Últimamente he tenido este blog bastante abandonado, lo reconozco y pido disculpas, aunque yo no puedo asegurar que no vuelva a ocurrir como hizo aquel, la verdad; como no soy profesional y no tengo ni la necesidad ni la obligación de fijar tiempos de trabajo dependo de la inspiración y la motivación, y son dos criaturas extremadamente tímidas. Por si fuera poco, he sufrido el extravío de una parte esencial de los materiales de la historia en la que estoy trabajando y he tenido que empezar de nuevo a recopilarlos. En fin, un desastre por otro lado muy propio de mí, si bien quizá sea mejor así, hay quien sostiene que la vida te da lo que necesitas (si eso fuese así…), aunque no te guste, y quizá yo necesitaba un nuevo punto de vista. Pero lo que me ha movido a escribiros hoy es la cantidad de personajes de la vida cultural y académica que se están implicando en política, últimamente Ángeles Caso, Juanjo Puigcorbé, Luis García Montero, Ángel Gabilondo (seguramente el más famoso)… sin olvidar a nuestros amigos de Podemos, procedentes todos de la docencia universitaria.
Inciso: al hilo de estos, un amigo comentaba hace un tiempo que le hacía gracia la etiqueta de profesores universitarios con la que se presentaba a estos miembros fundadores de Podemos cuando, como cualquiera que haya pasado por la universidad española, sabía que los criterios para nombrar profesores tenían más que ver en muchas ocasiones con la cerveza despachada en las cafeterías de las facultades que con la excelencia académica; siendo esto cierto, sería un error subestimar a estas personas por esta razón o por su edad, pues su nivel de formación es extremadamente alto, se puede estar de acuerdo con ellos o no, pero por mi experiencia os puedo asegurar que independientemente de cómo consiguieran el puesto están muy preparados; en este sentido, quizá la única pega que se les pueda poner es que esa preparación adolece de un marcado sesgo ideológico, pero eso también ocurre en las fuerzas políticas que nos han gobernado hasta ahora y nadie se ha quejado por ello. Volviendo al tema del que hablábamos, parece que ya se han pasado los tiempos en los que el intelectual renegaba de la política por considerarla indigna, por estar él para cosas más elevadas. Siempre he pensado que esa postura típica era verdaderamente oportuna, pues evita el enfrentarse a la realidad y a la posibilidad de ver fracasar los propios postulados que desde una atalaya con pizarra, o desde las páginas de una publicación especializada y minoritaria, es muy fácil mantener. Siempre ha habido una distancia peligrosa entre teoría y práctica, especialmente para todos aquellos que eligen la reflexión por encima de la acción, el resto son excusas en la mayoría de los casos. Pero excusas que han venido muy bien a muchos (especialmente a los posibles adversarios) durante mucho tiempo. ¿A qué se debe este cambio de actitud? Quizá sea a la pura indignación, quizá el estado de las cosas ha llegado a tal punto que ha movido a algunos de ellos a dar un paso adelante, a intentarlo y arriesgarse a equivocarse, si este es el caso, bienvenidos sean. Aunque también es posible que todo se trate de una respuesta precisamente a Podemos, a ese aura de prestigio universitario que les acompaña o de la que se sirven, quizá sea una reacción de los partidos tradicionales, y de los no tradicionales también, que han presionado y movido a sus propios elementos culturales más o menos afines como estrategia puramente electoral. Todo es posible, a mí me parece más probable que haya sido una combinación de ambos factores: presión de los aparatos políticos e implicación propia por indignación o por afán de igualar el terreno y atraer algo del prestigio (tan caro en estos ámbitos) que pueda caer por ahí. No obstante creo que hay que distinguir muy bien la calidad de las personas: sin ningún ánimo de ofender, pero, ¿qué puede a priori ofrecer en la gestión un actor? No más que cualquier otra persona con una profesión de menor relumbrón. No nos dejemos deslumbrar, la preparación no debe suponerse por el hecho de ser famoso, que luego se hacen un perfil en twitter y pasa lo que pasa. La excelencia para la política tiene más que ver con una serie de características personales que no se enseñan, aunque pueden aprenderse, y con una formación técnica adecuada que con haber publicado unas cuantas novelas o haber protagonizado aquella película que tanto nos gustó, por no hablar de algo que llaman ética, un misterio oigan. En cualquier caso, y dejando a un lado a los famosillos de oropel, bienvenidos sean a la arena política todos aquellos con verdadera preparación o al menos disposición y capacidad para tenerla, quizá logren elevar el nivel del… no, ojalá logren instaurar un debate político mínimamente verdadero en nuestro país y acaben con la dictadura del Sálvame que se ha apoderado de la vida pública últimamente, ni que vinieran elecciones.
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Cuando yo explico estas cosas, la gente suele mirarme con cara de seta y no creerse abolutamente nada, porque al fin y al cabo hay periolistos/tertulianos que como saben de todo, también dominan estos temas, ¿y a quién vas a creer sino a los que salen por la tele gritando?, es que es de cajón vamos. Pero como soy así de tenaz, o de idiota, a ver si explicado por otras personas conseguimos que la gente deje de echarle la culpa de todos los males al pobre D'Hondt y a su sistema (que no ley).
Un saludo. Artículo: Podemos y el ‘sheriff’ de Nottingham Llevo varios días, y creo que alguna semana se me ha escapado ya, tratando de actualizar este blog con un comentario relativo a las fiestas navideñas y el nuevo año, y no porque fuera lo que tocaba, eso me da igual, sino porque me apetecía hacerlo, y es que llevo ya mucho tiempo sin actualizarlo, el problema es que me temo que he vuelto a enfermar. Creí que esta vez sería distinto, creí que al tener otra novela bastante avanzada me sería más fácil continuar, pero no ha sido así: desde que publiqué El cuaderno negro en amazon estoy completamente bloqueado. Ya me sucedió cuando terminé El ángel herido, una sensación de agotamiento, de hastío, incluso de repugnancia hacia las letras, como un empacho deliberado, como un exceso de todo, especialmente de uno mismo; es tan fuerte que a pesar de lo prometido ni siquiera he adaptado El cuaderno para smashwords, tanto necesitaba la distancia... No es desde luego una sensación agradable, pero sospecho que es necesaria, sé que es necesaria, a menudo las purgas lo son; al menos sé que pasará porque ya me sucedió en otra ocasión y fue así como cursó la enfermedad y porque necesito que sea así. Supongo que es algo relativamente normal en cualquier proceso creativo, aunque también es posible que tenga algo que ver con estas fiestas, que me gustan pese a todo, pero durante las cuales a menudo no me siento cómodo —sin llegar a estar nunca muy seguro del motivo—.
Pero yo quería escribir un mensaje navideño, un mensaje de felicitación que no fuese al uso, sin embargo en estas condiciones no sé muy bien qué pinta un mensaje de felicitación, porque si vamos a felicitar la navidad deberíamos hacerlo en las iglesias, postrados frente a la imagen de un hombre torturado (algo que no me inspira muchas felicitaciones, la verdad) y no al primer paisano que pasara junto a nosotros; y si lo que felicitamos es el año nuevo, lo hacemos mal, pues no es simplemente «feliz año nuevo» lo que habría que decir, sino algo parecido a «que todo te vaya muy bien este próximo año o, al menos, mejor», reconozco que no luce igual, pero creo que se adecua mejor al mensaje de esperanza que subyace. Al final me da la sensación de que lo más auténtico, lo más verdadero de estas fiestas, es el 28 de diciembre, lástima que ya no se celebre... Por cierto, ¿qué tal los reyes? Alguno estará pensando que soy muy negativo, pero no es así porque esta fecha es propicia para las sorpresas, una de las mejores cosas del mundo, y de entre todas ellas las mejores son las que dan las personas que sin motivo aparente deciden acordarse de aquellos otros con los que hacía tiempo que no tenían contacto, gente con la que se perdió o se dejó morir la relación quizá sin saber muy bien por qué o precisamente porque era lo más conveniente en aquel momento, pero gente que en el fondo se desea, sin embargo el miedo, la duda... Algo tan simple como un mensaje en esas circunstancias hace que nos sintamos especiales, que sepamos que somos recordados, que dejamos algún tipo de huella, que de alguna manera somos o fuimos algo más allá de nosotros mismos, algo que perdura, ¡qué más puede desear el alma humana, siempre temerosa de su propia mortalidad! Todo mi reconocimiento y admiración para esas personas. Pero seamos sinceros, eso es solo una parte, inmediatamente después vienen las preguntas, los recelos, el ¿qué es exactamente lo que quiere? ¿Habrá cambiado algo? Y especialmente, ¿qué debo hacer? Esas seguro, pero se me ocurren otras preguntas más como ¿me habrá perdonado? ¿Se habrá equivocado en realidad? ¿Debo hacer como si nada? Y tantas y tantas como personas y relaciones, así es el alma humana. Sí, también están los mensajes y felicitaciones de compromiso y aquellos que no nos conmueven en absoluto (¿y este qué quiere ahora?), pero esos no resultan nada interesantes. En fin, que si las navidades sirven para recibir este tipo de sorpresas, muy bienvenidas sean, quizá debiéramos intentar ser naturales y agradecidos, tratar de hacer caso omiso a ese lado sospechoso y oscuro nuestro, al fin y al cabo las relaciones tienen dos direcciones y no resulta difícil imaginar el esfuerzo que esa persona habrá tenido que hacer para dar el paso de enviarnos un mensaje, el esfuerzo que nosotros no fuimos capaces de hacer, el que seguro que más de uno intentamos realizar. Quizá este año, quizá este 2015, sea el año del ¿y por qué no?, que aun busca una respuesta convincente, el año de la sinceridad, el de los sentimientos sin miedo. Qué sencillo resulta decirlo, ¿verdad? En fin, quedémonos al menos con la esperanza. Feliz año nuevo a todos. En este proceso de aprender a escribir —como en cualquier otro aprendizaje en realidad— uno va desentrañando misterios ocultos y estrellándose contra evidencias grandes como catedrales, no queda otro remedio, pues los ojos y la mente son caprichosos. En este sentido aun estoy curándome las heridas de mi choque contra la obviedad más enorme e importante que hasta el momento he encontrado en este camino: el estilo. Algo había leído ya sobre la necesidad para cualquier escribiente que pretenda serlo de desarrollar un estilo propio, pero la verdadera importancia de tal aspecto solo se me presentado en los últimos días, y ello gracias a la lectura reciente de After dark de Haruki Murakami, una novela muy diferente a todo lo que estoy acostumbrado a leer, una novela con un estilo muy muy marcado. Se trata de una obra narrada en hiperpresente (ya puedo presumir de que he inventado una palabra), me refiero con esto no solo al hecho de que el tiempo verbal utilizado durante toda la historia sea el presente de indicativo, sino a un lenguaje que a base de frases cortas muy a menudo separadas con punto y aparte, y a base de un constante recuerdo al lector sobre su papel de mero espectador, resulta muy cinematográfico; esto, unido a una inquietante parábola sobre una televisión que se enciende sola por la noche y a la ambientación típicamente japonesa —lógicamente no iba a transcurrir en Cuenca—, contribuyen a atrapar al lector y mantenerlo pegado a sus páginas de manera similar a esas películas japonesas actuales; aunque en realidad la historia no tiene nada que ver con ellas, únicamente recuerda en su lenguaje, en la manera de transmitir los hechos y las ideas, de manera directa, sin apenas circunloquios ni concesiones, sin confusiones, marcando los tiempos y los lugares tanto a los personajes como al propio lector, eso, amigos, es estilo. Reflexionando sobre ello me he dado cuenta de que llevo persiguiendo el estilo desde antes incluso de empezar a escribir, pues estilo es eso que nos decanta por un autor y no por otro, lo que da unidad a toda la obra de un mismo escritor, puede gustarnos o no, pero ante todo es reconocible, es esa forma de narrar que nos resulta familiar y que nos gusta encontrar en historias distintas, es esa manera particular en que nos gusta que nos miren, que nos hablen, que nos acaricien, llevada a la literatura, es al fin y al cabo lo que acaba definiendo a un buen autor. Lamentablemente, la teoría es mucho más sencilla que la práctica, si fuera tan fácil encontrar un estilo propio, no tendría mérito, ¿verdad? Y por si fuera poco intuyo que el estilo le encuentra a uno, y no al revés, y que además de eso es como cualquier forma de belleza, que quien la posee a menudo no lo descubre hasta que otros se lo dicen, y entonces se pregunta desde cuándo ha sido bello y cómo es posible que no se percatase. Yo seguiré buscando, sin mapas ni pistas, esperando el terrible momento en que alguien me advierta de que ya llevo tiempo donde quería llegar y que el sueño era eso; hasta entonces os recomiendo After dark, una sencilla obra, compleja y profunda, sobre el miedo y los miedos que trae la oscuridad, y me despido con una de sus frases finales: «La noche se ha acabado por fin. Aun falta mucho tiempo para que nos visiten de nuevo las tinieblas». Últimamente he podido disfrutar de dos clásicos literarios que han contado con su correspondiente adaptación cinematográfica, a raíz de lo cual me he vuelto a plantear la vieja discusión sobre las versiones que se realizan de determinadas novelas, además se da la casualidad de que en ambos casos yo ya había visto la película mucho tiempo atrás, por lo que al enfrentarme a la novela ya conocía, o creía conocer, la historia. Qué equivocado estaba. La primera de dichas novelas es La historia interminable, de Michael Ende, por cuya adaptación cinematográfica siempre he sentido un cariño especial. Como he dicho, creía conocer la historia, pero el papel encierra grandes sorpresas y, además, en el caso de cualquier traslación de una obra literaria al cine hay que contar con el punto de vista de los cineastas. Pues bien, la película es bastante fiel a la primera parte de la novela, salvo algunas variaciones que creo justificadas dada la diferencia del medio, pero en lo esencial creo que consigue transmitir bastante bien tanto el espíritu como el mensaje de la obra de Ende. Pero resulta que la historia es bastante más compleja de lo que las pantallas nos dejaban ver, pues posee una segunda parte más extensa que la primera y mucho más compleja, más adulta y de un contraste tremendo con respecto a la primera —un poco lenta en ocasiones para mi gusto, quizá por ese contraste— en el que la parábola cambia: vemos a un Bastián pretendidamente adulto que debe enfrentarse a las complejidades del insaciable deseo humano frente a la construcción de la propia identidad, que debe afrontar los peligros del desarrollo personal cuando no hay límites, cuando todo es posible y se otorga sin más, y que en definitiva debe aprender a vérselas consigo mismo para encontrar el equilibrio entre lo que desea ser y quién desea ser, tratando a la vez de evitar perderse por el camino.
Publico a continuación un comentario que estaba preparando sobre el tema de Cataluña, lo hago tal y como estaba, aunque en vista de los últimos acontecimientos añado alguna consideración más:
«Como no consigo ponerme de acuerdo conmigo mismo, al final me conformo con este comentario resumido sobre el tema de la consulta catalana, intentando como siempre aportar otro punto de vista que pueda resultar novedoso o, al menos, interesante. En el debate dialéctico al que asistimos sobre el particular se enfrentan al parecer dos concepciones de la Democracia. Una se correspondería con su aspecto formal, con las leyes que la conforman, es la que maneja el gobierno central. La otra se correspondería con el aspecto material de la Democracia, con qué es la Democracia, es la que esgrime la Generalidad catalana. Pero a pesar de las argumentaciones del gobierno y su círculo mediático, ambas concepciones no están a la misma altura, al fin y al cabo las leyes no son más que la forma en que la ciudadanía construye la Democracia, los ladrillos con los que edifica aquello que quiere y (esto es lo importante) tal y como lo quiere. El Estado de Derecho es necesario para que exista Democracia, pero la Democracia no es el Estado de Derecho, las normas deben cambiar, y de hecho cambian, según las pulsiones de la sociedad a la que sirven, pues las leyes sirven a la sociedad y no al revés, otra cosa es que podamos diferir en el concepto de Democracia, o en el de soberanía, pero oponer simplemente la ley a algo tan profundamente democrático como el deseo de votar, de que la sociedad se exprese, es no solo engañoso, sino estúpido. Por eso a la larga, a pesar de posibles derrotas puntuales, si el empuje por la consulta se mantiene esta será inevitable, y cualquier demócrata verdadero así lo entiende, oponerse a ella de la manera en que se está haciendo puede hacer que sus impulsores abandonen, pero considero más probable un enquistamiento del problema. Sin embargo, los independentistas deberían darse cuenta de que la sola necesidad de recurrir a un referendo ya supone una derrota para su causa. Me explico: en una sociedad democrática (excluyo pues la represión armada), si hubiese una mayoría de ciudadanos catalanes comprometidos con la independencia, digamos un 80 % o 90 %, ¿alguien duda de la inevitabilidad de la independencia? En esas condiciones, fuera de una forma o de otra, la secesión acabaría cayendo como una fruta madura. Puntualizo: me refiero a ciudadanos verdaderamente comprometidos, no solo a independentistas de última hora, de crisis y propaganda, sino a aquellos que sienten de verdad la necesidad de la independencia y están dispuestos a movilizarse y a secundar los movimientos y protestas necesarios de forma prolongada (se me dirá que esa mayoría existe y se me pondrán como ejemplo las diferentes diadas, pero estas reivindicaciones masivas son aun muy jóvenes como para probar un compromiso completo y sostenido y, además, no suponen una mayoría como la que indico aun suponiendo que las cifras facilitadas fuesen ciertas), afortunadamente para los independentistas, la forma de abordar el problema por parte del gobierno les está ayudando mucho para conseguir esa mayoría. En cualquier caso, celebrar el referéndum no solventaría nada. Excluida la mayoría indicada en el párrafo anterior, podemos suponer que en caso de celebrarse los resultados de una hipotética consulta de independencia (que es lo que se está promoviendo realmente, por mucho que se disfrace) estarían en torno a un 60 %-40 %. Ejercitemos la imaginación: si esa relación de fuerzas se expresase a favor de la independencia, ¿qué se solucionaría? Lo único que se conseguiría sería trasladar el problema, los no independentistas con toda probabilidad constituirían un movimiento político unionista, pero no se arreglaría la tensión territorial de la sociedad catalana, solo cambiaría de signo, ¿de verdad es esta una solución? ¿Qué aportaría a la sociedad catalana salvo una cierta satisfacción de unos? Si se desea arreglar los problemas identitarios de Cataluña, este no es desde luego el camino. Por otro lado, si dicho porcentaje de votos se expresase en contra de la independencia, ¿alguien cree que los nacionalistas/independentistas recogerían sus bártulos de independentistas, reconocerían su error y se irían a casa a hacer punto de cruz? Recordemos Quebec, pensemos en Escocia. ¿Qué hacer entonces? Eso, lo dejo para otro comentario.» Aquí terminaba el comentario que tenía escrito, pero los acontecimientos avanzan más deprisa que yo, así que habrá que completarlo, aunque aun me quedan más apreciaciones que hacer, especialmente para que no me malinterprete nadie. La nueva ¿consulta? que Mas anuncia supone un intento a la desesperada de seguir vivo y en la carrera (política) frente a quien lleva tiempo superándole, al fin y al cabo siempre es mejor el original ¿no es así? Pero de celebrarse finalmente puede tener efectos interesantes. Por un lado se pierden las garantías democráticas que aunque menguadas en la anterior farsa de convocatoria, esta aun podía conservar (interventores, observadores más o menos imparciales, recuento controlado, campaña reglada…), especialmente de haberse celebrado de forma pactada como en Escocia; esto la convierte en una farsa aun mayor y sin ninguna mínima apariencia de neutralidad. Bien, eso es bueno dirán algunos, y es cierto que aniquila su capacidad persuasiva especialmente a nivel internacional, pero posee una enorme capacidad aglutinadora en el entorno independentista porque: 1) los resultados casi con toda seguridad serán abrumadores a favor de la independencia, y 2) fortalece el victimismo nacionalista porque cualquier pega/fallo/problema que se le pueda achacar a la consulta ya está contestado de antemano: que la participación es baja, la culpa es del Estado por no dejarnos votar en condiciones, es normal que así la gente se retraiga; que es alta, un ejemplo de la voluntad democrática del pueblo; que el resultado no ofrece garantías, la culpa es del Estado por no dejarnos votar en condiciones, bastante hemos hecho con lo que nos han dejado, y así para cualquier otra cuestión, incluso si finalmente el gobierno logra impedirla, será otro ejemplo de la opresión del Estado. Por si fuera poco, esto se acerca a la desobediencia que algunos postulan como método/estrategia necesaria para lograr la independencia. Y nos seguimos aproximando a esa mayoría del 80 % o 90 % de ciudadanos catalanes convencidos y comprometidos. Es decir, a corto plazo lo ocurrido es bueno para los no nacionalistas (o mejor dicho, nacionalistas españoles), pero a largo plazo puede ser incluso peor. Debo reconocer que en la vorágine de este muy corto plazo en que el vivimos mi pronóstico no es muy diferente del que debe de hacer el gobierno, y es probable que ante la imposibilidad práctica de cualquier salida que impida la constatación manifiesta de la voluntad de independencia de Cataluña (que es lo que buscaban ahora los independentistas) el fenómeno se deshinche, pero no desaparecerá, toda esa pulsión quedará soterrada y reforzándose mutuamente. Y luego llegarán las elecciones, más pronto que tarde, y si ERC obtiene mayoría suficiente para formar gobierno, ¿la situación mejorará o empeorará? Y entretanto la crisis y su malestar continúa, y este seguirá buscando una salida, una forma de expresarse, lo que en Cataluña desemboca mayoritariamente en la esperanza nacionalista o, en el hipotético caso de que esta se desinflase completamente, en las mismas opciones que en el resto de España. En cualquier caso, el PP se convertirá en una fuerza insignificante en Cataluña, algo que creo que ya tienen amortizado en sus cuentas electorales y que asumen con gusto por el rédito que esperan en el resto de España, al menos en lo que respecta a este asunto. El principal problema es que hay mucho táctico, pero ningún estratega, nadie que piense en el futuro y que trabaje, si no por acabar con las tensiones de la sociedad catalana, al menos por encauzarlas y, en todo caso, por propiciar su bienestar. La única fuerza con capacidad para ejercer de puente, para vertebrar la situación actualmente, el PSC, debe primero decidir dónde está realmente y presentar propuestas bien definidas, verdaderamente ambiciosas e imaginativas, especialmente si quieren aprovechar el tirón de Pedro Sánchez y la nueva esperanza que podría suponer (disputando el terreno de la ilusión a la independencia con una ventana de oportunidad —o ventaja— importante al ser algo nuevo pero no totalmente desconocido, no un salto al vacío como la independencia tal y como se plantea). De lo contrario, la única fuerza vertebradora que habrá será, presiento, PODEMOS, que tendrá un pie en prácticamente toda España y una influencia y visibilidad seguramente superior a la representación que obtenga en las elecciones. A partir de ahí podremos empezar a juzgar a la formación sobre hechos concretos, porque es cierto que hasta ahora, salvo algunas declaraciones que en el fondo no dejan de ser eso, este partido es una incógnita, pero tampoco mucho más que el PSOE, el PP o cualquier otro porque ¿qué proponen realmente? ¿Qué soluciones concretas impulsan? P.S.: Por cierto, magnífico, como casi siempre, el programa de Jordi Évole de ayer, en el que quedaba claro, como se le dijo al sr. Junqueras, que vive poco menos que en el país del algodón de azúcar, negándose a contemplar cualquier clase de resultado negativo de la independencia y suponiendo que los catalanes son mejores que los españoles (sigo encontrando una base xenófoba/racista en todos estos movimientos nacionalistas sean del signo que sean, qué le voy a hacer) y que solo por la independencia «van a tomar mejores decisiones» (creo que la cita es exacta), y que esta traerá el fin de todos los problemas, quizá porque confunde —esto no lo dijo nadie pero se desprende claramente de sus palabras y del vídeo electoral que mostró Évole— Cataluña con socialdemocracia, y piensa que una Cataluña que sistemáticamente ha mantenido en el poder o como fuerza más votada a un partido significativamente conservador va a comenzar a aplicar políticas progresistas que impidan los desahucios, mantengan los servicios públicos…, en cuanto sea independiente, a estas alturas resulta que los niños tienen razón y sí que hay palabras mágicas después de todo. El pensamiento es extraño y errático si no se le encierra e increíblemente sorprendente e interesante si se le permite volar; advierto: este comentario no es más que otra de mis digresiones que, cual capítulo de Los Simpsons, empieza de una manera y termina de otra totalmente diferente. Comienzo con las Leyes Fundamentales de la Estupidez de Carlo María Cipolla, que he conocido recientemente gracias al concurso de microrrelatos de El Cultural, cuyo tema de la semana pasada fue precisamente ese:
1. Siempre e inevitablemente cualquiera de nosotros subestima el número de individuos estúpidos en circulación. 2. La probabilidad de que una persona dada sea estúpida es independiente de cualquier otra característica propia de dicha persona. 3. Una persona es estúpida si causa daño a otras personas o grupo de personas sin obtener ella ganancia personal alguna, o, incluso peor, provocándose daño a sí misma en el proceso. 4. Las personas no-estúpidas siempre subestiman el potencial dañino de la gente estúpida; constantemente olvidan que en cualquier momento, en cualquier lugar y en cualquier circunstancia, asociarse con individuos estúpidos constituye invariablemente un error costoso. 5. Una persona estúpida es el tipo de persona más peligrosa que puede existir. Supongo que nadie opondrá nada a estas 5 leyes, lo más probable es añadir otras, yo por ejemplo diría que una persona estúpida es aquella incapaz de dejar de cometer el mismo error una y otra vez, para algunos puede que simplemente sea testarudez, aunque si acaba saliendo mínimamente bien, aunque sea por otras causas, lo transformamos en perseverancia y arreglado, ¿os suena? ¿Qué añadiríais vosotros? Continúo ahora con la crónica de lo sucedido en la reciente cumbre europea por el empleo, en la que parece ser que Renzi tuvo por fin el valor de exponer en público que los alemanes no son dioses nórdicos y que ellos también incumplieron el déficit hace diez años. Creo que habría más cosas que exponer, como por ejemplo el papel de los bancos alemanes concediendo créditos alegremente a los españoles, ¿ellos tampoco se enteraron? ¿Por qué achacamos este error a los bancos españoles y no a los alemanes?, y que conste que no estoy culpando a los alemanes de todo, nosotros también tenemos lo nuestro, pero tampoco me parece correcto que ellos que se beneficiaron, y mucho, ahora no asuman su responsabilidad (menuda palabra esta, ¿verdad?). Todo lo anterior me ha llevado a recordar un trabajo que me encontré curioseando por internet el mes pasado en el que se hacía un análisis sobre el comportamiento de los principales actores inmersos en la crisis española: el Gobierno de España, el de Alemania, el de EE.UU., la Comisión Europea, el FMI y el BCE (creo que no me dejo ninguno). Se llenaban páginas y páginas con gráficas a cada cual más colorida y fórmulas matemáticas incomprensibles para acabar llegando a la conclusión de que a todos y cada uno de esos actores les interesa la salida de nuestro país de la crisis (es una pena que no se puedan usar aquí los emoticonos de What’s app, porque llenaría un buen párrafo de manos aplaudiendo y caritas sonrientes), pues todo arreglado, ¿no? Ahora viene lo peor: este análisis se hizo al parecer utilizando un sistema específico empleado en inteligencia, y los expertos que lo firmaban, así como la entidad para lo que lo hicieron, están vinculados a los servicios de inteligencia de nuestro gobierno, si este es el tipo de análisis de inteligencia que llega a nuestros responsables políticos, a los decisores… La metodología utilizada me recuerda irremediablemente a la usada desde los años 70 del siglo XX por todos los expertos economistas neoliberales para defender sus teorías y de las que el ínclito José Luis Sampedro ya se quejaba, son técnicas extraordinarias para defender pre-supuestos ideológicos aun contra la realidad, pues siempre puedes atizarle a cualquiera con una ristra de símbolos griegos y números en el rostro y ponerle cara de tonto, al fin y al cabo donde haya una teoría bien fundamentada y matematizada, que se quite la realidad. En el análisis al que hago referencia, proveniente con toda seguridad de los mundos de Yupi, se olvida algún hecho esencial; sí, es cierto que idealmente a todos esos actores les interesa que España salga de la crisis, pero para esa conclusión no hace falta tragarse todas esas páginas, yo llego a ella de cabeza en 20 milisegundos, lo verdaderamente importante es cuánto les interesa y qué parcela de poder o influencia al respecto tiene cada uno para actuar a favor de la recuperación y, sobre todo, si les compensa utilizar ese poder y de qué depende que lo hagan o no. Paso a centrarme en Alemania: ¿le interesa a Dña. Ángela Merkel que España salga cuanto antes de la crisis más que ser reelegida? ¿Más que conservar el poder? ¿Más que pasar a la posteridad como una gran canciller? Doy un momento a los responsables de inteligencia… ¡Tiempo! Obviamente la canciller alemana (que dirige el actor con mayor poder de todos los mencionados. Sí, incluso más que el gobierno de España mientras este no se atreva a amenazar con romper la baraja), no va a arriesgar sus propios intereses por la recuperación de España. Punto. Mimará las apariencias mimando los temores ancestrales de los germanos (a la inflación, a perder sus pensiones y sus fondos de inversión —sus ahorros en suma—, a los vagos del sur) para mimar sus votos. Sí, ya lo sé, ya sé que todo eso no supone sino pan para hoy y hambre para mañana (¿a que ahora cobran sentido las leyes de la estupidez? Repasadlas), y no creáis que a esta señora y a sus acólitos nadie les ha hablado nunca de la fuerza de la unión (en general, no tiene por qué ser europea) o de la solidaridad (aunque solo sea por un sentimiento puramente egoísta a largo plazo), o de lo que es un sistema o un ecosistema, del concepto de acción/reacción, de la retroalimentación…, es que son víctimas de la superestructura de su sistema económico (ya está Marx molestando), es decir, de ese individualismo exacerbado hasta donde solo el neoliberalismo puede exacerbarlo, de ese Yo, Yo, Yo infante, de ese egoísmo recalcitrante (del malo), de esa estupidez increíble e indefendible que supone la absurda teoría de que, en un mundo de recursos limitados, el bien común se genera espontáneamente si cada uno persigue únicamente su interés particular sin cortapisas ni regulaciones. Pero no todo es malo, de hecho yo confío en Angela Merkel para que nos saque de la crisis, en realidad es en la única en quien confío. Los que me habéis escuchado hablar de estos temas ya sabéis lo que dije en su momento y que sigo manteniendo: 1º que lo malo no era la deuda, sino esa manía de arreglarlo todo en 2 años que le dio a todo el mundo en 2010, ¿alguien se imagina firmar la hipoteca de su casa y comprometerse a pagarla en 2 años? Pues eso es lo que se hizo aquí. 2º Que Alemania iba camino de su propia crisis. Pues bien, este último punto, que es el importante a estas alturas, ya ha llegado, regocijémonos y esperemos gozando con el mal ajeno que esta pequeña recesión alemana se profundice, porque de lo contrario no servirá de nada, que el mal alcance a Alemania, que lo sienta en sus propias carnes, esa será la única forma de que se cambie de una vez la política económica y salgamos de la crisis sin necesidad de convertirnos en los mendigos-camareros de Europa. Lamentablemente, como ya os he comentado a algunos también, es necesario que la cosa empeore para que algunos se espabilen, y como en España no parece suficiente que empeore (menos aun si ahora resulta que mejoramos), a ver si haciéndolo en Alemania… Y no porque sean más listos, sino porque la señora Merkel ya ha demostrado, afortunadamente para nosotros, la altura de su compromiso ideológico, y por tanto sabemos que sería capaz de vender a su madre (y de regalo la abuela) por un voto, si no lo hubiese hecho ya; por eso mi esperanza es que en cuanto empiece a ver peligrar su sillón y su legado, abjure de lo dicho y comience a hacer lo que hay que hacer. Esta esperanza mía es algo parecido a lo que les debe ocurrir ahora a todos esos negritos moribundos con la extensión de su enfermedad de negros entre los blancos; de verdad que lo siento muchísimo por los contagiados en España, EE.UU. y los demás lugares en que surjan (no me vengan ya los moralistas), y más aun teniendo en cuenta su nula responsabilidad al respecto, pero desde el punto de vista de los africanos y los superhéroes que los ayudan allí (por cierto, que más de una vez los he oído llamar perroflautas, turistas estúpidos y cosas peores a todos esos guardianes políticomediáticos de la moral y la ortodoxia cristiana), esta es la oportunidad para que por fin reciban la ayuda que, si no es por humanidad al menos por puro interés egoísta, merecen. En su caso el mal ajeno es el bien propio, creo que eso no incumple ninguna de las leyes del principio, y por eso tengo la esperanza de que al final no se cumplan, aunque quizá yo mismo soy un estúpido y estoy cayendo en la trampa de la primera de todas. Os dejo un enlace a un interesantísimo artículo de un filósofo llamado Byung-Chun Han, es la primera vez que leo algo suyo, pero me parece que hace una buena exposición de un punto de vista y un análisis muy incomprendido aunque verdaderamente válido y útil (eso sí, ciertamente aterrador por lo que supone) para comprender la sociedad actual. Creo que la diagnosis es completamente acertada, pero la conclusión, que esboza apenas, no me parece tan segura, serán mis ganas de alejar el terror.
Un saludo a todos y buen fin de semana. ¿Por qué hoy no es posible la revolución? Ahora ya solo depende de mí, pero no sé si eso es mejor o peor. He comenzado la que debería ser la última revisión de El cuaderno negro, con lo que en teoría debería estar listo a finales de mes, pero justo ahora comienzan a asaltarme las dudas; pensaba que la segunda vez sería más fácil, pero ya vislumbro que no será así y que me costará mucho dejarlo navegar solo por la red. Mientras lo he tenido en mi memoria (digital y neuronal), mío y solo mío, estaba a salvo de todo y a mi plena disposición, siempre dispuesto a cambiar según mi capricho, a adaptarse a mi ánimo del momento, a perfeccionarse, y una parte de mí desearía seguir perfeccionándolo sin fin. Pero todo tiene su tiempo, y su fin, es por eso que me comprometo a publicarlo, para obligarme a entender esta verdad, para obligarme a pasar página y poder dedicarme a otra cosa, una nueva ilusión, a avanzar, pero —y sé lo tremendamente exagerado que puede sonar esto— liberarlo y liberarme de él, porque también él ejerce su tiranía sobre mí, produce dolor, pero debo respetar los compromisos que adquirí conmigo mismo, por mucho que esta obrita sea tan particular, tan cercana y tan especial, tan… personal. Dentro de ella he decidido incluir un apéndice con ciertas explicaciones sobre la génesis de los relatos que la componen y el sentido que he querido darle a cada uno, un apéndice que desde este mismo momento os recomiendo no leer, pero que me siento obligado a incluir para hacer honor a la promesa que me hice a mí mismo de que sería particularmente sincero con este cuaderno, que contiene pedazos de aburrimiento maravillosos, momentos en los que dejar volar la imaginación con el único freno del bolígrafo y del vaivén del tren (en su mayoría) y que creo que es mejor que vuelen así, casi tal cual nacieron. Por eso, advierto, no recurriré a ninguna corrección externa, no será una obra completamente acabada, como tampoco lo son nunca los viajes. Para más explicaciones, tendréis que leer el apéndice que encarecidamente os ruego no leer para que no se contaminen vuestras impresiones ni vuestros propios viajes, que han de ser otros, desde luego ni mejores ni peores que los míos.
El caso es que llegados a este punto empiezo a preocuparme de las cuestiones meramente prácticas. La corrección no es una de ellas en este caso porque, como ya os he anunciado, no la haré más allá de mi propio saber y agudeza visual, es mi capricho que nazca tan tarado como yo mismo le dé a luz, sincero o en bruto, según se mire. La portada la tengo prácticamente decidida, habrá que ver si soy capaz de llevar a la práctica la imagen que ronda mi cabeza casi desde el momento en que decidí convertir mi cuaderno negro en una obra al uso. Y llegamos a la edición, sobre la que me asalta alguna duda con más calado, pero eso ya os lo comentaré en otro momento. Llevo varios días preparando un comentario sobre todo este lío del nacionalismo catalán, la consulta y la Democracia, pero no termino de encontrarle el punto justo, incluso me he atrevido a proponer mi solución ideal y pretendo aventurarme con una suposición sobre qué ocurrirá realmente, pero no terminan de convencerme mis propias palabras, temo excederme o quedarme corto, que las situaciones que planteo sean improbables o puede que directamente increíbles, que mis argumentos no estén bien fundados o que no sepa explicar por qué sé lo que sé o, mejor aun, lo que intuyo, y entre todo este jaleo me he dado cuenta de que no se trata sino de otra historia más, de que las inquietudes, las inseguridades y en suma los problemas para hallar el relato correcto, con la dosis justa de cada uno de sus ingredientes que lo hagan a la vez creíble y osado, no se diferencian mucho de los que padezco a la hora de elaborar cualquier otro relato (de supuesta ficción), y he empezado a preguntarme hasta qué punto no es la historia, no son nuestras vidas, sino los relatos de otros, quizá de un vietnamita que se fija en una fotografía extranjera en el papel con el que envuelve un pescado, o de un vallisoletano que algún día mirará un holograma de historia de principios del siglo XXI, o por qué no de un escocés, tal y como ahora son sus vidas y sus decisiones un relato para nosotros; y es posible que todo sea una broma cósmica, aunque seguramente es que no tenemos otra forma de pintarnos el mundo y tratar de comprenderlo que narrárnoslo a nosotros mismos o a otros. Sí, ya sé, no es nada nuevo, no soy ni mucho menos el primero que dice algo así, pero eso solo refuerza la idea; en cualquier caso, si tenemos que narrarlo, también tenemos que recibir esas narraciones, tan importante es dar como recibir, y pobres aquellos que no reciben porque tampoco podrán dar, o viceversa. Supongo que es por esto por lo que estudié en realidad, para contar historias, supongo que es por esto por lo que escribo y supongo que es por esto por lo que aprecio sobretodo las historias que transmiten algo, que ayudan a reflexionar, a conocernos, que nos dejan un poso y de las que, quizá por eso, es también tan difícil desprenderse. Últimamente he vuelto a sentir esa sensación agridulce de quedar ligado a una historia, de recibir el tesoro infinito de una pequeñísima luz con la que alumbrar un poco el mundo y de tener que encargarme de ella yo solo, custodiarla, alimentarla en lo posible o al menos no olvidarla al tener que pasar la última página, me ha ocurrido tras leer la magnífica Atlas de geografía humana y pasar a El emigrante para continuar con Memorias de una vaca sin quitarme aun el sabor de esas cuatro mujeres y sus lecciones. Sí, también lo sé, esas tres historias no se parecen en nada (o quizá sí, ¿no todo trata acaso de lo mismo?), pero eso es lo que tiene ser un lector sin rumbo, simplemente curioso o, más bien, ansioso, ansioso por entender aunque no esté completamente seguro de qué o incluso no quiera creer lo que quizá ya he entendido; quizá por no saber a dónde voy, voy a más lugares aun sin moverme, y quizá por eso se me hace tan difícil desprenderme de una historia cuando me ha iluminado un poco, aunque sea muy poco, y descubro que quizá esos de alrededor tan semejantes en apariencia son realmente semejantes, y que uno no está solo a pesar de que nos empeñemos en estarlo desde que hace ya tanto alguien dijera ¡cuidado! para no decir miedo y todos siguiéramos desde entonces narrando la misma historia, y que los caminos extraños y tortuosos que traza mi espíritu son en realidad los que traza el tuyo, y que todos nos hacemos las mismas preguntas, preguntas que no pueden ser respondidas, que solo pueden ser aliviadas con una mano, una caricia, un gesto o hasta un beso si tenemos suerte y cuya importancia radica no en sí mismos y ni siquiera en cómo se proporcionen, sino en dónde nacen y a dónde permitimos que lleguen. Sin embargo en otras ocasiones todo es completamente distinto, y se descubren otros mundos, otras realidades y sentimientos inimaginados, incluso inexplicables y posiblemente no compartidos o hasta rechazados, y aunque en esos momentos aprendemos más, y nos divertimos más, y se nos pinta un mundo tan apasionante como nuevo, nace en lo más hondo la semilla que habrá de germinar de nuevas preguntas. Y la duda eterna. Y no paramos de preguntar, y de tratar de responder, no paramos de narrar y de ser narrados, no paramos nunca de buscar. Yo, al menos, no paro de hacerlo, pero eso sí, sin rumbo alguno, porque alguien me contó una vez una historia ridícula: que en realidad no importa qué se busca, sino la búsqueda en sí, y aun estoy tratando de atreverme a entender esa historia. Dos post en un día, estoy que me salgo, pero es que he visto dos cosas que necesito compartir, quizá por separado no tuviesen el mismo impacto, pero a veces la vida es así, se suceden hechos, noticias, acontecimientos en apariencia inconexos o hasta anodinos que juntos parecen reforzarse hasta alcanzar significados imprevisibles y directos como si te señalaran solo a ti entre una multitud, y cuando sucede eso empiezas a buscar relaciones extrañas porque no puedes creer que todo se deba a una Diosa Casualidad que, per se, no puede existir, es entonces cuando inevitablemente te preguntas si la vida te está hablando.
Os dejo los enlaces a un texto y un vídeo (como siempre pinchando sobre la palabra en azul), aparentemente no tienen relación, o quizá sí Buenos días a todos:
Hoy os dejo un enlace a una noticia de divulgación científica sobre los últimos estudios acerca de los beneficios de la lectura, y es que el cerebro, muy al contrario de lo que nos enseñaron de pequeños, cambia y evoluciona, adaptándose a las circunstancias y estímulos mediante el establecimiento de nuevas conexiones sinápticas o su destrucción, es lo que se denomina plasticidad cerebral (yo la descubrí a través de los libros de Eduardo Punset, que por supuesto os recomiendo). Recordadlo la próxima vez que vuestros hijos os digan que les duele la cabeza al estudiar, no es ninguna tontería, sino un proceso lógico y natural al adaptarse el cerebro a la nueva tarea y los nuevos conocimientos, como si dijéramos, agujetas mentales, ¿no se ha dicho siempre también que el cerebro es como un músculo? Pues eso sí que era verdad. Podéis leer el artículo aquí, y os animo a todos a profundizar en el interesantísimo concepto de plasticidad cerebral. Un saludo. Al hilo del debate que se produjo ayer en el Congreso de los Diputados sobre la solicitud de la Generalidad catalana de la competencia para convocar un referéndum y de muchos comentarios que vengo leyendo desde hace tiempo sobre la situación general, quiero publicar este breve apunte sobre uno de los argumentos que más se utiliza y que ha reverdecido nuevamente a raíz del fallecimiento de Adolfo Suárez: la comparación con la Transición.
Mucha gente apela al diálogo y no parece explicarse cómo fue posible llegar a acuerdos tras la muerte de Franco y que hoy las mismas partes no sean capaces de encontrar soluciones pactadas. Las personas que se expresan en estos términos cometen a mi entender un error de apreciación esencial: consideran que la situación fue más difícil en la Transición a la hora de llegar a acuerdos, sin embargo esto es radicalmente falso. En toda negociación hay que tener una clara voluntad de entendimiento, lo que supone asumir como mínimo: a) Que cabe la posibilidad de estar equivocado. b) Que la otra u otras partes tienen o pueden tener intereses y/o puntos de vista tan válidos como los nuestros, es decir, reconocer cierta igualdad y legitimidad a todas las partes. c) Que el acuerdo es un bien superior que está por encima de otros y por lo tanto es posible, y muy probable, que haya que hacer concesiones en las propias posiciones para lograrlo. ¿Se cumplían estas premisas en la Transición? Aparentemente no, veníamos de un régimen dictatorial con una parte acostumbrada al poder absoluto y otra deseando liberarse de la represión y, quizá, con ánimo revanchista. ¿Se cumplen hoy en día? Aparentemente sí, hoy somos una democracia del primer mundo. Sin embargo las apariencias engañan. Durante la Transición los incentivos para llegar a un acuerdo eran mucho mayores: por un lado el miedo, miedo del Régimen a una revuelta violenta y revanchista de la mitad del país a la que vencieron pero no convencieron, y miedo de la oposición a una involución y a otros cuarenta años. Por otro lado, en aquel entonces España era un país en vías de desarrollo, es decir, tenía a dónde mirar, en aquella época Europa resplandecía y más o menos todos (aunque cada uno con sus matices) querían que España se integrase en esa Europa desarrollada, moderna y occidental. Había una senda, un camino que recorrer, un ejemplo. Sí, había radicales en uno y otro lado, pero la mayoría, como ejemplifica lo que sucedió y las renuncias que se hicieron, sabían dónde debía estar España, es más, dónde no le quedaba más remedio a España que estar si quería tener el más mínimo futuro. ¿Cuáles son los incentivos para llegar hoy a un acuerdo? Por un lado se piensa que las legítimas aspiraciones han sido demasiado tiempo postergadas y, además, por el bien común, con lo que se ha hecho un favor enorme al Estado desagradecido y opresor. Por otro, se considera que no hay lugar para ninguna aspiración territorial en una democracia supuestamente moderna y desarrollada con un estado tan descentralizado como el Autonómico, ¿qué más quieren? Ambos bandos se creen cargados de razón y no tienen miedo ninguno a nada, hoy en día ¿qué podría pasar? ¿No se han independizado Kosovo y Macedonia? ¿No se separaron la República Checa y Eslovaquia? ¿No hay un referéndum en marcha en Escocia? Por otro lado, ¿no tenemos la Unión Europea como institución supranacional que nos une a todos? ¿No vivimos en una democracia que permite la expresión de todos los sentimientos e inquietudes? ¿No hay canales legales para lograr todas las aspiraciones? El problema de hoy en día es que nadie percibe ningún peligro verdadero si no se llega a un acuerdo, y por otro lado no parece haber ningún modelo que garantice una resolución más o menos adecuada y pacífica de la cuestión. Dos apuntes al respecto y acabo. Sobre el peligro en general he de decir que cuando no se percibe es precisamente cuando se empeña en materializarse, es justo esa capacidad de sorprender lo que le permite sorprendernos y, por si fuera poco, cuando lo hace de esta manera las consecuencias suelen ser especialmente dramáticas; de nada servirá después analizar si había indicios de tal o cual cosa o si se pudo haber hecho tal otra. Y sobre nuestro caso concreto, la ausencia de percepción de peligro no puede ser jamás una excusa para tratar de imponerse sin más, al menos si realmente consideramos esto una democracia y queremos estar a la altura de todo lo que ello significa. Con respecto al modelo, creo que en realidad sí que los hay, pero hay que querer verlos, elaborarlos y llegar hasta ellos, esto implica querer ser valiente y sobre todo no tener miedo a abrir sendas nuevas. Salimos más o menos bien librados en la Transición y se consiguió lo que se quería, ahora tenemos lo que nos hemos ganado, ¿alguien creía que con construir una democracia, con todo lo imperfecta que esta es, ya bastaría? ¿Que se acabarían todos los problemas y viviríamos felices en campo de margaritas? Pues no, ahora nos toca ser los primeros, abrir camino en los problemas que se nos planteen porque ya no hay nadie delante que haya abierto la senda y nos ilumine, nos toca a nosotros trazar esas rutas que quizá otros seguirán mañana; por supuesto que eso implica el riesgo de equivocarse, pero no hacer nada es una equivocación segura y una traición a esos ideales democráticos que todos dicen defender. Señores, y esto lo digo no solo por el caso de Cataluña sino por todo lo que ocurre en el país y en Europa, acostumbrémonos de una vez a inventar nosotros. Con esto de la escritura no paro de leer constantemente comentarios sobre la crisis de la INDUSTRIA editorial, es posible que a vosotros os hayan pasado desapercibidos —si algo sobra hoy en día son comentarios sobre «la crisis de»—, pero lógicamente a mí me llaman mucho la atención: que si han bajado las ventas en no sé cuánto o en mucho más, que si se publica poco y se lee menos, que si la piratería… y se me ha ocurrido dejar algunas reflexiones sobre cómo veo en general el panorama hoy en día, desde fuera y desde el punto de vista de mi propia situación.
Imaginemos por un momento que el problema radica en la palabra industria, que nunca falta en la ecuación, aunque en realidad no hace falta imaginar mucho: sobran comentarios al respecto, especialmente críticas contra los grandes grupos editoriales (no sé durante cuánto tiempo podremos escribir esto en mayúsculas, la verdad) y quejas que suenan a SOS de los pequeños editores independientes que afirman ser los últimos garantes de la cultura. Uno no puede evitar sentir simpatía hacia ellos, los imagino rebuscando entre todo lo que les llega para encontrar el gran superventas pletórico a la vez de calidad que les permita ganar mucho dinero (para seguir promocionando la cultura, claro). No se me entienda mal, estoy seguro de que entre ellos hay mucho profesional vocacional que de verdad cree en lo que hace, quizá incluso sean la mayoría, pero no creo que la mayoría rechazase un superventas por su baja calidad si de verdad supiesen que lo iba a ser; soy desconfiado, qué le voy a hacer (vaya por delante, o por detrás, que yo no lo haría). Por un lado, las grandes editoriales son acusadas, creo que con toda justicia, de buscar solo el beneficio económico y por tanto publicar muy a menudo obras de dudosa calidad, claro que poseyendo la llave de la promoción pueden transformar en éxito casi cualquier cosa y, además, identificar un buen libro que con sus recursos se convierte en la obra del momento. Por otro lado los pequeños editores tienen que hacer malabarismos para conseguir promocionar y lograr rentabilidad de aquellas obras que no son a priori un bombazo, anhelando encontrar una obra que aúne calidad literaria y cualidad de grandes ventas (o sea, un error de esos grandes sellos). La posición de estos sellos pequeños es loable, imprescindible e insustituible, desde luego, incluso heroica en ocasiones, pero en mi opinión lo es en tanto sellos pequeños, dicho de otro modo, no publican superventas (salvo afortunado error) porque carecen de la capacidad (capacidad. Del lat. capacĭtas, -ātis 1.f. a nuestros efectos, dícese de las reservas de €) de transformar un libro en superventas, se centran en buscar la calidad porque no tienen más remedio, es decir, que hacen de la necesidad virtud y su motivación quizá no sea tan pura como defienden; por supuesto que habrá gente comprometida verdaderamente, lo difícil es saber cuántos lo son, cuántos no venderían su alma —digo sus principios— por dinero, fama y prestigio (la verdad es que dicho así…). Y llegamos a la tercera arena literaria que se ha ido abriendo paso poco a poco: el libro digital —me refiero a las obras publicadas en digital, no a las versiones digitales de obras en papel—. Siempre leo comentarios y noticias acerca de la revolución que ha supuesto el que cada uno pueda publicar fácilmente lo que desee (que me lo digan a mí), y los editores responden reivindicando su papel como filtros para garantizar una mínima calidad de lo publicado (algunos de ellos son también magos del humor). Recapitulemos, si tienes una obra que es una basura o solo mala, pero que con un poco de ayuda puede producir mucha pasta (digamos algo en plan te voy a dar todo lo tuyo, y además en trilogía), o una obra que está claro que es buena —y el público va a entenderlo si se le explica bien y barato—, las grandes editoriales son tu sitio (hablo teóricamente, ya sabemos lo complicadísimo que es para un autor nuevo que le hagan si quiera el menor caso). Pero si tu obra es simplemente buena, o muy buena pero minoritaria, deberías dirigirte a un sello más pequeño. Entonces, ¿qué nos queda a aquellos rechazados por ambas? Pues en principio nada bueno, según esta lógica lo nuestro es… basura, la simple materialización de un deseo personal, el ejercicio de satisfacción de un trauma que se agota en sí mismo: «¡he publicado! ¿Veis como podía?». Y ya. Solo el producto de tanto escritor de domingo por la tarde, como alguien me dijo hace poco; bueno, si por lo menos sirve para curarse un trauma... Cobra sentido así el comentario que leí en un blog de internet (lamento no recordarlo para enlazarlo) sobre el verdadero negocio de amazon (¿cuánto pensabais que iba a tardar en nombrarlo hablando de libros electrónicos?), según el cual en realidad esta empresa se aprovecha de los escritores noveles y bienintencionados ofreciendo una enorme masa crítica de libros para mantener el catálogo más grande y dinámico, haciendo su negocio realmente con la venta de los lectores (me refiero a los aparatitos, que conste), aunque también he leído justo lo contrario. Entonces, ¿qué es lo nuestro? Pues es lo que yo llamaría Literatura Digital, un nuevo tipo de literatura que abarca desde los subproductos fecales de cualquier mente con más ínfulas que talento (por no decir conocimientos gramaticales) a obras de auténticos amantes de la literatura con recursos, talento y oficio, aunque quizá menos ilusión o más vergüenza. Y no es necesario que todos hayan sido rechazados por las editoriales, entre ellos habrá muchos que por convicción, poca autoestima o cualquier otro motivo intentan la publicación personal en digital sin pasar por el juicio más o menos profesional de los expertos. Esto es lo que yo llamo la Literatura Digital, un nuevo tipo de literatura que se caracteriza no por aquello que cuenta, sino por su forma de producción y/o de presentación al lector. El nuevo medio digital producirá poco a poco formas de literatura adaptadas al nuevo soporte físico, y así se irá clarificando esta Literatura Digital que por el momento es un enorme batiburrillo quizá demasiado afecto a las modas, hasta llegar a ser algo reconocible, con personalidad propia y características bien asentadas. Ahora resulta difícil imaginarlo, nos centramos en las categorías clásicas: fantasía, romántico, comedia, drama, eso llamado thriller… Pero a medida que se asienten y desarrollen las características del lector electrónico (aquí no solo me refiero a los aparatitos) estoy seguro de que habrá dos formas de contar las historias de esas mismas categorías clásicas: electrónica y tradicional (sin que esto implique que la versión tradicional no pueda leerse en el lector electrónico). El medio, el canal y el resto de elementos de la comunicación configuran el mensaje, ¿por qué no iba a suceder también en la literatura? Está por descubrir aun esa primera obra que catalice el proceso, ese gran bombazo que descubra el fenómeno a los que dormitan sobre él. Tal y como suceden estas cosas, ocurrirá al margen de los grandes sellos y será «viral», aunque tras la sorpresa inicial traten de ponerle la correa, algo que quizá no sea nada fácil. En cualquier caso, no creo que sea alguien que ha aprendido lo que sabe sobre el papel quien lo protagonice, esperemos pues a las nuevas generaciones. Hoy por hoy, sin embargo, la Literatura Digital es solo esa amalgama de la que hablábamos antes y eso plantea algunas preguntas: ¿se desarrollará una literatura solvente al margen de los sellos tradicionales por autores independientes? Y ¿quién buscará entre toda la ingente cantidad de historias aquellas que merezcan la pena? La primera está ya contestada: hay autores, como Fernando Trujillo Sanz, que publican exclusivamente en digital y que a juzgar por sus experiencias vertidas en internet han logrado vivir de su literatura, algo que ya de por sí es un logro. Conviene prestar atención a ese su porque es esencial y una de las características de la Literatura Digital: las obras son enteramente del autor. Ya sé que esto no es nada nuevo y se ha comentado mucho, pero no estoy seguro de que se le haya prestado suficiente atención en todo lo que de verdad implica: la proliferación de profesionales que ofrecen sus servicios en cuanto a maquetación, revisión y otras labores, y también la sencillez para el acceso a las herramientas que lo posibilitan hace que, bien por sí mismo o por persona interpuesta, el autor tenga el control absoluto de la edición, para bien o para mal, haciendo la experiencia mucho más personal hoy y muchísimo más mañana, pensadlo la próxima vez que leáis una obra en digital (pero sed benevolentes con los autodidactas). La segunda cuestión aun está por clarificar. Intuyo que cada vez cobrarán más importancia las recomendaciones y, en este sentido, las páginas de críticas, de aficionados a la lectura y cualquier otro medio similar; también, y por supuesto, las listas de ventas de amazon y otras plataformas, aunque ahí puedan estar en desventaja los que comercialicen sus obras directamente en sus propias páginas web. Es decir, será la opinión del lector transmitida de forma directa lo que cuente y, como todo en la nueva sociedad digital, será responsabilidad nuestra bucear en la montaña de información y extraer la relevante para nosotros, no para el vecino ni el amigo (inciso: esta es quizá la capacidad más importante que se debería enseñar en las escuelas). Enlazando ambas preguntas me viene a la memoria el caso de un autor con cierto éxito en amazon (perdonad, soy fatal para los nombres) al que una gran editorial ofreció publicar en papel, al cabo de un tiempo leí unas declaraciones suyas en las que afirmaba que sus ventas y sus ganancias habían caído, y que no lo volvería a hacer. ¿Sabrán las editoriales tradicionales adaptarse a esto? ¿Tendrán gente revisando lo que se publica en digital para tratar de capturar lo antes posible aquello que les merezca la pena y transigirán los autores llegado el caso? Otro aspecto es el de la promoción, que también es distinta en la literatura tradicional y en la digital. Antes había que presentarse (y ganar si era posible) a premios y asistir a tertulias, presentaciones… es decir había que darse a conocer en el mundillo, mientras que ahora… es igual, solo que el mundillo ha cambiado y hoy en día es necesario hacerse perfiles en páginas diversas (de literatura a ser posible) y permanecer activo en ellas comentando otras obras, hablando de las propias, estableciendo relaciones y por supuesto incrementando las visitas y enlaces de la propia página. Ni que decir tiene que todo ello me produce una profunda desesperanza, ¿qué pasa con los que solo queremos escribir? ¿No tenemos oportunidad de sobresalir? Bueno, tengamos fe y pensemos que para eso lo primero es escribir algo que merezca sobresalir y, a ser posible, sin dragones, vampiros ni conspiraciones internacionales (creo que eso me lo pone más difícil todavía). |
...un escritor es «un chiflado que mira la realidad, y a veces la ve»...
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