¡La más grande! Me sorprende la noticia de la dimisión de Esperanza Aguirre preparando un comentario sobre la corrupción, no está listo aun, por eso no lo cuelgo, pero por una vez me voy a sumar a la vorágine de la actualidad, siento que no puedo dejar pasar este acontecimiento sin aportar un granito de arena, uno más, a la montaña que se va a generar a favor y en contra. Es lo que ella habría querido, al fin y al cabo. Y es que siempre se nos van los mejores, qué cruel es la vida (política). Pero al menos ella se ha ido como le hubiese gustado, bajo el calor de los focos, fiel, siempre fiel a sí misma o, mejor dicho, fiel a Esperanza Aguirre, porque Esperanza Aguirre es mucho más que una simple sexagenaria, por mucho que ella misma lo repita —pobrecita—, es un personaje en todo el sentido de la palabra, pero no en el literario, cuidado, sino en uno mucho más actual, más moderno, más cinematográfico, aunque no tanto, Esperanza Aguirre es una folclórica (política), una de las pocas, quizá junto a Rita Barberá, que lo son genuinamente, y ya se sabe que las folclóricas merecen un final a su altura.
La llamo folclórica porque me puede la nostalgia y me dejo embargar por ese carisma chulesco y altivo, me hacen chiribitas los ojos cuando recuerdo su frivolidad y su modestia, ese casticismo tan antimadrileño en realidad, pelín barriobajero aunque con estilismo de Loewe o Louis Buiton (¿se escribe así? Ni siquiera lo sé, no estoy a su altura), y me acuerdo de Sara Montiel, de su forma de encandilar a la cámara, de su caída de ojos indiferente y provocativa, con ese punto de desprecio que tan locos nos volvía, de su capacidad para masticar carrillo permaneciendo divina (aprende Mario Vaquerizo)… Sí, ya lo sé, Esperanza Aguirre solo masticaba chicle, y eso cuando visitaba hospitales, pero es que ella es una folclórica política, ella, con idéntico espíritu, encandilaba de otra manera, que se lo digan a sus fans, que es lo que esta mujer tiene, fans, pero fans de bien, gente de orden, como Dios manda, que no vale cualquiera, aunque ella por supuesto admitiría a cualquiera que quisiese pasarse al lado luminoso de la fuerza, al suyo, es la nobleza liberal, digo neo-liberal, que esta mujer siempre ha estado a la última; fans, decíamos, fans que pueden serlo de Sarita y de ella, no hay por qué elegir porque al fin y al cabo son lo mismo: la versión picarona del cardado con andamio de laca, ¡cómo son estas chicuelas, nos roban el corazón! Fans, no seguidores. Bueno, y acólitos, aunque alguno le haya salido rana, ¡pero quién se lo iba a imaginar! El caso es que esta maestra del espectáculo se ha ido como a ella siempre le hubiese gustado, a la hora de los telediarios, de urgencia y por sorpresa, ¡que se pare el mundo que se nos va! ¡Que se nos va! Que se ha ido. ¡Qué ejemplo! ¡Qué porte! ¡Qué hemos hecho! La culpa, al final, es nuestra, no supimos cuidarla. Y ahora, por fin, es más que nunca la leyenda, la que jamás fue ambiciosa, sino abnegada servidora pública, tanto que se vio obligada a pasarse la vida a la sombra de lo público para mejor defender lo privado, ¿cabe mayor sacrificio? La mujer de los principios de hierro, bueno, de oro, que es más dúctil y maleable y da más empaque, la de los salires de persona normal que lo mismo quiere matar a todos los arquitectos que suelta un hijoputa a micrófono cerrado, así, como lo haríamos usted o yo, no la del ¿qué tenemos contra este?, que no significa nada, jueguecillos de política sin importancia, nada por lo que usted deba preocuparse, sino la del hijoputa, ¡eh! Que he dicho hijoputa, ¿es que no me ha oído? Hijoputa, hijoputa, hijoputa, hijoputa, hijoputa, hijoputa… Como decía la canción hijo de puta, hay que decirlo más. Si hubiesen cambiado el atril por un diván, la escena habría sido completa, solo eché eso en falta, eso y una bata, o salto de cama, o como quiera que se llame eso que siempre llevan las divas en el cine clásico cuando aguardan cómodamente en su casa prestas a la tragedia, ya saben a qué prenda me refiero, pero claro, eso es en blanco y negro, y Esperanza Aguirre es una folclórica de hoy, de la telegenia, de las redes sociales y los mass media, un verso no tan suelto, pues rima consigo misma, y con muchos en edición matutina o HD, incluso in the air. Ubicua. No, Esperanza Aguirre no fue una mujer de blanco y negro, las pasiones nunca lo son, y si de algo sabe esta mujer tan fría, es de pasiones. ¿Quién no se ha enternecido alguna vez con ella? Si incluso huyendo de la ley a toda velocidad, incluso a lo Gran Hermano en exclusiva, había que quererla, ahí plantada contra esos miserables agentes machistas, tal y como lo hubiésemos hecho usted y yo. Lo que he dicho antes, una persona muy normal, una marquesa pero del pueblo, de usted y yo. El caso es que Esperanza Aguirre construyó su personaje con tesón, capa sobre capa, hasta darle ese acabado pulimentado y brillante como la fruta de algunos supermercados, como la manzana de Blancanieves (en realidad, la manzana a Blancanieves, hasta en esto fue astuta la bruja), y claro, un personaje tan grande al final tiene un pero enorme, digo un peso enorme, ¡estos dedos…!, porque hay que ser fiel a él, después de tantos años es lo último y todo lo que queda, no me digan que no es espléndidamente trágico. La Incólume, la Honesta, la Idealista. Nuestra Salvadora. Y por ser tan fiel se va justo ahora, con una retirada que no supone ni le supone nada, pues ya había anunciado que se iría, pero que queda de lujo, y muere matando, clavando el aguijón (es una metáfora, mal pensados) con su último aliento y dejando al barbas jodido, porque se le va la más grande claro, no por nada más, que ella ya ha dicho todo lo que tenía que decir. Genio y figura hasta la sepultura. El espíritu intacto, el personaje sin mácula. Seguirá dando caña, eso sí, después de muerta, Juana de Arco hispánicamente transmutada en el Cid, o viceversa, que ella siempre fue muy feminista y muy española, una rara avis entre gaviotas (perdón, charranes); jamás abandonará la primera línea contra el comunismo y el radicalismo, tranquilos madrileños, que ella seguirá ahí, y si en algún momento hiciese falta, vamos a ver, si os empeñaseis, quiero decir, solo y únicamente si no hubiese otro remedio… quizá podría trocar el charrán en fénix, que es mucho más estiloso (con permiso del bigotes, claro, que este panteón de glorias romper en caso de emergencia del PP empieza a estar un poco apretadito). Por cierto, al final nunca me quedó claro: ¿qué era lo que tenían contra ese? Nunca lo sabré, igual que ella no sabía nada, en fin, como no soy nada machista, debo suponer que no es solo cosa de mujeres, ¿será entonces la laca? Y estos progres preocupándose únicamente por el agujero de la capa de ozono, con el daño que le está haciendo a nuestras más ínclitas, es que no saben ver lo que de verdad importa. Siempre se nos van las mejores. O no.
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La velocidad de la luz Javier Cercas Categorías
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