Los resultados de las elecciones europeas me han hecho añorar otros tiempos al ver todas esas imágenes de mi antigua facultad en televisión, y también recordar algunas de las enseñanzas que allí recibí. No puedo evitar sentirme orgulloso en cierta forma por la visibilidad indirecta que la facultad de CC. Políticas de la Universidad Complutense ha adquirido como cuna de Podemos, quizá esta sea la forma de que la tan denostada Ciencia Política adquiera en nuestro académicamente atrasado país el prestigio y lugar que le corresponde —y que tanta falta le hace— poniéndose por fin al mismo nivel en este sentido que el resto de países de nuestro entorno y más allá. Pero vamos a lo que íbamos, entre aquellos hierros naranjas tan horribles como inútiles oí por primera vez hablar de la psicología de las multitudes y, dentro de ella, de Gustave Le Bon y su concepto de «masa», con aquel perder la racionalidad el individuo inmerso en ella; después me hablaron de Gabriel Tarde y su concepto de «público», que introducía la distancia entre los componentes de la masa, aportando una cierta capacidad crítica y la imprescindible necesidad de los medios de comunicación para la estructuración y existencia propia de ese público —pero abriendo también la puerta a nuevas y más sutiles formas de manipulación, no hace falta mencionar lo dramático y a la vez rico que resultó el siglo XX en este sentido—. Sin embargo, cuando Tarde formuló sus principios aun faltaba por aparecer un invento crucial: la televisión que, junto con la radio un poco antes, lo cambiaría todo; en este sentido me gusta considerar como el siguiente paso al polémico Sartori y su Homo Videns, para mí una acertadísima obra sobre el poder de la televisión. Inciso: tomo a estos tres autores como ejemplo arbitrario de la caracterización y evolución que el tema ha tenido desde finales del s. XIX, sé que habrá muchos más autores, teorías y aspectos que podrían tenerse en cuenta, pero creo que estos tres son los más ilustrativos para lo que aquí quiero exponer.
La primera conclusión que podemos extraer es que en cuanto a la repercusión socio-política de la psicología de las multitudes y su primigenia formación es esencial el desarrollo de la tecnología, que propicia nuevas formas de comunicación, desde el simple agregado basado en la proximidad física entre los miembros de la masa hasta el desagregado de un público alejado hasta miles de kilómetros que no obstante forma una «unidad» gracias a los medios de comunicación (y que da lugar al también interesantísimo concepto de opinión pública) y la posibilidad de establecer comunicaciones interpersonales más o menos fluidas, ¿cómo puede por tanto extrañarnos que nuevas formas de comunicación produzcan nuevas formas de articulación de las masas y la acción política? La enorme importancia de esta evolución provocada por el desarrollo de la técnica la podemos ejemplicar en la propia evolución de los partidos a la que ha acompañado: desde los partidos de cuadros, pasando por los de masas a los atrapatodo (no quiero decir que esta sea la única razón de estos cambios en la tipología de los partidos políticos, pero sin el correspondiente avance técnico no habría sido posible). Y aquí llegamos al quid de la cuestión: el tan cacareado desarrollo de las nuevas tecnologías supone un cambio radical más profundo pero a la vez más previsible de lo que pueda parecer. La masa clásica, la masa de la turba, de la Revolución Francesa o las protestas democráticas del s. XIX tiene una característica fundamental: la acción, ya sea esta positiva o negativa y más o menos dirigida la masa siempre actúa, es su vocación inherente por la vía de su irracionalidad, de su excitación el hacer «algo». Este hacer se desdibuja con el público, la mera expresión opinión pública lo indica: el público opina, pero rara vez actúa —aunque esa opinión pueda mover a una acción de otros— y esto es tanto más cierto cuanto más se ha asentado ese fenómeno, en especial con el desarrollo de la televisión (y aquí aparece Sartori para modular las ideas de Tarde): todos hemos oído y leído mucho acerca de la pasividad de la sociedad moderna. Las nuevas formas de comunicación a través de internet aproximan de nuevo al público con la masa mediante dos mecanismos: en primer lugar, eliminan el intermediario del medio de comunicación, con todo su tamiz de intereses propios, en la traslación de la información puesto que la relación entre el emisor y el receptor es más directa y fluida y los intereses quedan reducidos a los de ambos que además suelen ser más próximos, también es más rápida y directa en el sentido de que en gran cantidad de ocasiones son los mismos testigos los que trasladan los hechos casi al tiempo en que los viven con toda la carga emocional de la inmediatez que ello supone, incluso con imágenes (aquí conviene recordar una vez más los comentarios de Sartori acerca de la fuerza de la imagen); todo esto es mucho más parecido al individuo del XIX que escuchaba dentro de un grupo una arenga o una narración de acontecimientos de viva voz de testigos que a aquel individuo que en su sillón lee un periódico, o escucha la radio o ve la televisión protegido física y sobre todo mentalmente por su entorno individual, su hogar y familia y sus propias preocupaciones. Por otro lado, estos medios contribuyen a reinstaurar la acción como elemento esencial del «ser» político puesto que hasta el más pasivo de los twiteros debe decidir si difunde el mensaje recibido o no entre sus conocidos (lo que supone una toma de posición y una decisión sobre el fondo del mensaje que en la inmensa mayoría de los casos no se da con los contenidos de los medios de comunicación de masas tradicionales), es decir, si le da su sello personal de garantía y verosimilitud, si lo avala, haciéndose partícipe aun inconscientemente de su difusión o no, del éxito del mensaje o no y de la modulación y carácter, sesgo o imagen que recibirá un acontecimiento u opinión por los comentarios que vierta sobre él, es decir, convirtiéndose en conformador activo con su acción individual y aparentemente inocua de la opinión pública. En este sentido, el despegue electoral de Podemos es reflejo de su inteligencia a la hora de leer este nuevo canal social y todo lo que ello conlleva. Hay que aclarar que el desarrollo del público no supuso la muerte de la masa, ambos conviven y los estrategas de Podemos han sabido leer y moverse perfectamente por todos estos ámbitos para afectar a todos los públicos y situarse en el centro de la discusión: apariciones televisivas, los famosos «círculos» y su sostenida actividad en redes sociales (esta forma de encarar su comunicación en esas redes es esencial). Lógicamente a alguien que twitea habitualmente, o comparte comentarios por facebook, o utiliza cualquier otra red social es más fácil moverle a la acción que al que se limita a tragar televisión, pero la capacidad de las nuevas tecnologías y los cambios sociales que producen para seguir cambiando la sociedad es espectacular y su retórica arrastra a todos en un efecto bola de nieve: la persona de cincuenta o sesenta años que jamás se ha acercado a un ordenador o a un teléfono inteligente también se ve inmersa en el nuevo espíritu social y nota que «algo» está cambiando, estará de acuerdo o no con las protestas que ve en la calle y con lo que sus hijos o nietos le cuentan, pero no puede ignorarlo. Añadamos a esto un escenario de crisis económica galopante, corrupción, crisis social… Hay otro factor a tener en cuenta en la irrupción de Podemos, aquellos que pensaron que era suficiente con proveer las necesidades materiales de la población como forma de «comprar» la paz social, aquellos que creyeron que lo habían conseguido, los que pensaron que la pasividad de las clases media y baja era un logro asentado que les permitía dirigir en paz la sociedad, se equivocaron, no supieron entender que el ser humano tiene la necesidad psicológica básica de «hacer» de actuar, de ser dueño de su vida y partícipe de su mundo, es cierto que durante muchos años esto no ha sido así, pero también es cierto que esa necesidad ha estado ahí generando tensiones psicológicas profundas debido a su insatisfacción (frustración juvenil, incremento de las enfermedades mentales, estallidos de violencia aparentemente injustificados, incremento del consumo de drogas, alcoholismo, alienación…) que han afectado principalmente a la juventud, esa juventud que ahora mismo se rebela. Un apunte más, estas nuevas formas seguirán desarrollándose le pese a quien le pese y contra los intentos de contención de las viejas formas y poderes, y suyo es el futuro aunque sea por una simple cuestión demográfica: todos aquellos socializados en las viejas formas de comunicación tenderán a desaparecer mortis causa irremediablemente, y los jóvenes (quien por su tendencia a la acción son más afectos a estas formas de comunicación) seguirán ocupando su lugar y socializándose con las nuevas tecnologías, creando y desarrollando nuevas formas de comunicación y acción política; el ejemplo lo tenemos en un famoso partido político: quienes se oponen a un ejercicio directo de elección masivo y libre —en la línea de Podemos— constituyen «la vieja guardia», su resistencia es únicamente temporal y desde luego fútil. Pero cuidado, esta nueva forma de comunicación política, o mejor dicho, de interacción política acaba de nacer, aun debe pelear por su sitio y su existencia no presupone nada sobre la del bipartidismo o los grandes partidos, estos aun pueden adaptarse. Apunte extra: ¿tendrá algo que ver la abdicación con un intento por adaptarse a los nuevos tiempos que parecen soplar con respecto a todo lo que acabamos de explicar?
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...un escritor es «un chiflado que mira la realidad, y a veces la ve»...
La velocidad de la luz Javier Cercas Categorías
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Abril 2020
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