Publico a continuación un comentario que estaba preparando sobre el tema de Cataluña, lo hago tal y como estaba, aunque en vista de los últimos acontecimientos añado alguna consideración más:
«Como no consigo ponerme de acuerdo conmigo mismo, al final me conformo con este comentario resumido sobre el tema de la consulta catalana, intentando como siempre aportar otro punto de vista que pueda resultar novedoso o, al menos, interesante. En el debate dialéctico al que asistimos sobre el particular se enfrentan al parecer dos concepciones de la Democracia. Una se correspondería con su aspecto formal, con las leyes que la conforman, es la que maneja el gobierno central. La otra se correspondería con el aspecto material de la Democracia, con qué es la Democracia, es la que esgrime la Generalidad catalana. Pero a pesar de las argumentaciones del gobierno y su círculo mediático, ambas concepciones no están a la misma altura, al fin y al cabo las leyes no son más que la forma en que la ciudadanía construye la Democracia, los ladrillos con los que edifica aquello que quiere y (esto es lo importante) tal y como lo quiere. El Estado de Derecho es necesario para que exista Democracia, pero la Democracia no es el Estado de Derecho, las normas deben cambiar, y de hecho cambian, según las pulsiones de la sociedad a la que sirven, pues las leyes sirven a la sociedad y no al revés, otra cosa es que podamos diferir en el concepto de Democracia, o en el de soberanía, pero oponer simplemente la ley a algo tan profundamente democrático como el deseo de votar, de que la sociedad se exprese, es no solo engañoso, sino estúpido. Por eso a la larga, a pesar de posibles derrotas puntuales, si el empuje por la consulta se mantiene esta será inevitable, y cualquier demócrata verdadero así lo entiende, oponerse a ella de la manera en que se está haciendo puede hacer que sus impulsores abandonen, pero considero más probable un enquistamiento del problema. Sin embargo, los independentistas deberían darse cuenta de que la sola necesidad de recurrir a un referendo ya supone una derrota para su causa. Me explico: en una sociedad democrática (excluyo pues la represión armada), si hubiese una mayoría de ciudadanos catalanes comprometidos con la independencia, digamos un 80 % o 90 %, ¿alguien duda de la inevitabilidad de la independencia? En esas condiciones, fuera de una forma o de otra, la secesión acabaría cayendo como una fruta madura. Puntualizo: me refiero a ciudadanos verdaderamente comprometidos, no solo a independentistas de última hora, de crisis y propaganda, sino a aquellos que sienten de verdad la necesidad de la independencia y están dispuestos a movilizarse y a secundar los movimientos y protestas necesarios de forma prolongada (se me dirá que esa mayoría existe y se me pondrán como ejemplo las diferentes diadas, pero estas reivindicaciones masivas son aun muy jóvenes como para probar un compromiso completo y sostenido y, además, no suponen una mayoría como la que indico aun suponiendo que las cifras facilitadas fuesen ciertas), afortunadamente para los independentistas, la forma de abordar el problema por parte del gobierno les está ayudando mucho para conseguir esa mayoría. En cualquier caso, celebrar el referéndum no solventaría nada. Excluida la mayoría indicada en el párrafo anterior, podemos suponer que en caso de celebrarse los resultados de una hipotética consulta de independencia (que es lo que se está promoviendo realmente, por mucho que se disfrace) estarían en torno a un 60 %-40 %. Ejercitemos la imaginación: si esa relación de fuerzas se expresase a favor de la independencia, ¿qué se solucionaría? Lo único que se conseguiría sería trasladar el problema, los no independentistas con toda probabilidad constituirían un movimiento político unionista, pero no se arreglaría la tensión territorial de la sociedad catalana, solo cambiaría de signo, ¿de verdad es esta una solución? ¿Qué aportaría a la sociedad catalana salvo una cierta satisfacción de unos? Si se desea arreglar los problemas identitarios de Cataluña, este no es desde luego el camino. Por otro lado, si dicho porcentaje de votos se expresase en contra de la independencia, ¿alguien cree que los nacionalistas/independentistas recogerían sus bártulos de independentistas, reconocerían su error y se irían a casa a hacer punto de cruz? Recordemos Quebec, pensemos en Escocia. ¿Qué hacer entonces? Eso, lo dejo para otro comentario.» Aquí terminaba el comentario que tenía escrito, pero los acontecimientos avanzan más deprisa que yo, así que habrá que completarlo, aunque aun me quedan más apreciaciones que hacer, especialmente para que no me malinterprete nadie. La nueva ¿consulta? que Mas anuncia supone un intento a la desesperada de seguir vivo y en la carrera (política) frente a quien lleva tiempo superándole, al fin y al cabo siempre es mejor el original ¿no es así? Pero de celebrarse finalmente puede tener efectos interesantes. Por un lado se pierden las garantías democráticas que aunque menguadas en la anterior farsa de convocatoria, esta aun podía conservar (interventores, observadores más o menos imparciales, recuento controlado, campaña reglada…), especialmente de haberse celebrado de forma pactada como en Escocia; esto la convierte en una farsa aun mayor y sin ninguna mínima apariencia de neutralidad. Bien, eso es bueno dirán algunos, y es cierto que aniquila su capacidad persuasiva especialmente a nivel internacional, pero posee una enorme capacidad aglutinadora en el entorno independentista porque: 1) los resultados casi con toda seguridad serán abrumadores a favor de la independencia, y 2) fortalece el victimismo nacionalista porque cualquier pega/fallo/problema que se le pueda achacar a la consulta ya está contestado de antemano: que la participación es baja, la culpa es del Estado por no dejarnos votar en condiciones, es normal que así la gente se retraiga; que es alta, un ejemplo de la voluntad democrática del pueblo; que el resultado no ofrece garantías, la culpa es del Estado por no dejarnos votar en condiciones, bastante hemos hecho con lo que nos han dejado, y así para cualquier otra cuestión, incluso si finalmente el gobierno logra impedirla, será otro ejemplo de la opresión del Estado. Por si fuera poco, esto se acerca a la desobediencia que algunos postulan como método/estrategia necesaria para lograr la independencia. Y nos seguimos aproximando a esa mayoría del 80 % o 90 % de ciudadanos catalanes convencidos y comprometidos. Es decir, a corto plazo lo ocurrido es bueno para los no nacionalistas (o mejor dicho, nacionalistas españoles), pero a largo plazo puede ser incluso peor. Debo reconocer que en la vorágine de este muy corto plazo en que el vivimos mi pronóstico no es muy diferente del que debe de hacer el gobierno, y es probable que ante la imposibilidad práctica de cualquier salida que impida la constatación manifiesta de la voluntad de independencia de Cataluña (que es lo que buscaban ahora los independentistas) el fenómeno se deshinche, pero no desaparecerá, toda esa pulsión quedará soterrada y reforzándose mutuamente. Y luego llegarán las elecciones, más pronto que tarde, y si ERC obtiene mayoría suficiente para formar gobierno, ¿la situación mejorará o empeorará? Y entretanto la crisis y su malestar continúa, y este seguirá buscando una salida, una forma de expresarse, lo que en Cataluña desemboca mayoritariamente en la esperanza nacionalista o, en el hipotético caso de que esta se desinflase completamente, en las mismas opciones que en el resto de España. En cualquier caso, el PP se convertirá en una fuerza insignificante en Cataluña, algo que creo que ya tienen amortizado en sus cuentas electorales y que asumen con gusto por el rédito que esperan en el resto de España, al menos en lo que respecta a este asunto. El principal problema es que hay mucho táctico, pero ningún estratega, nadie que piense en el futuro y que trabaje, si no por acabar con las tensiones de la sociedad catalana, al menos por encauzarlas y, en todo caso, por propiciar su bienestar. La única fuerza con capacidad para ejercer de puente, para vertebrar la situación actualmente, el PSC, debe primero decidir dónde está realmente y presentar propuestas bien definidas, verdaderamente ambiciosas e imaginativas, especialmente si quieren aprovechar el tirón de Pedro Sánchez y la nueva esperanza que podría suponer (disputando el terreno de la ilusión a la independencia con una ventana de oportunidad —o ventaja— importante al ser algo nuevo pero no totalmente desconocido, no un salto al vacío como la independencia tal y como se plantea). De lo contrario, la única fuerza vertebradora que habrá será, presiento, PODEMOS, que tendrá un pie en prácticamente toda España y una influencia y visibilidad seguramente superior a la representación que obtenga en las elecciones. A partir de ahí podremos empezar a juzgar a la formación sobre hechos concretos, porque es cierto que hasta ahora, salvo algunas declaraciones que en el fondo no dejan de ser eso, este partido es una incógnita, pero tampoco mucho más que el PSOE, el PP o cualquier otro porque ¿qué proponen realmente? ¿Qué soluciones concretas impulsan? P.S.: Por cierto, magnífico, como casi siempre, el programa de Jordi Évole de ayer, en el que quedaba claro, como se le dijo al sr. Junqueras, que vive poco menos que en el país del algodón de azúcar, negándose a contemplar cualquier clase de resultado negativo de la independencia y suponiendo que los catalanes son mejores que los españoles (sigo encontrando una base xenófoba/racista en todos estos movimientos nacionalistas sean del signo que sean, qué le voy a hacer) y que solo por la independencia «van a tomar mejores decisiones» (creo que la cita es exacta), y que esta traerá el fin de todos los problemas, quizá porque confunde —esto no lo dijo nadie pero se desprende claramente de sus palabras y del vídeo electoral que mostró Évole— Cataluña con socialdemocracia, y piensa que una Cataluña que sistemáticamente ha mantenido en el poder o como fuerza más votada a un partido significativamente conservador va a comenzar a aplicar políticas progresistas que impidan los desahucios, mantengan los servicios públicos…, en cuanto sea independiente, a estas alturas resulta que los niños tienen razón y sí que hay palabras mágicas después de todo.
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La velocidad de la luz Javier Cercas Categorías
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