Han pasado ya varios días desde que publiqué el segundo comentario en este blog sobre la situación en Ucrania y creo que va siendo hora de que haga la valoración prometida del primero de ellos, puesto que la situación parece haberse estabilizado. ¿Empezamos por lo bueno o por lo malo? Primero las buenas noticias: acerté con la partición de Ucrania y con el barniz del referendo, aunque no fuese como yo había previsto —creo que no está mal teniendo en cuenta que mis únicas fuentes de información son los medios de comunicación— y sigo creyendo que el objetivo, o uno de los objetivos esenciales de Putin, era dar un toque de atención, afirmarse en Europa y trazar la línea que no está dispuesto a permitir que Occidente cruce. Putin quiere delimitar su «espacio vital» (por favor, no hagamos traducciones al alemán que aun no voy por ahí); con muchas de las antiguas repúblicas soviéticas de Asia central lo ha conseguido mediante acuerdos de diversa índole (¿habrían firmado esos acuerdos dichos países de haber estado más cerca de Europa y haber tenido otras posibilidades reales de asociación geopolítica?), pero creo que la sensación en Moscú es que con Occidente se ha visto obligado a hacerlo agresivamente ante su falta de respeto para con la madre Rusia, su historia y su poder; el enfoque por supuesto es subjetivo, pero dado que no podemos coger la verdad absoluta y objetiva de un árbol y comérnosla, lo que cuenta siempre es la percepción que tienen los actores.
Ahora las malas noticias: ni Ukorea, ni Corea, me equivoqué en el carácter de la situación y subestimé ciertos aspectos. Visto con un poco de distancia, quizá me dejé llevar por una excesiva similitud entre los casos coreano y ucraniano, me explico: pensé que Ucrania debería partirse para conformar un estado tapón sin percatarme de que quizá ya lo era, al menos desde la óptica de Moscú. Quizá por la vía de los hechos consumados y desde su impotencia en aquellos años los rusos habían aceptado el avance occidental hasta Polonia, incluso hasta las repúblicas bálticas, y según esta lógica (siempre dentro del ámbito del pensamiento geopolítico propio de la Guerra Fría) creerían haber llegado a un acuerdo tácito de influencias, según el cual Ucrania y Bielorrusia caían dentro de la esfera rusa convirtiéndose en sus estados tapón, mientras que Polonia, Rumanía y demás hacían lo propio para el lado occidental. Bien, en este contexto ¿cómo debió de sentarle a alguien como Putin el asunto de Kosovo? Como una ruptura del acuerdo, lo sabemos por la reacción rusa en su momento, pero quizá se infravaloró el malestar ruso en Occidente. Otra vez tengo que explicarme: en mi opinión tenemos aquí una discordancia de lenguajes y enfoques, Rusia y Putin utilizan los de la Guerra Fría (herederos de las viejas disputas decimonónicas con los británicos, «el Gran Juego»), mientras que Occidente usaba, hasta ahora al menos, los de Fukuyama (aludí a él en el primer comentario, ahora me explicaré mejor), es decir, que la Guerra Fría acabó y triunfó la democracia liberal, lo que viene a significar el capitalismo, y esa es la única lógica que importa; desde este punto de vista no hay áreas de influencia, sino áreas de negocio y expansión económica (un juego en el que Occidente es muy superior) y por tanto en Kosovo no había herencia que respetar y lo que sucedió allí no era en realidad tan importante (no voy a entrar en el tema de Kosovo, simplemente quiero hacer ver una posible interpretación de los resultados en cuanto a la impronta subjetiva). Pero las ofensas, o más bien el sentimiento de haber sido ofendido, importan. Llegados a este punto hay un aspecto central que quiero destacar: la enorme importancia de un liderazgo fuerte y resuelto, con una meta clara y capaz de proveerse de apoyos. Este es, sin duda, Putin. Mucho se ha comentado sobre la inferioridad económica, demográfica, militar (salvo en disuasión nuclear)… de Rusia, ¿cómo entonces es posible que haya puesto en este aprieto al aun poderoso Occidente? Pues aparte de lo ya explicado sobre la falta de realismo occidental y americano —paradójico para los que entiendan los conceptos de realismo e idealismo en las relaciones internacionales— de los últimos años (no quiero insistir en la nefasta impronta de Fukuyama, pero…) ha resultado capital el liderazgo de Putin que, tras verse sorprendido y superado inicialmente en Ucrania, ha hecho de la necesidad virtud para conseguir poner el mundo patas arriba. Los líderes surgen siempre cuando surge la crisis, los estudiosos de las teorías sobre el liderazgo tienen aquí otro gran ejemplo de cómo un gran líder puede tornar una supuesta inferioridad en una manifiesta superioridad a base de audacia. Bien, tomemos el indiscutible liderazgo audaz de Putin como una herramienta más que añadir a nuestro arsenal y continuemos. El problema de este tipo de liderazgo «de contracción rápida» es que agota su fuerza en sí mismo, es decir, a largo plazo Putin sabe que tiene las de perder: sigue estando en una terrible inferioridad demográfica, militar y sobretodo económica frente a sus rivales, su única ventaja es la desunión y/o descoordinación de las potencias occidentales, pero él solito está arreglándolo, eso es lo que se llama un efecto secundario no deseado (aunque perfectamente predecible). El caso es que es imposible sostener un enfrentamiento a largo plazo en esas condiciones, su única oportunidad era una actuación fulminante frente un riesgo desproporcionado (la guerra), y eso ha sido suficiente para sacar provecho por el momento en una política de hechos consumados, el problema es que ya se ha agotado la sorpresa. Rusia ha acumulado tropas en el este de Ucrania, pero no ha procedido allí como en Crimea, ¿no era su gran objetivo la defensa de los rusos sin importar las fronteras? Debe de haber rusos de primera y de segunda según donde caigan. El reloj corre en su contra, él lo sabe y de momento se ha ganado un bufido de la OTAN; si yo fuese él me asustaría, pero es que yo no viví la Guerra Fría en primera línea, a saber a lo que está acostumbrado este hombre. En cualquier caso, no creo que la opción militar, ni tan siquiera el enviar las tropas sin querer, como en Crimea, silbando hasta que digan «a, ¿pero esto es Ucrania?» sea ya factible: los americanos (y los polacos) están bastante mosqueados y es posible que reaccionasen con una audacia similar pero más apabullante, y sus soldados sí irían identificados y sabiendo a dónde. Más bien parece que lo que busca Rusia es presionar para obtener algún tipo de reconocimiento de Crimea, es decir, que le permitan legitimar su anexión (ahí sigue latente la opción de mi primer comentario de un referéndum, que esta vez sería con observadores internacionales para que EE.UU. y compañía puedan salvar la cara). En cualquier caso, aun cuando Occidente no reaccionase militarmente si los rusos invadiesen el resto de Ucrania, Putin sabe que nos les quedaría otro remedio que hacerlo económicamente de forma severa (además es posible que en ese caso perdiese o al menos se debilitase el apoyo público chino). Por lo tanto queda el juego económico, social, diplomático (imagen, publicidad) que es el que le gusta a Occidente: tenemos, o tienen, más billetes que balas. Por lo pronto ya cabalga hacia Kiev el FMI (la verdad es que no sé cuál de los cuatro jinetes es) y eso abre otra disyuntiva: todo esto empezó por que buena parte de la población ucraniana prefirió vincularse al oeste antes que al este, pobrecitos porque es posible que Ucrania no sea miembro de la OTAN, pero al igual que una hipoteca une hoy en día mucho más que un anillo, un préstamo del FMI vincula mucho más que un simple tratado antiguo: una vez que se firme el préstamo Ucrania será terreno vedado para Rusia, Occidente no va a dejar que se le escape tanto dinero y no lo digo solo por la devolución del préstamo, sino por los saldos de empresas ucranianas que, casualidades de la vida, siempre quedan disponibles para los grandes magnates cuando el FMI se ve obligado —no es porque a ellos les guste— a enderezar una economía. Y ahí está la segunda parte: el FMI llega blandiendo las tijeras (casi echo de menos las viejas y entrañables espadas) y eso puede tener efectos muy contraproducentes. La población ucraniana está mal, pero ¿qué pasará dentro de dos o tres años si se impone una absurda política de recortes como la que nosotros sufrimos y se enquista la crisis? ¿Qué ocurrirá cuando se empiece a señalar a Occidente como la causa y no la solución de la situación económica? ¿Seguirán pensando allí que Occidente mola tanto o empezarán a añorar a la vieja madre Rusia con la que al menos comparten identidad? La ayuda económica es desde luego la mejor arma de Occidente, pero si no se utiliza bien, puede volverse contra él y dar argumentos a un líder carismático y audaz que sepa aprovecharlo. Por cierto, ¿no era este un blog de literatura?
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...un escritor es «un chiflado que mira la realidad, y a veces la ve»...
La velocidad de la luz Javier Cercas Categorías
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