Hace dos años se conmemoró el centésimo aniversario del inicio de la I Guerra Mundial o Gran Guerra, lo que lógicamente produjo una gran cantidad de bibliografía, revisando ahora uno de esos textos (sí, sigo yendo a mi ritmo) me encuentro con una interpretación histórica de la génesis del conflicto bastante curiosa y muy inquietante: la de que los actores protagonistas de aquel desastre se fueron dejando conducir como sonámbulos por inercias y circunstancias hacia una catástrofe evitable, que actuaron como autómatas, sin pararse a contemplar el bosque, sin cuestionarse la racionalidad/conveniencia/oportunidad de sus actos más allá de lo que podríamos llamar su «zona de confort» política y social. Lideraban, pero no eran líderes. ¿A nadie le suena? No puedo evitar encontrar multitud de paralelismos con la situación actual, en la que también transitamos por la Historia a través de una serie de lugares comunes y sobradamente conocidos en lugar de desbrozar el camino de la nueva era, del futuro. Aquellas sociedades aun del s. XIX vivían imbuidas de un belicismo romántico y anticuado, no se cuestionaban sus tópicos ni sus prejuicios y confiaban plenamente en que su Dios —que debía de ser el único— les secundaría, ¿qué podía fallar? En aquella época la corriente les empujaba a pelear, hoy nos empuja a no hacer nada. Nos hemos convencido de que tenemos algo tan bueno que no debemos hacer nada en absoluto que pueda estropearlo (en realidad el razonamiento preciso es que no debemos hacer NADA, no vaya a ser que se estropee), y así seguimos porfiando en las mismas ideas, las mismas respuestas mecánicas y estancadas a problemas nuevos o al menos transfigurados por un mundo vertiginoso: ¿que nos sentimos agredidos? Pues agredimos hasta sentirnos satisfechos, hasta vengarnos, pero no indaguemos en las causas ni intentemos curar la enfermedad, que es un jaleo muy caro, mejor hacemos un pacto, que nos sienta mejor. ¿Que hay un problema de inmigración? Pues un pacto. ¿Que hay un problema con la educación? Pues un gran pacto. ¿Que hay un problema con la corrupción? Un grandísimo pacto. ¿Que hay un problema con el empleo? Esto… pues… un requetecojonudísimo pacto. Palmaditas y a casa. ¿Que no te unes? ¿Que te atreves a pensar diferente? ¡RADICAL! Y cada uno a seguir con lo suyo hasta que el próximo lumbreras propongo otro pacto. Y otro, y otro, y otro…
Pero no caigamos en el mismo error del que me burlo, indaguemos un poco. ¿Los líderes actuales se conducen como sonámbulos? Depende, ¿actuaban como sonámbulos Cheeney y compañía con sus guerras? No, eran muy conscientes. ¿Lo hacían Aznar y su cuadrilla cuando, por ejemplo, utilizaban miserablemente el terrorismo como arma política? Desde luego que no. ¿Son Merkel y sus acólitos prisioneros de Morfeo? No lo creo. Ninguna de estas personas lo es, no en sus actuaciones concretas, de la misma forma que tampoco lo eran Guillermo II, Poincaré o el Zar, aunque como ya he dicho sí que eran sonámbulos en su visión del mundo, en unas ideas y concepciones estrechas de gloria y poder sin percatarse de que su mundo político decimonónico no era el mundo industrial del s. XX, capaz de matar con una eficiencia jamás vista. Los personajes actuales hacen lo que hacen muy conscientemente, por eso no hay disculpa moral que valga, pero hay que reconocer que están limitados por unas concepciones neoliberales, por una corriente que los empuja, aunque, también es cierto, no quieran salir de ella al frío de pensar por uno mismo: ¿nadie negaba la posibilidad de armas de destrucción masiva en Irak? Falso, éramos muchos, pero no querían escuchar; ¿nadie avisó de la inutilidad económica y la catástrofe social de las medidas de la U.E.? Nuevamente sordera selectiva. El caso es que vivimos (gracias Friedman) en un mundo en el que solo el mercado importa y hay que preservarlo a toda costa, es su lógica la que se impone en cualquier órbita[1], hasta el punto de que los líderes políticos lideran con mentalidad de mercaderes, la propia estructura de la Unión Europea favorece enormemente estos «enriquecedores» enfoques con sus negociaciones sin fin. Marx ya advirtió, superando a A. Smith, de la devastación humana que produce el poder descarnado de la economía, Keynes corrigió a Marx reintroduciendo a los seres humanos individuales con todas sus inquietudes, sentimientos, anhelos… en la ecuación del desarrollo y creando una capa más en el sedimento acumulativo del progreso humano, siempre imperfecto[2]. Desde entonces hemos avanzado otra vez a A. Smith, a la liberalización económica descarnada y sin concesiones, a todo aquello contra lo que nos advirtió Marx (y el propio A. Smith en algunos aspectos), aunque esta vez sin el equipaje de glorificación anterior al s. XX, únicamente mercado, solo dinero. Lo demás no importa. No hay que hacer nada que ponga en peligro los negocios, el sacrosanto dinero, con esto es suficiente, el resto… laissez faire, o sea, encomendémonos a Dios. El resultado es una parálisis vital en Occidente que resulta verdaderamente desesperante. Podríamos decir que Europa está muriendo de éxito poco a poco: logramos el progreso, los Derechos Humanos, la libertad y ahora no queremos que nada nos quite esos logros, incluso hasta el punto de no defenderlos, de transigir, de apaciguar tal y como se hizo con Hitler a pesar de las advertencias al respecto que ya lanzara Maquiavelo. Este es el camino más cierto para que lo perdamos todo. Hemos perdido la iniciativa, el empuje, el valor, estamos dispuestos a cualquier sacrificio —siempre que sea en pequeñas dosis— para conservar lo que tenemos, y poco a poco nos quedaremos sin principios que defender, superados, el fin de la historia ya ha llegado para nosotros si no estamos dispuestos a afrontar ningún desafío, si no hacemos valer nuestra personalidad, si nos volcamos solo en nuestras casas. ¿Que los británicos quieren irse? Tranquilos, no trastoquéis nuestro mundo, lleguemos a un acuerdo, ¿a cuánto el kilo de principios? No sería justo (y nosotros somos muy justos) hacer discriminaciones si ya estamos comerciándolos con los EE.UU. Y si estamos en oferta, ¿por qué no seguir con los turcos? ¡Me los quitan de las manos! El Imperio Romano no cayó en una hora, fue descomponiéndose, y uno de los actos de su descomposición fue llegar a acuerdos con los (que creían) menos malos de los invasores para que defendieran sus fronteras, para que hicieran el trabajo que ellos no podían o no querían hacer, a cambio de dejarles ser parte de un sujeto, de una idea que acababan de perder sin saberlo. Europa atrapada en el tiempo. Mientras, en España, continúa también la práctica pactista que conduce al centro insulso y paralizado, a las componendas que nada cambian, como si estuviésemos en ese tiempo histórico y no en uno de crisis y redefinición total, uno de esos momentos de cambio, uno de esos determinantes puntos de inflexión históricos en el que son necesarios líderes con visión, con capacidad y con inteligencia, con voluntad y fortaleza para desafiar los convencionalismos, para propiciar el siguiente paso en el desarrollo de la humanidad, uno de esos momentos en que hay que tener el valor para revisar lo viejo, tirar lo obsoleto y construir sobre lo que merezca la pena, para reciclar las ideas y los modos. Pero claro algo así precisa, además de líderes, de ciudadanos conscientes, no de clientes sonámbulos. [1] Nuevamente tengo que destacar la penetración de esta idea en un aspecto particularmente pernicioso, cual es el de la ciudadanía: ¿cuántas veces exigimos derechos en base a nuestros impuestos? Ya no somos ciudadanos, sujetos de derechos Y OBLIGACIONES por nuestra misma pertenencia al sujeto político y por nuestra humanidad, sino clientes: pago, luego espero algo a cambio. Así se destruye el concepto de ciudadanía, cuyo logro tanta muerte y sufrimiento precisó. Flaco reconocimiento a nuestros antepasados. [2] Pido disculpas por la simplificación de la historia del pensamiento, pero creo que era necesario para expresar la idea.
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...un escritor es «un chiflado que mira la realidad, y a veces la ve»...
La velocidad de la luz Javier Cercas Categorías
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