Ha muerto Harold Ramis. Sí, era el empollón de Los cazafantasmas, pero también era mucho más: fue el cerebro tras esa historia y muchas otras, fue un símbolo de mis años ochenta, un hombre que decidió dedicarse al humor y a la ironía, y lo hizo con irreverencia, esa palabra que seguramente será el concepto más repetido en las noticias sobre su fallecimiento, junto al nombre de su amigo y compañero Bill Murray (que ha llegado a ser un concepto en sí mismo, una identidad, una marca como dirían groseramente los que todo lo mercantilizan), y que de tanto escribirse y leerse carecerá o carece ya de significado. Esa palabra significa que fue irreverente (Del lat. irrevĕrens, -entis. 1. adj. Contrario a la reverencia o respeto debido). No fue corrosivo, no pretendía hacer temblar ningún pilar social ni los fundamentos de nada, simplemente no guardó el respeto debido (¿a quién? ¿por qué?). Y lo hizo bien, muy bien. Quizá por eso sus comedias eran solo traviesas, lo suficiente como para no sospechar de ellas, ¿qué mayor muestra de inteligencia y perspicacia puede haber?
Para los que nos fuimos haciendo mayores con cada una de sus nuevas ideas, Desmadre a la americana, Los (incorregibles) albóndigas, El pelotón chiflado, Los cazafantasmas (esta más famosa pero más inocente)... este hombre marcó discretamente esa época, feliz en la distancia, en la que resulta que hay que empezar a decidir cómo va a ser uno (aunque la realidad a menudo acabe siendo distinta), y en la que quien más o quien menos soñó con ser ese simpático canalla al que al final todo le salía bien. En una palabra: irreverencia, bendita e inocente irreverencia que al menos en su caso escondía algo más. Decir sin decir. Descanse en paz.
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...un escritor es «un chiflado que mira la realidad, y a veces la ve»...
La velocidad de la luz Javier Cercas Categorías
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Abril 2020
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