Ya he terminado con Piketty, con su libro quiero decir —en realidad terminé con él la semana pasada—. Pensaba publicar un comentario al respecto, pero lamento deciros que no me siento capaz, tendréis que leerlo; únicamente haré un par de comentarios, empezando por una advertencia: Thomas Piketty defiende que su obra El capital en el siglo XXI puede ser leída sin necesidad de tener ningún conocimiento previo de economía y que es asequible prácticamente a cualquier persona. Bien, en mi opinión esto es mentira o, para ser mas diplomático, diré que no es verdad: las partes más técnicas, pero también las meramente conceptuales, pueden hacerse verdaderamente áridas si no se poseen unos ciertos conocimientos y/o bastante interés en el tema, aunque por otro lado es de agradecer el rigor, algo que en ocasiones se pierde para ampliar el público en según qué ensayos. Con respecto a la tesis del libro, no os la voy a anunciar, o más bien debería decir repetir, pues estoy seguro de que ya la habéis oído en los medios, al menos aquellos que tengan interés en estas cuestiones, y no lo voy a hacer simplemente porque sería casi tanto como mentir, y dicen que eso está muy feo. No me refiero a que la tesis sea falsa, eso que lo juzgue cada cual, sino a que el simple enunciado de la misma no dice nada si no está sustentado en algo, por ejemplo en las más de 600 páginas del trabajo de Pikkety. Sí, ya lo sé, podría hacer un resumen, pero igualmente quedaría algo vacío, no queda otro remedio para valorar realmente la profundidad y certeza o no del estudio que leerlo y conocer los datos estadísticos concretos en que se sustenta. En mi opinión, el trabajo no aporta nada nuevo, nada al menos que no supiese ya nadie con dos dedos de frente (me refiero aquí a las conclusiones y el espíritu general de la obra y no tanto a los ejemplos o datos concretos, algunos de los cuales han sido criticados), aunque tiene el mérito de aportar pruebas empíricas para sostener teóricamente lo que ya digo que resulta evidente desde el punto de vista práctico para cualquier observador avezado. Su valor reside en el hecho de que en ocasiones, especialmente en el mundo académico, es necesario que lo evidente se vista de erudición para que sea tomado en serio, es algo que ha pasado en muchas ocasiones a lo largo de la historia de las ideas y que resulta necesario para el imprescindible cambio de paradigmas. Poco más puedo decir, salvo exponeros una idea que me ronda la cabeza desde hace años y que, aunque no lo parezca, tiene mucho que ver con el fondo del libro: tuve la suerte de tener un gran profesor de macroeconomía en la facultad que utilizaba siempre la lógica, el sentido común y la sencillez para explicar los conceptos económicos que cabalísticamente otros se empeñaban en oscurecer y velar tras números y ecuaciones superfluos y nombres pavorosos. Pues bien, en uno de aquellos ejemplos sencillos que nos ponía, aquel profesor nos explicaba que podíamos concebir la economía como una línea en uno de cuyos extremos (pongamos a la derecha) se encontraba la máxima eficiencia económica —entendiendo por esta la creación del máximo nivel posible de riqueza con los recursos limitados de cualquier economía— y en el otro (pongamos a la izquierda) la máxima equidad, de forma que según nos desplazamos hacia cada uno de los extremos se gana en uno y se pierde en otro. Sí, también lo sé, parece una interpretación políticamente nada neutral pero, ¿qué lo es? En fin, que a mí siempre me ha parecido que la analogía estaba incompleta, pues faltaría otra línea en forma de arco que conectara ambos extremos como si de un túnel de servicio se tratase, porque si la máxima eficiencia supone que no existe equidad, ¿cuánto tiempo puede mantenerse esa eficiencia? Y, por otro lado, si la máxima equidad implica la peor asignación posible de recursos, ¿qué clase de equidad es esa que iguala a todos en la pobreza y cuánto duraría? Transformada la línea teórica en una circunferencia de facto, el punto de equilibrio parecería encontrarse en el centro, pero eso, en realidad, es una cuestión que debe resolver cada individuo personalmente desde su moral y ascender de ahí a la política, porque en realidad por mucho que pretendan convencernos de lo contrario, y tal y como defiende Piketty en su libro en varias ocasiones, la economía no es un medio, ni una ciencia exacta ni mucho menos imparcial y es responsabilidad de cada cual como ciudadano y ser viviente condenado a la libertad, el decidir.
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La velocidad de la luz Javier Cercas Categorías
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Abril 2020
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