Al turrón
Después de algunos retrasos, vamos a empezar ahora con la parte que personalmente me resulta más interesante y que en realidad motivó todo este lío: el tema del enfrentamiento China-EE.UU. por la hegemonía mundial y los cambios que la pandemia pueda traer en el gran tablero mundial. Ahora que lo veo escrito, me parece un objetivo enorme y demasiado pretencioso, pero como esto es solo una opinión más en internet, me atreveré. Recapitulemos Prácticamente desde el principio del asunto se ha venido discutiendo sobre el tema, primero por la afectación a China, pero casi inmediatamente después ya se empezó a hablar de cómo afectaría al equilibrio de poder mundial y se empezaron a publicar artículos hablando de la superación de EE.UU. como primera potencia mundial por China, para pasar al momento a advertir sobre lo precipitado de dar a EE.UU. por amortizado en el puesto. Hablo de la impresión general que me han ido produciendo los artículos que he ido leyendo, claro, no es ningún estudio bibliográfico. En una entrevista reciente que parece ya de hace casi un siglo, el jefe de internacional del Financial Times respondía a la pregunta sobre un cambio global de liderazgo indicando que lo que realmente cambió el mundo fueron las guerras mundiales, y que esta crisis tendrá la misma capacidad en función del número de muertos y del incremento de deuda que genere; algo que no por obvio resulta menos cierto. Añadamos otro ingrediente en la coctelera: como creo que ya he escrito alguna vez en el blog, tradicionalmente la entrada de una nueva potencia en el concierto internacional de las mismas se producía cuando la nueva potencia emergente derrotaba militarmente a una potencia en decadencia, afirmando así su status. No es que este sea el caso, pero viene bien indicarlo como ejemplo de cómo han cambiado las cosas. China ha ido colocándose entre las potencias sin haber derrotado directamente a ninguna, sino escalando económicamente. Su tamaño —tanto territorial como demográfico— y su capacidad nuclear la impulsaron entre las potencias en el s. XX, pero su capacidad de influencia y su poder no estaban a la altura del asiento que obtuvo entre los cinco permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, al menos en lo que se refiere al plano internacional. En cualquier caso, su ascenso al poder real es un ejemplo de que el camino chino no es el tradicional occidental, y es una lección muy importante que en occidente es necesario aprender cuanto antes, pues existe tendencia a pensar que el camino de los países occidentales, su historia y su ejemplo son los únicos válidos, y eso es tan falso como absurdo. Posiciones de salida: China Antes de hablar de a dónde nos puede llevar la pandemia mundial, hablemos del lugar del que partimos. En los últimos años, China se ha convertido en la segunda potencia económica del mundo, llegando a ser la primera en algunos aspectos (es el mayor exportador del mundo), lo que la hace colocarse en el centro de las redes comerciales mundiales. Este ascenso económico y la transformación que trae aparejada, se han producido manteniendo un perfil internacional relativamente bajo, al menos en lo que a su exposición mediática se refiere, pero con una gran actividad entre bambalinas. Justa antes de la epidemia, la One belt, one route Iniciative, la nueva Ruta de la Seda, era el gran proyecto chino y la mayor muestra de su voluntad de hacerse valer internacionalmente, no en vano, aunque formalmente económico, el proyecto posee la capacidad de reestructurar buena parte del comercio mundial y, con él, la geopolítica, convirtiendo a China, realmente, en la nación del centro. Más allá de sus acciones poco amistosas en el sureste asiático, de sus reclamaciones territoriales en la zona y del impulso a la inversión militar, la mera concepción de un plan tan enorme, junto a la evidencia de que China posee la voluntad y los recursos para llevarlo a cabo prueban hasta qué punto China es consciente de su poder actual y de cómo ejercerlo de la mejor manera posible para alcanzar sus objetivos a largo plazo. Los chinos tienen un plan, voluntad y recursos. Eso es lo que debería preocupar en occidente. Pero la Nueva Ruta de la Seda merecería un comentario aparte, baste por el momento indicar que China ha comenzado a ejecutar las obras necesarias, lo que ha movilizado una cantidad enorme de inversiones en multitud de países asiáticos y africanos, dicho de otro modo, China está invirtiendo mucho dinero en infraestructuras y concediendo préstamos a países que quizá no reciben la misma atención por parte de occidente. A pesar de que no es oro todo lo que reluce en la inversión china, las relaciones, vínculos y redes que estaría tejiendo el gigante asiático preocupan en Occidente, que no encuentra una manera efectiva de oponerse. China no podría haber llegado a ser el primer exportador mundial sin convertirse en la gran fábrica del mundo, como dolorosamente hemos comprobado en esta pandemia. Esto es a la vez una fortaleza y una debilidad. Ser la gran fábrica la convierte en imprescindible a día de hoy, pero todo lo que viene se va y, como ya comentamos anteriormente, eso le puede suceder a China al menos con algunos productos a raíz de la pandemia. Otra debilidad de esa posición es la habitual de todas las economías basadas en la exportación: son dependientes de la salud de sus compradores, necesitan mercados estables y capaces a los que vender sus productos, si estos enferman, los exportadores que les suministran van detrás, salvo que puedan diversificar sus mercados a tiempo. Pero si la enfermedad es global, no hay dónde diversificar. En 2018, EE.UU. ocupaba un lugar preminente en las exportaciones chinas (casi el 20 %), la crisis de este mercado es por tanto indeseable para China (de ahí los acuerdos comerciales con Trump en su guerra comercial) y la diversificación, esencial (lo que muestra la importancia de la Nueva Ruta de la Seda). Existe un último elemento económico a destacar. En los últimos años, China ha dejado de ser una mera factoría y está comenzando a innovar. Y lo hace a una velocidad inaudita. Esa es la clave para que se convierta en la primera potencia mundial y tanto los chinos como los americanos lo saben. Por eso están tan asustados en EE.UU. Esta es la razón que envuelve la disputa por el 5G, no es que la tecnología vaya a ser tan disruptiva, es que sería la primera vez que una infraestructura mundial de primer nivel tecnológico no sería americana (o al menos occidental). Si al final se impone el más adelantado sistema chino, todo el mundo se volvería hacia China para dotarse de ella, y se abriría una veda esencial, por no hablar de otra multitud de sistemas relacionados que las cuestiones de compatibilidad seguramente aconsejarían adquirir también a China. Para impedirlo, Trump quema cartuchos estúpidamente: la prohibición que dictó a Google sobre sus sistemas operativos con respecto a Hauwei solo ha servido para que esta empresa —y el resto del sector tecnológico chino— acelere los planes que seguramente ya tenían para dotarse de sus propios sistemas operativos, abriendo la puerta y adelantando la innovación china en software, software complejo y de base, algo en lo que EE.UU. es, por el momento, líder; es decir, Trump les mostró claramente a los chinos el camino a seguir y neutralizó él mismo un arma que podría haber necesitado más adelante en algún escenario más complejo e importante. En cuanto al sistema político, no hay mucho que decir: es de sobra conocido y, por lo que respecta a la pandemia, ya comentamos lo necesario al respecto. Posiciones de salida: Estados Unidos La gran potencia mundial. Superpotencia. Y, sin embargo, cuando contemplo a EE.UU. no puedo evitar acordarme del Imperio Romano y su decadencia. Lo curioso es que esta decadencia proviene del éxito, del éxito del sistema liberal, que ha permitido un desarrollo económico general que ahora amenaza la supremacía del principal defensor de ese sistema, que, para defenderse, comienza a renegar de él por la vía de los hechos (con el proteccionismo), pero sin salirse de su filosofía (recurriendo a la ley del más fuerte). Sin embargo, no podrá evitar la decadencia, especialmente con las medidas que está tomando Trump. Me explicaré. A Obama le faltaron agallas en determinadas circunstancias, especialmente Siria, pero en general leyó mejor la situación y, aunque las circunstancias no le permitieron ejecutar su giro hacia el Pacífico, su política de aceptación de la verdadera capacidad de EE.UU. actualmente y de creación de redes de apoyo internacionales para contener a China era más correcta y realista. En su lugar, Trump opta por el unilateralismo y el enfrentamiento, tratando de aprovechar la todavía supremacía americana en enfrentamientos uno a uno en los que sabe que vencerá, pero destruyendo el futuro de esa supremacía por la vía de aniquilar el prestigio y crear resentimiento. Trump concibe el futuro como en los años 50 o 60 del s. XX, con una América liderando un grupo de países sin discusión alguna, de ahí sus ataques a la U.E., que no desea que esté tan unida que pueda tener ideas propias y muchos menos llevarlas a cabo. Sin embargo, sus sanciones a Irán y Rusia, por ejemplo, producen que estos países busquen alternativas, y estas solo pueden llegar de China, así que Trump está facilitando a China su labor de recolectar aliados[1] y está empujando a muchos países, algunos clave, en brazos de los chinos, que no tienen escrúpulos en comprar sus materias primas y hacer tratos comerciales con ellos sin poner pegas por cuestiones de política internacional o derechos humanos, que consideran asuntos internos en los que no deben inmiscuirse (por el momento). Tradicionalmente, frente a cualquier poder surge un contrapoder, una némesis, algo inevitable si tenemos en cuenta que el poder, para ser tal, ha de ejercerse tarde o temprano, lo que inevitablemente crea damnificados. Con el poder de Occidente también ocurre, ahí tenemos el terrorismo yihadista, sin ir más lejos. Otra cosa es que los enemigos del poder sean lo suficientemente fuertes como para desafiarlo abiertamente; sin embargo, no cabe duda de que lo harán en cuanto tengan la oportunidad[2]. Creo que, desde hace tiempo, algunos poderes enfrentados a Occidente en general, y a EE.UU. en particular, han comenzado a aglutinarse en torno a determinados polos, paladines que con mayor o menor éxito han desafiado al poder establecido o que muestran la voluntad decidida de hacerlo: Rusia, Irán, China… La táctica de Trump de enfrentarse a todos a la vez y por separado encierra una debilidad intrínseca[3] que puede propiciar que estos poderes busquen compromisos que pueden ser más o menos puntuales, pero por algo se empieza. Hace ya tiempo escribí en el blog que China y Rusia, aunque rivalizasen a largo plazo, buscarían formas de colaboración a corto y medio frente al poder americano, al fin y al cabo, Rusia tiene las materias primas que China necesita y está en la ruta por la que hacer circular las mercancías chinas hacia Europa con seguridad, evitando zonas de Oriente Medio que podrían resultar inestables; además, seguro que los rusos prefieren comprar según qué productos electrónicos a los chinos antes que a los americanos. El elemento clave es que las políticas de Trump pueden acelerar esa colaboración haciendo, además, que esas mismas políticas tengan una eficacia limitada y contribuyendo a reforzar la posición de China como nodo del comercio mundial, al desplazar las relaciones comerciales preferentes de estos países cada vez más desde el oeste hacia el este. Así, estaríamos, ya desde antes de la pandemia, en una aceleración del proceso de repolarización mundial. Una nueva polarización que, a priori, parecería más multipolar, es decir, menos cohesionada internamente en cada uno de los polos, que albergarían diferentes poderes más fuertes, o con mayor voluntad, que durante la Guerra Fría, lo que abre un escenario internacional inédito y fluido, en el que no serían extraños los acuerdos puntuales entre poderes de polos distintos, convirtiendo la escena internacional en algo así como una multipolarización fluida. Sería algo parecido a la división en civilizaciones que teorizó Huntington en El choque de civilizaciones, mediatizada por la existencia de los estados-nación en cada una de ellas, con sus intereses propios no siempre totalmente coincidentes con los de su grupo civilizacional, y con una cierta tendencia a la colaboración entre civilizaciones frente a la hegemónica, que por ahora sería la occidental, con EE.UU. aún como indiscutible referente. Pandemia china Veamos ahora qué ha pasado a raíz de la pandemia tanto en EE.UU. como en China. En lo que al país asiático respecta, creo que se pueden distinguir tres fases. La primera sería la fase de ocultación o, al menos, de oscuridad, que abarcaría desde el primer caso hasta el momento en que China comienza a colaborar plenamente con la OMS y a ser más transparente. También sería la fase de culpabilidad, porque es en la que se localizan los peores errores chinos y su punto débil en lo que a este asunto respecta. La segunda fase sería la de conciencia, que implicaría el reconocimiento privado y público del problema y la adopción de las medidas tajantes que todos conocemos. La tercera, se correspondería con la de control de daños y, tal y como siempre se dice de la palabra crisis en chino, el intento por su parte de convertirla en oportunidad mediante el envío de ayuda material y humana, principalmente, y la propaganda acerca de su buena gestión y las lecciones aprendidas que el resto del mundo debería aplicar. Es importante puntualizar que las fases no son excluyentes ni sucesivas, lo mismo hasta ni son fases, sino enfoques. Es decir, suponemos que China está siendo ahora transparente, pero no está claro y hay sospechas al respecto, por lo que al menos en ciertos aspectos, aun podríamos continuar en la primera fase. Además, parece claro que los chinos han tomado plena conciencia del problema, pero no está claro hasta qué punto esa conciencia pública no forma parte de un control de daños de imagen internacional o incluso si la radicalidad de sus medidas no es también una manera de lavar su imagen y desviar el foco de atención de su nefasta gestión inicial que, indudablemente, ha puesto al resto del mundo en peligro. En cuanto a la tercera fase, no se puede estar seguro, como siempre, de qué parte de las acciones chinas corresponden a motivaciones humanitarias y qué parte a mero interés, tanto propagandístico como estratégico, si es que hay alguna diferencia entre ambos términos. Creo que las tres fases, o aspectos, o enfoques, resumen bastante bien todo lo bueno y lo malo de la posición china y, también, un aspecto fundamental de la visión occidental: la desconfianza hacia todo lo que provenga de China, un sesgo que, cuando hablamos de dicho país, no deberíamos olvidar, al menos si pretendemos ser justos. En cualquier caso, creo que China está jugando actualmente sus cartas bastante bien. Saben que necesitan de mercados para sus productos y de mejor imagen en Occidente, además, la gestión americana les está sirviendo en bandeja una victoria propagandística de primer orden. Una victoria que seguramente no será tan acusada en Occidente, primero por el sesgo que antes he expuesto, pero también porque la contraofensiva propagandística americana tendrá aquí más eco —en parte también por la mencionada desconfianza—; sin embargo, deberíamos aprender de una vez que Occidente no es el mundo y, de hecho, cada vez es menos importante en él. Volviendo al asunto de la desconfianza, es cuando menos irónico que los argumentos contra la ayuda china que he expuesto más arriba —independientemente de que sean más o menos ciertos—, provengan en muchas ocasiones de reconocidos adalides del neoliberalismo, al fin y al cabo, de ser ciertas las sospechas, los chinos no estarían sino llevando a la práctica el gran axioma del liberalismo: que de la libre persecución por cada cual de su propio interés, deviene el bien común. ¿Acaso Italia o España no se han beneficiado de la ayuda china? Por lo demás, las afirmaciones acerca del sorpasso de China a EE.UU., al menos económicamente hablando, o fueron precipitadas o los que las hicieron saben cosas… Principalmente porque de la pandemia, sin más, no creo que pueda producirse algo así. La pandemia no va a traer por sí misma un cambio en la estructura productiva de ambas economías, pero de hacerlo, los riesgos están en el lado chino que, como ya dijimos en los anteriores comentarios, puede sufrir la pérdida del control de ciertas cadenas de suministros que el resto de países consideren a partir de ahora estratégicos y quieran recuperar para sí, junto con la posible ola de proteccionismo, que no suele irle muy bien a las economías exportadoras. Además, no hay que olvidar que la crisis se extiende a través del mundo, y eso compromete la capacidad económica de los países consumidores de productos chinos, lo que casualmente tampoco le viene demasiado bien a los fabricantes de ese país. Por otro lado, la idea de la relocalización industrial ha de ser tratada con cuidado; como ya indiqué en su momento, podría valer para ciertos productos o aspectos concretos, pero no para el grueso de la producción que se realiza en China: ni México, ni Turquía ni Marruecos ni ningún otro país está en condiciones de asumir esa estructura productiva, y hay que recordar que una parte no despreciable de la ventaja china consiste, precisamente, en que todas esas industrias están produciendo allí, es decir, en las sinergias que se crean por la mera existencia del nodo productivo y comercial chino, lo que genera abaratamientos de costes y rapidez en la producción que van más allá de la mera mano de obra. El sorpasso sucederá con la explosión de la innovación china, que está en camino. Además, no hay que olvidar que el puesto de master del universo no depende solo de la economía —aunque esta proporcione las condiciones materiales para ello—, y no parece que la pandemia pueda alterar el actual statu quo militar a favor de China, por ejemplo. Además, la capacidad productiva americana, como la del resto de países, sigue intacta; no hay que olvidar que, a pesar de las metáforas tan espectaculares, no nos estamos enfrentando a una guerra. En realidad, los peligros para la posición americana directamente relacionados con la pandemia proceden, precisamente, de América. Pandemia americana ¿Y en qué consisten esos peligros? Pues los hay de dos clases. Estructurales y coyunturales. Los primeros se basan en la falta de mecanismos de los EE.UU. para afrontar crisis sociales. El liberalismo exacerbado ha creado un Estado sin mecanismos de protección para su población, la carencia de un sistema de seguridad social avanzado implica una exposición salvaje de su población a los vaivenes económicos sin red de seguridad alguna. El crecimiento exponencial del desempleo en el país es una muestra de ello, pero también el enorme problema de las deudas médicas. Ambos, pueden determinar la miseria de millones de personas, lo que, económicamente hablando, supone una contracción del mercado interior que parece terrible tanto en tamaño como en brusquedad; por no mencionar los enormes problemas sociales que pueden generarse y que también tienen su trascendencia económica. Todo esto supone que la intensidad de la crisis será probablemente mayor de lo que será en otros países con redes de seguridad social asentadas. Hasta tal punto que, tal y como dijimos al principio de esta serie de comentarios, la disminución de renta disponible puede suponer una contracción del consumo interno que implique la entrada en un círculo vicioso, extendiendo la crisis más allá de sus causas tanto en tiempo como en profundidad. No hace falta viajar hasta 1929 para ver ejemplos de esto, con retroceder solo ocho años es suficiente. Hay que tener en cuenta, no obstante, que, si un país posee capacidad para rebotar en uve, es EE.UU., tal y como ha demostrado a lo largo de su historia, pero aquí entran en juego los riesgos coyunturales. Estos riesgos coyunturales tienen nombres y apellidos, y podemos resumirlos en uno: Donald Trump. No es solo él, hay todo un movimiento social detrás, pero ha llegado a personificarlo de tal forma que nos sirve perfectamente como cabeza de turco. El problema con Trump es, por supuesto, la gestión que está haciendo de la pandemia. Y los motivos por los que lo hace: no olvidemos que estamos en año electoral en EE.UU., así que su gestión está encaminada a tratar de minimizar los daños para su reelección. No es que Trump sea tonto, ni mucho menos, se trata simplemente de que es muy consciente de que su reelección se basa en los datos económicos y de que en un país sin seguridad social, el confinamiento y el consiguiente cierre de la economía destruyen los indicadores económicos a una velocidad y con una profundidad terribles. De ahí su empeño en poner la economía por delante de todo, incluso de la salud —algo para lo que cuenta con el apoyo de muchos compatriotas socializados en la cultura neoliberal americana que ni siquiera contemplan otras posibilidades de organización social—, y por hacer que cale la idea de la culpabilidad china, puesto que siempre es más fácil si se puede señalar a algún otro culpable, más aún si es extranjero y las suspicacias ya vienen de lejos. En mis notas previas apunté que la responsabilidad de China (innegable tanto en el surgimiento de esta como de las anteriores epidemias que partieron de su territorio, así como en la gestión de esta pandemia) sería utilizada en la batalla de imagen que se desataría después de la pandemia contra el país asiático por Occidente, no pensé que Trump la capitalizaría de manera tan radical y directa, supuse que sería algo más sutil y más indirecto, lo que me parece un indicio sobre la desesperación del presidente americano. No es necesario mencionar los efectos que estas prisas pueden tener en la expansión de la enfermedad por el país y lo que esto podría acabar ocasionando no solo a nivel económico, sino a nivel de imagen si al final EE.UU. acabase convirtiéndose en el foco mundial de la epidemia y en una especie de «apestado» internacional frente al que la mayoría de países estableciesen restricciones de fronteras. Ese tipo de derivas sí afectarían a la primacía americana. En cualquier caso, parece evidente que China está jugando mejor sus cartas públicas en ese asunto. Como alguien comentó, en anteriores crisis de toda índole el mundo tendía a mirar hacia América. En esta ocasión se ha comprobado que eso es inútil, ocasionando una pérdida terrible de liderazgo de EE.UU. incluso entre sus aliados y por decisión propia: se ausenta de las reuniones de organizaciones internacionales, no presta ayuda a otros países, congela su contribución a la OMS en mitad de una pandemia, se dedica a atacar al resto, especialmente China… En ese mundo multipolar civilizacional que comentamos antes, el papel americano no será el de líder mundial exitoso, sino el de la potencia que decae, lo que debilita al bloque occidental e invita al desafío. Junto a esto, una UE que ha probado su incapacidad para asumir y compartir el liderazgo con EE.UU. tendrá que decidir al final frente a su propia incompetencia si permanece al lado de América o empieza a mirar hacia China, con todo lo que ello conlleva (imaginemos la OTAN). Este será probablemente otro foco de tensión interno en la UE que puede poner más presión para la ruptura definitiva de la Unión y/o su paso a ser una simple alianza comercial; la única alternativa sería una UE fuerte y cohesionada que asumiese el liderazgo mundial que le corresponde con voz propia, una fantasía a día de hoy. Volviendo al escenario americano, no se debe perder de vista la influencia de la pandemia en las próximas elecciones presidenciales. Podría parecer que, al mostrar la pandemia las vergüenzas del sistema sanitario y social americano, se incrementarían las posibilidades demócratas, pero el candidato más propúblico, Bernie Sanders, se ha retirado tras su desventaja en las primarias demócratas. Lo único que razonablemente se puede esperar ahora en este sentido es que Biden, el candidato del partido demócrata, vire un poco a la izquierda o adopte alguna de las propuestas de Sanders. Sin embargo, la campaña en EE.UU. se decidirá en torno al tema económico y, más específicamente, en torno al empleo, con el nacionalismo coadyuvando por el lado republicano, y las propuestas sociales por el demócrata —si bien, en este sentido, tengo serias dudas acerca de la seriedad, sinceridad y profundidad de las mismas—. Y al final, ¿qué? Y después de todo esto, de tanta turra, brasa, chapa, etcétera, ¿en qué quedará todo esto? Pues por lo pronto, la situación de los países menos desarrollados —que no hemos tratado hasta ahora, pobres los pobres— no va a mejorar, precisamente. La ayuda al desarrollo será la primera damnificada, como siempre que hay crisis. La lucha contra la COVID-19, o el miedo a la enfermedad, junto con los recortes en ayuda al desarrollo y en financiación de organizaciones internacionales como la OMS, UNICEF… y ONG implicarán la reducción o paralización de los programas contra el hambre, otras enfermedades endémicas y terribles en esos países y, en general, de desarrollo, dejando a estos países más vulnerables frente a todos estos problemas y más débiles frente a multinacionales agresivas y reforzadas por la concentración empresarial que presionarán para hacerse con sus recursos naturales a un menor coste económico, sin importar lo que ello pueda suponer en términos de supervivencia o condiciones de vida, más aun si la población de los países desarrollados, que podría presionar a sus gobiernos contra según qué prácticas, está pendiente de sus propios problemas. Además, esta debilidad les hará más difícil defenderse frente a las reclamaciones de su deuda que realizarán los agentes tenedores, ávidos de liquidez; esto a su vez podría suponer un empeoramiento de su situación a largo plazo por la vía de la intervención del FMI. Otra posible deriva en este sentido sería que dichos países buscasen ayuda económica fuera de Occidente, bien mediante programas de inversión, de comercio o de simple ayuda, y solo se me ocurre un lugar con capacidad suficiente y voluntad de extender su influencia de semejante manera. En otro orden de cosas, se producirán recortes en armamento y defensa, al menos en sistemas democráticos, con estabilidad social y mecanismos que permiten regular la sociedad sin recurrir a la represión y en las que está legitimado el debate social y las peticiones al poder político, que recibirá presiones sociales en este sentido. Con estas características, es evidente que me refiero principalmente a Europa. Excluyo obviamente a China, cuyo presupuesto en defensa seguirá creciendo —como mucho a una tasa algo menor durante uno o dos años— y a EE.UU., donde desde hace ya mucho tiempo se utiliza la inversión en defensa como palanca de la economía a través de la I+D y desde el Pentágono presionarán para mantener la ventaja con respecto China. Es necesario indicar que, contrariamente a lo que se pueda pensar desde una cierta perspectiva tipicamente europea, estos recortes en defensa no son necesariamente buenos para la economía, pues la I+D que se produce en defensa es un motor importante para la industria del país después; dependerá de cómo se estructuren. En lo esencial, la lucha se está dando ahora en eso que se llama la narrativa, y el ataque a China empieza a llegar no solo de EE.UU., sino también de Europa y, por supuesto, de otros países tradicionalmente más recelosos de China, como Australia. Esto era absolutamente previsible en cuanto empezase a amainar la cosa (era una de las notas que tomé para esto hace ya varios meses), lo interesante será ver cómo se va a desarrollar toda esta batalla y, en este sentido, creo que corremos el riesgo de dejarnos arrastrar una vez más por lo mediático y perder de vista lo importante. Las acusaciones y contraacusaciones saturarán los medios en los próximos meses, más aún cuando se inicie la investigación sobre la actuación de la OMS, cogida en medio del fuego cruzado como rehén, pero cometeríamos un enorme error si pensásemos que, por ganar dicha discusión, Occidente prevalecerá y China dejará de ser una amenaza para su liderazgo mundial. De hecho, cometeríamos un error si pensásemos que a China esta batalla le resulta esencial y que la dañamos en sus aspiraciones o planes por el hecho de ganarla. No es que no crea que les parezca importante, pero mucho menos que a Occidente, tan volcado con sus medios de masas. Vayamos por partes. En primer lugar, los medios de comunicación de masas occidentales tienen un eco muy limitado en China, donde el Estado controla los existentes, por lo que en el principal recurso de China, que es ella misma y sus miles de millones de habitantes, la versión que prevalecerá será la suya. No obstante, cuanto más se le ataque desde fuera, más se defenderá el Estado chino dentro, con sus medios oficiales, por lo que se podría generar el efecto contraproducente de una mayor desafección de la población china hacia Occidente y un mayor respaldo hacia su gobierno al sentirse injustamente atacados desde el extranjero; no hay que olvidar que ellos ayudaron el mundo cuando pudieron, enviaron médicos, compartieron conocimientos… En este sentido, aquellos que no participen en el ataque, como previsiblemente hará Rusia, por ejemplo, serán salvados de la quema por los medios oficiales chinos, contribuyendo todo esto a cimentar simpatías entre los Estados/civilizaciones a las que nos referimos anteriormente. Por otro lado, los chinos son principalmente pragmáticos, lo han demostrado constantemente. Podrán aguantar el chaparrón mediático sintiéndose fuertes en el interior, que es lo único a lo que se sienten (lo que por otro lado es bastante lógico) vinculados. Se defenderán, pero la arena pública no será su principal escenario de defensa: lo será nuevamente la economía. Retomemos algo de lo que dijimos en la parte económica: es posible que varios países intenten recuperar determinadas cadenas productivas de valor de China y diversificar sus cadenas de suministros, quizá con otros países no desarrollados diferentes a China. Eso es lo que podría hacer verdadero daño al gigante asiático, y ahí es donde van a dar la batalla. Sin embargo, quien crea que pelearán por mantener esas cadenas de producción, se equivocan. ¿Pelearán los chinos por mantener unas fábricas textiles que ya llevan algunos años saliendo de China? Solo si no les queda otro remedio. China ya está en otra fase: la de la innovación. Su siguiente paso es consolidarse como gigante de la I+D+i y peleará por mantener las cadenas de suministro y sistemas de producción que le influyan en ese objetivo, y hemos de recordar, como ya comentamos, que China es el primer productor mundial de tierras raras, por lo que tiene buena parte de los triunfos. Otra cuestión es la de asegurar los mercados para sus productos. Ahí sí que se verán interesantes movimientos, tanto a nivel político como económico. Probablemente se intensifique la oferta de productos tecnológicos chinos a precios más bajos que los occidentales, tal y como ya estamos acostumbrados con los móviles, y habrá que ver si los países occidentales reaccionan con proteccionismo frente a China, lo que de nuevo precipitaría al mundo hacia los bloques. En definitiva, si Occidente se da por satisfecho con lograr que se instalen en México, Turquía o en su propio territorio algunas fábricas de textil o similares, estaría cometiendo un error, al menos si lo que se pretende es restar poder e influencia a China. Tal y como ya parece que empieza a escucharse en los lugares en que se habla de estas cosas, las industrias de la automoción, farmacéutica y aeroespacial deberían ser las prioridades de Occidente —principalmente por tratarse de sectores que son estratégicos para Europa y en los que existen posibilidades de éxito en la pugna, además de poder servir de palanca para otros—, aunque habría que añadir lo referente a energías renovables[4]. Por último, hemos hablado antes de la reducción de la ayuda al desarrollo. Es hora de matizar esa afirmación. Es obvio que mientras los países peleen contra su deuda, la ayuda al desarrollo se verá afectada, pero habría que plantearse cuánto durará esto. En un mundo a uno o dos años vista, más o menos, el cortejo a los países en desarrollo será digno de los mejores documentales de pavos reales. Occidente necesitará aún más sus materias primas, y China sus mercados emergentes y sus ubicaciones estratégicas para asegurar su comercio, por no hablar de que cuánto más avance la polarización, mayores serán los intentos de cada bando por ampliar su banda. Surge de nuevo el proyecto de nueva ruta de la seda, con un pero en el futuro: si el comercio chino hacia Europa y EE.UU. decayese mucho, quizá ese plan dejase de ser interesante para China, y esa nueva ruta acabase muriendo en los que hasta ahora se consideran meros países de tránsito, cuyos mercados emergentes acabarían siendo los puntos de destino de la misma. Este es un escenario extremadamente incierto que implicaría un terremoto mundial a nivel comercial, industrial y económico de consecuencias impredecibles. Sea como fuere, tanto si se llega a ese escenario tan improbable como si no, el interés chino por los países emergentes será enorme, y tratará de mejorar su desarrollo a fin de convertirlos en aliados no solo políticos, sino principalmente económicos. En este sentido, como ya comentamos, China lleva ventaja gracias a sus grandes inversiones en muchos de ellos y su política de no entrar en cuestiones políticas internas que tanto incomodan a Occidente. Los chinos aparentarán poner el dinero sin condiciones, y eso es muy seductor. Occidente, por su parte, tendrá que jugar con su lustre y tratar de ser mucho menos paternalista con estos países, si es que puede. También tendrá que dejar a un lado su soberbia y entender que el camino hacia el desarrollo no tiene por qué pasar por asumir los postulados ideológicos occidentales ni mucho menos por seguir el camino histórico que supuestamente condujo a occidente a desarrollarse[5], aprendiendo a respetar a los demás. Pero, además, debería elaborar algún tipo de plan conjunto para no perderse en políticas individuales e individualistas que en muchas ocasiones entrarán en conflicto, al menos si el objetivo es la contención de China, porque, queridos amigos, ella nunca lo haría. Una de las ventajas chinas, de hecho, es la unidad de acción y de liderazgo, algo que en Occidente no siempre ocurre, y menos actualmente con el tipo naranja en la Casa Blanca. En resumen Creo que los movimientos fundamentales que vamos a ver a raíz de la epidemia desde ahora mismo son los expuestos hasta aquí. Sin embargo, hay algunas cosas que no debemos olvidar. En primer lugar, la Unión Europea. Cuál vaya a ser su evolución determinará la entidad y actuación de eso que he dado en llamar Occidente constantemente, asumiendo intencionada e implícitamente una cierta división en bloques. El análisis de la Unión Europea es bastante incierto y no es este el lugar de hacerlo, que bastante larga está quedando ya la cosa, pero baste resaltar su importancia y destacar que el brexit sigue pendiente, y es un asunto de importancia capital para la propia existencia de la UE debido a sus implicaciones, habrá que estar muy atento al desarrollo de las negociaciones que, yendo mal, van bien para la supervivencia e incluso refuerzo de la UE. En segundo lugar, conviene destacar, por si no se ha hecho ya bastante, o por si quedan dudas al respecto, que la posición de Occidente no es tan ventajosa como pudiese parecer a algunos, que sus triunfos no son tantos ni tan importantes, y por eso conviene afinar la astucia y ser más cuidadoso. Por último, que el ascenso de China es imparable (al menos en condiciones de paz y sin que surja algún nuevo cisne negro). Únicamente se puede aspirar de manera razonable a retrasarlo. Por ello, la primera opción que debería plantearse Occidente, y el resto del mundo, es si resulta rentable y, especialmente, justo o incluso necesario, mantener una política que sitúe a una parte del mundo frente a otra, en lugar de buscar formas de colaboración. Apéndice Uno de los mayores dilemas que se plantea con la situación actual estriba acerca de si se producirá un giro mundial hacia la izquierda, un cambio de paradigma general, desde las actuales tendencias neoliberales. En primer lugar, hay que indicar que dicho giro, de producirse, no significaría un cambio radical, sino una vuelta a algo más parecido a los modelos de los años 60 del s. XX, con una mayor conciencia de sociedad y mayor preocupación por el futuro y las consecuencias de nuestras decisiones, no tanto cortoplacismo, especialmente en lo que a beneficios empresariales se refiere. En segundo lugar, hay que tener en cuenta que los cambios históricos se nos presentan de forma engañosa. Habitualmente nos enseñan que tal o cual cambio se debió a tal o cual acontecimiento o crisis, pero lo cierto es que aquellos se producen durante periodos de tiempo más o menos largos y sin que los que los vivan sepan, evidentemente, hacia dónde van. Únicamente a posteriori los historiadores identifican las causas, pero repito, los cambios son progresivos y acumulativos, uno no se acuesta una noche en la Baja Edad Media y se despierta al día siguiente con la noticia de que ha empezado el Renacimiento. Así, mi opinión es que existen elementos que permiten albergar esperanzas en cuanto al cambio. Son elementos que ya estaban ahí, pero que esta pandemia ha reforzado, como el cambio climático o la degradación insostenible de los servicios públicos. No creo, sin embargo, que, en caso de que se produzca el cambio, este venga impulsado directamente por la pandemia, ni que se imponga de manera consciente salvo para algunas personas y colectivos más políticamente conscientes. Vendrá impulsado por la necesidad de afrontar los retos que la pandemia ha puesto aún más de relieve: la necesidad de combatir el cambio climático (ahora ya innegable y cuya relación con el tráfico, por ejemplo, el confinamiento ha expuesto de manera incontestable y casi radical) implica el pensar a largo plazo y valorar las inversiones, la necesidad de mantener sistemas de salud y de atención a nuestros mayores con la fortaleza suficiente, así como la necesidad de mantener sistemas de investigación fuertes que permitan responder ante nuevos desafíos, implica la necesidad de estados más fuertes, con más y mejores impuestos (más progresivos…), la evidencia de que hacer frente a las crisis con recortes es contraproducente implica también un reforzamiento de otros modelos impositivos más justos… Es decir, serán las necesidades, el puro pragmatismo, lo que implicará cambiar, casi sin darnos cuenta y sin que se reconozca abiertamente, los modelos de conducta que aplicábamos con el neoliberalismo, de lo contrario, un día Occidente se levantará y habrá perdido no solo el mundo, sino a sí mismo. Frente a esto, las resistencias habituales, profundamente ideológicas, aunque pretendan lo contrario. Veremos qué modelo se conforma durante el proceso de cambio que nos espera, sin embargo, tengo que hacer una última observación: el posible cambio de paradigma, sea como fuere que suceda, si es que llega, implica un cambio hacia posiciones más progresistas que son, inherentemente, más internacionalistas que otras conservadoras, por lo tanto habrá que ver cómo se conjuga esto con el posible incremento del nacionalismo y/o aislacionismo, que también puede actuar como freno u obstáculo al cambio de paradigma —recordemos los recientes ascensos de ultraderecha en todo el mundo—. Quizá, se me ocurre, podría salir la cosa por el lado de una profundización de la cooperación y unidad intrabloques mientas que se mantendría la rivalidad interbloques. Tampoco es que sea una perspectiva muy halagüeña, por mucho que pudiese traducirse en un Occidente, a la larga y a pesar de Trump, más social y unido. Al final, todo esto recuerda irremisiblemente al mundo de la Guerra Fría. En fin, no sé cómo acabará todo esto ni cómo será el mundo después, pero por lo que a mí respecta, al menos me he divertido escribiendo esto y me he sacado de dentro estos pensamientos. Incluso el mero hecho de ponerlo por escrito me ha permitido desarrollarlos y llegar a algunas conclusiones, así como valorar algunos aspectos, que en principio no me había planteado. No puedo pedir más. Buena suerte. [1] La palabra recolectar no es inocente, la política China se basa en la abundancia material, invierten, dan, y luego esperan que el aliado caiga por su propio peso. Tejen la red, de araña, si se me permite el símil, hasta que las relaciones vinculan a ambas partes de manera que desligarse es difícil para el aliado. Timeo danaos et dona ferentes. A pesar del tono usado, didáctico, esto no tiene que ser necesariamente negativo, tal y como se tiende a ver en occidente —lo que supone uno de sus grandes errores de calibración respecto a la política China—; aun desequilibrada, la relación puede ser simbiótica, no es, ni más ni menos, que lo que las naciones occidentales han intentado tradicionalmente y siguen intentando cuando hablan de la extensión de la democracia liberal. La única diferencia es que los chinos no incluyen en el paquete preceptos morales, dejando a cada cual su propia organización, lo que es una clara ventaja a la hora de lograr sus objetivos. El mayor peligro chino, y también su gran baza y su modelo, es su pragmatismo. [2] En La venganza de los Sith (sí, soy un friki, pero también extraigo conocimiento de cualquier parte) el maestro Windu propone informar al Senado Galáctico de la incapacidad de los jedi para mantener la paz, sin embargo, Yoda le hace ver que si hacen pública su debilidad, sus enemigos se multiplicarán. Siempre hay otros esperando la oportunidad para morder. [3] El mero hecho de tener que enfrentarse, de abrir frentes, indica que el poder blando, el respeto, la amenaza, ya no es suficiente por sí misma; y el hecho de hacerlo solo, implica que EE.UU. carece de aliados verdaderos y leales, lo que lo hace más débil. [4] Dejo un interesante artículo en el que se refleja buena parte de todo lo que he venido desgranando, lástima que no me haya dado tiempo a publicarlo todo antes de él: https://www.theguardian.com/world/2020/may/25/asian-century-marks-end-of-us-led-global-system-warns-eu-chief [5] Tratar este asunto requeriría otro comentario, así que por el momento me quedaré aquí; quizá me anime a redactarlo algún día.
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...un escritor es «un chiflado que mira la realidad, y a veces la ve»...
La velocidad de la luz Javier Cercas Categorías
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