El futuro de verdad
Abordaremos hoy un aspecto fundamental de la crisis actual, tanto en su génesis como en sus repercusiones: el cambio climático. Es una parte que pensaba dejar para el final, pero a la vista de las últimas informaciones de estos días, he decidido aprovechar la ocasión. Paradójicamente, a pesar de su importancia, puede que sea la parte más corta; eso se debe a que resulta tan evidente que la controversia al respecto me parece ridícula, cuando no mal intencionada. Génesis Empecemos por el principio que, aunque aburrida, siempre es una manera muy organizadita de empezar. En los últimos 20 años hemos visto como al menos dos coronavirus han saltado desde los animales a los humanos causando epidemias y un poco de susto, además habría que añadir aquello de la gripe aviar, que rebrotó en Hong Kong con fuerza inusitada en 1997, causando también su poquito de alarma. Por no hablar del penúltimo brote de ébola. Es cierto que el actual mundo interconectado y superpoblado favorece la transmisión rápida de este tipo de enfermedades, pero, aun con eso, parece lógico preguntarse si hay alguna razón para tantas explosiones continuadas en los últimos años. No seré el único que ha leído comentarios de científicos y ambientalistas achacando estos brotes o rebrotes virulentos a la enorme y cada vez mayor presión del ser humano sobre el medio ambiente, la reducción de la biodiversidad y la invasión de los entornos naturales, liberando y facilitando la transmisión de los reservorios de virus de los animales hacia el ser humano. Poniéndoselo en bandeja, vamos. Ahí queda todo dicho, no creo que haya mucho más que añadir. Nudo Pero la influencia de la acción humana sobre el medio ambiente no acaba con la creación de nuestra propia amenaza, qué va. También nos encargamos de que sea lo peor posible para nosotros mismos. Podría pensarse que si algo bueno para el medio ambiente tendrá esta pandemia, será que ya no habrá ningún alcalde ni presidenta que se atreva a discutir la necesidad y efectividad de los recortes al tráfico, ni a sostener que la contaminación en Madrid no mata, pero eso sería obviar las carencias de algunos y la profundidad de la estupidez patria. En Alemania se amplían carriles bici y se refuerza el transporte público para lograr una movilidad que respete las recomendaciones sanitarias —que, es cierto, es prácticamente imposible mantener en el transporte público en lo que a distancia se refiere—, en España ya se anuncia la apuesta por el coche privado. Es ahora cuando se descubre que los aplausos también suenan a sarcasmo. Y apocalipsis ¿A pesar de todo, supondrá esta crisis una apuesta decidida para salvar el medio ambiente? Como con las demás facetas de esta, yo diría que no, sino más bien al contrario, al menos en el corto plazo. Los beneficios obtenidos para el medio ambiente, sobre todo en lo que se refiere a la reducción de la contaminación, no han sido deliberados, sino un efecto secundario de medidas con otros fines, sin embargo, en lo que respecta a la voluntad directa del ser humano, la cosa está peor: se ha incrementado la deforestación amazónica aprovechando la epidemia, por ejemplo. Por otro lado, el temor a la crisis en un sistema económico que se basa en la cantidad de producción no augura nada bueno: ahora que estamos en la absurda carrera por el desconfinamiento (a ver quién puede ponerse la más grande y ridícula medalla al respecto) y que de repente ya no hay enfermedad ni muertos, sino solo beneficios imposibles y crisis pecuniarias, el retorno a la actividad económica apunta a un aumento desaforado y alocado tanto de la producción como del consumo en cuanto sea posible con la excusa de salvar la economía. Como hemos dicho antes, las posibilidades de contagio provocarán también, en algunos países, el incremento del tráfico, y no solo en las ciudades: las mercancías volverán a sobrevolar y navegar alrededor del mundo en una carrera por vender y hacer dinero en las mayores cantidades posibles y en el menor tiempo posible. Por lo tanto, a corto plazo y medio plazo, el medio ambiente lo va a pasar mal. Pero como en el resto de los aspectos que trae aparejados esta crisis, una vez pasada la euforia inicial, y vueltas las aguas a su cauce razonablemente, volverán a escucharse las voces de aquellos con sentido, aquellos que sí son capaces de aprender. No creo que de esta situación vaya a venir un cambio radical, pero sí una mayor concienciación y mayores oportunidades a medio y largo plazo. El movimiento ecologista ganará fuerza, como ya hemos dicho no se le ocurrirá a nadie decir las sandeces que hemos tenido que aguantar con respecto a la contaminación (espero); los negacionistas, cuya nueva apariencia ya antes de la pandemia era la de los relativistas (aquellos que públicamente no niegan el cambio climático pero lo relativizan y lloran por la economía, buscando en la práctica que no se tomen medidas claras y decididas a favor del medio ambiente), sufrirán un golpe en sus posiciones, el poder que dio golpe tenga dependerá de cada uno de nosotros, pero no hay que olvidar la fortaleza de los intereses establecidos contrarios a cualquier cambio, una fuerza que solo se doblegará —y a partir de cierto punto lo hará espectacularmente, cayendo como un castillo de naipes, como en todo cambio de hegemonía— cuando crezca la fuerza de los intereses no solo estrictamente ambientalistas, también económicos (y aquí está la clave), favorables al cambio de paradigma. ¿Y entonces por qué has titulado esta parte apocalipsis? Porque es lo que nos espera si no actuamos pronto, porque ese corto plazo puede ser demasiado largo y estamos en una carrera contrarreloj, porque las consecuencias del cambio climático ya se sienten en todo el mundo y más de lo que habitualmente se piensa: en el incremento desmesurado de la población urbana de países en desarrollo que sufren estrés en sus recursos hídricos, lo que provoca inestabilidad, desempleo y es un catalizador de crisis como la guerra en Siria o la primavera árabe; en las crisis de abastecimiento de agua en Ciudad del Cabo, en las tensiones que ya afronta nuestra industria turística y que irán a más en verano por las posibles restricciones en el suministro… Vale, puede que apocalipsis sea un poco exagerado, pero permítaseme la licencia poética. La lucha por salvar el medio ambiente es la única que realmente importa, o debería, para la humanidad; es la única causa con trascendencia y poder transformador a largo plazo, pero además de una necesidad acuciante es inevitable, por lo que cuanto antes empecemos a pelear esta guerra con decisión, mejor para nosotros, incluso comparativamente hablando. Al final, volvemos al terreno de la responsabilidad personal.
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De res publica
Vayamos ahora a otro tipo de cuestiones, empezando por la afectación que esta crisis puede tener en el Estado como forma de organización. En épocas de crisis es habitual que la gente busque aquello que le hace sentir más segura, así, un retorno a los viejos estados-nación es casi obligado. Pero cuidado, porque esto depende de la concepción nacional previa. Por ejemplo, en España esta situación puede llevar a un reforzamiento de las posiciones independentistas en Cataluña: la argumentación de que el Estado español ha fallado y que de haber sido independientes todo se habría hecho mejor es fácil y, como cualquier contrafactual, irrebatible (lo que no implica ni mucho menos que sea cierto); de hecho, los enfrentamientos que protagoniza Torra con el gobierno bien podrían ir en la dirección de preparar y abonar dicha argumentación[1]. Por otro lado, si la conciencia nacional es relativamente débil o está vinculada a concepciones específicas o ideologías determinadas, puede conducir a un debilitamiento del poder estatal, sería el caso de lo que sucede en España, donde buena parte del sector conservador posee, no un sentido patrimonial del Estado y la nación, como habitualmente se dice —lo que implicaría que consideran que el Estado y la nación son suyos—, sino un sentido personal de los mismos, esto es, que ellos SON la nación y el Estado, es decir, que ellos SON España. Así, todo lo demás, aquello que discrepe, no serían España ni españoles, al menos no verdaderos españoles, por eso todo lo que sea un gobierno no conservador les resulta en realidad ilegítimo y, por lo tanto, resulta lícito atacarlo de cualquier manera (bulos, medias verdades…) y socavar su poder y autoridad —lo que no tiene nada que ver con la pandemia—, puesto que dicha actitud obedece a un fin superior: recuperar España para los verdaderos españoles (lógicamente ellos definen quiénes son esos verdaderos españoles[2]). Este debilitamiento del poder y legitimidad del Estado dificulta a su vez la respuesta a cualquier crisis, o cuestión concreta, no tiene por qué tratarse de una crisis, lo que a su vez ejemplifica la incapacidad e indignidad de los ocupantes del poder y contribuye a reforzar la posición de los atacantes. Esto es aplicable a cualquier país con fracturas internas semejantes a las españolas, ya sean de corte nacionalista, religioso…, lo importante es que dividan a la sociedad en grupos bien diferenciados y relativamente homogéneos. Estoy pensando, por ejemplo, en el Reino Unido, con el brexit y los problemas con Escocia. Pero también encontramos indicios de esta actitud, por ejemplo, en EE.UU., con las acusaciones de falta de patriotismo de Donald Trump a todos aquellos que se niegan a seguir su estrategia de culpabilizar a China por el brote. En cualquier caso, tal y como se puede leer en multitud de comentarios, el viraje hacia el estado-nación es perfectamente lógico no solo por cuestiones psicológicas o emocionales de apego e identificación, sino porque sigue siendo la entidad que conserva la potestad, el poder, para tomar las decisiones necesarias, tales como decretar el confinamiento o movilizar los recursos sanitarios, militares… que se precisen para garantizar la seguridad. Incluso desde el punto de vista económico, el concurso del Estado es esencial pues, aunque se reciban ayudas externas, deben ser canalizadas a través de la estructura burocrática y administrativa de los Estados. Por lo tanto, en general, es de esperar que esta situación traiga un reforzamiento del estado-nación clásico, de su papel y de su concepción. De hecho, como también se ha señalado en los diversos medios, incluso en Europa —la región más integrada del mundo— la primera respuesta a la pandemia fue estatal, con cierres de fronteras unilaterales incluidos, quedando la UE francamente sobrepasada, por no decir en ridículo. El término clave es, por supuesto, la seguridad. Es lo que hace que nos volvamos hacia nuestros respectivos Estados, pues son los garantes últimos de la misma; al fin y al cabo, la policía y el ejército dependen de ellos, y ya sabemos que cuando la seguridad se ve amenazada, los humanos retrocedemos en la evolución, el neocórtex se desactiva y estamos dispuestos a aceptar algunas cosas que de otra forma no aceptaríamos y a buscar liderazgos fuertes que aporten esa sensación de seguridad que las crisis destruyen y que es, por definición, imposible en circunstancias así. Es una respuesta evolutiva lógica: no puede haber libertad sin vida. Democracia o autoritarismo Algunos han disertado sobre la aparente mejor capacidad para dar respuesta a este tipo de crisis de los países no democráticos, en línea con la idea general sobre la lentitud e incluso ineficacia de los procesos de toma de decisiones democráticos, obligados a consultas y respeto a los Derechos Humanos antes de tomar unas decisiones que en casos de emergencia deben ser tan inmediatas como contundentes, y a la dificultad legal para aplicar los recortes necesarios de los derechos y libertades en según qué situaciones. Dicha opinión deviene de la actuación de China. Otros han opuesto las decisiones de los países democráticos, que han sido capaces de tomar decisiones similares a las chinas que han resultado tanto o más eficaces que las del gigante asiático sin tensionar su sistema jurídico-político, especialmente Corea del Sur. Me gustaría divagar un momento sobre esto. Por un lado, como se ha demostrado incluso en el caso de España, no es cierto que los países democráticos no puedan tomar según qué decisiones: los mecanismos jurídicos están habilitados en sus arquitecturas jurídico-constitucionales. Podría achacarse cierta lentitud general de las democracias en la gestión ordinaria, al menos teóricamente, pero en la práctica, comparativamente hablando, y si tenemos en cuenta también la eficacia de las decisiones, no creo que exista ninguna ventaja innata a favor de los regímenes no democráticos —cuidado, tampoco al contrario, aunque esto requeriría un desarrollo cuyo momento y lugar no es este—. Por lo que a situaciones de crisis respecta, la capacidad de las democracias ha quedado, en mi opinión, demostrada. No obstante, hay algo en lo que las sociedades democráticas deben permanecer muy vigilantes: el respeto a los derechos individuales, no vaya a ser que se escapen y recorten innecesariamente solo porque eso hace las cosas más fáciles o incluso por motivos más oscuros. En este sentido, las recientes declaraciones del Jefe del Estado Mayor de la Guardia Civil son, al menos, preocupantes. Es cierto que se puede tratar de un lapsus, pero traen una música que, intencionadamente o no, empieza a hacerse familiar, y que resulta muy peligrosa. Otra cosa es el entorno sociopolítico en el que las decisiones más duras y restrictivas son tomadas en las democracias y su capacidad para lograr su efectivo cumplimiento; ese entorno sí es importantísimo y puede determinar la eficacia definitiva de las medidas, sin embargo, no creo que esté directamente relacionado con la forma de gobierno de la sociedad. Me explicaré. Todos nos hemos quedado asombrados por la aparente disciplina con la que los chinos han seguido y aceptado el confinamiento[3]; y es cierto que esto es mucho más fácil si detrás existe un estado totalitario sin garantías de los derechos individuales, qué duda cabe. Sin embargo, la misma disciplina, al menos, la hemos visto en Corea del Sur. La clave es el entorno del que hablaba. Utilizo la palabra entorno en un intento de que el concepto al que aludo resulte lo más amplio y genérico posible, lo veremos mejor a través del ejemplo de estos dos países asiáticos: se ha comentado acertadamente que el bagaje cultural confucionista de la población sínica, que profundiza en la fidelidad, la lealtad, el orden y la jerarquía tanto a nivel social como familiar, conforma sociedades que acatan mejor las directrices del poder establecido. Si añadimos a esto el factor miedo por la amenaza a la seguridad personal de la que hablábamos antes, se dan las condiciones para un cumplimiento ejemplar del confinamiento y la aceptación de medidas que puedan recortar la libertad individual más allá de lo habitual o permitido en ambos países. Así, a los gobiernos chino y coreano les resulta relativamente fácil adoptar medidas tan duras, pues pueden estar relativamente seguros de contar con la obediencia e incluso aquiescencia de sus poblaciones, algo que resulta especialmente importante en el caso de países democráticos como Corea del Sur. Viajemos ahora a Europa. En comparación con el caso coreano, nos encontramos en primer lugar con una cierta reticencia, traducida en tardanza, a la hora de tomar las decisiones más duras. Eliminemos algunas variables específicas, como la divergente experiencia coreana y europea con los anteriores coronavirus (que apenas afectaron fuera de Asia) y cierta soberbia occidental. Quedan ahora mejor expuestas las reticencias para tomar estas medidas relacionadas con el miedo a la desaprobación pública. Lo veremos nuevamente mejor a través de un ejemplo: dejando a un lado las variables que acabo de indicar, ¿qué gobierno habría decretado por ejemplo en España el confinamiento o el cierre de fronteras mientras sociedad y medios nos ocupábamos en ofendernos por la clausura del Mobile World Congress en Barcelona? Recordemos que a la par se celebraba en Holanda (creo) un congreso similar —que tampoco se anuló—, y que por aquel entonces el coronavirus no era más que una gripe. Incluso algunos de los que después criticaron al gobierno por no haber decretado el confinamiento antes, lo culparon entonces por la clausura del Mobile. Es decir, el miedo a reacciones de la opinión pública contrarias sí es un factor que juega en contra de las democracias a la hora de tomar según qué decisiones, especialmente en aquellos países en los que, culturalmente hablando, determinados valores comunitarios[4], tanto social como individualmente, son relativamente débiles. Estos países suelen ser aquellos que muestran las sociedades más fracturadas, tales, precisamente, como España o Italia en la actualidad, aquellos de los que hablábamos al principio. Afinemos un poco más el concepto. En lugar de entorno, usaremos otro: legitimidad, concretamente legitimidad de la autoridad. El confucionismo contribuye a legitimar la autoridad, el liberalismo, con su individualismo, la socava. Las democracias son el mejor mecanismo que ha encontrado el ser humano para lograr el necesario punto intermedio entre el mantenimiento de las sociedades humanas como proyectos comunes, con lo que eso implica de cesión de libertad, con el respeto a la esencia del ser individual y a sus derechos y libertades innatas; pero existen mecanismos disruptores. Uno puede ser un excesivo amor por el Estado o un líder concreto, otro puede ser el neoliberalismo. Ambos, cada uno, en sentido opuesto, son negativos. Para el caso que nos ocupa, un excesivo individualismo puede llevar a una oposición innata a las medidas del gobierno, lo vemos por ejemplo en ciertos sectores norteamericanos, para los que el gobierno es siempre y per se sospechoso e incluso enemigo; pero también en sociedades como la española este sentimiento existe, mezclado con componentes patrios como la supuestamente elogiable picaresca: cualquiera que haya ido a hacer la compra estos días, por ejemplo, ha podido comprobar la muy personal manera de algunos de respetar las medidas de seguridad, y no es raro que haya sido testigo de algún enfrentamiento o discusión al respecto; por otro lado, las noticias sobre sanciones, etcétera, son habituales y llamativas tanto aquí como en Italia. En la práctica, paradójicamente esto nace del fracaso de la construcción del Estado liberal en el s.XIX, y no tanto de la concepción individualista del liberalismo (exacerbada por el neoliberalismo), que precisamente por ese fracaso previo encontró un sustrato ideal, unas condiciones magníficas para injertarse en el individualismo ya existente. Es decir, el fracaso a la hora de construir el estado-nación (tanto en la creación de la conciencia nacional a través de los dos clásicos mecanismos fundamentales, escuela y servicio militar[5], como en la prestación de servicios efectivos que lo justifiquen frente a la población) produce falta de confianza en el mismo, y necesidad de valerse uno mismo de manera más radical. En La confianza, Fukuyama exponía que ese fracaso era el germen de la mafia en Italia, que sustituyó al Estado en la prestación de los servicios básicos de los que debería haberse encargado, como el apoyo a ciertos colectivos, el mantenimiento de un cierto orden social y económico (con un cierto sistema de justicia) o, incluso, algunas obras públicas, articulando la sociedad; de ahí su tremendo arraigo y poder en algunas zonas. La cuestión es que, cuando falla la legitimidad, es imposible construir la lealtad. Mientras, otros países de Europa han optado por las mismas medidas o similares, pero el clima social, por llamarlo de alguna manera, es distinto. Hay que reconocer, es cierto, que la afectación por la pandemia no ha sido tan acusada, no ha explotado de la misma manera que en España e Italia, pero la «forma social» de la manera de afrontar la respuesta a la pandemia es diferente. No pretendo decir que en otros países no haya quien se salte el confinamiento o que no existan críticas, ni mucho menos, pero sí que la forma de aceptar la responsabilidad personal al respecto es diferente según la herencia cultural. Dicho de otra manera, a nosotros en general nos cuesta aceptar este tipo de normas más que a otros con una herencia cultural de tipo protestante, en la que el concepto de ética personal está mucho más implantado, siendo la responsabilidad individual, lógicamente, el centro de dicho concepto. Todo ello deviene de las implicaciones de la doctrina de la predestinación, lo que en su momento se tradujo en cambios sociales y éticos, pues era menester mostrar que se estaba predestinado a la salvación mediante el éxito económico y la obtención de una posición social, lo que implicaba a su vez una ética personal que era prácticamente pública, que se ejercía hacia fuera, sin nada que esconder, y que se aplicaba con rigor, pues lo que estaba en juego era nada menos que la vida eterna, y el primero que debía ser convencido, para la propia tranquilidad, era uno mismo. Volviendo al tema de la toma de decisiones, existe otro elemento que interfiere en las mismas y que se produce de igual manera en sociedades democráticas y no democráticas: el miedo a las represalias en caso de transmitir malas noticias a los superiores. Esto, que ha sido tan criticado en China, también sucede en España, y está relacionado con la existencia de jerarquías autoritarias con procedimientos de selección no relacionados con el mérito y las capacidades propias, sino con sistemas clientelares, lo que a su vez produce que las organizaciones en que esto se da registren en sus niveles de mando un relativamente bajo nivel de compromiso con los objetivos que teóricamente tienen asignados o, al menos, su supeditación a otros intereses mucho más personales, o de grupo, pero privativos en cualquier caso. Es un problema realmente grave, pues cortocircuita la transmisión de información, impidiendo la toma de decisiones a tiempo o, al menos, la toma de decisiones correcta y completamente informadas. Nuevamente estamos ante una cuestión de ética personal y responsabilidad individual, lo que nos vuelve a colocar en el marco social y cultural y evoca inevitablemente las tesis expuestas por Daron Acemoglu y James A. Robinson en su obra Por qué fracasan los países. En esta crisis concreta que vivimos, todo este asunto de la responsabilidad personal y la ética es especialmente importante, dado que al final esta pandemia es un asunto de responsabilidad personal: lo único que puede evitar el contagio es el compromiso profundo e individual para con las medidas de higiene y distanciamiento social, y la medida de la ética personal la da el hecho de seguirlas independientemente de lo que hagan los que nos rodean, únicamente porque se posee la convicción íntima de que es lo que se debe hacer, dicho de una forma más filosófica, seguir las recomendaciones es practicar el bien. Volviendo al tema Una vez asentado que no es cuestión de democracia frente a autoritarismo y que la clave está en la confianza en el gobierno y el Estado —algo básico en el oriente confucionista y muy laminado en el occidente neoliberal individualista y asaltado por populismos de derechas—, lo que genera legitimidad y, con ella lealtad, y que deviene de una ética íntima profundamente asentada, retornemos a la repercusión que esta crisis tendrá sobre las formas políticas. El fortalecimiento del estado-nación del que hablábamos al principio podría coadyuvar, junto con el posible proteccionismo económico que ya comentamos, a un repliegue de los estados sobre sí mismos, a una desconfianza internacional y a un debilitamiento de la cooperación transnacional, pero ya veremos eso más adelante. En esta parte estamos hablando sobre el Estado, y se me ocurren dos principales consecuencias. Por un lado, la repercusión en cuanto a las tensiones centrífugas en los países que las sufren, como España; por otro, la repercusión en cuanto a autoritarismo se refiere. En cuanto a los países que sufren con mayor fuerza las tensiones centrífugas (y las centrípetas que suelen acompañarlas como reacción), como ya indicamos al principio lo más probable es que esta crisis cause un reforzamiento de las concepciones independentistas, con el consiguiente incremento de la tensión interna. Para aquellos que ya están convencidos, salvo que el gobierno estatal haya realizado una gestión tan magnífica que sea imposible la más mínima crítica, achacar la culpa de lo ocurrido al gobierno, o simplemente suponer que de haber sido independientes todo habría salido mejor, es un recurso muy fácil. Entrarán aquí en juego los sesgos, como el de confirmación. La situación también es un vector de propagación del independentismo, tanto más eficaz cuanto más haya sufrido la sociedad que, inmersa en el dolor, siempre estará dispuesta a buscar culpables sin atender a demasiados argumentos. El impacto verdadero de la pandemia en esta cuestión dependerá por supuesto del número de convencidos, cuantos más independentistas se refuercen, más impacto tendrán las nuevas movilizaciones que, plausiblemente, seguirán a la pandemia[6], y más masa crítica propagará sus ideas, incrementando la posibilidad de lograr nuevos adeptos a la causa. La respuesta de los Estados ha de ser manejada con cuidado, el recurso a la represión y a un mayor autoritarismo puede ser una tentación; cuanto más débil y/o menos democrático sea el Estado, mayor tendencia a ello. En lo que se refiere al autoritarismo, hay que tener en cuenta que una pandemia de estas características es potencialmente desestabilizadora. ¿Qué ocurrirá en los países menos desarrollados con regímenes poco transparentes y formas de gobierno poco asentadas? La posibilidad de protestas (al menos cuando se contenga la pandemia) y el descontento generalizado que pueden provocar la caída de gobiernos de maneras poco amables es evidente: golpes, alzamientos… La tentación de esos Estados de ejercer la fuerza para mantener el control antes, durante y después de que la pandemia llegue a su territorio será demasiado grande. Otra variante de lo anterior es la de determinados Estados cuyos dirigentes aprovechen el miedo generado por la pandemia para acumular más poder. Es lo que estamos viendo en Europa en el caso de Hungría y Polonia, países que ya vienen laminando los elementos democráticos y que aprovechan el plus de miedo de la enfermedad. En resumen Todo lo anterior se condensaría en un diagnóstico relativamente sencillo: la pandemia va a someter a un gran estrés a los Estados según sus fracturas internas previas, pero la necesidad de combatir un peligro común y el miedo generado por la enfermedad que conducen a un debilitamiento de la consideración debida a los derechos individuales, así como la necesidad de un liderazgo claro y fuerte, pueden conducir a que se opte por modelos de autoridad reforzada para afrontar esas tensiones y ese estrés del principio. Esto puede ser un error estratégico de primer orden. En primer lugar, porque, como demuestra la historia reciente, las situaciones de crisis son impredecibles y el enfrentamiento como táctica puede acabar siendo contraproducente. En segundo lugar, porque esa desconexión del neocórtex, esa necesidad de un liderazgo fuerte e incuestionado será temporal, y después habrá que hacer frente a las consecuencias y responder por lo que se hizo —o lo que no—. En cualquier caso, no creo que esta pandemia logre cambios de régimen generalizados por sí misma. Los países con regímenes autoritarios que poseen un mayor control de la sociedad y que tienen a su disposición un poder estatal bien asentado, podrán controlar sin demasiados problemas las posibles derivas, un ejemplo sería Irán, uno de los países más afectados por la pandemia al inicio y que padecía las sanciones económicas, por lo que se podría haber pensado en una caída del régimen, pero ahí sigue, y ya está reabriendo. Sin embargo otros países, por ejemplo en África, donde el control estatal sobre el territorio y la población es más laxo, son terreno abonado para las revueltas a poco que la pandemia tenga cierto impacto: cualquier facción puede aprovechar o directamente instrumentalizar el descontento para alzarse. Otro caso digno de atención será América Latina, compuesto por democracias frágiles, Estados débiles y sociedades polarizadas que arrastran multitud de problemas previos y en las que la respuesta a la pandemia está siendo dispar y poco efectiva, lastrada por la debilidad estatal tanto en lo que a su poder se refiere como en lo que atañe a los servicios públicos. En estos países, en los que se está viendo un contraataque fortísimo de la derecha en los últimos años, quedarán al descubierto las debilidades de los sistemas públicos en comparación con los gestionados, o al menos el intento de ello, por los gobiernos del anterior periodo político. Esto seguramente incremente el enfrentamiento político izquierda-derecha tan clásico y tan exacerbado últimamente en este continente y, teniendo en cuenta la historia que han producido allí este tipo de enfrentamientos, las perspectivas pueden no ser demasiado buenas. Otro aspecto esencial, relacionado con lo anterior y que de alguna manera hemos esbozado al hablar sobre el surgimiento de la mafia en Italia, es el de los países débiles pero sin facciones opositoras que aspiren al poder político de manera directa. En ellos, determinadas organizaciones pueden sustituir las funciones estatales en el sostenimiento de la sociedad, lo que generaría legitimidad y lealtad hacia ellas. El problema surge cuando nos cuestionamos los intereses de esas organizaciones. Esto, al parecer, ya está sucediendo en regiones de Italia con la mafia, de Oriente Medio con Hezbolá o los Hermanos Musulmanes, o en América Latina con cárteles de narcotráfico y otras organizaciones criminales. El reforzamiento que obtendrán, con el consiguiente debilitamiento de los correspondientes Estados, lo padeceremos en los próximos años, ya sea frente a atentados islamistas o con incremento de la criminalidad organizada. Por lo que a España se refiere, junto a las tensiones nacionalistas y a la deriva de la UE, aspectos que ya hemos tratado, las principales consecuencias están relacionadas con los polvorines africanos (sahel y áfrica subsahariana) y latinoamericano, por lo que atañe a la inmigración, la seguridad (actuación, repercusión e incluso llegada de nueva criminalidad organizada así como islamismo radical) y las repercusiones económicas debido a los intereses de las empresas españolas en estos países; como se ve, las mismas materias de siempre, pero sacudidas por la pandemia, lo que las hace más impredecibles y peligrosas, pues España es, por su situación geográfica y su historia, centro no solo de paso, sino de asentamiento de organizaciones criminales ya sean yihadistas o de crimen organizado que en poco tiempo podrían proyectar aquí su nuevo poder. [1] Esta parte está escrita hace casi dos semanas, lo aclaro porque las recientes declaraciones de la portavoz del Govern encajan a la perfección, y como a todos, en ocasiones a mí también me gusta tener razón. [2] Quienes pensaran que el problema nacionalista se limitaba en España al eje centro-periferia, se equivocaban, la fractura económica se une a un evidente sesgo nacionalista debido a nuestra historia reciente. [3] Digo aparente porque la transparencia informativa del país no es precisamente la mejor, menos ahora después de la expulsión de corresponsales americanos. [4] Para que no haya confusiones: cuando hablo de esos valores comunitarios, me refiero principalmente a la aceptación del sacrificio propio por el bien común, social, en el bien entendido de que dicho bien es, a la vez, un bien propio, si bien puede que de una manera genérica o indirecta. [5] En España en el s.XIX la escuela se dejó en manos de la iglesia, que no crea conciencia nacional, pero sí religiosa, siendo ya demasiado tarde cuando se iniciaron los intentos de crear un sistema nacional de educación púbica. Por otro lado, el servicio militar no era igual e igualable para toda la sociedad, sino que las capas más adineradas podían evitarlo pagando, lo que lo convirtió en algo propio de los pobres, que eran los que sangraban y morían por el país. [6] Atención, no olvidemos que vivimos en el s.XXI, las movilizaciones sociales no tienen por qué asumir necesariamente la forma de manifestaciones en las calles, las redes sociales pueden también ser escenario de ellas, especialmente en situaciones como la actual en que la proximidad física es difícil o imposible (hay que tener esto en cuenta también a la hora de considerar reacciones sociales en países que podrían reprimir manifestaciones). Antes de continuar, debo proceder a una actualización o, más bien, enmienda a lo anteriormente expuesto. Y es un caso que me resulta doloroso porque se trata de algo que suelo tener presente pero de lo que, a la hora de redactar la parte económica del comentario, me olvidé, creo que en un acto de sesgo o ejemplo de la influencia que puede llegar a tener el pensamiento único mediático neoliberal asentado por desgracia en nuestra sociedad. Afortunadamente, el programa de Évole me volvió a poner en mi lugar, lamento no recordar el nombre del economista al que entrevistó y en cuyos comentarios baso esta enmienda.
Hablé anteriormente de la deuda y de su inevitabilidad, hasta ahí nada que objetarme, pero no profundicé lo suficiente en el mecanismo, hablé de los intereses de la deuda, pero no fui más allá. Eso es lo que pretendo subsanar. La cuestión en sí es como se hace llegar la liquidez, el dinero obtenido por el Estado a través de la deuda pública, la deuda de todos, a las empresas —una de las patas esenciales para sostener la economía y el sistema productivo nacional de manera que la salida de la crisis sea lo más rápida y enérgica posible—. El mecanismo elegido es el sistema bancario, es decir, que se convierte una deuda de todos, de manera gratuita, en una deuda privada. ¿Por qué? Se trata de inyectar dinero a las empresas para que aguanten, ¿por qué se hace a través de los bancos? Primero porque si no, no se ganaría tantísimo dinero como se puede ganar (por parte de los bancos, claro, que poseen un inigualable acceso al poder político), lo que obviamente sería un desperdicio (para ellos, ya expusimos que la masa de deuda generada será una rémora para la sociedad y la economía); y segundo, porque años de lavado de cerebro neoliberal han configurado las mentes, de manera que solo se recurre a lo ya conocido, es decir, la subcontratación del servicio[1]. Que lo haga el BCE tiene cierta lógica: el BCE es lo que es y no puede hacer otra cosa —ni le van a dejar—, pero recordemos que este mecanismo ya se intentó en la pasada crisis, en la que los bancos iban a trasladar el dinero a la economía real, y se lo quedaron para reforzar sus castigados balances, un gran negocio. El problema está en no buscar otros mecanismos. Por un lado, el dinero lo podría prestar directamente el Estado, aunque eso requeriría una infraestructura de la que actualmente no dispone, y Dios nos libre de crear algo parecido a una banca pública o de reforzar hasta tal punto el ICO[2], ni siquiera en una emergencia, no vaya a engordar el Estado, que es algo casi tan malo como ser comunista, con lo delgadito que nos estaba quedando. Por otro lado, se podría hacer como en Alemania, Reino Unido o incluso EE.UU. (la patria neoliberal) y canalizar ese dinero a través de… nacionalizaciones (y aquí es cuando suenan los truenos, brillan los rayos cegadores, el suelo tiembla y aparece Satanás en toda su cabritud). O, dicho de otra forma, el Estado podría entrar en el capital de las empresas que lo necesitasen, apoyándolas, sosteniéndolas y quedándose hasta recuperar la inversión con los beneficios en los casos en que fuese posible, y asumiendo las pérdidas en los que no. Esto también comprometería los beneficios futuros de las empresas, igual que haría la deuda, pero con dos diferencias: sería más barato, al eliminar el beneficio de los intermediarios bancarios (lo que reduciría algo la deuda necesaria a emitir), y eliminaría el riesgo del vencimiento temporal de los pagos sujetos a calendario, y el posible concurso de acreedores: no es lo mismo tener un acreedor interesado en cobrar que un socio interesado en salir adelante. No obstante, la sola mención de la palabra nacionalización ya provoca las más serias advertencias sobre que nos vayamos a convertir en comunistas, que como todo el mundo sabe es lo peor que le puede ocurrir a uno. Afortunadamente, los próceres más ilustres e inteligentes ya nos advierten contra ello, encargándose una vez más en nuestra historia de que España sea la reserva espiritual de Europa y no siga los peligrosos y pecaminosos caminos del resto de Europa, a ver si ahora nos vamos a volver pragmáticos. ¡Que inventen ellos! Y amén. Después alguien preguntará por qué España, a pesar de crecer, carece de colchón para afrontar crisis, y nuestra respuesta será el orgullo patrio herido, que es la respuesta de los que no tienen respuesta o, más aún, de los que no quieren buscarla, no vaya a ser que haya que mirarse en un espejo y lo que se vea… Dejando a un lado la ironía, es evidente que el mecanismo de avales puede liberar mucho más dinero que la intervención directa, y que la estructura económica del país hace prácticamente imposible que el Estado pueda entrar en todas y cada una de las PYMES que lo necesitarían, pero ambos mecanismos se podrían combinar y si el Estado eligiese de manera inteligente en qué empresas entrar, en base a su importancia estratégica como sostenedoras de determinadas cadenas productivas, por ejemplo, quizá no serían necesarios tantos avales y, a medio y largo plazo, la posición del Estado y la economía serían más sólidas por la garantía que otorga tener al Estado como accionista por un lado y por el retorno en forma de beneficios que recibiría el Estado, por otro. La confianza y la estabilidad que ella genera no son capitales nada despreciables en economía. Por no hablar del hecho de evitar que determinadas empresas más o menos estratégicas puedan caer en manos extranjeras que se aprovechen de su debilidad financiera. Una última puntualización. Cometí otro error en el anterior comentario acerca de la Renta Mínima Vital: mis consideraciones están hechas en referencia al concepto de Renta Básica Universal, es necesario tener en cuenta a la hora de leerlo que mis comparaciones y el marco teórico del comentario están referidas a dicho concepto, que no es exactamente el que pretende implantar el gobierno, aunque posee elementos comunes con aquel y podría ser un primer paso. [1] En otros comentarios anteriores ya alerté del gran problema que supone el recurso constante a una serie de medidas y procederes estándar simplemente por costumbre, lo que limita enormemente las posibilidades. Pero peor es lo que ocurre cuando sistemáticamente se ataca a aquellos que proponen algo novedoso. [2] https://elpais.com/economia/2020-04-07/competencia-investiga-a-los-bancos-por-colocar-productos-propios-a-los-que-piden-creditos-con-avales.html Otras consideraciones
Continuo hoy con otras consideraciones dentro de la parte económica. Primero, p’adentro Empiezo con un apunte interno. Es evidente que cualesquiera que fuesen los cuadros macroeconómicos que manejase el gobierno, ya no sirven para nada. Su plan de incrementar impuestos a las grandes empresas para financiar gasto público debe ser revisado, aunque quizá solo de momento: habrá que vigilar los beneficios de esas empresas, incluso por sectores, para comprobar cuándo puede volverse, en función de la recuperación, a esa senda. En este sentido, el gran pacto nacional propuesto por Sánchez sería una gran noticia, pero debería empezar a llenarse de contenido —que es lo importante— cuanto antes, pues es urgente la aprobación de nuevos presupuestos, que ya deberían recoger los acuerdos a que se llegue en dicho pacto, dentro de un nuevo marco macroeconómico plurianual, para evitar perder un año en lo que debería ser el desarrollo de un nuevo modelo de país. Sin embargo, nos encontramos con que la extrema derecha y la derecha extrema se oponen si quiera a participar. ¿Por qué? Junto a la estrategia de crispación y enfrentamiento que adoptan desde hace años, y a la competición entre PP y VOX por ver quién es más macho (con esperpento sobre el número de diputados que enviar al Congreso incluido), la principal razón es que esta crisis está poniendo al descubierto el desastre de las políticas de recortes y privatizaciones en todas las administraciones públicas. Los principales acuerdos que lógicamente cabría esperar de ese gran pacto nacional serán los relativos a mayor inversión y refuerzo del sector público; siendo dichas opciones políticas los principales adalides (aunque en los últimos años no las únicas) de estas políticas, asumir algo así sería como enmendarse a sí mismos, por lo que lo más probable, viendo los antecedentes recientes de su comportamiento, es que seguirán defendiendo su propuesta contra viento, marea y realidad. Sánchez lo sabe, y por eso insiste tanto. Es una estrategia ganadora para él en cualquier caso, puesto que si aceptan entrar en la negociación, tendrán que asumir esa enmienda —aunque también tendrán la posibilidad de rebajarla aliándose con otros sectores conservadores, incluso dentro del PSOE—; y si finalmente no aceptan participar, serán acusados de deslealtad, como mínimo. Veremos en qué queda. ¿Renta mínima vital? En este contexto, aparece la propuesta de la renta mínima vital, cuya aplicación en este momento resulta controvertida. Más allá de las incertidumbres que la medida produce por sí misma, su aplicación en la actual coyuntura enfrenta a los principales actores políticos a algunas contradicciones. Por un lado, no hay que olvidar que se trata de una medida del programa con el que las formaciones que integran el gobierno se presentaron a las elecciones y del subsiguiente acuerdo de gobierno, por lo tanto, como afirma el PP, es una medida de partido —o de parte[1]—, lo que implica que existe un compromiso del gobierno para llevarla a cabo que debería cumplir; por otro lado, y dado el calado que una medida así tendría, así como la intención declarada del gobierno de que sea una medida permanente, lo lógico y más recomendable sería acordarla dentro de esos nuevos Pactos de la Moncloa, o como quiera que se llamen, constituyendo su aprobación fuera de ellos una cierta deslealtad del gobierno para con los otros partidos y actores implicados y una rebaja del calado y trascendencia que el propio gobierno afirma querer dar a los mismos. Al mismo tiempo, resulta evidente que la situación económica actual ha dejado a muchas familias en una situación de necesidad y vulnerabilidad extremas, por lo que urgen medidas que palíen dicha situación y reduzcan tanto como sea posible su sufrimiento, y que al mismo tiempo permitan sostener un cierto nivel de consumo y, con ello, a la economía. Por otro lado, la extrema complejidad de dicha medida aconseja un diseño bien calculado y meditado, lo que inevitablemente requiere de tiempo. Aprovechar la ocasión para implantar la renta mínima vital —teniendo claro que es algo que en cualquier caso se iba a llevar a cabo— es el tipo de actuación que cabría esperar de un gobierno solvente y con visión de futuro, pues evitaría aplicar ahora medidas que después deberían ser modificadas o derogadas en una sucesión normativa que solo generaría confusión, desperdicio de recursos administrativos y falta de seguridad jurídica (y por ello un flanco desprotegido para los ataques políticos al gobierno); sin embargo, y sin menospreciar el trabajo que seguro ya hay realizado al respecto de la misma, lo sería aún más si se postergase su diseño e implantación hasta la discusión de esos acuerdos nacionales, aún a riesgo de que el necesario acuerdo y concurso de otras fuerzas políticas y actores sociales resultase en una rebaja de la medida —algo indeseable por otro lado, pues su éxito a largo plazo depende en buena medida de que su extensión y profundidad, en base a los modelos teóricos que la propugnan, sean lo mayores posibles—; esto es así porque una renta mínima vital a nivel nacional constituye un hecho revolucionario y sin precedentes a nivel mundial, lo que implica la necesidad de que exista un cierto acuerdo nacional al respecto que la blinde a largo plazo. Por supuesto, vista la oposición frontal de casi todos los sectores conservadores a dicha medida[2], su inclusión como materia de discusión dentro de los pactos supondría un escollo prácticamente insalvable y pondría en peligro los pactos mismos, mientras que su adopción por fuera, dada como ya se ha dicho la trascendencia tanto histórica como presupuestaria y por supuesto económica y social, los condicionaría inevitablemente. Queda ahora clara la contradicción a la que se enfrenta el gobierno: tiene razón el PP en sus críticas acerca de la forma de adopción de la medida, pero también el gobierno acerca de su necesidad, encontrándose a su vez atrapado entre la posibilidad de diseñar una renta mínima vital efectiva y que pueda recibir tal nombre de acuerdo con los estudios y propuestas que la postulan, pero que carezca de un consenso fuerte de cara al futuro; o aprobar una renta mínima descafeinada pero consensuada (por la fuerza de la situación actual, claro) con los partidos y sectores conservadores. Todo ello sin perder de vista la emergencia vital de muchos hogares en este mismo momento, algo en lo que también tiene razón el vicepresidente segundo. La opción del gobierno, vista la disyuntiva, pasa inevitablemente por diseñar y, llegado el momento, implantar la medida aun sin acuerdo y, entretanto, tratar de negociarla dentro de los pactos que anuncia, llegando a modificarla según los mismos si ya estuviese en vigor en el momento de que se alcanzasen esos pactos, de manera que pudiese surtir efectos positivos en la población que influyesen en la posición negociadora de los partidos y actores sociales. Dicho de otra forma, que el apoyo popular a la medida fuese tan amplio, una vez que se comience a disfrutar, que ningún partido se atreva a plantear abiertamente, no ya su abolición, sino siquiera una rebaja sustancial de su contenido o alcance, limitándose la negociación a meros retoques; es decir, el gobierno, si desea realmente implantar una medida que bien podría ser su legado, debería optar por la vía de los hechos consumados. Para ello sería recomendable que, una vez que se instaure la medida, sea lo más perfecta posible en su diseño, de manera que se eviten en la medida de lo posible posteriores rectificaciones y fallos que darían munición, corta pero suficiente mediáticamente hablando, para atacar la medida y ridiculizar al gobierno. Todo ello aconseja un poco de sosiego en este momento. Sin embargo, lo anterior no implica que no se pueda instaurar una renta mínima vital puente, incluso sería positivo como programa piloto de cara a afinar la medida final, siempre y cuando resulte meridianamente claro para la población que no se trata de la renta mínima vital definitiva, sino una medida temporal, de crisis. Aquí las palabras juegan un papel esencial, y quizá, aunque se diseñe esencialmente como tal, sería mejor no denominarla renta mínima vital, ni siquiera con el añadido de «puente»: nuevamente la discusión, que tanto conoce Iglesias, sobre los significados y los significantes. Por lo tanto, el gobierno tiene que elegir entre recibir acusaciones de improvisación y falta de proyecto y asumir ese desperdicio de recursos administrativos y una cierta inseguridad jurídica si decide atender ahora a los que lo necesitan con una medida extraordinaria (llámese renta mínima vital puente o como se quiera), continuando paralelamente con un diseño e implantación de la renta mínima vital sosegados; o recibir las quejas de los que lo están pasando peor económicamente en estas circunstancias y la responsabilidad y acusaciones desde todos los sectores —también de los que se oponen a la medida— de abandonarlos si decide no asumir el desgaste que supondría el anterior supuesto y esperar a tener la renta mínima vital completamente perfilada antes de ayudar a los más necesitados. Esto es lo que supone gobernar. Por mi parte, creo que moralmente no hay duda sobre que opción asumir, especialmente teniendo en cuenta que la renta mínima vital es una propuesta tan compleja e innovadora que realizar ajustes en la misma según la experiencia que se vaya teniendo va a ser prácticamente inevitable. Oro negro Cambiando de asunto, mención especial en todo este lío en el que estamos merece la caída del precio del petróleo. Ya estamos todos más que familiarizados con la importancia de este dato y sus implicaciones, pero en la guerra que se viene librando entre los países productores, esta situación puede tener consecuencias inauditas. Hablaremos más de este asunto en la parte de las repercusiones internacionales, baste apuntar por el momento, para tenerlo en cuenta también más adelante, la situación económica de Rusia, Venezuela, los países del Golfo Pérsico y Texas, ese estado americano tan económicamente dependiente del petróleo cuya industria del fracking ha conseguido mantener a EE.UU. como el primer productor mundial, pero con un nivel de rentabilidad que, aunque no bien definido, es en general muy superior a los precios actuales, lo que puede llevar a la ruina a muchas «pequeñas»[3] explotaciones que seguramente acabarán en manos de las grandes compañías petrolíferas, y cuya crisis económica podría ser una rémora importante para la economía americana. Tan importante y peligrosa es la situación, que recientemente los productores han llegado a un acuerdo para restringir la producción con la esperanza de que el precio suba, ¿es el fin de las divergencias entre los países productores? No lo creo, pero es un acuerdo de emergencia dada la situación. ¿Globalización? Todo lo anterior, y lo que me dejo en el tintero, obliga a replantearse la globalización tal y como la hemos conocido hasta ahora. Trump ya puso en cuestión, aunque de manera a su vez cuestionable, las deslocalizaciones industriales; ahora los países europeos comprobamos dolorosamente en una situación de crisis que carecemos de la capacidad de producir elementos esenciales (los ahora famosos EPI, respiradores...). Por fuerza, habrá que replantearse la desindustrialización, especialmente en sectores que pueden resultar estratégicos[4], y podríamos encontrarnos en una carrera entre países para producir según qué productos dentro de sus fronteras, concediendo ventajas fiscales[5], por ejemplo, para lograr la implantación de esas empresas y que sean rentables en condiciones normales, logrando así retenerlas. Es evidente por tanto que el concepto de globalización, tal y como lo hemos conocido hasta ahora, va a sufrir; el riesgo aquí es caer en un simple todos contra todos, un nuevo proteccionismo que tensione aún más la economía y el comercio internacionales, incluso aunque trajese el beneficio del control de la circulación de capitales. En este sentido, la UE ofrece una oportunidad de coordinación inmejorable para abordar este reto, siempre que se logre actuar con lealtad y unidad, pero para ello previamente habría que lograr una profundización del esquema europeo, una mayor y verdadera integración, que debe venir de la mano de una mayor democratización; algo comentaremos sobre esto y sus dificultades en otra sección. Una importante repercusión de esta posible reorganización de la producción y la logística mundiales la van a sentir las economías basadas en la exportación, principalmente en oriente, que podrían pasar apuros económicos si occidente decide hacer retornar la producción de algunos bienes en cantidades más o menos significativas y reindustrializarse. Cabe la posibilidad de que ese movimiento pueda ir más allá de una cierta reestructuración estratégica para algunos bienes y convertirse en un nuevo paradigma —¿a qué político no le gustaría presumir, a lo Trump, de haber traído las industrias y el empleo de vuelta? ¿Se imaginan todas las fábricas de Zara en España? Pero ¿es eso asumible con los costes de producción españoles? ¿Admitirían otros países esas prendas si se les deja sin una parte de su ciclo productivo? ¿He oído la palabra aranceles?—, lo que podría hacer bastante daño a la economía de esos países. Cabe la tentación de pensar que incluso en occidente podría notarse, por ejemplo Alemania podría ser víctima de ello si los distintos países de la UE adoptasen ese paradigma (estoy pensando principalmente en los países del sur) y se volcasen en producir de manera masiva los bienes que ahora se compran a Alemania. Sin embargo, algo así resulta fantasioso por la propia falta de capacidad de estos países (si fuese tan sencillo, ya habría empresas que lo hiciesen en un entorno de libre competencia) y requeriría de un nivel de injerencia estatal en el mercado y de unas políticas de apoyo (regulatorias y económicas, como subvenciones) enormes por parte de los estados prohibidas por las normas del mercado común: una vez más es la UE la que actuaría de paraguas para evitar las peores consecuencias, pero a medio plazo es una opción que los países del norte no deberían obviar, especialmente a la hora de fijar sus posiciones en cuanto a las medidas de respuesta a la crisis actual, que tanto tensionan la unidad europea, y con tanto ultranacionalista suelto. No hay que olvidar que el mundo de la fantasía, en ocasiones, da sorpresas, y si no que se lo digan a los brexiters. Ahí queda. Pero las implicaciones de esta reestructuración podrían ir más allá. La legitimidad del gobierno chino se basa principalmente en su capacidad para lograr incrementar las condiciones de vida de su desmesurada población. ¿Podrá seguir haciéndolo al ritmo necesario si esta reordenación se produce? Lógicamente todo dependerá del grado en que se produzca y de las medidas que se adopten. China ya lleva un tiempo anticipándose y tratando de profundizar su mercado interior para desligarse de la mera producción exportadora en masa, la cuestión está en si llegarán a tiempo y si lo conseguido hasta ahora en ese sentido será suficiente. Y China es solo un ejemplo, pues lo mismo se puede aplicar a cualquier estado en vías de desarrollo de los que buscan desarrollarse con el mismo modelo de exportación, ya sea oriental o no: España nunca debe perder de vista lo que sucede en el Magreb en general y en Marruecos en particular. Las repercusiones podrían ser espeluznantes. Sin embargo, y una vez considerada y expuesta la posibilidad, creo que es necesario indicar que es improbable, al menos bajo las condiciones de producción actuales. Por un lado, en los bienes más intensivos en mano de obra y menos intensivos en tecnología, como el textil (salvo lo verdaderamente estratégico, como las mascarillas), es muy difícil que los países occidentales puedan asumir los niveles de producción de los países en desarrollo si no se modifican antes sus patrones de consumo actuales, que incluyen un consumo —y por lo tanto una demanda— excesivo con (o debido a) bajos precios, ni los costes laborales. Los otros bienes, los que emplean más tecnología, serían los que los países, estratégicamente, podrían querer recuperar o conseguir —son justo los bienes en los que China es ahora fuerte (procesadores, placas solares…)—, pero esto precisaría de un suministro estable de las materias primas necesarias (por ejemplo, de las famosas tierras raras), de las que China y otros países no occidentales son los principales productores mundiales[6]. No parece probable que los chinos vayan a volver tan fácilmente a un modelo de economía colonial en el que ellos exportan las materias primas y compran los productos manufacturados. Además, hay que tener en cuenta que, aunque se ha reducido mucho en los últimos años (hasta el punto de expulsar la gran producción textil), la diferencia de los costes laborales todavía beneficia a China frente a occidente, lo que se une a la ventaja económica y logística que implica no tener que importar la materia prima. Al hilo de todo esto, se comprenden los intentos y las enormes repercusiones que tendría (y no solo desde el punto de vista económico, sino también ecológico), el descubrimiento de nuevos materiales que pudiesen sustituir a esas tierras raras en la fabricación de componentes electrónicos que los países desarrollados pudiesen obtener por sí mismos. Reflexión final Para acabar, una reflexión final. Venimos hablando en este apartado económico de la posición de los más ricos, de los más pobres, de la iniquidad de los primeros... Pero no debemos olvidar, porque esto acabará algún día, que nosotros también somos ricos para alguien, y no solo foráneo. ¿Cómo nos sentimos con los comentarios de los holandeses? ¿Suponemos que hay racismo en sus palabras? ¿Xenofobia? ¿Queremos construir nuestro futuro y nuestro Ser con paja o con vigas? [1] Lo que realmente intenta el PP con esta queja es desacreditarla como una medida «partidista», con la connotación, instaurada por ellos mismos, negativa que tendría esa palabra, algo sobre lo que ya hemos hablado en alguna ocasión y que denota desprecio por la política y la democracia (nótese que las medidas partidistas son siempre las de los otros, no las propias, y esto vale para todos los partidos, que parecen haberse plegado a dicha absurda concepción negativa). [2] Algunos, como el exministro De Guindos, nada menos, han abogado públicamente por ella, aun cuando es altamente improbable que lo que el sr. De Guindos estuviese a favor de apoyar se parezca a lo que puedan proponer desde UP. [3] Pequeñas en comparación con los grandes campos, aunque las inversiones necesarias para este negocio no sean pequeñas en términos absolutos [4] ¿Qué sectores pueden resultar estratégicos? Cuidado con la pregunta, porque si se considera desde un punto de vista muy abierto, prácticamente cualquier sector puede ser estratégico, ya sea por que los bienes produzca sean muy básicos, por la tecnología que emplea, por su peso en la economía… Este tipo de interpretación, que los más nacionalistas seguro que harán, lleva inevitablemente hacia el proteccionismo más exacerbado. [5] Esto, a su vez, podría llevar hacia una nueva ronda de competición fiscal entre los estados, algo verdaderamente desastroso. [6] El reciente enfrentamiento entre EE.UU. y China con respecto al 5G y Huawei evidencian este extremo. Vamos a empezar ya con la parte que me resulta más interesante. Podría pensarse que está dedicada a la política exterior, pero seguir pensando así en el s. XXI es absurdo, y esta pandemia lo demuestra: no podemos abstraernos de lo que sucede allende nuestras fronteras, nos es tan propio como lo de dentro, así que hay que tenerlo muy presente. Iré dividiendo esta parte en diferentes secciones por motivos de claridad expositiva, no porque sean compartimentos estancos pues todo, todo, se relaciona, influye y refuerza: es necesario siempre observar el conjunto, pero para ello hay que tener claros sus diversos aspectos. Pero antes, y como ya advertí, una pequeña actualización, o inciso quizá, un artículo interesante a mi juicio sobre la explosión del virus en España que pone de manifiesto lo que por otro lado resulta evidente: estamos pagando las consecuencias de años de recortes y privatización en sanidad y ciencia, así como en servicios sociales (la terrible situación de las residencias de ancianos está directamente relacionada con esto, no hemos de olvidar que antes de la pandemia eran habituales las noticias de residencias que mantenían en condiciones terribles a los ancianos, y nadie parecía escandalizarse por semejante goteo) y esta pandemia está mostrándonoslo. Todo lo contrario que Alemania o Corea del Sur, con importantes recursos científicos y, al menos en el caso de Alemania, sanitarios. Sin medios contra el coronavirus: cómo España intentó huir a ciegas del "tsunami" Economía Empezaremos ahora con la parte económica del asunto, ya que tanto inquieta y es la base sobre la que se conformará buena parte de lo que venga después. Poco hay que comentar sobre el parón económico. Ya todo el mundo habrá oído hablar de uves, ues y eles. No es eso en lo que quiero fijarme ahora, la producción se recuperará de una u otra forma, la intensidad del rebote (que sea digno de tal nombre o solo una recuperación más o menos lenta) vendrá determinada por la relación entre el recorte de la renta de buena parte de la población y el consumo del resto, todo ello teniendo en cuenta la forma, modo y plazos en que se vayan levantando las restricciones, que pueden seguir manteniendo limitaciones al consumo. Aquellos que no se lo puedan permitir, lógicamente no van a consumir; en aquellas personas que sí se lo puedan permitir, podría verse una tendencia al consumismo impulsada con un triple componente: por un lado, adquisiciones de productos o servicios necesarios que no se han podido comprar durante el aislamiento, tales como ropa o peluquería (que ya va haciendo falta, la verdad) y, por otro lado, adquisiciones de bienes o servicios como válvula de escape y autocompensación psicológica por la situación vivida (el componente lúdico del consumo de toda la vida). En este sentido, es probable que se produzcan incrementos de precios importantes en algunos de esos bienes y servicios cuya actividad ha estado detenida y que se encuentren de repente con una gran demanda y sin capacidad de satisfacerla completamente en poco tiempo, tanto por el incremento de la demanda en sí misma como por la reducción de la oferta debido a la merma de la capacidad productiva. Esto, no obstante, dependerá de que aquellos que puedan consumir realicen un consumo suficiente como para compensar el que dejen de hacer aquellos más perjudicados económicamente. Además, no hay que despreciar el factor miedo, cuya influencia puede ser especialmente importante para la economía en un país como España, cuya capacidad económica depende en buena medida de actividades de tipo lúdico como el turismo, restauración... ¿En qué medida nos atreveremos a volver a abarrotar bares y restaurantes? ¿Nos volveremos a sentir cómodos en cines y teatros? ¿Volverán los guiris a quemar sus cueros bajo nuestro sol? Estoy pensando a corto plazo: verano, y en el seguro supuesto de falta de vacuna, es decir, suponiendo una posible vuelta a la propagación del virus en otoño. En cualquier caso, y en función de cómo avance la situación, tampoco hay que despreciar el tercer componente: la preparación. Lo esperable para este verano serían incrementos de consumo y precios en aquellos productos que puedan, de alguna manera, prepararnos mejor para un nuevo confinamiento, por ejemplo lo relacionado con la conexión digital, tanto conexiones a internet más potentes como plataformas de entretenimiento tipo Netflix (en estos casos en concreto, más que incremento de precios, creo que vendrán ofertas con las que las compañías pretenderán acaparar mercado), más y mejores ordenadores y tabletas, o también electrodomésticos como neveras, arcones... Lógicamente, allí donde haya incrementos de consumo surgirán yacimientos de empleo, si bien temporales, que quizá ayuden a paliar un poco la situación, por el momento. Hay quien vaticina un rebote rápido en 2021, es posible por el puro ansia que nos invadirá a todos, pero hay que tener en cuenta las rémoras que arrastraremos, particularmente en el sur de Europa: principalmente desempleo (ergo caída del consumo e incremento del gasto público por prestaciones), deuda pública (reducción de la «renta disponible» del Estado, déficit) y deuda privada (menos oportunidades de inversión y financiación, debilidad de las empresas). Más adelante hablaremos de ello. Nuevas oportunidades Por otro lado, y relacionado con lo anterior, hay elementos que se van a activar o reforzar mucho en España y alrededores con esto del confinamiento. Evidentemente, el comercio electrónico crecerá después, dado que muchas de las reticencias de la gente se han visto vencidas por la simple necesidad y muchos comercios que no lo imaginaban, también se han tenido que lanzar a esta opción. No será inmediato, pues lo primero será volver a salir, pero cuando nos relajemos tras el confinamiento, las estructuras y la experiencia —así como la demanda— estarán ahí. ¿Supondrá esto el declive de los centros comerciales en España como está ocurriendo en el resto de Occidente? Sería pronto para aventurarlo, pero no descarto que sea, al menos, el comienzo de ese declive. También habrá que prestar atención, por supuesto, al desarrollo del teletrabajo, por las mismas razones. Y, aunque no viene al caso, será interesante ver cómo cambian nuestras normas sociales en cuanto a saludos, toses y estornudos... ¿Y la gente? ¿Es que nadie piensa en la gente? Lo más terrible sin duda, desde el aspecto económico, es la enorme crisis que se nos viene encima. Desvanecidas ya las esperanzas de un reboto rápido y vigoroso a finales de 2020 (el FMI ya ha anunciado que no prevé una recuperación «parcial» hasta 2021), el desempleo que se está generando viene a mostrar una vez más las carencias de nuestro sistema económico y que la supuesta recuperación no fue en realidad tal, pues carecía de toda fortaleza, sino un salir de la crisis por el camino de la profundización de los peores vicios del neoliberalismo, con una precariedad en la calidad del empleo que jamás podrá sustentar a una economía fuerte, consolidada y avanzada. Las cifras de desempleo son espeluznantes —y eso sin contar los ERTE y los parados que acabarán saliendo de ellos—, y muestran la terrible temporalidad y la solución habitual del empresariado español para afrontar crisis o simples imprevistos —y cómo la temporalidad se funda precisamente en esa opción, un círculo que a la economía española le urge romper desde hace tiempo—. Mientras no se ataje esta situación y haya un verdadero cambio de mentalidad hacia un modelo más social y más fundado en el largo plazo y orientado hacia la solidez, y no tanto hacia el beneficio a corto plazo, España no desarrollará todo su potencial y seguirá siendo terriblemente vulnerable económicamente. Mientras los empresarios españoles en particular, y la sociedad en general, no aprendan a distinguir entre inversión (I+D, capital humano...) y simple gasto, no avanzaremos nada. Entretanto, todos aquellos que rondan el límite de la pobreza, o aquellos que sin rondarlo formalmente carecen de capacidad de ahorro, seguirán expuestos a la penuria ante el más mínimo vaivén de la economía, no digamos ya ante una crisis tan terrible como esta. El quid de la cuestión Lo anterior podría no tener demasiada importancia[1] si la recuperación fuese vigorosa y sostenida, sin embargo se están alineando todos los astros para que no sea así, y aquí llegamos a lo más preocupante: el mecanismo general de ayuda que se está poniendo en marcha —con la mejor de las intenciones, debo aclarar—, la deuda. Vayamos un momento a eso llamado economía real. Resulta que, para aguantar el chaparrón, la única opción que la mayoría de las empresas (y autónomos, incluso personas físicas tales como inquilinos) tendrán, será endeudarse. Con las facilidades, avales… que se quiera, pero se endeudarán. Es decir, que cuando esto acabe, tendremos multitud de empresas (especialmente PYMES) que siendo solventes han tenido que asumir por fuerza un pasivo, una deuda caída del cielo no debida a factores económicos o de gestión, que tendrán que devolver. Toda deuda tiene un interés. Y aun suponiendo que los préstamos fuesen sin interés, esas empresas seguirán teniendo comprometidos una parte de sus ingresos futuros por el principal, lo que les restará viabilidad y oportunidades de inversión; repito, aun cuando los préstamos se den en las más ventajosas de las ventajosas condiciones, incluso sin interés y con cómodos plazos, la deuda existirá. Esto supone, por un lado, que hay quien va a ganar mucho dinero con todo esto, o al menos así lo espera y, por otro, que se incrementan los riesgos de concentración empresarial, oligopolios y monopolios, pues solo los grandes sobrevivirán con suficiente holgura, y tendrán a tiro a unos competidores debilitados. El resultado será un incremento del famoso 1 % (de hecho, las compras en bolsa por parte de determinados inversores, al menos en España, parecen haber aumentado exponencialmente en los días de mayores caídas; y no creo que en el resto del mundo haya sido distinto). Como consecuencia habrá mayor desigualdad y empobrecimiento, lo que supone un peligro para la democracia y el bienestar de cualquier sociedad y es, a medio y largo plazo, enormemente ineficiente y, por tanto, económicamente negativo —por mucho que algunos no lo quieran ver— además de potencialmente desestabilizador desde el punto de vista social (traer a colación a Piketty llegados a este punto no resulta original, pero hay cosas más importantes que la originalidad). Lo peor de todo, es que no parecen existir alternativas a esto. En un sistema capitalista, ¿cómo generar los recursos, la liquidez, necesarios para afrontar los pagos y seguir vivo? Podría pensarse en préstamos a fondo perdido, ayudas, subvenciones..., es decir, recursos que no deban ser devueltos, pero aun así quien los facilite, deberá obtenerlos de algún lado. Lógicamente, todos estamos pensando en el Estado (ese ser malvado que solo quiere destruir la economía y limitar la maravillosa libre competencia), del que algunos solo se acuerdan según les conviene egoístamente, pero resulta que a unos estados ya debilitados —recordemos en especial la brecha que tiene España con respecto a la media de la UE en cuanto financiación, de alrededor de 10 puntos, si no recuerdo mal[2]— se les pide un esfuerzo ímprobo justo en el momento en que esta crisis, tal y como sucedió en la pasada, recorta salvajemente sus ingresos. Y ahora viene lo mejor: se dice, se comenta, que algunos no han aprendido de la crisis de 2008, que solo en el sur lo hemos hecho y que solo nosotros entendemos lo importante que es una respuesta europea, común, solidaria, que no castigue a los más desfavorecidos y que no repita los errores de entonces. Eso se dice. Se alude así veladamente a lo que está sucediendo con la posición de los países del norte, entre los que destaca, una vez más, Holanda. Pues bien, nada más lejos de la realidad, lo cierto es que ellos también han aprendido o, más bien, ya vienen aprendidos desde antes de 2008 y somos nosotros los que no hemos aprendido nada, no hemos aprendido a interpretarlos, a leerlos, seguimos sin querer aceptar de qué va esto. Una pista: parece que Mario Dragui ya ha dicho recientemente en el FT — nada menos— que la deuda pública va a aumentar mucho, y que eso hará necesario plantearse seriamente las quitas. Ahora resultará más comprensible. Eso es precisamente lo que pretenden evitar los países del norte; por ello insisten en ser comedidos con las medidas económicas, por eso insisten en que sean condicionadas a reformas (el sinónimo neoliberal de los recortes) y por eso rechazan tan tajantemente los eurobonos, se les dé el nombre que se les dé: su intención es asegurarse de que podrán cobrar, de que no tendrán problemas después. Quieren asegurar sus ganancias, no les importa todo el dinero que ya ganaron y ganarán con la deuda del sur y a costa del sur, dicho de otra forma, quieren asegurarse de seguir estando en lo alto de la cadena trófica de la deuda/economía. Esto es comprensible, como ya dije en otras ocasiones, les podría explotar la bomba interna si los ahorradores norteños (nada que ver con los Stark) empiezan a ver que sus fondos (que invirtieron en deuda) tienen quitas o recortes o simplemente caen. Y no importa si ellos se benefician a su vez de los mercados del sur para vender sus productos, si las rebajas fiscales holandesas a grandes empresas son parasitarias y atentan contra la sacrosanta libre competencia que (los otros) tienen que respetar, o si sus superávits exportadores son debidos a los déficits de otras economías. Nada de eso importa. No a ellos al menos. Solo les importa su gente y sus elecciones. ¿Mezquindad? Yendo yo caliente… Ahora se podrá hablar de solidaridad, que está bien, incluso de racismo, de lo que algo hay, me temo, y del desprecio de los ricos hacia los pobres como condición humana potenciada por el neoliberalismo protestante y calvinista[3], pero todo eso no servirá de nada. Es la misma trampa en la que cayó Grecia. Llegados a este punto, alguien hablará del reciente acuerdo de ayuda. Pero veamos, dicho acuerdo, que ha costado una barbaridad, supone únicamente una ayuda para este momento, no para lo que vendrá después, que es el nudo gordiano del asunto. La principal partida (240.000 millones de euros) procede del MEDE, en este extracto queda perfectamente clara la clave (los subrayados son míos): «Finalmente los Veintisiete están de acuerdo en que las exigencias no pueden ser las mismas que las impuestas en los rescates financieros de la anterior crisis, con programas de austeridad, reformas estructurales o privatizaciones y apuestan por que, a corto plazo, las condiciones se centren en asegurar que los fondos se usan solo para la respuesta al coronavirus y a largo plazo en que los países tengan que cumplir las normas fiscales de la UE para asegurar que sus finanzas vuelven a ser sostenibles»[4]. Por eso España e Italia han dicho que no lo van a tocar, pero todo dependerá de la necesidad, en cualquier caso, los hombres de negro planean. En cuanto al resto (SURE y BEI), generarán deuda, europea en el caso del SURE y probablemente nacional en el caso del BEI[5], pero lo más importante es la indefinición de los acuerdos, que supondrá batallas posteriores. ¿Y qué se podría hacer? Despertar a la realidad. Entender que la Unión Europea no es, por desgracia, una casa común con intereses comunes, que está lejos de ser lo que debía ser porque algunos han secuestrado esa posibilidad, y actuar en consecuencia. La UE está en peligro de muerte, cierto, urge una alianza entre los países del sur que haga frente a los hanseáticos allí donde puedan obtener beneficios de la UE, hacen falta campañas que lleven el sufrimiento del sur a los ciudadanos del norte para que sus políticos vean peligrar sus elecciones, hace falta construir la idea de Europa, y si Europa no quiere hacerlo, tendrán que hacerlo los países del sur, tomando incluso, si es necesario, sus propias medidas coordinadas. En otras palabras, hay que jugar un poco sucio, señoras y señores, tanto al menos como están jugando con nosotros. Y todo ello con una sonrisa. No se piense, a pesar de la expresión de jugar sucio y del tono, que hablo por y con vehemencia, en absoluto, simplemente he creído que era la mejor manera de exponerlo para transmitir la idea; en la historia de las Relaciones Internacionales, los estados siempre han utilizado medios más o menos amigables para conseguir sus propósitos. Ante la situación actual, se requieren medidas enérgicas y soterradas, pues a España no le queda otra opción, como a Italia. Claro que esto tiene riesgos y es difícil, pero como digo ya es hora de despertar, no hay más opciones, habrá que tirar de ingenio y habilidad. Dicho de otra manera: para salvar el Idealismo, habrá que aplicar un poco de Realpolitik adaptada al s. XXI: la esperanza está en las opiniones públicas, y ahí hay que dirigirse, hay que lograr que conozcan y compartan nuestro sufrimiento, la prensa y las redes sociales son claves para ello. Por otro lado, a las elites de esos países, y no solo políticas, hay que hacerles entender de una vez por todas que en un mundo globalizado, y dentro de la UE, la depresión económica del sur también les perjudica económicamente a ellos, aunque esa es una lucha más ardua. No obstante, parece que ya empiezan a llegar músicas distintas del norte, la magnitud de la crisis y su extensión solo tiene un camino, podría parecer que únicamente es cuestión de tiempo, pero no debemos subestimar la ética protestante del norte en la opinión pública de esos países; solo esperemos que la incapacidad de algunos para ver la realidad no retrase el transitar de ese camino hasta que sea demasiado tarde. Tampoco quiero que se piense que soy un sureño desagradecido, es innegable que España y el resto de los países del sur también se han beneficiado de la UE, especialmente de sus fondos (Cohesión, Estructurales...), pero si hacemos un balance desapasionado, los países ricos han obtenido más de lo que han dado (siempre suele ser así, aunque a los ricos no les guste verlo, quizá porque no les gusta reconocer todos los amplios beneficios, no solo económicos, o porque algunos de estos últimos son difícilmente cuantificables, monetariamente hablando), aunque la cuestión verdaderamente importante, el problema, no es el balance, sino el riesgo de perderlo todo por no querer avanzar. Ya deberíamos saber que no vivimos en la Edad Media, en el mundo actual, quedarse parado es retroceder, hoy en día ser conservador es abogar por la muerte. Por otro lado, hay que reconocer que sus argumentos tienen cierta parte de razón, incluso las acusaciones holandesas: si España ha estado creciendo estos últimos años ¿por qué no cuenta con un colchón fiscal suficiente, por qué no ha mejorado más su déficit, al menos? Son preguntas razonables, y la sociedad española haría bien en preguntarse dónde ha ido a parar toda esa riqueza generada, pero hay que tener en cuenta dos elementos importantes. En primer lugar, la situación desastrosa de la que partíamos y, en segundo lugar, y especialmente, que las políticas que han regido tanto durante como después de la crisis son las mismas que llevaron a ella y que bendijeron desde el norte, unas políticas que han fomentado la precariedad, que contribuyeron a hundir la economía y la sociedad con sus recortes y que después han impedido un resurgir real, más allá de la consabida privatización de los beneficios, beneficios obtenidos a costa del sufrimiento de millones de personas mediante la no menos consabida socialización de las pérdidas. Como último apunte de esta parte, diría que una forma de acabar con la deuda, tradicional además, es la inflación, pero eso requeriría tasas de inflación muy altas, que son negativas por otra serie de consecuencias e improbables mientras perdure el rígido y cegato mandato del BCE alrededor del 2 %; aunque no es descabellado especular sobre un próximo relajamiento de ese mandato en sus formas de aplicación y quizá en el mismo límite (¿un 3 % quizá? ¿Al menos en según qué situaciones?). Ya veremos, podría ser una ayuda adicional cuando llegue el momento, pero por ahora esto mismo impide darle a la máquina de hacer dinero, que sería la única forma de financiar a los estados sin endeudarse (asumiendo la inflación, claro). ¿Cambios en la UE? El otro gran motivo para oponerse a todas estas medidas por parte del norte es, por supuesto, el valor que tienen en sí mismas, y es que el camino hacia ellas es inexorable por mucho que los halcones traten de torpedearlo —de hecho, las posibilidades de éxito del norte pasan por proporcionar un mal final a la UE, bien porque consigan retrasarlas hasta que sea tarde cuando lleguen, o porque logren evitarlas, lo que acabaría por romper la UE—. En cualquier caso, desde su punto de vista el valor simbólico de estas medidas es innegable, el miedo a que una vez abierto el grifo no se pueda cerrar debe de resultarles muy real, especialmente por la evidente posibilidad de su éxito, lo que les dejaría sin fuerza para oponerse a su continuidad y ampliación, y que podría resultar en intentos más o menos velados de torpedear su desarrollo e interferir en su funcionamiento a fin de hacerlas fracasar, algo a lo que habría que estar muy atento en su caso. Las críticas feroces, en cualquier caso, están aseguradas, y no me refiero solo las provenientes de ámbitos políticos, sino también, y muy especialmente, a las que provengan desde el sector financiero y empresarial; al fin y al cabo, ya se han suspendido las normas de estabilidad. ¿Cuáles serán sus efectos a largo plazo? ¿Se podrán volver a instaurar después? ¿En qué grado? Es en este contexto también en el que nació la proposición holandesa de un «regalo»[6] a Italia y España: cualquier cosa antes que permitir que se abra la veda. Y es que a medida que queda más patente lo «repugnante» de sus posiciones, estos países deben buscar la forma de mantenerlas con el maquillaje suficiente, el famoso cambiar algo para que nada cambie en realidad. Es en este sentido en el que habría que entender también el reciente acuerdo: dar un poco, pero seguir sin conceder lo esencial (eurobonos). En cualquier caso, una vez más se hace evidente que la UE tiene que replantearse ese egoísmo nacionalista (no muy diferente del que se ve en España, algo propio de la naturaleza humana, lo que no es una excusa) que ataca directamente los fundamentos de la UE y a la UE misma de una manera radical, poniéndola gravemente en peligro: la UE —como cualquier creación humana— existirá mientras sea útil, y ciertos comportamientos hacen que la percepción de utilidad disminuya radicalmente. Sr. Marshall En este sentido, la idea lanzada por Pedro Sánchez de un plan Marshall para la UE no puede ser más acertada, es lo que necesita Europa desde hace tiempo para sacarla de su marasmo y lograr liberar toda su potencialidad; sin embargo, existe un peligro importante que ya conocemos en España, además, de primera mano: también el famoso plan E de Zapatero era una buena idea, pero se ejecutó mal, centrado solo en rescatar a un sector a cualquier precio y sin visión de futuro. La presión por la urgencia no debe hacer olvidar los retos a largo plazo que afrontamos; de llevarse a cabo, es imperativo que ese plan Marshall se unifique con el proyecto de new green deal que también pululaba entre las propuestas, a priori irrealizables, que quizá ahora tengan más posibilidades. No se debe simplemente invertir para relanzar el PIB, sino valorar ese PIB, pues no todas las actividades y sectores son igualmente importantes a futuro ni tienen el mismo potencial. Habría que valorar muy bien las inversiones en infraestructuras para asegurarse de que sean necesarias y constituyan realmente una inversión y no se conviertan en un gasto a largo plazo, para que permitan un desarrollo posterior, debe haber un plan previo. Se debería aprovechar para avanzar radicalmente en la descarbonización de la economía, i+D y digitalización... En resumen, todos los sectores que aportan futuro, pero no únicamente sectores económicos, este impulso económico, de producirse, debería aprovecharse para instalar las tecnologías, mecanismos y reformas que nos permitan avanzar en otros aspectos tan importantes al menos como esos, como por ejemplo la conciliación y la atención a los dependientes, aspectos que no suelen considerarse desde el punto industrial pero que son esenciales para la productividad, es decir, para la solidez y el futuro del sistema económico y eso llamado bienestar y desarrollo humano (qué cosas más raras escribo, ¿verdad?). Todo ello unificado a nivel europeo (soy un soñador, qué le voy a hacer). Me extiendo tanto en este punto porque cuando llegue el momento, si llega, vamos a tener en España gritando a sectores importantes desde el punto de vista económico, qué duda cabe, como el turismo y la construcción, pero desviar recursos simplemente a apuntalarlos resultaría a la larga perjudicial para la economía. Es fundamental aprovechar las oportunidades que las crisis abren, y cambiar el modelo productivo español es una necesidad imperiosa: urge reducir el peso económico de los sectores con menor valor añadido, esta puede ser una oportunidad de oro para ello. No digo que no haya que apoyar a esos sectores, son necesarios para sostener el empleo y la economía a corto y medio plazo, y tienen un papel a largo plazo en la diversificación y en la creación de beneficios, así como en absorber una parte de mano de obra no cualificada que siempre quedará (especialmente la hostelería); pero no deben ser la prioridad, al menos no en tanto no asuman los principios generales: por ejemplo se puede avanzar mucho en edificación sostenible a través de I+D. Lo mismo ocurre con la automoción: ayudas sí, pero única y exclusivamente para modelos cero emisiones, ya sean eléctricos 100 % o de hidrógeno. Ese debe de ser el objetivo y el principio que inspire esas políticas y solo así todos nos beneficiaríamos verdaderamente, incluso a nivel europeo. Lamentablemente, en Europa no parecen muy dispuestos. Pero ¿y si...? Planteemos un supuesto. ¿Qué ocurriría si la crisis estalla de repente en el norte de Europa con una virulencia semejante a la del sur? Si estos países, considerados en su totalidad, es decir, sector público y privado, se ven obligados a usar su superávit para estimular su propia economía, ¿de dónde saldrá el dinero para el sur? ¿Y de dónde saldrán los beneficios del norte? Es improbable que la enorme y tremendamente infrautilizada capacidad de financiación e inversión de Alemania llegue a agotarse hasta el punto de situarla con deudas públicas y privadas semejantes a las españolas o francesas (no hablo si quiera de las italianas), pero no está mal, al menos, mencionarlo, imaginarlo y suponer qué ocurriría entonces en Europa, especialmente porque ese plan Marshall debe de financiarse, y ahora mismo el principal pozo de recursos para ello es el superávit del norte, especialmente alemán. Si esta vía se cierra, habría que buscar otras fuentes, lo que obliga a mirar a China, con las implicaciones geopolíticas que ello tendría. [1] Al menos desde el punto de vista macroeconómico, la verdadera importancia de estas cuestiones, la humana, es mucho más difícil de evaluar, por no decir imposible, ¿tiene importancia una familia desahuciada si solo es una? No para la economía, pero desde el punto de vista de la existencia de esa familia, de su vida, lo es todo. No lo olvidemos cuando hablamos de estas cuestiones, aunque haya que generalizar y extrapolar. [2] Cuando aparece la palabra Estado, se suele olvidar con demasiada rapidez que este incluye a todas las estructuras de la arquitectura constitucional de un país, como muestra, una vez más, la Comunidad de Madrid, con los impuestos más bajos, en especial para los más ricos, pero que pide donaciones a todo el mundo para sufragar la crisis. [3] Una vez más me veo en la obligación de traer a colación la ética protestante, señor Weber. [4] https://www.newtral.es/medidas-eurogrupo-crisis-coronavirus/20200409/ [5]« The pan-European guarantee fund would serve as a protective shield for European firms facing liquidity shortages. It could be set up with contributions provided by the Member States and be open to participation by other EU institutions». https://www.eib.org/en/press/all/2020-094-eib-group-moves-to-scale-up-economic-response-to-covid-19-crisis.htm [6] Mejor no comentar lo profundamente humillante de esa proposición, la caridad del rico hacia el pobre, que encierra la voluntad y el deseo de seguir estando por encima, de que el pobre jamás pueda valerse por sus propios medios, al menos en igualdad de condiciones con los ricos. ¿Ya ha pasado casi un año? El tiempo vuela cuando no eres consciente de él. Me pregunto si sigue habiendo alguien ahí, quizá sea mejor que no, así esto quedaría solo entre el silencio y yo. Pero, en fin, tratemos de aprovechar el confinamiento para algo más que para estar confinados y asomémonos al mundo. Con todo esto he recuperado algo de tiempo para poner por escrito el resultado de mi manía de reflexionar —o más exactamente de fabular--, en este caso, por supuesto, sobre cómo quedará el mundo después de que la madre de todos los cisnes negros —de momento--, a cuyos hijos nos estamos acostumbrando en los últimos años (lo cual es una paradoja en sí misma), pliegue por fin sus alas. Comencé tomando unas notas sueltas aquí y allá, y ya van para 3 páginas, así que creo que ha llegado el momento de poner en orden todo ello. Me apresuro además a publicar, porque cuanto más escribo, más crece lo que escribo sin que se vislumbre un fin determinado, se me ocurren más y más ideas, más líneas se extienden y más posibilidades se abren, y todo ello en una situación que cambia casi cada día (así que no descarto actualizaciones o enmiendas después), en un estado de cosas, no lo olvidemos, que ha alcanzado ya las proporciones de una guerra, incluso en aquello que le resulta más propio y doloroso: el parte diario de bajas. Como hay tanto que especular y no quiero aburrir demasiado ni condensar en exceso, iré publicando en entregas, a ver qué tal sale. Por cierto, aunque no tiene nada que ver, aviso de que voy a publicar en la parte correspondiente un enlace a unos podcasts sobre el conflicto de Oriente Próximo verdaderamente interesantes; son en inglés, pero merecen la pena. Ajuste de cuentas Comenzaré esta serie del coronavirus incumpliendo lo que acabo de decir. A ver si ahora va a resultar que soy el único español que es fiel a su palabra. Esto no es una mera frase retórica, es una introducción cierta, porque es verdad en sí misma y porque a la vez me permite enlazar con lo que voy a decir. Es cierta porque voy a hablar de la situación actual en España, o más correctamente del panorama político, y enlaza porque el hecho principal a exponer es la actitud de algunos. Como la última vez que pasé por aquí me propuse ser menos vehemente y más profesional, y como no quiero perder el tiempo redactando lo que otros ya han redactado, mucho mejor además, ahí os dejo un ejemplo: Ya no me callo más Los dos siguientes enlaces son meramente informativos, el segundo está realizado desde el prisma de España, pero ambos son ilustrativos y complementarios sobre cómo ha evolucionado la pandemia; creo que conviene tenerlo en cuenta antes de empezar a opinar sobre el tema. Evolución en la wikipedia Qué medidas se tomaron y cuándo No tengo mucho más que añadir, tan solo pedir al común de los mortales —si es que lo hay-- que lea esto, que realice un acto de reflexión verdadero y sincero y recuerde qué decía y opinaba él mismo (y ella, por supuesto) cuando, por ejemplo, se suspendió el Mobile en Barcelona. Vaya por delante que yo era de los que pensaba que, si bien había que estar atentos, no era para tanto; al fin y al cabo, esto era como una gripe común, según nos decían. Debo decir también, que ya a finales de enero o principios de febrero, no recuerdo exactamente, supe de primera mano que los proveedores de mascarillas habían avisado de que no podrían servir hasta, al menos, junio a cierto hospital de la Comunidad de Madrid, y que sus responsables llevaban ya varias semanas buscando desesperadamente mascarillas. Poco después también supe del lamentable mercado negro que se estaba generando en torno, al menos, a este producto. Que cada cual saque sus propias conclusiones. Según he leído por ahí que dijo Antonio Machado: «en España lo mejor es el pueblo... En los trances duros, los señoritos invocan la patria y la venden; el pueblo no la nombra siquiera, pero la compra con su sangre y la salva. En España, no hay modo de ser persona bien nacida sin amar al pueblo. La demofilia es entre nosotros un deber elementalísimo de gratitud». Es necesario decir que tampoco conviene que caer en una lealtad ciega. En democracia, y en la vida, se puede y se debe discrepar si es menester, pero las motivaciones y las formas son fundamentales, y más en situaciones como esta. El intercambio de ideas es beneficioso, el ataque cínico y destructivo solo es… cínico y destructivo. Desear que España se hunda para luego poder levantarla es tan miserable que no merece más palabras. La estrategia de la crispación, la del cabreo constante, la de la gota malaya para sembrar no la idea, sino el sentimiento negativo, cabreante y cabreador es conocida y está documentada: cabrear a toda la sociedad y tratar de erigirse en salvador del desastre o, al menos, desmovilizar a los adversarios. Cabría recordar que las competencias sanitarias están transferidas a las CC.AA., así que habrá que pensar quién ha estado haciendo qué durante los últimos años —y no solo en la sanidad: la dejadez, privatización y falta de inversión en el cuidado de nuestros ancianos no le ha ido a la zaga a la sanitaria--. Pero no ahora: tenemos lo que tenemos, y con eso hay que apañarse, no queda otra. Si, como dijo hace poco Gabilondo, se obtuviese y asentase por fin el convencimiento de que recortar en sanidad pública e I+D es suicida para una sociedad, que es necesario tener un Estado fuerte, ya me daría por satisfecho. Todo lo anterior no significa, por supuesto, negar los errores del gobierno, que los ha habido y los habrá, pero cuando se ven también de forma casi idéntica en nuestro entorno, quizá debería pensarse que aquello que hace que nos parezcamos es también lo que engendra esos errores. Quizá la soberbia occidental —junto con, o precisamente por, habernos librado del SARS y de la gripe aviar--, quizá el cortoplacismo y el individualismo neoliberal de nuestras sociedades, tengan más que ver con esos errores que la incompetencia personal. Vengo defendiendo desde hace mucho la necesidad de un cambio radical de paradigma en nuestras sociedades, y creo que esta crisis ejemplifica dicha necesidad. Dicho lo cual, solo me queda alertar una vez más sobre el miedo. Más aun en esta ocasión porque es completamente justificado, y por ello es más necesario mantener una cierta calma. Es probable que el miedo se instale en la sociedad, no solo española, cuando esto pase, en especial mirando al próximo otoño; el verano será esencial en cuanto a las medidas que se tomen para prepararse si no llega la ansiada vacuna, también lo serán las lecciones aprendidas. Esperemos que la palabra clave sea entonces aprendizaje y no demagogia; la verdad, viendo algunas actitudes no tengo muchas esperanzas de que esto sea así. Con esto doy por finalizada la parte menos interesante de lo que quería decir, la que menos me motiva y que he estado a punto de no redactar. Me parece tan obvio que resulta insultante tener que hacerlo, y hace que me avergüence un poco de la sociedad que comparto. |
...un escritor es «un chiflado que mira la realidad, y a veces la ve»...
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