Al hilo del debate que se produjo ayer en el Congreso de los Diputados sobre la solicitud de la Generalidad catalana de la competencia para convocar un referéndum y de muchos comentarios que vengo leyendo desde hace tiempo sobre la situación general, quiero publicar este breve apunte sobre uno de los argumentos que más se utiliza y que ha reverdecido nuevamente a raíz del fallecimiento de Adolfo Suárez: la comparación con la Transición.
Mucha gente apela al diálogo y no parece explicarse cómo fue posible llegar a acuerdos tras la muerte de Franco y que hoy las mismas partes no sean capaces de encontrar soluciones pactadas. Las personas que se expresan en estos términos cometen a mi entender un error de apreciación esencial: consideran que la situación fue más difícil en la Transición a la hora de llegar a acuerdos, sin embargo esto es radicalmente falso. En toda negociación hay que tener una clara voluntad de entendimiento, lo que supone asumir como mínimo: a) Que cabe la posibilidad de estar equivocado. b) Que la otra u otras partes tienen o pueden tener intereses y/o puntos de vista tan válidos como los nuestros, es decir, reconocer cierta igualdad y legitimidad a todas las partes. c) Que el acuerdo es un bien superior que está por encima de otros y por lo tanto es posible, y muy probable, que haya que hacer concesiones en las propias posiciones para lograrlo. ¿Se cumplían estas premisas en la Transición? Aparentemente no, veníamos de un régimen dictatorial con una parte acostumbrada al poder absoluto y otra deseando liberarse de la represión y, quizá, con ánimo revanchista. ¿Se cumplen hoy en día? Aparentemente sí, hoy somos una democracia del primer mundo. Sin embargo las apariencias engañan. Durante la Transición los incentivos para llegar a un acuerdo eran mucho mayores: por un lado el miedo, miedo del Régimen a una revuelta violenta y revanchista de la mitad del país a la que vencieron pero no convencieron, y miedo de la oposición a una involución y a otros cuarenta años. Por otro lado, en aquel entonces España era un país en vías de desarrollo, es decir, tenía a dónde mirar, en aquella época Europa resplandecía y más o menos todos (aunque cada uno con sus matices) querían que España se integrase en esa Europa desarrollada, moderna y occidental. Había una senda, un camino que recorrer, un ejemplo. Sí, había radicales en uno y otro lado, pero la mayoría, como ejemplifica lo que sucedió y las renuncias que se hicieron, sabían dónde debía estar España, es más, dónde no le quedaba más remedio a España que estar si quería tener el más mínimo futuro. ¿Cuáles son los incentivos para llegar hoy a un acuerdo? Por un lado se piensa que las legítimas aspiraciones han sido demasiado tiempo postergadas y, además, por el bien común, con lo que se ha hecho un favor enorme al Estado desagradecido y opresor. Por otro, se considera que no hay lugar para ninguna aspiración territorial en una democracia supuestamente moderna y desarrollada con un estado tan descentralizado como el Autonómico, ¿qué más quieren? Ambos bandos se creen cargados de razón y no tienen miedo ninguno a nada, hoy en día ¿qué podría pasar? ¿No se han independizado Kosovo y Macedonia? ¿No se separaron la República Checa y Eslovaquia? ¿No hay un referéndum en marcha en Escocia? Por otro lado, ¿no tenemos la Unión Europea como institución supranacional que nos une a todos? ¿No vivimos en una democracia que permite la expresión de todos los sentimientos e inquietudes? ¿No hay canales legales para lograr todas las aspiraciones? El problema de hoy en día es que nadie percibe ningún peligro verdadero si no se llega a un acuerdo, y por otro lado no parece haber ningún modelo que garantice una resolución más o menos adecuada y pacífica de la cuestión. Dos apuntes al respecto y acabo. Sobre el peligro en general he de decir que cuando no se percibe es precisamente cuando se empeña en materializarse, es justo esa capacidad de sorprender lo que le permite sorprendernos y, por si fuera poco, cuando lo hace de esta manera las consecuencias suelen ser especialmente dramáticas; de nada servirá después analizar si había indicios de tal o cual cosa o si se pudo haber hecho tal otra. Y sobre nuestro caso concreto, la ausencia de percepción de peligro no puede ser jamás una excusa para tratar de imponerse sin más, al menos si realmente consideramos esto una democracia y queremos estar a la altura de todo lo que ello significa. Con respecto al modelo, creo que en realidad sí que los hay, pero hay que querer verlos, elaborarlos y llegar hasta ellos, esto implica querer ser valiente y sobre todo no tener miedo a abrir sendas nuevas. Salimos más o menos bien librados en la Transición y se consiguió lo que se quería, ahora tenemos lo que nos hemos ganado, ¿alguien creía que con construir una democracia, con todo lo imperfecta que esta es, ya bastaría? ¿Que se acabarían todos los problemas y viviríamos felices en campo de margaritas? Pues no, ahora nos toca ser los primeros, abrir camino en los problemas que se nos planteen porque ya no hay nadie delante que haya abierto la senda y nos ilumine, nos toca a nosotros trazar esas rutas que quizá otros seguirán mañana; por supuesto que eso implica el riesgo de equivocarse, pero no hacer nada es una equivocación segura y una traición a esos ideales democráticos que todos dicen defender. Señores, y esto lo digo no solo por el caso de Cataluña sino por todo lo que ocurre en el país y en Europa, acostumbrémonos de una vez a inventar nosotros.
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La velocidad de la luz Javier Cercas Categorías
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