En este proceso de aprender a escribir —como en cualquier otro aprendizaje en realidad— uno va desentrañando misterios ocultos y estrellándose contra evidencias grandes como catedrales, no queda otro remedio, pues los ojos y la mente son caprichosos. En este sentido aun estoy curándome las heridas de mi choque contra la obviedad más enorme e importante que hasta el momento he encontrado en este camino: el estilo. Algo había leído ya sobre la necesidad para cualquier escribiente que pretenda serlo de desarrollar un estilo propio, pero la verdadera importancia de tal aspecto solo se me presentado en los últimos días, y ello gracias a la lectura reciente de After dark de Haruki Murakami, una novela muy diferente a todo lo que estoy acostumbrado a leer, una novela con un estilo muy muy marcado. Se trata de una obra narrada en hiperpresente (ya puedo presumir de que he inventado una palabra), me refiero con esto no solo al hecho de que el tiempo verbal utilizado durante toda la historia sea el presente de indicativo, sino a un lenguaje que a base de frases cortas muy a menudo separadas con punto y aparte, y a base de un constante recuerdo al lector sobre su papel de mero espectador, resulta muy cinematográfico; esto, unido a una inquietante parábola sobre una televisión que se enciende sola por la noche y a la ambientación típicamente japonesa —lógicamente no iba a transcurrir en Cuenca—, contribuyen a atrapar al lector y mantenerlo pegado a sus páginas de manera similar a esas películas japonesas actuales; aunque en realidad la historia no tiene nada que ver con ellas, únicamente recuerda en su lenguaje, en la manera de transmitir los hechos y las ideas, de manera directa, sin apenas circunloquios ni concesiones, sin confusiones, marcando los tiempos y los lugares tanto a los personajes como al propio lector, eso, amigos, es estilo. Reflexionando sobre ello me he dado cuenta de que llevo persiguiendo el estilo desde antes incluso de empezar a escribir, pues estilo es eso que nos decanta por un autor y no por otro, lo que da unidad a toda la obra de un mismo escritor, puede gustarnos o no, pero ante todo es reconocible, es esa forma de narrar que nos resulta familiar y que nos gusta encontrar en historias distintas, es esa manera particular en que nos gusta que nos miren, que nos hablen, que nos acaricien, llevada a la literatura, es al fin y al cabo lo que acaba definiendo a un buen autor. Lamentablemente, la teoría es mucho más sencilla que la práctica, si fuera tan fácil encontrar un estilo propio, no tendría mérito, ¿verdad? Y por si fuera poco intuyo que el estilo le encuentra a uno, y no al revés, y que además de eso es como cualquier forma de belleza, que quien la posee a menudo no lo descubre hasta que otros se lo dicen, y entonces se pregunta desde cuándo ha sido bello y cómo es posible que no se percatase. Yo seguiré buscando, sin mapas ni pistas, esperando el terrible momento en que alguien me advierta de que ya llevo tiempo donde quería llegar y que el sueño era eso; hasta entonces os recomiendo After dark, una sencilla obra, compleja y profunda, sobre el miedo y los miedos que trae la oscuridad, y me despido con una de sus frases finales: «La noche se ha acabado por fin. Aun falta mucho tiempo para que nos visiten de nuevo las tinieblas».
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...un escritor es «un chiflado que mira la realidad, y a veces la ve»...
La velocidad de la luz Javier Cercas Categorías
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Abril 2020
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