Lo he intentado, he intentado mantener determinadas consideraciones fuera de este blog, lo prometo, pero los que me conocéis bien sabéis que algunos temas son superiores a mí; por otro lado, esta página es para expresar(se), así que expresemos.
Una de las materias más interesantes que pude encontrar en la estéticamente horrible facultad de CC. Políticas en la que pasé un tiempo fue la geopolítica. Debo reconocer mi enorme escepticismo hacia esta disciplina —su carácter inductivo no casa nada bien con mi deductivismo continental europeo—, mi primera impresión fue que trataban de enseñarnos astrología (reconozco que hubo un tiempo, breve, en que también pensé así de la psicología); sin embargo, como diría cualquier anglosajón, qué más da la teoría si la práctica es buena. El caso es que, bien por la validez intrínseca de sus teorías o bien por la validez que le dan a sus teorías los que deciden esas cosas, la geografía política —y más concretamente la geopolítica, que es de lo que en realidad tratamos aquí— vuelve una y otra vez a mostrarse como una herramienta utilísima de análisis. Pero basta de rodeos y vamos a entrar en materia: con respecto a los sucesos de Ucrania se está escribiendo de todo desde los más diversos puntos de vista y haciendo referencia a cuestiones históricas, políticas y, por supuesto, económicas (el nuevo y esencial campo de batalla de la geopolítica). Una de las principales acusaciones que se hace contra Vladimir Putin es la de querer reconstruir el viejo imperio soviético, esto en mi opinión es esencialmente cierto, aunque no es el imperio soviético lo que creo que él quisiera reconstruir, sino el viejo imperio ruso (¿y qué mejor lugar para ello que donde británicos y franceses le arrebataron su honra y algo más en el siglo XIX?), quizá con las fronteras de la URSS y su descomunal influencia y poder. Todos sabemos que Putin procede del KGB, y como muchos de los provenientes de las élites de aquella época se ha adaptado (¿sorprendentemente?) bien al capitalismo en toda su extensión, sin embargo los orígenes pesan mucho (que se lo digan a los ucranianos, por ejemplo) y los conceptos que maneja Putin parecen seguir siendo los de la vieja geopolítica de la Guerra Fría. Nadie debe haberle dicho que la Historia finalizó junto con la URSS, justo lo contrario de lo que ha ocurrido en EE.UU., donde Fukuyama se lo contó a todo el mundo con enorme éxito, lo que explicaría que en ese país la geopolítica desde entonces se haya volcado hacia China, dando quizá por (demasiado) zanjado el problema europeo. Es lógico teniendo en cuenta los intereses económicos y estratégicos americanos y la tranquilidad que solo Dios sabe por qué debió de darles la Unión Europea en ese sentido, pero también es verdad que han tenido tiempo de sobra para despertar de ese sueño. Así las cosas, ¿quedará alguien en EE.UU. que recuerde las reglas de la vieja geopolítica europea? Puesto que la obsesión china parece reinar actualmente en tierras norteamericanas, habrá que recurrir a alguien que estuvo allí. Decía Zbigniew Brzezinski poco más o menos que Rusia necesita de Ucrania para ser un imperio (por cierto, si os interesan estos temas El gran tablero mundial: la supremacía estadounidense y sus imperativos geoestratégicos es un libro IMPRESCINDIBLE); cualquiera que mire un mapa sin necesidad de saber nada de geopolítica se da cuenta de que Rusia precisa de Ucrania si quiere expandirse hacia Europa y el Mediterráneo, por decirlo así, Ucrania está justo en el medio. Añadamos a esto las cuestiones históricas, étnicas y religiosas (a mi juicio las menos importantes) que como ya sabemos sirven para justificar cualquier cosa (y la contraria, ya de paso) y especialmente las cuestiones económicas en lo referente a los recursos naturales y el suministro de energía (vaya, ahora aparece Alemania) y entenderemos rápidamente la importancia de Ucrania. Bien, Ucrania es importante, qué novedad. Calma, lo bueno viene ahora. En estos días hemos visto cómo se fijaban las ¿posiciones? de las distintas partes que importan: Rusia y Occidente, de las que solo Rusia parece tener una. Estados Unidos ha sido sobrepasado por los acontecimientos y no sabe qué hacer, Europa (Alemania y Gran Bretaña principalmente) por su parte tiene miedo, otra novedad, y ha comenzado el diálogo de la diplomacia: — ¿Intervención militar? Bueno, tampoco hay que exagerar, que Ucrania no es territorio OTAN y son medio rusos —ha dicho Occidente. Justo como esperaba Putin. —Entonces sanciones económicas. —Cuidado, que en una economía globalizada las balas rebotan y a eso sabemos jugar todos, además, ¿vosotros no estabais en crisis? —ha respondido Rusia. Putin no es un oso ruso, sino un viejo zorro que no da puntada sin hilo, y el hilo empieza a verse: ya ha salido a colación el derecho de autodeterminación. Algunos han hablado de una anexión de Crimea a Rusia. ¡Qué pereza! Mejor déjalos ahí quietecitos que ya iremos nosotros mangoneándolos cuando queramos, pero no me metas en líos, imagino que respondió el zorro. La anexión de un país tan significativo, grande y quebrado como Ucrania (aun con todo su potencial) tiene muchos inconvenientes e incumple una de esas normas esenciales de la guerra fría que en EE.UU. parecen haber olvidado: no poner a tu rival en una situación tal que sea inasumible, es decir, permitirle salvar la cara de alguna manera. Putin no es tonto y a pesar de la debilidad que le supone a Obama no va a arriesgarse a obligarlo a sacar el carácter. Especialmente teniendo en cuenta que hay una solución para todo este lío que resulta cómoda para todas las potencias: la partición de Ucrania, aunque sea sin partición. Soy de la opinión de que lo que importa es el concepto en sí, y no el nombre que se le dé, por eso me es indiferente si la península de Crimea, y cualquier otra parte rusófona de Ucrania, sigue siendo parte teórica o legal de la República de Ucrania con una gran autonomía (prácticamente independiente de facto) o si se divide en dos estados, uno nacionalista ucraniano prooccidental y otro prorruso —lo que por otro lado quizá sea lo más correcto desde el punto de vista histórico—, en ambos casos con todo el boato y respaldo democrático de un referéndum auspiciado y ¿acordado? por Estados Unidos y Rusia (las formas son las formas). La cuestión es que Ucrania quede de alguna manera dividida y convertida en uno, o dos, estados tapón que separen a uno y otro bloque (Occidente y Rusia) a la manera en que las dos coreas cumplen esa función con Estados Unidos (y sus aliados) y China. Esta es una solución intermedia propia de la Guerra Fría que tiene la ventaja de fijar claramente las fronteras y los límites de la influencia de cada cual. Frenaría el avance europeo hacia Rusia, pero también los intentos rusos hacia Europa (aunque aun quedarían otros lugares de conflicto, una vez fijado un límite más o menos claro el resto sería más fácil). Creo que Putin ansía esa vieja seguridad, esa claridad que había en la segunda mitad del siglo veinte y que permitía, sobre todo, tener las manos libres en el propio territorio, y ese es el verdadero peligro del asunto. Sabremos que la solución está a punto cuando aparezca en escena la inmaculada estela azul de las Naciones Unidas con algo más que no sea el típico «sed buenos, no os peleéis», pongamos unos observadores para un referéndum o algo así. Existe por supuesto un actor que podría alterar todo esto (solicito un redoble de tambor mental): China. China no estuvo en aquellos tira y afloja europeos de primaveras y tanques, pero hoy en día es esencial. En los últimos tiempos ha pretendido ser un actor internacional más o menos modélico, ajustando su comportamiento al derecho internacional en los asuntos de otros y a una neutralidad más bien discreta, es decir ha mantenido un perfil más o menos bajo en los asuntos políticos, pero ha extendido su poder económico por el mundo, principalmente por los países emergentes, sin parar (podríamos comparar el poder «duro» del que hacen gala tradicionalmente los rusos con el «blando» que prefieren los chinos, pero creo que ya me estoy extendiendo demasiado). Todo el mundo está de acuerdo en que tarde o temprano China tendrá que asumir las responsabilidades que su talla le impone, por eso será especialmente interesante ver qué posición adopta con respecto al caso de Ucrania, si es que se decide a adoptar una. ¿Lo hará ahora? Quizá los que esperan ese paso desconocen algunas advertencias sobre el carácter chino que hacen determinados expertos y le atribuyen un gusto occidental por la preponderancia, o simplemente esperan que la responsabilidad y los intereses obliguen a los chinos a actuar por fin (¿sería esta una buena noticia para los americanos?). En cualquier caso, el asunto no es totalmente ajeno a los intereses chinos porque fijar claramente las áreas de influencia occidental y rusa en Europa (que es lo que realmente se discute en Crimea) dejaría a Rusia las manos libres para centrarse en sus batallas geopolíticas en el sur, donde una pequeña pléyade de repúblicas desagradecidas está estableciendo lazos con los chinos, intolerable. Así que, de rebote, el conflicto en Ucrania puede exacerbar los conflictos geopolíticos en Asia central, y volvemos a hablar de recursos económicos. Por ello China es tan determinante: a pesar de las realistas contraamenazas de Putin, sanciones económicas impuestas con contundencia serían desastrosas para Rusia, y el apoyo decidido de China a estas minimizaría el impacto de la «contraofensiva» rusa al respecto, propiciando una victoria occidental, aunque en alianza con los chinos (quién lo iba a decir). Claro que todo esto no son más que fabulaciones, al fin y al cabo, esto es un blog de literatura.
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...un escritor es «un chiflado que mira la realidad, y a veces la ve»...
La velocidad de la luz Javier Cercas Categorías
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