierden fuerza y se diluyen por el tono general. Siendo entretenida, esta novela se queda lejos de las magníficas Wilt y La conjura de los necios, aun cuando los comentarios de las solapas, de medios suecos, parecen querer colocarla al mismo nivel. La obra me deja la impresión de no llegar a rematar y de ser un reflejo de una parte de la sociedad sueca (quizá excesivamente correcta, educada y flemática) al igual que Millenium (que confieso no haber leído), lo sería de otra, si bien reconozco que no he conocido a muchos suecos últimamente. |
...un escritor es «un chiflado que mira la realidad, y a veces la ve»...
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