Vamos a empezar ya con la parte que me resulta más interesante. Podría pensarse que está dedicada a la política exterior, pero seguir pensando así en el s. XXI es absurdo, y esta pandemia lo demuestra: no podemos abstraernos de lo que sucede allende nuestras fronteras, nos es tan propio como lo de dentro, así que hay que tenerlo muy presente. Iré dividiendo esta parte en diferentes secciones por motivos de claridad expositiva, no porque sean compartimentos estancos pues todo, todo, se relaciona, influye y refuerza: es necesario siempre observar el conjunto, pero para ello hay que tener claros sus diversos aspectos. Pero antes, y como ya advertí, una pequeña actualización, o inciso quizá, un artículo interesante a mi juicio sobre la explosión del virus en España que pone de manifiesto lo que por otro lado resulta evidente: estamos pagando las consecuencias de años de recortes y privatización en sanidad y ciencia, así como en servicios sociales (la terrible situación de las residencias de ancianos está directamente relacionada con esto, no hemos de olvidar que antes de la pandemia eran habituales las noticias de residencias que mantenían en condiciones terribles a los ancianos, y nadie parecía escandalizarse por semejante goteo) y esta pandemia está mostrándonoslo. Todo lo contrario que Alemania o Corea del Sur, con importantes recursos científicos y, al menos en el caso de Alemania, sanitarios. Sin medios contra el coronavirus: cómo España intentó huir a ciegas del "tsunami" Economía Empezaremos ahora con la parte económica del asunto, ya que tanto inquieta y es la base sobre la que se conformará buena parte de lo que venga después. Poco hay que comentar sobre el parón económico. Ya todo el mundo habrá oído hablar de uves, ues y eles. No es eso en lo que quiero fijarme ahora, la producción se recuperará de una u otra forma, la intensidad del rebote (que sea digno de tal nombre o solo una recuperación más o menos lenta) vendrá determinada por la relación entre el recorte de la renta de buena parte de la población y el consumo del resto, todo ello teniendo en cuenta la forma, modo y plazos en que se vayan levantando las restricciones, que pueden seguir manteniendo limitaciones al consumo. Aquellos que no se lo puedan permitir, lógicamente no van a consumir; en aquellas personas que sí se lo puedan permitir, podría verse una tendencia al consumismo impulsada con un triple componente: por un lado, adquisiciones de productos o servicios necesarios que no se han podido comprar durante el aislamiento, tales como ropa o peluquería (que ya va haciendo falta, la verdad) y, por otro lado, adquisiciones de bienes o servicios como válvula de escape y autocompensación psicológica por la situación vivida (el componente lúdico del consumo de toda la vida). En este sentido, es probable que se produzcan incrementos de precios importantes en algunos de esos bienes y servicios cuya actividad ha estado detenida y que se encuentren de repente con una gran demanda y sin capacidad de satisfacerla completamente en poco tiempo, tanto por el incremento de la demanda en sí misma como por la reducción de la oferta debido a la merma de la capacidad productiva. Esto, no obstante, dependerá de que aquellos que puedan consumir realicen un consumo suficiente como para compensar el que dejen de hacer aquellos más perjudicados económicamente. Además, no hay que despreciar el factor miedo, cuya influencia puede ser especialmente importante para la economía en un país como España, cuya capacidad económica depende en buena medida de actividades de tipo lúdico como el turismo, restauración... ¿En qué medida nos atreveremos a volver a abarrotar bares y restaurantes? ¿Nos volveremos a sentir cómodos en cines y teatros? ¿Volverán los guiris a quemar sus cueros bajo nuestro sol? Estoy pensando a corto plazo: verano, y en el seguro supuesto de falta de vacuna, es decir, suponiendo una posible vuelta a la propagación del virus en otoño. En cualquier caso, y en función de cómo avance la situación, tampoco hay que despreciar el tercer componente: la preparación. Lo esperable para este verano serían incrementos de consumo y precios en aquellos productos que puedan, de alguna manera, prepararnos mejor para un nuevo confinamiento, por ejemplo lo relacionado con la conexión digital, tanto conexiones a internet más potentes como plataformas de entretenimiento tipo Netflix (en estos casos en concreto, más que incremento de precios, creo que vendrán ofertas con las que las compañías pretenderán acaparar mercado), más y mejores ordenadores y tabletas, o también electrodomésticos como neveras, arcones... Lógicamente, allí donde haya incrementos de consumo surgirán yacimientos de empleo, si bien temporales, que quizá ayuden a paliar un poco la situación, por el momento. Hay quien vaticina un rebote rápido en 2021, es posible por el puro ansia que nos invadirá a todos, pero hay que tener en cuenta las rémoras que arrastraremos, particularmente en el sur de Europa: principalmente desempleo (ergo caída del consumo e incremento del gasto público por prestaciones), deuda pública (reducción de la «renta disponible» del Estado, déficit) y deuda privada (menos oportunidades de inversión y financiación, debilidad de las empresas). Más adelante hablaremos de ello. Nuevas oportunidades Por otro lado, y relacionado con lo anterior, hay elementos que se van a activar o reforzar mucho en España y alrededores con esto del confinamiento. Evidentemente, el comercio electrónico crecerá después, dado que muchas de las reticencias de la gente se han visto vencidas por la simple necesidad y muchos comercios que no lo imaginaban, también se han tenido que lanzar a esta opción. No será inmediato, pues lo primero será volver a salir, pero cuando nos relajemos tras el confinamiento, las estructuras y la experiencia —así como la demanda— estarán ahí. ¿Supondrá esto el declive de los centros comerciales en España como está ocurriendo en el resto de Occidente? Sería pronto para aventurarlo, pero no descarto que sea, al menos, el comienzo de ese declive. También habrá que prestar atención, por supuesto, al desarrollo del teletrabajo, por las mismas razones. Y, aunque no viene al caso, será interesante ver cómo cambian nuestras normas sociales en cuanto a saludos, toses y estornudos... ¿Y la gente? ¿Es que nadie piensa en la gente? Lo más terrible sin duda, desde el aspecto económico, es la enorme crisis que se nos viene encima. Desvanecidas ya las esperanzas de un reboto rápido y vigoroso a finales de 2020 (el FMI ya ha anunciado que no prevé una recuperación «parcial» hasta 2021), el desempleo que se está generando viene a mostrar una vez más las carencias de nuestro sistema económico y que la supuesta recuperación no fue en realidad tal, pues carecía de toda fortaleza, sino un salir de la crisis por el camino de la profundización de los peores vicios del neoliberalismo, con una precariedad en la calidad del empleo que jamás podrá sustentar a una economía fuerte, consolidada y avanzada. Las cifras de desempleo son espeluznantes —y eso sin contar los ERTE y los parados que acabarán saliendo de ellos—, y muestran la terrible temporalidad y la solución habitual del empresariado español para afrontar crisis o simples imprevistos —y cómo la temporalidad se funda precisamente en esa opción, un círculo que a la economía española le urge romper desde hace tiempo—. Mientras no se ataje esta situación y haya un verdadero cambio de mentalidad hacia un modelo más social y más fundado en el largo plazo y orientado hacia la solidez, y no tanto hacia el beneficio a corto plazo, España no desarrollará todo su potencial y seguirá siendo terriblemente vulnerable económicamente. Mientras los empresarios españoles en particular, y la sociedad en general, no aprendan a distinguir entre inversión (I+D, capital humano...) y simple gasto, no avanzaremos nada. Entretanto, todos aquellos que rondan el límite de la pobreza, o aquellos que sin rondarlo formalmente carecen de capacidad de ahorro, seguirán expuestos a la penuria ante el más mínimo vaivén de la economía, no digamos ya ante una crisis tan terrible como esta. El quid de la cuestión Lo anterior podría no tener demasiada importancia[1] si la recuperación fuese vigorosa y sostenida, sin embargo se están alineando todos los astros para que no sea así, y aquí llegamos a lo más preocupante: el mecanismo general de ayuda que se está poniendo en marcha —con la mejor de las intenciones, debo aclarar—, la deuda. Vayamos un momento a eso llamado economía real. Resulta que, para aguantar el chaparrón, la única opción que la mayoría de las empresas (y autónomos, incluso personas físicas tales como inquilinos) tendrán, será endeudarse. Con las facilidades, avales… que se quiera, pero se endeudarán. Es decir, que cuando esto acabe, tendremos multitud de empresas (especialmente PYMES) que siendo solventes han tenido que asumir por fuerza un pasivo, una deuda caída del cielo no debida a factores económicos o de gestión, que tendrán que devolver. Toda deuda tiene un interés. Y aun suponiendo que los préstamos fuesen sin interés, esas empresas seguirán teniendo comprometidos una parte de sus ingresos futuros por el principal, lo que les restará viabilidad y oportunidades de inversión; repito, aun cuando los préstamos se den en las más ventajosas de las ventajosas condiciones, incluso sin interés y con cómodos plazos, la deuda existirá. Esto supone, por un lado, que hay quien va a ganar mucho dinero con todo esto, o al menos así lo espera y, por otro, que se incrementan los riesgos de concentración empresarial, oligopolios y monopolios, pues solo los grandes sobrevivirán con suficiente holgura, y tendrán a tiro a unos competidores debilitados. El resultado será un incremento del famoso 1 % (de hecho, las compras en bolsa por parte de determinados inversores, al menos en España, parecen haber aumentado exponencialmente en los días de mayores caídas; y no creo que en el resto del mundo haya sido distinto). Como consecuencia habrá mayor desigualdad y empobrecimiento, lo que supone un peligro para la democracia y el bienestar de cualquier sociedad y es, a medio y largo plazo, enormemente ineficiente y, por tanto, económicamente negativo —por mucho que algunos no lo quieran ver— además de potencialmente desestabilizador desde el punto de vista social (traer a colación a Piketty llegados a este punto no resulta original, pero hay cosas más importantes que la originalidad). Lo peor de todo, es que no parecen existir alternativas a esto. En un sistema capitalista, ¿cómo generar los recursos, la liquidez, necesarios para afrontar los pagos y seguir vivo? Podría pensarse en préstamos a fondo perdido, ayudas, subvenciones..., es decir, recursos que no deban ser devueltos, pero aun así quien los facilite, deberá obtenerlos de algún lado. Lógicamente, todos estamos pensando en el Estado (ese ser malvado que solo quiere destruir la economía y limitar la maravillosa libre competencia), del que algunos solo se acuerdan según les conviene egoístamente, pero resulta que a unos estados ya debilitados —recordemos en especial la brecha que tiene España con respecto a la media de la UE en cuanto financiación, de alrededor de 10 puntos, si no recuerdo mal[2]— se les pide un esfuerzo ímprobo justo en el momento en que esta crisis, tal y como sucedió en la pasada, recorta salvajemente sus ingresos. Y ahora viene lo mejor: se dice, se comenta, que algunos no han aprendido de la crisis de 2008, que solo en el sur lo hemos hecho y que solo nosotros entendemos lo importante que es una respuesta europea, común, solidaria, que no castigue a los más desfavorecidos y que no repita los errores de entonces. Eso se dice. Se alude así veladamente a lo que está sucediendo con la posición de los países del norte, entre los que destaca, una vez más, Holanda. Pues bien, nada más lejos de la realidad, lo cierto es que ellos también han aprendido o, más bien, ya vienen aprendidos desde antes de 2008 y somos nosotros los que no hemos aprendido nada, no hemos aprendido a interpretarlos, a leerlos, seguimos sin querer aceptar de qué va esto. Una pista: parece que Mario Dragui ya ha dicho recientemente en el FT — nada menos— que la deuda pública va a aumentar mucho, y que eso hará necesario plantearse seriamente las quitas. Ahora resultará más comprensible. Eso es precisamente lo que pretenden evitar los países del norte; por ello insisten en ser comedidos con las medidas económicas, por eso insisten en que sean condicionadas a reformas (el sinónimo neoliberal de los recortes) y por eso rechazan tan tajantemente los eurobonos, se les dé el nombre que se les dé: su intención es asegurarse de que podrán cobrar, de que no tendrán problemas después. Quieren asegurar sus ganancias, no les importa todo el dinero que ya ganaron y ganarán con la deuda del sur y a costa del sur, dicho de otra forma, quieren asegurarse de seguir estando en lo alto de la cadena trófica de la deuda/economía. Esto es comprensible, como ya dije en otras ocasiones, les podría explotar la bomba interna si los ahorradores norteños (nada que ver con los Stark) empiezan a ver que sus fondos (que invirtieron en deuda) tienen quitas o recortes o simplemente caen. Y no importa si ellos se benefician a su vez de los mercados del sur para vender sus productos, si las rebajas fiscales holandesas a grandes empresas son parasitarias y atentan contra la sacrosanta libre competencia que (los otros) tienen que respetar, o si sus superávits exportadores son debidos a los déficits de otras economías. Nada de eso importa. No a ellos al menos. Solo les importa su gente y sus elecciones. ¿Mezquindad? Yendo yo caliente… Ahora se podrá hablar de solidaridad, que está bien, incluso de racismo, de lo que algo hay, me temo, y del desprecio de los ricos hacia los pobres como condición humana potenciada por el neoliberalismo protestante y calvinista[3], pero todo eso no servirá de nada. Es la misma trampa en la que cayó Grecia. Llegados a este punto, alguien hablará del reciente acuerdo de ayuda. Pero veamos, dicho acuerdo, que ha costado una barbaridad, supone únicamente una ayuda para este momento, no para lo que vendrá después, que es el nudo gordiano del asunto. La principal partida (240.000 millones de euros) procede del MEDE, en este extracto queda perfectamente clara la clave (los subrayados son míos): «Finalmente los Veintisiete están de acuerdo en que las exigencias no pueden ser las mismas que las impuestas en los rescates financieros de la anterior crisis, con programas de austeridad, reformas estructurales o privatizaciones y apuestan por que, a corto plazo, las condiciones se centren en asegurar que los fondos se usan solo para la respuesta al coronavirus y a largo plazo en que los países tengan que cumplir las normas fiscales de la UE para asegurar que sus finanzas vuelven a ser sostenibles»[4]. Por eso España e Italia han dicho que no lo van a tocar, pero todo dependerá de la necesidad, en cualquier caso, los hombres de negro planean. En cuanto al resto (SURE y BEI), generarán deuda, europea en el caso del SURE y probablemente nacional en el caso del BEI[5], pero lo más importante es la indefinición de los acuerdos, que supondrá batallas posteriores. ¿Y qué se podría hacer? Despertar a la realidad. Entender que la Unión Europea no es, por desgracia, una casa común con intereses comunes, que está lejos de ser lo que debía ser porque algunos han secuestrado esa posibilidad, y actuar en consecuencia. La UE está en peligro de muerte, cierto, urge una alianza entre los países del sur que haga frente a los hanseáticos allí donde puedan obtener beneficios de la UE, hacen falta campañas que lleven el sufrimiento del sur a los ciudadanos del norte para que sus políticos vean peligrar sus elecciones, hace falta construir la idea de Europa, y si Europa no quiere hacerlo, tendrán que hacerlo los países del sur, tomando incluso, si es necesario, sus propias medidas coordinadas. En otras palabras, hay que jugar un poco sucio, señoras y señores, tanto al menos como están jugando con nosotros. Y todo ello con una sonrisa. No se piense, a pesar de la expresión de jugar sucio y del tono, que hablo por y con vehemencia, en absoluto, simplemente he creído que era la mejor manera de exponerlo para transmitir la idea; en la historia de las Relaciones Internacionales, los estados siempre han utilizado medios más o menos amigables para conseguir sus propósitos. Ante la situación actual, se requieren medidas enérgicas y soterradas, pues a España no le queda otra opción, como a Italia. Claro que esto tiene riesgos y es difícil, pero como digo ya es hora de despertar, no hay más opciones, habrá que tirar de ingenio y habilidad. Dicho de otra manera: para salvar el Idealismo, habrá que aplicar un poco de Realpolitik adaptada al s. XXI: la esperanza está en las opiniones públicas, y ahí hay que dirigirse, hay que lograr que conozcan y compartan nuestro sufrimiento, la prensa y las redes sociales son claves para ello. Por otro lado, a las elites de esos países, y no solo políticas, hay que hacerles entender de una vez por todas que en un mundo globalizado, y dentro de la UE, la depresión económica del sur también les perjudica económicamente a ellos, aunque esa es una lucha más ardua. No obstante, parece que ya empiezan a llegar músicas distintas del norte, la magnitud de la crisis y su extensión solo tiene un camino, podría parecer que únicamente es cuestión de tiempo, pero no debemos subestimar la ética protestante del norte en la opinión pública de esos países; solo esperemos que la incapacidad de algunos para ver la realidad no retrase el transitar de ese camino hasta que sea demasiado tarde. Tampoco quiero que se piense que soy un sureño desagradecido, es innegable que España y el resto de los países del sur también se han beneficiado de la UE, especialmente de sus fondos (Cohesión, Estructurales...), pero si hacemos un balance desapasionado, los países ricos han obtenido más de lo que han dado (siempre suele ser así, aunque a los ricos no les guste verlo, quizá porque no les gusta reconocer todos los amplios beneficios, no solo económicos, o porque algunos de estos últimos son difícilmente cuantificables, monetariamente hablando), aunque la cuestión verdaderamente importante, el problema, no es el balance, sino el riesgo de perderlo todo por no querer avanzar. Ya deberíamos saber que no vivimos en la Edad Media, en el mundo actual, quedarse parado es retroceder, hoy en día ser conservador es abogar por la muerte. Por otro lado, hay que reconocer que sus argumentos tienen cierta parte de razón, incluso las acusaciones holandesas: si España ha estado creciendo estos últimos años ¿por qué no cuenta con un colchón fiscal suficiente, por qué no ha mejorado más su déficit, al menos? Son preguntas razonables, y la sociedad española haría bien en preguntarse dónde ha ido a parar toda esa riqueza generada, pero hay que tener en cuenta dos elementos importantes. En primer lugar, la situación desastrosa de la que partíamos y, en segundo lugar, y especialmente, que las políticas que han regido tanto durante como después de la crisis son las mismas que llevaron a ella y que bendijeron desde el norte, unas políticas que han fomentado la precariedad, que contribuyeron a hundir la economía y la sociedad con sus recortes y que después han impedido un resurgir real, más allá de la consabida privatización de los beneficios, beneficios obtenidos a costa del sufrimiento de millones de personas mediante la no menos consabida socialización de las pérdidas. Como último apunte de esta parte, diría que una forma de acabar con la deuda, tradicional además, es la inflación, pero eso requeriría tasas de inflación muy altas, que son negativas por otra serie de consecuencias e improbables mientras perdure el rígido y cegato mandato del BCE alrededor del 2 %; aunque no es descabellado especular sobre un próximo relajamiento de ese mandato en sus formas de aplicación y quizá en el mismo límite (¿un 3 % quizá? ¿Al menos en según qué situaciones?). Ya veremos, podría ser una ayuda adicional cuando llegue el momento, pero por ahora esto mismo impide darle a la máquina de hacer dinero, que sería la única forma de financiar a los estados sin endeudarse (asumiendo la inflación, claro). ¿Cambios en la UE? El otro gran motivo para oponerse a todas estas medidas por parte del norte es, por supuesto, el valor que tienen en sí mismas, y es que el camino hacia ellas es inexorable por mucho que los halcones traten de torpedearlo —de hecho, las posibilidades de éxito del norte pasan por proporcionar un mal final a la UE, bien porque consigan retrasarlas hasta que sea tarde cuando lleguen, o porque logren evitarlas, lo que acabaría por romper la UE—. En cualquier caso, desde su punto de vista el valor simbólico de estas medidas es innegable, el miedo a que una vez abierto el grifo no se pueda cerrar debe de resultarles muy real, especialmente por la evidente posibilidad de su éxito, lo que les dejaría sin fuerza para oponerse a su continuidad y ampliación, y que podría resultar en intentos más o menos velados de torpedear su desarrollo e interferir en su funcionamiento a fin de hacerlas fracasar, algo a lo que habría que estar muy atento en su caso. Las críticas feroces, en cualquier caso, están aseguradas, y no me refiero solo las provenientes de ámbitos políticos, sino también, y muy especialmente, a las que provengan desde el sector financiero y empresarial; al fin y al cabo, ya se han suspendido las normas de estabilidad. ¿Cuáles serán sus efectos a largo plazo? ¿Se podrán volver a instaurar después? ¿En qué grado? Es en este contexto también en el que nació la proposición holandesa de un «regalo»[6] a Italia y España: cualquier cosa antes que permitir que se abra la veda. Y es que a medida que queda más patente lo «repugnante» de sus posiciones, estos países deben buscar la forma de mantenerlas con el maquillaje suficiente, el famoso cambiar algo para que nada cambie en realidad. Es en este sentido en el que habría que entender también el reciente acuerdo: dar un poco, pero seguir sin conceder lo esencial (eurobonos). En cualquier caso, una vez más se hace evidente que la UE tiene que replantearse ese egoísmo nacionalista (no muy diferente del que se ve en España, algo propio de la naturaleza humana, lo que no es una excusa) que ataca directamente los fundamentos de la UE y a la UE misma de una manera radical, poniéndola gravemente en peligro: la UE —como cualquier creación humana— existirá mientras sea útil, y ciertos comportamientos hacen que la percepción de utilidad disminuya radicalmente. Sr. Marshall En este sentido, la idea lanzada por Pedro Sánchez de un plan Marshall para la UE no puede ser más acertada, es lo que necesita Europa desde hace tiempo para sacarla de su marasmo y lograr liberar toda su potencialidad; sin embargo, existe un peligro importante que ya conocemos en España, además, de primera mano: también el famoso plan E de Zapatero era una buena idea, pero se ejecutó mal, centrado solo en rescatar a un sector a cualquier precio y sin visión de futuro. La presión por la urgencia no debe hacer olvidar los retos a largo plazo que afrontamos; de llevarse a cabo, es imperativo que ese plan Marshall se unifique con el proyecto de new green deal que también pululaba entre las propuestas, a priori irrealizables, que quizá ahora tengan más posibilidades. No se debe simplemente invertir para relanzar el PIB, sino valorar ese PIB, pues no todas las actividades y sectores son igualmente importantes a futuro ni tienen el mismo potencial. Habría que valorar muy bien las inversiones en infraestructuras para asegurarse de que sean necesarias y constituyan realmente una inversión y no se conviertan en un gasto a largo plazo, para que permitan un desarrollo posterior, debe haber un plan previo. Se debería aprovechar para avanzar radicalmente en la descarbonización de la economía, i+D y digitalización... En resumen, todos los sectores que aportan futuro, pero no únicamente sectores económicos, este impulso económico, de producirse, debería aprovecharse para instalar las tecnologías, mecanismos y reformas que nos permitan avanzar en otros aspectos tan importantes al menos como esos, como por ejemplo la conciliación y la atención a los dependientes, aspectos que no suelen considerarse desde el punto industrial pero que son esenciales para la productividad, es decir, para la solidez y el futuro del sistema económico y eso llamado bienestar y desarrollo humano (qué cosas más raras escribo, ¿verdad?). Todo ello unificado a nivel europeo (soy un soñador, qué le voy a hacer). Me extiendo tanto en este punto porque cuando llegue el momento, si llega, vamos a tener en España gritando a sectores importantes desde el punto de vista económico, qué duda cabe, como el turismo y la construcción, pero desviar recursos simplemente a apuntalarlos resultaría a la larga perjudicial para la economía. Es fundamental aprovechar las oportunidades que las crisis abren, y cambiar el modelo productivo español es una necesidad imperiosa: urge reducir el peso económico de los sectores con menor valor añadido, esta puede ser una oportunidad de oro para ello. No digo que no haya que apoyar a esos sectores, son necesarios para sostener el empleo y la economía a corto y medio plazo, y tienen un papel a largo plazo en la diversificación y en la creación de beneficios, así como en absorber una parte de mano de obra no cualificada que siempre quedará (especialmente la hostelería); pero no deben ser la prioridad, al menos no en tanto no asuman los principios generales: por ejemplo se puede avanzar mucho en edificación sostenible a través de I+D. Lo mismo ocurre con la automoción: ayudas sí, pero única y exclusivamente para modelos cero emisiones, ya sean eléctricos 100 % o de hidrógeno. Ese debe de ser el objetivo y el principio que inspire esas políticas y solo así todos nos beneficiaríamos verdaderamente, incluso a nivel europeo. Lamentablemente, en Europa no parecen muy dispuestos. Pero ¿y si...? Planteemos un supuesto. ¿Qué ocurriría si la crisis estalla de repente en el norte de Europa con una virulencia semejante a la del sur? Si estos países, considerados en su totalidad, es decir, sector público y privado, se ven obligados a usar su superávit para estimular su propia economía, ¿de dónde saldrá el dinero para el sur? ¿Y de dónde saldrán los beneficios del norte? Es improbable que la enorme y tremendamente infrautilizada capacidad de financiación e inversión de Alemania llegue a agotarse hasta el punto de situarla con deudas públicas y privadas semejantes a las españolas o francesas (no hablo si quiera de las italianas), pero no está mal, al menos, mencionarlo, imaginarlo y suponer qué ocurriría entonces en Europa, especialmente porque ese plan Marshall debe de financiarse, y ahora mismo el principal pozo de recursos para ello es el superávit del norte, especialmente alemán. Si esta vía se cierra, habría que buscar otras fuentes, lo que obliga a mirar a China, con las implicaciones geopolíticas que ello tendría. [1] Al menos desde el punto de vista macroeconómico, la verdadera importancia de estas cuestiones, la humana, es mucho más difícil de evaluar, por no decir imposible, ¿tiene importancia una familia desahuciada si solo es una? No para la economía, pero desde el punto de vista de la existencia de esa familia, de su vida, lo es todo. No lo olvidemos cuando hablamos de estas cuestiones, aunque haya que generalizar y extrapolar. [2] Cuando aparece la palabra Estado, se suele olvidar con demasiada rapidez que este incluye a todas las estructuras de la arquitectura constitucional de un país, como muestra, una vez más, la Comunidad de Madrid, con los impuestos más bajos, en especial para los más ricos, pero que pide donaciones a todo el mundo para sufragar la crisis. [3] Una vez más me veo en la obligación de traer a colación la ética protestante, señor Weber. [4] https://www.newtral.es/medidas-eurogrupo-crisis-coronavirus/20200409/ [5]« The pan-European guarantee fund would serve as a protective shield for European firms facing liquidity shortages. It could be set up with contributions provided by the Member States and be open to participation by other EU institutions». https://www.eib.org/en/press/all/2020-094-eib-group-moves-to-scale-up-economic-response-to-covid-19-crisis.htm [6] Mejor no comentar lo profundamente humillante de esa proposición, la caridad del rico hacia el pobre, que encierra la voluntad y el deseo de seguir estando por encima, de que el pobre jamás pueda valerse por sus propios medios, al menos en igualdad de condiciones con los ricos.
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