El siguiente comentario estaba preparado desde la semana pasada, me he planteado si publicarlo tal y como estaba o modificarlo a raíz de los atentados de Barcelona y Cambrils, incluso si publicar otra cosa; no obstante creo que, más allá del recuerdo y el cariño debidos a las víctimas, hay que continuar con la vida, que eso es lo mejor que podemos hacer, por ello lo publico con unas simples correcciones que en todo caso iba a hacer y que no desvían para nada el foco del tema.
Aquí va. Hace tiempo que prometí una serie de comentarios más alejados de la actualidad, más teóricos si se quiere, alguno incluso se acordará de ello, y para cumplir con la palabra dada empiezo con este, espero que mueva a la reflexión. Tradicionalmente se ha considerado al liberalismo como una ideología que situaba al ser humano, a la persona, en el centro de su construcción, así, su defecto principal sería subestimar al mercado y las fuerzas que encierra, que pueden acabar arrastrando a ese ser humano individual y aislado cuyos derechos, “inventados” por ese mismo liberalismo, son en la práctica barridos sin piedad por el mercado que esta misma ideología crea. Por el contrario, el socialismo situaría en su centro esas mismas fuerzas que el liberalismo ignora, especialmente el mercado, su defecto: subestimar la capacidad e importancia del ser humano, de la persona, caracterizándola como una especia de brizna de hierba movida, si no al albur del viento, sí de fuerzas inconmensurables tales como la Historia y la Economía. Sin embargo, frente a una pantalla y los acontecimientos que transmite me pregunto, ¿no habrá ignorado el liberalismo tanto o más que el socialismo al ser humano? Porque, al fin y al cabo, la supremacía actual del mercado en todas las facetas de la vida, ¿no supone la destrucción de lo más esencial, básico y profundo de la persona? ¿No se destruye a la persona ignorando su propia naturaleza? Es decir, se construye un medio ambiente en el que —teóricamente— el individuo es completamente libre para seguir sus impulsos, sean estos cuales sean, y se ignora el hecho cierto de que uno de esos impulsos va a llevar a unos cuantos más fuertes a aprovecharse de los más débiles[1]. Resulta de lo más curioso teniendo en cuenta que uno de los principales teóricos del liberalismo clásico, Hobbes, pretendía aquello de los lobos y los hombres y ha trascendido desde entonces, como parte integrante de la ideología liberal, que el ser humano es intrínsecamente malvado. Bien, si en un entorno de absoluta libertad, con los menores frenos y cortapisas posibles, ponemos a seres con tendencia natural al mal, ¿qué ocurrirá? Puesto que la respuesta es obvia y nada gratificante, el liberalismo realiza una especie de pirueta psicológica y mágicamente teoriza —en su vertiente económica al menos— que si todas las personas tienen plena libertad para perseguir sus intereses individuales, el resultado será el bien común. Ya lo sé, se entiende que en un entorno en el que se respeten unos ciertos mínimos, como el derecho a la vida, la propiedad… Pero, ¿de verdad creen que eso es suficiente? ¿Nadie ha estudiado historia?[2] Lo cierto es que mantener semejante creencia y semejante contradicción teórica solo es posible si está mediatizada por la fe, que todo lo puede. Sin la intervención divina, sin la religión, es imposible mantener una lógica que se contradice a sí misma. Y sí, amigos, el liberalismo, al menos económico, desde su mismo nacimiento es un cuerpo teórico de consagración religiosa, si no, ¿qué creíais que era la mano invisible? ¿A qué tanto laissez faire? Esto, que en el s. XVII era algo evidente para todo el mundo, y no malo, sino al contrario, hoy se esconde y hasta se niega, cosas de la mercadotecnia[3]. De vuelta Pero retornemos al presente. Se ha hablado mucho de la agresión a la psique humana que supone la excesiva mercantilización de la sociedad y la vida actuales, de la agresión constante que supone la individualización extrema del mundo actual contra la naturaleza social y/o política (en los sentidos platónico y aristotélico) del ser humano. Yo también en este blog, hace tiempo, lo esbocé como una de las causas de la proliferación de terroristas en países árabes y occidentales, especialmente entre esas clases medias y altas en las que parece más difícil de comprender puesto que lo tienen aparentemente todo, excepto lo importante, que se sienten desplazados, desclasados, alienados, y buscan un sentimiento de pertenencia, de inclusión, una forma de escalar en la pirámide de Maslow más allá de la simple autocomplacencia por un coche mejor; algo que en cierta forma es una rebelión contra ese liberalismo tan bueno proporcionando (a algunos) la conquista de los niveles inferiores de la pirámide, la satisfacción de las necesidades materiales, pero que a la vez impide seguir escalándola y llegar a la satisfacción de las necesidades inmateriales, espirituales y personales[4]. Sin embargo, como todo en relación con los seres humanos, tiene dos caras, pues el mismo fenómeno también podría estar, y de hecho así lo creo, tras las asociaciones ecologistas, ONG, movimientos de apoyo a y demás que surgen abundantemente en nuestras sociedades. También, por supuesto, en el éxito de las redes sociales, pues a través de internet las generaciones más jóvenes, menos adocenadas y con menos rémoras encuentran el contacto directo que la sociedad mercantilista de sus mayores, en la que todo tiene y ha de tener un valor comercial, les niega. En el mundo digital no son meros espectadores target, es decir, potenciales compradores, no mero público[5], sino actores, y no actores unívocos y algo descerebrados, no mera masa[6], sino actores multivectoriales, es decir, interesados en varios temas y capaces de actuar/opinar/influir (aunque solo sea con un me gusta o compartiendo) en relación con varios de ellos. Son organismo vivo interactivo y multirelacionado, no pasivo y por tanto dependiente, dicho de otra forma, dan y reciben, interactúan, y en la interacción humana está la clave. Habrá quien diga que para eso ha estado siempre la relación personal, pero es que estamos en la era digital, guste o no es el signo de nuestro tiempo, de la modernidad, y aquello que sirve hoy para distinguir unas generaciones de otras. De lo que trata todo esto, amigos, es de que los instintos y necesidades del ser humano de las cavernas, del mamífero que somos, están, han estado y estarán ahí, debajo de nuestra piel, esperando. Se los puede reprimir durante un tiempo y apenas tendremos que enfrentarnos a unas cuantas enfermedades mentales que también reprimiremos con fármacos, encierros o cirugía, pero tarde o temprano surgirán, y solo siendo conscientes de quiénes y qué somos podremos canalizarlas hacia aquello que queramos ser, que consideremos mejor y más provechoso desde un punto de vista moral. De lo contrario surgen los Trump, los supremacistas blancos, fascistas, nazis y terroristas, pues la moral y la intelectualidad no pueden nada frente a la necesidad primaria de una caricia, una simple y vulgar caricia, de un abrazo físico, moral u on-line, pero abrazo al fin y al cabo, reconocimiento de nuestro ser, nuestra existencia y nuestro valor intrínseco, es decir, frente a la necesidad del contacto humano, esa única defensa que tenemos en nuestra individual soledad frente a la inmensidad del mundo. Es algo grabado en lo más profundo de nuestro ser, en ese cerebro reptiliano que muchos tratan de excitar para movernos a seguir sus cavernarios postulados, y por eso mismo siempre habrá gente dispuesta a olvidar todo lo que la inteligencia dice que es bueno y lo que la moral más básica dice que es noble, todo por una simple caricia. Esprit de corps ¿Y cómo se consigue esto? De la misma forma en que se consigue que un grupo de muchachos absolutamente normales se convierta en una perfecta máquina de matar sanguinaria cuyos integrantes están dispuestos a dar la vida en cuanto se lo ordenen (y ahora no me refiero a un grupo terrorista): con algo llamado esprit de corps. Algo tan antiguo como el más antiguo grupo humano. Y la forma más básica de construir este sentimiento de identidad comunitaria es enfrentándolo a otros, encontrando un enemigo, alguien a quien culpar (de qué culparle es lo de menos), pero es imprescindible que haya alguien que sea diferente, extraño a nosotros para, en base a esa extrañeza, poder excitar y dar rienda suelta a nuestro instinto reptiliano de tribu que nos impele a protegernos de lo desconocido y distinto, aun cuando no lo fuera un momento antes. Nosotros y ellos. Nosotros frente a ellos. Ellos contra nosotros. Debemos defendernos. ¿No lo sabías? Pues sí, ya lo sabes. Y ahora llega la clave: ¿de qué lado estás tú? Cuidado con lo que respondes. No hay escapatoria. [¿Quién ha avivado las llamas del fascismo? Al hilo de este artículo de Owen Jones, perfecto ejemplo de lo indicado, propongo un ejercicio: sustituir las referencias a medios anglosajones por medios y políticos españoles[7]] Y sí, hay resistencias, resistencias psicológicas, un superyó que reprime esas tendencias que se saben inmorales, así que surgen las justificaciones, todos las conocemos: ellos empezaron (siempre es el otro el que empieza la pelea, o la supuesta pelea, el que agrede) o, más probablemente, iban a empezar, ya lo hicieron una vez (el número de palitos en los siglos es indiferente), al fin y al cabo no son como nosotros (la característica diferenciadora no está necesariamente relacionada con tonalidades cromáticas, puede ser lingüística, por supuesto religiosa, ideológica o basada en una supuesta historia común)… Y surgen también las equidistancias, el más peligroso juego actual, en el que uno se atrinchera en una supuesta virtud: la aséptica imparcialidad, que no es sino una supina estupidez: si alguien es malo, el otro ha de serlo también, y en este sentido se busca cualquier detalle; de esta manera los hay que justifican a Franco y su dictadura, por ejemplo[8]. Y no es que no haya que ser neutral, pero hay que tener cuidado. El respeto a las opiniones de los demás es un valor esencial, no una mera práctica, pero desde luego no es absoluto. ¿Podemos respetar la opinión de un supremacista blanco? No digo que tengamos que partirle nada, aunque en ocasiones nos asalten las ganas, pero tampoco podemos conformarnos con un simple esa es tu opinión, pues es por ahí por donde comienzan a perderse las sociedades. Un ejemplo paradigmático es el del creacionismo. En Estados Unidos, los creacionistas se han aprovechado del respeto debido a las opiniones de los demás para colar su discurso, pretendiendo que era tan válido como la evolución; así, enfrentaban a un dilema moral a quienes les contradecían: ser fieles a la verdad científica o preservar su ética y la paz social. Uno a cero para la ética, o seguramente para la paz, al menos momentánea. Pero, a largo plazo, ¿puede haber ética sin verdad? Nuevamente nos encontramos con el efecto —quizá devenido de la lógica mercantilista— de valorarlo todo únicamente a corto plazo. Mi abuela decía por la compasión entra la peste, nunca me pareció un pensamiento muy loable, la verdad, pero expresa perfectamente la idea de que debemos tener mucho cuidado cuando nos enfrentamos a dilemas morales, pues podemos estar dejando pasar una pandemia quizá por ahorrarnos un constipado; personalmente, siempre he preferido este: más vale una colorado que ciento morado, aunque sin duda es más difícil de seguir, pero claro, ya sabemos que el lado oscuro es más fácil, más rápido, más seductor... P.S.: ahora sí, por los atentados, os dejo un articulito-resumen, como siempre para llamar a la reflexión: Ingenuos y “buenistas” [1] No estoy teorizando acerca de la maldad natural del hombre, no soy Hobbes ni comparto sus opiniones, pero eso tampoco significa que suponga que el ser humano es bueno per se, hasta donde yo sé el hombre es, todavía, un mamífero. [2] ¿Y literatura? ¿Poderoso caballero es don Dinero? ¿No? [3] También lo sé, mezclo impunemente conceptos de liberalismo económico y político y paso de uno a otro sin miramientos, pero ¿qué es el uno sino el sostén del otro? [4] De ahí que defienda, una y otra vez, que el tiempo del liberalismo pasó, que su reedición radical, el neoliberalismo, es nefasta para el ser humano y que, agradeciendo los servicios prestados, es hora de una vez de avanzar y buscar pastos más verdes, de lo contrario la civilización occidental camina inexorablemente hacia su destrucción; aunque quizá sea así como suceda, quizá sea así como ha de suceder. [5] En el sentido de Gustave Le Bon. [6] En el sentido de Gabriel Tarde. [7] Solución: no necesitamos buscar por el mundo, el abc de la sinrazón, lo tenemos muy cerca de casa, lamentablemente cada vez más en nuestro país, disfrazado de libertad incluso digital y en tantos otros lugares que se me acaban las referencias. [8] Seguro que más de uno estaba esperando que a continuación escribiese algo así como “o a la dictadura castrista” o similar, pero ¿no sería eso caer en el mismo juego de equidistancia que estoy denunciando? Como el nivel de infantilismo actual es enorme lo aclararé aunque no debería hacer falta: no ser equidistante con cuestiones que no lo permiten no significa ignorar la verdad, como los crímenes cometidos en el bando republicano, o la propia dictadura cubana (aun con todas las mentiras que de ella nos cuentan), significa valorarlos correctamente, denunciarlos, sí, pero no asumir que justifican barbaridades superiores, de la misma forma que nadie con moral e inteligencia supone que la muerte de un judío o su secuestro justifica la de 100 palestinos.
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La velocidad de la luz Javier Cercas Categorías
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