Sí, ya sé. Ya sé que es un crimen que hasta ahora no hubiese leído Los viajes de Gulliver, pero quien esté libre de pecado… que al menos tenga mala puntería. Bueno, el caso es que lo he hecho, pero tranquilos que no voy a aburriros con las típicas loas que todo el mundo hace sobre los clásicos —al fin y al cabo yo sí que lo he leído—, tan solo dos apuntes en los que resumo mi experiencia con esta obra.
En primer lugar tengo que destacar que su estilo esencialmente descriptivo (no olvidemos que está escrito como si de un libro de viajes se tratara), junto con su estilo a secas, pueden hacerse un poco pesados y lentos hoy en día, sin embargo eso solo significa que no nos hemos amoldado a la sutil ironía que destila el libro (lo que es una pena porque no entenderemos nada), y es que toda obra exige un cierto esfuerzo de adaptación por nuestra parte para “entenderla” y poder valorarla correctamente —algo totalmente independiente de que después nos guste o no— que unas veces nos resultará más sencillo que otras. En este caso la suplantación de la literatura de viajes y la flemática narración casan estupendamente con el verdadero espíritu de la obra, aunque es cierto que en la veloz y carente de formulismos era digital la flema inglesa del XVIII puede resultar lenta y aburrida; repito, esto solo significa que no hemos hecho el esfuerzo necesario para bajar nuestras pulsaciones y ponernos al nivel reposado de la obra, si hacemos esta labor imprescindible descubriremos al momento que aquello que en un principio se nos antojaba reprochable resulta más brillante incluso desde nuestra óptica actual. En segundo y último lugar (¡oh sorpresa!) Gulliver visita más países que el de los enanos y los gigantes (“culo de mal asiento”, que diría quien yo me sé) y nos descubre a través del tiempo y la historia una realidad descorazonadora: 300 años y diferentes regímenes políticos y revoluciones después casi no hemos avanzado nada, o al menos los tipos y quejas son tan perfectamente válidos hoy como en 1726. A partir de aquí cada cual puede reflexionar como quiera sobre el ser o estar de los seres (sin prejuzgar) humanos, pero en cualquier caso, y aunque solo sea por esta incitación, la obra desde luego merece la pena.
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...un escritor es «un chiflado que mira la realidad, y a veces la ve»...
La velocidad de la luz Javier Cercas Categorías
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Abril 2020
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