Sí, lo más odiado en el mundo de la nutrición. Dos palabras que han adquirido a fuerza de spot la categoría de icono, hasta el punto de que casi ya no significan nada, despojadas de cualquier verdadero sentido como si de una pátina perdida por el continuo manoseo se tratase, como todo aquello que toca la mercadotecnia. Pero sí que lo poseen, aun significan algo, algo no siempre tan malvado y dañino como nos pretenden hacer creer precisamente aquellos que las manosean, aquellos que casi las han convertido en significantes vaciados, aquellos que las sacaron del anonimato para expurgarlas de sentido por el abuso mediante el ingenioso método de hacérnoslas patentes, es decir, de dotarlas de sentido sacándolas del anonimato. ¿Y cómo las dotaron de sentido? Pues como tantas y tantas otras cosas, otros conceptos, otras ideas, oponiéndolas a aquellas que pretendían resaltar, aquellas que les resultaban beneficiosas, que les proporcionaban beneficio, en este caso una simple expresión de dos palabras: sin aditivos, todo el mundo necesita enemigos. Pero la relación entre esas dos palabras denostadas también es importante. Han llegado a formar un todo, una unidad de significado, tanto que cuesta imaginar la una sin la otra, como si añadir a los ¿alimentos? conservantes implicase también colorarlos, o viceversa. Esta unidad de sentido que se opone a su ausencia, a ese sin aditivos solitario que pretende ser simple, sencillo, natural (¿puede ser mejor la ausencia que la existencia de algo? Temo que esta pregunta no sea para este lugar), esconde en su existencia, la del slogan que han llegado a ser, tan costumbrista y anodina que ya ni reparamos en ella, un conflicto interno, porque no es lo mismo conservar que colorar. Somos nosotros los que hemos casado a la pareja y la mantenemos unida sin importarnos si realmente tiene sentido ese matrimonio, simplemente es cómodo, nos han acostumbrado, nos suena bien, siempre son mejores las transiciones que las rupturas, todo es mucho más suave si va con vaselina. Aunque siempre esté el cojonero que opina que quizá sea mejor plantearse las cosas. Y todo esto, sí, al hilo de Cataluña. Porque como escuché en una inesperada entrevista hace poco a Gabilondo, una de las poquitas personas que lleva desde el principio advirtiendo de lo que se gestaba en Cataluña frente a la ceguera obediente y general (quizá el mejor analista político de este país actualmente, y eso que no estoy de acuerdo con él en varias cosas, como debe ser), el problema, decía en esa entrevista, al final es la falta de proyecto. Proyecto de España, proyecto de país, proyecto de Europa, una especie de hastío, de hasta aquí hemos llegado que no sabe responder al siempre recurrido y ahora, ¿qué? Un agotamiento espiritual al que ya me he referido en varias ocasiones quizá tildándolo de falta de empuje de Occidente, de ausencia de visión, qué se yo, si bien en España, como somos different tenemos nuestras propias causas, añadimos nuestro poquito de flamenco y nuestro exceso de testosterona lenguaraz, y nos sale una transición, no, perdón, la Transición (qué cojonudos somos), que ya sé que no se debe criticar (delito de ofensa al sentimiento religioso, Dios me libre), y que fue la que podía ser, pero es que es ese el problema precisamente, y negarlo también. Y, siendo una enfermedad de todo Occidente, ¿escapa Cataluña? No lo creo. Pareciera que se enfrenta un proyecto “sin aditivos”, claro y natural, a dos ausencias de proyecto, una “conservadora” y una “colorante”. Veamos. El proyecto “sin aditivos” Lo que proponen los independentistas es sencillo: autodeterminación. La verdad es que dicho así, e interpretado como se ha interpretado (en un sentido espectacular, de espectáculo), tiene mucha fuerza. Los independentistas juegan en un teatrillo e interpretan su papel con la imprescindible colaboración del PP en su unidad, desde el presidente al último alcalde o concejal pueblerino y provinciano, que les dan toda contrarréplica que necesitan sabedores de que los medios proporcionarán los minutos de gloria que procedan. Futbol, toros y ¡yo soy español, español y mucho españoles! Olé (se me olvidaba). Su proyecto de independencia parece diáfano, comprensible visto lo visto, natural como solo lo prístino puede serlo, y viceversa, apela sin hacerlo a esa antigüedad de la Edad Dorada, la de prados y lagos de aguas cristalinas y fraternidad, casi al buen salvaje, pero mejor, porque de salvaje nada (olvidemos la antigüedad real de los conflictos entre vecinos, que eso, entre vecinos, no puede ser). Y es que la sola independencia solventará los problemas de Cataluña. Pues vale. También la sola elección de Rajoy iba a solventar los problemas de España, y aquí estamos. Pero el problema es que las hadas murieron cuando se recalificaron los prados, o se adaptaron al asfalto diez horas al día con dos para comer por menos de mil euros, que viene a ser lo mismo, y nos encontramos con una (mal llamada) izquierda que se dice independentista aunque apunta a esquizofrenia y que parece pensar que la emancipación traerá a Cataluña el paraíso socialdemócrata que no ha traído la crisis a toda Europa, y olvidemos las preferencias de los catalanes desde la Transición, que mira que se han empeñado en ser gobernados por señores muy honorables y muy de derechas. Como para no verlo. Y luego están los Señores, que como todos los señores añoran tiempos mejores, pero en esta ocasión de verdad, pues ya no pueden campar como quisieran y su señorío se desvanece como espejismo, así que se suben al carro (automotor, eso sí) que mejor los puede llevar lejos del castillo que se derrumba pretendiendo que el pueblo olvide pasados pecados si logran ponerse a la cabeza de lo que venga y así, marranos de alta cuna, lideran más líderes que nadie, sin mirar atrás, y lo que venga de allí, de atrás, pues es por lo de ahora, fíjate tú, si es que somos iguales, ¿es que no lo veis? Si siempre hemos sido de los vuestros, no hay 3 % que valga, ahora es hora de mirar al futuro, olvidad el reloj y contemplad el calendario. ¿Realmente no hay aditivos? No puedo evitar, escuchando al sr. Puigdemont, y antes a Mas, tener la sensación de que aun harían lo que fuera por regresar a su propio cuento, en el que ellos manejaban el castillo, suspiran por un statu quo como el de antes por lo bajini, quizá si llegase una oferta…, una buena oferta, quiero decir, pero claro, tendría que ser realmente buena, porque todo lo andado no se desanda en un día y hace falta ofrecer mucho para tapar más. Es un suspiro, no Mas. Es cierto que ellos tienen un discurso, y eso siempre es una ventaja, es cierto que además es un discurso bonito, y es verdad que tienen razón en sus argumentaciones parciales, como esa intervención de la autonomía por la puerta de atrás seguramente ilegal o al menos en fraude de ley (aquellos que tanto la declaman, perdón, reclaman), pero como en muchos otros productos de mercadotecnia esa etiqueta “sin aditivos” encierra su propia mentira. El proyecto “conservante” O debería decir el no proyecto “conservante”. Porque no lo hay. Nunca lo ha habido, pero nunca jamás. Olvidemos términos más elegantes tales como liberal, el término conservador es mucho más fiel y más real. Conservador, conservante, el que conserva, ¿el qué? Lo que sea, eso es lo de menos, lo importante es que todo siga como está. Esa ha sido y es la lucha capital de la derecha, mantener el statu quo, y únicamente una imposibilidad radical de hacerlo, la certeza de la muerte, la empuja a moverse —léase CiU, por si no quedaba claro—. Lógicamente, siempre ha habido conservadores más listos que otros, lo que tampoco es decir mucho, pues hasta que el cadáver no empieza a oler, y el cadáver son ellos, no se deciden a reaccionar, y aun entonces lo más probable es que recurran a algún tipo de violencia. Es la ideología del miedo. Así pues, el gobierno del PP carece de discurso, o frente al nuevo y rompedor “sin aditivos” sigue instalado en los conservantes de toda la (su) vida, lo que viene a ser lo mismo. Ha tenido años para elaborarse uno, pero no han podido, no pueden, no está en su naturaleza, es una incapacidad idiosincrásica, es de alguna manera lo que los define, es el efecto de la transición, que cada uno interpreta como quiere. No es su culpa, es que Dios los ha hecho así, tanto como ellos han hecho a Dios. Pero la realidad es tozuda y cuando hay que cambiar hay que cambiar, ellos no lo ven, no lo verán, siempre desconfiarán de lo que no conocen y se resistirán a cualquier cambio, como los niños pequeños chillarán, protestarán, golpearán imbuidos de la creencia de que están defendiendo algo que es sagrado solo porque es lo único que conocen, quién quiere Historia teniendo a Dios, para qué sirve la evolución si ya existe el creacionismo. Hasta que se acostumbren y entonces, sea lo que sea lo que haya sustituido a lo que había, se apoderarán de ello, dirán que ellos siempre estuvieron allí y lo defenderán con uñas y dientes frente a cualquier radical extremista sin principios que quiera cambiar su mundo. Es el ciclo de la historia, no hay más. Quién quiere circunvoluciones (cerebrales) teniendo testículos. El proyecto “colorante” Esto es más difícil, porque no tener un proyecto claro y pretender aparentar que sí supone muchas dificultades. Correr sin saber a dónde y sin que los demás lo noten no suele salir bien, para ese viaje, no hacían falta esas alforjas, que dirían los conservantes, pero por lo menos hay movimiento, que ya es, nunca mejor dicho, un paso adelante. Por lo menos no se niega la necesidad de adaptarse, de cambiar, de evolucionar aunque en esto, como en todo, hay grados. Durante años, conservantes y colorantes han caminado juntos, dándose la mano en duplo amigable, enfrentados en el acuerdo, una reñida viceversa con efectos prácticos inflamables que, al final, han acabado por estallar porque esto, amigos, no es un problema de Cataluña, es el problema de España. Los conservantes siguen conservando, que es lo que saben hacer, decíamos, mientras que los colorantes siguen colorando, pero hasta eso deben plantearse y ahí les sale a muchos una vena conservante que no sabían, no saben que poseen, como si sus fórmulas químicas se hubiesen intercambiado en el laboratorio después de tantos años de añadirlos juntos. Reconozcamos que también los conservantes tienen algo de colorantes, y viceversa, la unidad de sentido de la que antes hablábamos reaparece. Pero entonces surgen nuevos colorantes, lástima que aun sean insustanciales. Unos porque siguen siéndolo al estilo tradicional, pretendiendo teñir la realidad para que parezca otra cosa, pretendiendo que tienen un proyecto cuando no es así, cuando ni siquiera son capaces de ponerse de acuerdo entre ellos, ni siquiera de creérselo. Pero hay que aparentar, es lo que saben hacer, aun a riesgo de blanquear a la postre. Otros porque publicitan un proyecto, hasta se creen que tienen un proyecto, cuando lo único que tienen es un procedimiento, porque después de un referéndum pactado, ¿qué? Y no vale responder lo que la gente quiera, porque eso y nada es lo mismo, porque eso nos retrotrae al principio otra vez, a lo que la gente quiso, y si vamos a votar, incluso solo a opinar, hay que saber bien sobre qué. Hay que tener una idea clara de hacia dónde se quiere ir, y eso implica un constructo más o menos definido, es decir, cuyas partes, aun no hirientemente sólidas como era costumbre, estén más o menos relacionadas entre sí, no unas simples pinceladas a salto de mata que por muy coherentes que sean (si lo son) no aportan la seguridad que necesita quien se va a dejar guiar. Eso es lo que hay que aportar, y más importante, lo que hay que mostrar y demostrar, que las ideas, por muy buenas que sean, como las novelas en un cajón, no sirven de nada en una web olvidada. Lo que importa: 2-O En los mundos de Rajoy, el referéndum fracasa y el día 2 o el 3, el gobierno realiza una oferta de diálogo “seria” (por supuesto), y los catalanes asumen su error y aceptan unos millones aquí, alguna competencia allá, como siempre ha sido, y todos podemos respirar tranquilos, otra crisis superada por la retranca gallega, qué bueno soy y qué culito tengo. Pero Cataluña ya se ha perdido. Eso ya es inevitable. Y el bochorno español, los dibujos animados, las imágenes, las banderas despidiendo lamentablemente como si de la guerra se tratase o, más mejor, las cruzadas, ahora cubiertas en prime time por unos medios que son más coros absurdos que cualquier otra cosa, y Viva España. La pelea está en las imágenes, todos buscan la suya: policías represores y multitudes enfervorecidas frente a esa habitual que tanto gusta al poder, la mayoría silenciosa, la normalidad, y unos papeles arrastrados por las calles desiertas, que siempre dan ambiente, chúpate esa Puigdemont. Lo dicho, Cataluña está perdida y no lo quieren ver. Ninguno obtendrá lo que busca, aunque todos buscarán lo que obtengan y Cataluña, y España, seguirán perdidas. No, Europa está más perdida aun señores, en algún momento tendremos que empezar a inventar nosotros.
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...un escritor es «un chiflado que mira la realidad, y a veces la ve»...
La velocidad de la luz Javier Cercas Categorías
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