Quien no conoce la historia está condenado a repetirla. Bonita frase, ¿verdad? Tan bonita que decora con profusión el frontispicio de cualquier discurso bien barnizado, que hay que salir bien en la tele, carajo. Tan bonita que, al igual que tantos y tantos motivos que del arte y las luchas pasaron a la reproducción en masa a través de los industriales procedimientos desnaturalizadores del capitalismo, desde esos dos angelitos regordetes a la cara del Che, ya no significa nada. Y así da lo mismo conocerla que no conocerla, especialmente si tenemos en cuenta que a la libertad le salen Goebbels como hongos, que paren creacionismos, revisionismos o, en última instancia, tratan incluso de matar la historia porque, al fin y al cabo, eso sucedió hace muchos años y no es bueno andar mirando hacia atrás. Y lo dirán así, porque son expertos en analogías, que van directas al cerebro simple, al reptiliano, del que también les nacen, en un ciclo perfecto, aunque no tengan nada que ver con aquello a lo que se las aplica. Sí, por esa regla de tres, que diría el castizo, esta gente conduciría sin espejos, pero no nos engañemos, que los tienen, y caros, de los electrocromáticos, que son, ante todo, selectivos, de esos que hacen que unos objetos parezcan más cercanos (que otros). ¿Que a qué viene esto? Pues al maldito Évole, que me trae un documental sobre el Astral para empezar la nueva temporada de Salvados, la madre que lo parió. Y todo para decirnos, subrepticiamente, que estamos condenados. Porque ya no tenemos escapatoria, porque ya no podemos alegar ignorancia aunque lo hagamos, porque ya pasamos por esto. Porque los civiles alemanes podían decir que no sabían, que todo eran rumores, que cómo iban ellos a sospechar, pobrecitos… Pero nosotros, no. No podemos. Porque ya lo hicieron ellos, porque tenemos televisiones, y mass media que en los treinta y cuarenta del siglo pasado (que se dice pronto: el siglo ¿pasado?), y voluntarios con conciencia que nos sonrojan —jodidos perroflautas de siempre, con lo bien que se vive en el capitalismo, cada uno a lo suyo—, y Évoles. Y algún día las mismas preguntas que se hicieron en el ’45 se nos harán a nosotros, y los orgullosos europeos (porque lo somos, y mucho) tendremos que agachar la cabeza y mirarnos los zapatos, los mismos de los que esa gente carece. Y es que ya sabemos a qué conduce todo esto, ya lo hemos vivido, lo hemos leído, pero claro, era en blanco y negro (sí, también en color, ¡pero eso sucedió en lo ’90!). Y no hacemos nada ni hacemos que los gobiernos traidores lo hagan. Una reflexión me alumbra de repente: un millonario presta un velero cochambroso que la ONG ha de restaurar y es un héroe (tal es el listón actual de la heroicidad); y los grandes millonarios del mundo, bueno de Europa, está bien de España, esos que tanto se preocupan por la salud macroeconómica y se gastan fortunas en indicar a los gobiernos que es lo mejor, esos que viven en Forbes, esos (sí esos) que dan 20 millones a obras benéficas y reciben los parabienes de facebook, o sea, de la sociedad (grandes prohombres digo, no miro a nadie), no son capaces de mirar bajo el sofá y poner 100, 200, 500 millones de euros al servicio de la vida y la humanidad. Sigo preguntándome para qué quieren tanto dinero, qué criterios morales, si es que queda alguno, encierra esa gente, famosa o no; murió el altruismo y pasaron de largo hasta de la caridad, deben pensar que si los países pobres siguen vomitándonos toda esa mano de obra sus talleres se quedarán despoblados y eso provocaría una hecatombe económica, ¡ah!, que lo hacen por nuestro bien. Grandes prohombres. Enormes. Si hubiesen visto el documental, además de acostarse con el corazón encogido, habrían visto lo bien que hablaban esos fardos recogidos en el mar sobre Europa: “ahora tendré trabajo”, “ahora tendré una familia”, “ya estoy en Europa”. Grandes prohombres. Enormes. Todos lo somos.
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...un escritor es «un chiflado que mira la realidad, y a veces la ve»...
La velocidad de la luz Javier Cercas Categorías
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Abril 2020
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